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Adriana Puiggrós

Luchas por una democracia educativa (1995-2018)

ABCDE

Puiggrós, Adriana

Luchas por una democracia educativa : 1995-2018 / Adriana Puiggrós. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-950-556-760-7

1. Ciencias de la Educación. 2. Democratización de la Educación. I. Título.

CDD 370.9

Diseño de tapa: RMP

© 2019, Adriana Puiggrós

©2019, Queleer S.A.

Digitalización: Proyecto451

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor.

A mis queridos amigos Pedro Krotsch,

Nicolás Casullo y Elvio Vitale

In memoriam

PRÓLOGO 2018

Luchas por una democracia educativa (1995-2018)

Este libro contiene textos inscritos en las luchas por alcanzar, sostener, restablecer, crear nuevas experiencias y políticas que se fundamenten en el derecho a la educación. Los artículos que incluía una edición anterior encuentran continuidad en la cuarta parte, que refleja la profundización de acciones político-educativas que comenzaron en el gobierno de Carlos Saúl Menem, se manifestaron contrarias a la reforma efectuada por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner y se instalaron plenamente en el gobierno de Mauricio Macri.

La coalición Cambiemos produjo un vuelco de ciento ochenta grados en la concepción de la educación que fue distinción de la sociedad argentina durante cerca de un siglo y en algunos períodos posteriores. En 1853, la Constitución nacional había otorgado al Estado un papel principal en la educación, sosteniendo al mismo tiempo el principio de la libertad de enseñar y aprender. En cuanto a la distribución de las responsabilidades educativas entre las jurisdicciones, quedó inscrita de manera ambigua, reflejando la falta de resolución de la relación entre la Nación y las provincias, puesto que fueron los unitarios quienes trazaron los ejes del federalismo en la carta magna. Ninguna de las reformas posteriores abordó integralmente la cuestión, optando —como en el caso del inciso 19 del artículo 75 de la reforma de 1984— por sostener un margen discutible respecto al alcance de las leyes dictadas por el Congreso de la Nación y las legislaturas provinciales.

La mencionada situación beneficia al gobierno de Cambiemos para avanzar en políticas que se deslizan en los márgenes o van por fuera de la Constitución nacional. Muchas de las responsabilidades educativas que aún sigue teniendo el gobierno nacional desde el dictado de la ley de transferencia (24049/1992) son resignadas. Mientras en los años 90 el gobierno reformó el sistema de educación pública, lo desfinanció y habilitó la “tercerización” de funciones, Cambiemos aborda sin mediaciones su desarme del sistema de educación pública, incluida la educación superior. La decidida profundización de la dependencia del país de los intereses corporativos internacionales, emprendida desde 2016, lo subordina a los organismos financieros internacionales, como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que inscribieron a la educación como un bien transable. El significante fuerte de su concepción es la desescolarización, dejando en manos del mercado la oferta educativa.

La educación de mercado no es el único problema que se registra en América Latina.

Desde el siglo XIX, el tema central de la discusión, que era la prioridad de la educación pública o la privada (especialmente la confesional), no se ha resuelto, pero se ha resignificado. No deja de ser una preocupación que en varias jurisdicciones crezca el subsidio a la educación privada mientras decrece significativamente el presupuesto (y la ejecución real del mismo) en la educación pública. Al mismo tiempo, ambas, pública y privada tradicional, se hallan acosadas por los propósitos del mercado educativo en manos de corporaciones, por las concepciones pedagógicas de sus agentes y por los intereses inmediatos de una nueva burocracia tecnocrática.

Empero, en las últimas dos décadas hubo en América Latina políticas estatales de enorme valor para la educación democrática de las grandes mayorías. Centenares de miles de docentes y alumnos, de familias y comunidades, participaron de manera directa o sintieron los beneficios de leyes y programas educativos de los cuales fueron sujetos centrales. En la Argentina, los gobiernos kirchneristas abrieron un espacio donde volvieron a brotar experiencias de educación popular y ejecutaron una decisiva reforma del sistema de educación pública. Fue un tiempo en el que nuevas generaciones de educadores registraron el pensamiento y la obra alternativa de figuras relevantes de la educación latinoamericana que antes permanecían ausentes de la historia oficial de la educación y en su propia formación. Esos saberes hacen memoria, y la memoria es uno de los materiales requeridos para la generación de políticas. Memoria, experiencia y saberes podrán orientar a los educadores a albergarse en la genealogía de la educación popular latinoamericana, y desde ese lugar resolver democráticamente los retos del complejo presente.

Este libro combina reflexiones pedagógicas con discusiones político-educativas de actualidad. Espero que colabore con la realización de debates que vayan más allá de la exposición de posiciones coincidentes, para abordar los argumentos antagónicos que orientan al país y a la sociedad hacia destinos muy diferentes.

Buenos Aires, septiembre de 2018

PRÓLOGO 2009

De la tremenda sugestión de pensar que no es posible

La tremenda sugestión de pensar que no es posible ha afectado a la sociedad argentina en varias ocasiones en su historia. Algo más que motivaciones subjetivas contribuyó a forjar ese estado de ánimo. La década del 30 fue representada por la literatura vernácula de la época con la imagen del “hombre que está solo y espera”, pero también por el asesinato en el Senado de la Nación asociado a la entrega de la industria de la carne, o por los inventores considerados unos locos, aunque el país necesitaba saber mucho más. La sombra perversa de la primera derrota popular del siglo XX había dejado su marca y regresaría.

Fue el peronismo, el gobierno de los descamisados, el de los cabecitas, el del “aluvión zoológico” y también de la clase media que se ensanchaba, el que buscaba la independencia económica, el pleno empleo y la cultura nacional y popular. La tremenda sugestión de pensar que no es posible invadió la sociedad cuando fue derrocado en 1955. (¿Habrá considerado Perón que no era posible enfrentar en ese momento a la Libertadora?… Aunque en los siguientes años pensaba que algún día su regreso sería posible). No más “únicos privilegiados”. No, los derechos sociales no eran conquistas que se quedarían para siempre. Los fueron desmontando, uno a uno, durante las décadas siguientes.

La dictadura de Onganía durante los años 60 arrasó con un gobierno tibio, con el entusiasmo universitario y con los universitarios. Pero en 1973 el peronismo intentó construir un gobierno popular y las universidades estallaron de entusiasmo. Otro peronismo cortó el proceso de transformación y tomó las medidas represivas que anunciaron el Proceso militar. La dictadura que encabezó Videla asesinó e hizo desaparecer a quienes volvieron a pensar que otro país era posible, instaló el miedo a pensar, a participar, a opinar, en cavernas profundas de la psicología de la sociedad. Malvinas fue el momento del posibilismo psicótico: eso si que no era posible.

Luego se reinstauró la constitucionalidad y hubo un momento de esperanza y expectativas, Alfonsín creyó que era posible y, aunque con la democracia no alcanzó para todo, la sombra siniestra del golpe quedó acorralada. Inmediatamente el neoliberalismo menemista trajo la miseria, la desocupación, la inseguridad, la invasión de la educación por el mercado. Mucha gente votó para que Menem se fuera, confiando en la Alianza. La tremenda sugestión de pensar que no es posible fue una de las razones del nuevo fracaso rotundo, y agregó más descrédito a la política. El país quebró. “Que se vayan todos”, caceroleó la clase media, quebrada.

Nuevamente fue el peronismo quien asumió instaurar un orden, alineándose con los países latinoamericanos que intentan abrir brechas en el muro neoliberal. El peronismo de Néstor Kirchner y Cristina Fernández revierte la política menemista, se apoya en la “columna vertebral” del movimiento a la cual suma a los nuevos habitantes de la clase trabajadora, como son los desocupados y los trabajadores en negro, avanza con políticas sociales, mejora la ocupación y el nivel de vida de la clase media, democratiza los medios de comunicación, es inflexible en materia de derechos humanos y juicios a los responsables de la masacre dictatorial, reforma profundamente las fuerzas armadas. La economía crece, pero la tremenda sugestión de pensar que no es posible resiste a todos los intentos de revertir la opinión pública que no liga la mejoría de su situación con las acciones del gobierno. Los taxistas, los conductores televisivos y radiofónicos e importantes columnistas de la prensa gráfica siguen diciendo de mil maneras: “que se vayan todos”. Entre el gobierno y la población hay una carencia tremenda de mediaciones políticas.

La represión ejercida con distintos niveles de intensidad, en lo público o en lo privado, durante los últimos treinta años, tuvo como uno de sus objetivos detener cambios culturales que ocurrieron finalmente en la Argentina y constituyeron una verdadera revolución de las costumbres y los valores. En ese sentido, daré unos pocos ejemplos, que son simbólicos: hace treinta años la mayoría de las escuelas eran para mujeres o para varones, los separaban; hoy no solo la educación es mixta en todas las escuelas públicas y hasta en la mayoría de las escuelas religiosas, sino que estamos discutiendo el matrimonio entre personas del mismo género, y una jueza acaba de autorizar el primero de esos actos de justicia. Cuando yo iba a la escuela normal, una compañera se casó con todas las de la ley civil y religiosa, pero las autoridades escolares le exigieron que lo ocultara para que nadie sospechara que mantenía relaciones sexuales; hoy los chicos se besan en el patio de la escuela y es cada vez mayor la proporción de parejas que se unen fuera del matrimonio.

Triunfó una revolución cultural, aunque en el marco del liberalismo salvaje que viene con droga, miseria, VIH y embarazos adolescentes. El autoritarismo intergeneracional arbitrario perdió espacio, pero no fue sustituido por dispositivos que garantizaran la fluidez de la transmisión de la cultura, ni se habilitaron vehículos pedagógicos para transitar los caminos invertidos que requiere actualmente el pasaje de muchos saberes desde los chicos a los adultos.

Hay que trabajar intensamente en mejorar la cultura, en abrirle caminos para una verdadera libertad, sin embarazos adolescentes, sin enfermedades y con entusiasmo por los futuros posibles. Para ello se requiere transformar la cultura política, que quedó destruida. Los cambios afectaron poco a los vínculos políticos, más bien los desgastaron. Urge construir una fuerza político-cultural que impulse una nueva sociedad. La meta inmediata es superar la tremenda sugestión de pensar que no es posible y lograr que el conjunto del pueblo piense que sí lo es. Los educadores de la tradición latinoamericanista tenemos que asumir un rol fuerte en esa tarea porque sabemos apostar a lo probable y también a las utopías; aunque no se trate con seguridad de lo posible, porque esa es nuestra identidad, somos idealistas que lanzamos flechas al futuro.

Este libro es una selección de reflexiones hechas al calor de la discusión durante los últimos quince años e intenta ser un aporte para mejorar el insuficiente vínculo entre las teorías críticas de la educación y la realidad sobre la cual es necesario operar.

La selección y organización de los textos de este libro estuvo a cargo de Elisa Ghea. Abelardo Lacoa y Gonzalo Annuasi realizaron el apoyo técnico. Licia Casenave tuvo a su cargo la edición final.

Buenos Aires, noviembre de 2009

PRIMERA PARTE

LOS 90. HACIA LAS POLÍTICAS NEOLIBERALES DE TERCERA GENERACIÓN. SU IMPACTO EN EL DISEÑO DE POLÍTICAS PÚBLICAS EDUCATIVAS

INTRODUCCIÓN. LA EDUCACIÓN Y POBREZA EN AMÉRICA LATINA (1)

La situación actual de la educación latinoamericana es muy distinta a la que atrajo a educadores de todo el mundo en las últimas décadas del siglo XX. Por entonces, un multifacético movimiento de educación popular, originado a fines de los años 60 y signado por las ideas de Paulo Freire, relucía en un escenario donde se ensayaban distintas alternativas de cambio social. Pero abordar hoy el tema de la educación latinoamericana deriva inmediatamente en la cuestión de la pobreza, en la decadencia de las Organizaciones no gubernamentales (ONG) que sostenían las experiencias de educación no formal y en el estado lamentable de los sistemas de educación pública.

Nos enfrenta con el avance de políticas educativas que, lejos de adecuar los espacios públicos educativos a los nuevos tiempos y los avances científico- tecnológicos, abren el camino a la dispersión institucional, a la desistematización de la enseñanza y a la profundización de la desigualdad en el acceso a una cultura cada vez más dominante.

Los sistemas educativos latinoamericanos están sufriendo las consecuencias de la globalización, que es producto del avance civilizatorio, del afán del hombre por comunicarse, conocer el mundo y el universo, y compartir los saberes que permiten mejorar la calidad de vida. Pero que ha tomado un camino plagado de injusticias, en tanto, paralelamente, ha cobrado fuerza un localismo regresivo y fundamentalista que, utilizando la más moderna tecnología, amenaza trágicamente la continuidad de la vida humana. En ambos aspectos debe anotarse fracasos de la educación moderna, que estaba destinada a construir un nuevo humanismo universal, basado en los derechos superiores del hombre y la mujer, que constituyera el basamento de las sociedades.

El carácter neoliberal de la globalización ha minado las bases de sistemas escolares que hace treinta años eran objeto de la confianza de los sectores progresistas liberales, cuyos técnicos pronosticaban la eliminación del analfabetismo y el alcance de altos índices de escolaridad para la población latinoamericana de fines del siglo. Ha contribuido también al debilitamiento y dispersión del movimiento de educación popular no formal. Pero la naturaleza del neoliberalismo pedagógico en América Latina no puede definirse sin tener en cuenta las carencias de sus contrincantes. Es decir, sin subrayar la falta de alternativas capaces de transformar los sistemas educativos, resguardando su carácter democrático.

El panorama actual de la educación latinoamericana es por lo menos alarmante, porque no ha sido sustituido un modelo educativo por otro, mejor o peor, sino por políticas educativas degradadas, para grandes masas empobrecidas (cuyos padres y madres habían avanzado en su nivel de participación en la cultura) que quedan ahora excluidas y carentes de representación. Las reformas neoliberales dejan un tendal de pobres y analfabetos que amenaza con desequilibrar el mercantilizado escenario político y social. Los pobres de América Latina, que han perdido sus sindicatos y se vinculan inorgánicamente, que tienen cada vez menos acceso a escuelas y hospitales públicos, que han quedado fuera de los sistemas previsionales y cuya participación en el ingreso empeora día a día, constituyen también un problema para la estabilidad de la región, que lleva al neoliberalismo hasta un límite.

Examinaremos las contradicciones del neoliberalismo frente a la pobreza y luego las dificultades que enfrenta el campo pedagógico alternativo en América Latina. Pero incluiremos algunas líneas acerca de los problemas que afectan a la educación popular latinoamericana, hoy incapacitada, precisamente, para marcar fuertemente aquel límite y revertir la historia.

Reformas neoliberales, pobreza y crisis de los sistemas escolares

Las primeras reformas educativas neoliberales, realizadas en la mayor parte de los países de la región en los años 80 y comienzos de los 90, fueron legales y administrativas. Estuvieron destinadas a la reducción de la educación pública, (de los docentes, los alumnos, las instituciones y el presupuesto) y a mejorar la eficiencia de la gestión, identificada con el rendimiento de la inversión. Pero no pudieron ser implementadas de golpe, por rechazo de los sectores involucrados. Estos últimos se resistieron a muchos de los intentos de privatización o cierre de escuelas y universidades, pero no pudieron proponer alternativas políticamente viables.

En los últimos años, los organismos internacionales de crédito recomendaron agregar políticas focalizadas en los sectores más conflictivos, financiándolas con la reducción del aporte público a los niveles superiores de la educación. (2) Esa estrategia chocó contra el estado cuasi terminal de las finanzas públicas, a partir del quiebre de la economía mexicana denominado “tequilazo”. En la actualidad, los fondos destinados a políticas sociales provenientes de los tesoros nacionales tienden a extinguirse, y la gran masa de los préstamos internacionales se utiliza para pagar la deuda externa, hablando en términos generales.

Al mismo tiempo, no puede negarse la decadencia de las instituciones educativas surgidas del Estado benefactor de mediados del siglo pasado, la burocratización y engrosamiento de personal en los organismos públicos educativos, sustituyendo la carencia de trabajo productivo, ni la resistencia de los actores a incorporar los cambios tecnológicos. Además, la necesidad de cambios culturales y tecnológicos no debe ser reducida a maniobras del mercado. Una reforma profunda es necesaria en la educación latinoamericana. Pero serán decisivos los sentidos que le impriman los sujetos que participen y dirijan esa reforma, así como reconocer como obstáculo la existencia de una subcultura tecnológica, heredera del viejo normalismo, que está entramada con intereses corporativos que impiden procesos de cambio.

Las escasas e incompletas alternativas a las propuestas neoliberales que se plantean tienen reminiscencias de la discusión de los años 60 y 70 acerca de los enfoques educativos popular o asistencialista. Hemos disentido con la bipolaridad de ese enfoque en varios trabajos de la época (3), en línea con nuestra discusión con las posiciones sustancialistas que suponen la existencia de sujetos previa al discurso. Es nuestra hipótesis que las políticas educativas de segunda generación constituyen un aggiornamento de la vieja beneficencia, pero no pueden ser rechazadas, sino habitadas por los sectores progresistas: recordemos el origen de la pedagogía de Paulo Freire en la Alianza para el Progreso. Pero el grado de consistencia de los sujetos progresistas y democráticos es un dato decisivo para discutir los cambios de sentido posibles de esas políticas educativas.

Si la miseria es temida por el neoliberalismo porque pone en riesgo la sustentabilidad política del sistema y por lo tanto su gobernabilidad, es necesario pensarla como un campo problemático susceptible de análisis políticos diversos. Hay que preguntarse cuáles son los sujetos políticos que se conforman en ese campo. No nos estamos refiriendo a “los pobres” en un sentido materialista primitivo, sino a los colectivos que se estructuran sobre la base de la preocupación sobre la pobreza y, en particular, sobre la pérdida del derecho universal a la educación. Por otro lado, nos interesa la manera en que ese problema interpela a los distintos sujetos políticos y sociales.

Tomemos la pobreza como un campo problemático para el conjunto de la ciudadanía y sus organizaciones. Nadie puede zafar del problema de la pobreza. En todas las sociedades “todos” debieron clasificar de alguna manera a los pobres. Como esclavos, como siervos, como infradotados, como indígenas sin alma, como ciudadanos con derechos insatisfechos. Lo que no fue posible es eliminar su nombre, ya fuere desde la aseveración o desde la negación.

Pero, a fines del siglo XX, la pobreza perdió el lugar que, conquistas de los derechos sociales mediante, había adquirido en Occidente: la caída del Muro de Berlín en 1989 (más allá de las injusticias reales que ocultaba) afectó los continentes simbólicos de la pobreza, construidos desde la Revolución Francesa (4) y los endebles mecanismos del socialismo real para paliarla. La voracidad del capitalismo avanzó sobre el terreno abandonado. La pobreza desbordó todas las previsiones y se paró frente a cada ciudadano del mundo, implacable en su testimonio sobre la crueldad humana.

En América Latina la pobreza, tornada en desocupación, hambre, analfabetismo y en un enorme retraso cultural, pesa en las agendas parlamentarias, los programas de gobierno y las disputas interpartidarias sin que nadie atine a darle solución. La debilidad de las fuerzas progresistas se manifiesta en la falta de número, inorganicidad, debilidad programática y desconfianza profunda de algunos grupos por todas aquellas medidas que sean liberal-democráticas y no estén enunciadas en la retórica revolucionaria. Otro factor de debilidad es el enfrentamiento de los intereses de docentes, estudiantes y administrativos, corporativizados a causa de la acción dispersante del neoliberalismo, que aparecen disfrazados en un discurso populista o maximalista.

Hay quienes luchan contra la pobreza y quienes luchan contra los pobres. Estos últimos pueden hacerlo con represión o con programas sociales. Pero tales programas solo son efectivos con la participación de los aludidos. Y ahí se abre una trama política y social compleja, pues volvemos a tocar la cuestión de la fuerza de los actores y su capacidad de constituir sujetos políticamente capaces. La sola presencia de los pobres carece de significado político positivo y no es garantía de participación. Es necesario que se vinculen a tramas políticas más complejas y que propongan alternativas viables.

Los enunciados generales del liberalismo pedagógico democrático, tales como la universalidad de la educación, la educación para todos, o el interés superior del niño, han sido sacudidos en el contenido que se les otorgara dos siglos atrás. La historia atravesó el liberalismo y muchos de sus conceptos fueron objeto de múltiples reinterpretaciones por sujetos nuevos. Carentes de sentidos esenciales y presas de la insuficiencia de acuerdos sobre posibles sentidos temporales, constituyen significantes vacíos. Sobre ellos se proyectan significados distintos, e incluso antagónicos. Por ejemplo, la “Educación para todos” es un enunciado que formó parte del lenguaje de la Unesco en los años desarrollistas y ahora es usado por el neoliberalismo. En nombre del “interés superior del niño” se proponen enfoques antagónicos y se avanza hacia sociedades muy distintas.

Avatares de las alternativas pedagógicas de finales del siglo XX

En la pedagogía de izquierda de algunos países latinoamericanos tuvo influencia la escuela activa o nueva, la pedagogía de Ferrer y Guardia, el Poema Pedagógico de Makarenko y, a comienzos de los años 60, la reforma educativa cubana. Otra vertiente, vinculada con la Teología de la Liberación, extendió las experiencias de alfabetización y educación de adultos. Ambas corrientes tuvieron puntos de encuentro durante el período sandinista y la guerra salvadoreña en los territorios de esos países y en los campos de refugiados dentro de Costa Rica. La educación popular actuó allí como un rico significante que provocó duros debates.

En la Argentina, la “educación popular” se desarrolló menos que en el resto de América Latina, probablemente porque aquella había nacido para un campesinado muy diferente al argentino y por la valla que le puso el normalismo y la burocracia de los sistemas escolares, emparentados en este caso por su rechazo al cambio de posiciones de los sujetos educando-dirigido y educador-dirigente, que conlleva la propuesta freireana. Recién después de la última dictadura militar (1976-1983) la pedagogía de la liberación tuvo alguna influencia entre los docentes argentinos. Debe destacarse que la pedagogía de la liberación argentina no tenía vínculos con el liberalismo, sino un origen cristiano y nacionalista popular.

Por el contrario, la izquierda tradicional era tradicionalmente liberal, sarmientina, laica y antiperonista. En los años 60 y 70 siguió la línea cubana, rechazando la pedagogía de la liberación. Después de la dictadura, muchos pedagogos, dirigentes sindicales docentes y educadores argentinos viajaron a Cuba para asistir a los congresos anuales de educación. A finales de los años 80, puede señalarse un acercamiento entre los “educadores populares” y la izquierda defensora de la reforma educativa cubana. Sarmiento (el liberal fundador del sistema educativo argentino y de gran influencia en varios países sudamericanos) fue resignificado por sus detractores, pero no se avanzó hacia una síntesis, sino que comenzó un período de significativa parálisis.

La experiencia de alfabetización de Paulo Freire había nacido como emergente de las políticas desarrollistas de Brasil a comienzos de los años 60. Era esa una época de avance del campo democrático y del socialismo; de formación de nuevos sujetos político-educacionales. El movimiento freireano fue volviéndose complejo con el correr de los años, siendo su mayor riqueza y causa de su larga vida su capacidad de articular una multiplicidad de actores constituyendo un nuevo sujeto. Pero nunca debe olvidarse que su origen estuvo en una disputa por la hegemonía en la educación del pueblo, que consistió en una pulseada capaz de arrastrar hacia su lado la mayoría (heterogénea y antes dispersa) de los educadores progresistas.

En otros trabajos (5) hemos analizado la conflictiva relación de Freire con la izquierda dogmática, que rechazó sus aportes hasta avanzados los años 80, por considerarlos plagados de categorías populistas, entre las cuales se destaca el uso del término “pueblo” en lugar de “clase social”. Una de las discusiones más fuertes de la izquierda latinoamericana respecto a la obra de Freire había sido su uso de la categoría “pueblo”. Pero en 1992 la reforma de la Constitución cubana trocó “clase social” por “pueblo” y “trabajadores”, al referirse a los sectores sociales que serían la base del Estado, al mismo tiempo que declaraba laico, es decir, libre de discriminación religiosa y establecía el voto directo a los diputados a la Asamblea Nacional y a las asambleas provinciales. (6) El partido tomó un cariz nacionalista al mostrarse como representante de toda la Nación, ya no vanguardia del proletariado. Pero la conjunción entre la reforma educativa cubana y la pedagogía de la liberación debió haberse conjugado una década atrás.

El cambio de época había sido duramente marcado por las derrotas del campo socialista, el período “especial” cubano, como se denominó a los años posteriores al cese de la ayuda soviética, y el acelerado avance de la globalización neoliberal. Las condiciones sociales y políticas que, en una y otra circunstancia, habían facilitado el desarrollo de la reforma educativa cubana y de las propuestas freireanas, habían cambiado profundamente. Muchas de las categorías de las pedagogías críticas eran expropiadas por el avasallante discurso neoliberal.

La educación cubana no había incorporado a tiempo la pedagogía democrática en sus diversas variables: la escuela activa, de origen liberal, las tendencias libertarias (Sumerhill); la desescolarización (Illich) ni las varias corrientes de educación popular latinoamericanas. La opción por una pedagogía imbuida de la mística revolucionaria y bajo el modelo soviético cumplió su función en las primeras décadas de la revolución. Hoy los educadores cubanos se encuentran frente al reto de sostener el único sistema educativo latinoamericano que ha sido capaz de cubrir con una educación de calidad al conjunto de la población durante tres generaciones, en el marco del proceso de conexión del país con el mercado, con los medios de comunicación y con las tecnologías capitalistas. Valga este ejemplo para explicar la negatividad de las posturas conservadoras de izquierda en relación con los cambios democráticos y la necesidad que tienen la izquierda y el progresismo de digerir las míticas experiencias que se han transformado en obstáculos epistemológicos.

Las propuestas para superar la ignorancia, extender la escolarización y democratizar la producción de conocimientos que florecieron en la segunda mitad del siglo que se fue tienen ante sí dos caminos: olvidar su origen y su historia para transformarse en mitos, o bien interpelar el camino recorrido, una y otra vez, deconstruir sus discursos, para tomar aquellas fibras aún fértiles con la valentía necesaria para combinarlas con otras en el tejido de una nueva historia pedagógica.

1. Artículo publicado en la revista Cuadernos de Pedagogía, Barcelona, España, diciembre de 2000.

2. Oszlac, Oscar, “Quemar las naves (o cómo lograr reformas estatales irreversibles)”, en Aportes, año 6, Nro.14. Primavera de 1999, p. 77.

3. En 1981 dimos comienzo al programa “Alternativas Pedagógicas y Prospectiva Educativa en América Latina”, en la Universidad Nacional Autónoma de México, uno de cuyos motivos fue entonces la discusión de esa bipolaridad. Ver Puiggrós, A.; Gómez Sollano, M. (co-coordinación y autoría de varios trabajos), Alternativas pedagógicas, sujetos y prospectiva en la Educación Latinoamericana. Memoria de un encuentro, UNAM, México, 1992; Miño y Dávila, Buenos Aires, 1994.

4. Hobsbawm, E. J., Los ecos de la Marsellesa, Crítica, Barcelona, 1992, p. 37.

5. Puiggrós, Adriana, Imaginación y crisis en la educación latinoamericana. Alianza Editorial México/Centro Nacional para la Cultura y las Artes, 1990, AIQUE, Bs. As. 1994; Puiggrós, Adriana. Freire and Liberation: an Argentine Perspective, translated by Fiona Taler, en Peter McLaren; Colin Lankshear, Conscientization and Oppression. Routledge. London. Tomo 2, 1993; Puiggrós, Adriana, “Paulo Freire e os novos imaginários pedagógicos latino-americanos”, en Michael Apple, Antonio Novoa (org.), Paulo Freire, política e pedagogía, Porto Ed., Portugal, 1998.

6. Ley electoral de la República de Cuba. Capítulo IX, diciembre de 1992.