1. La gratitud:
un amplificador de lo positivo

La gratitud es una emoción agradable que se experimenta cuando se recibe una ayuda o un regalo de otro y este se trata de un acto intencionado y desinteresado. La gratitud es una mezcla sutil de sorpresa, alegría y admiración, y de una sensación de conexión con los demás que calificaría de interdependencia positiva: la toma de conciencia de que los seres humanos pueden ser una fuente de bienestar para los demás. La gratitud también puede extenderse a los beneficios generados por la existencia, como un descubrimiento o un paisaje. Algunas personas experimentan también una sensación de gratitud hacia una entidad como Dios o hacia la naturaleza.1

Algunos autores distinguen la idea de gratitud hacia el prójimo de la idea de valoración, que se refiere a una sensación de reconocimiento hacia los beneficios de la vida cotidiana, como la posibilidad de vivir en un lugar tranquilo, de haber contemplado un paisaje marino o también de haber gozado de una comida sabrosa. No obstante, estas dos emociones parecen estrechamente relacionadas.2 Lo que las caracteriza es esta tendencia a amplificar los aspectos positivos de las situaciones a las que se dirige la atención. Philip Watkins, investigador de la Universidad East Washington, habla de la gratitud como de un «amplificador de lo positivo». Como un amplificador que permite hacer más audibles los sonidos o como una lupa que permite descubrir nuevas facetas de la existencia, la gratitud desempeña un papel de amplificación de nuestras percepciones de los aspectos positivos de la vida cotidiana. Pero, a diferencia de una simple experiencia positiva, el sentimiento de la gratitud se asocia a un aumento de los comportamientos altruistas.3

Por ejemplo, si tomas el metro después de una jornada muy cargada y tienes la suerte de encontrar un lugar libre, estás contento de poder sentarte cómodamente mientras dura el trayecto. El metro continúa llenándose y te guardas mucho de mirar a los demás pasajeros por miedo a tener que ceder tu plaza. A la inversa, si has subido en una estación en la que una persona te ha cedido intencionadamente su lugar, probablemente experimentarás gratitud y tendrás tendencia a mirar a los demás pasajeros que entran, pendiente de detectar si llega una persona que tiene más necesidad del asiento que tú mismo.

Si se interroga a las personas, en conversaciones casuales, sobre lo que representa para ellas la gratitud, para algunas la gratitud evoca esa dulzura que, a veces, falta en las relaciones y, para otras, representa una forma de cortesía. Otras personas consideran este término como anticuado. Sin embargo, los filósofos y, más recientemente, los investigadores de psicología se han dedicado a los efectos específicos de esta actitud que se pueden desarrollar hacia el prójimo y más ampliamente hacia la vida. Cicerón consideraba la gratitud como la virtud suprema. ¿Por qué conceder un lugar tan importante a la gratitud? ¿Acaso no se trata simplemente de una manera de pagar a alguien con la misma moneda cuando uno se siente deudor? ¿Acaso no se trata de una manifestación de cortesía que permite mantener relaciones cordiales?

Gratitud e intercambio social

¿Por qué decimos «gracias»? ¿Expresamos nuestro reconocimiento con la esperanza de beneficiarnos de nuevo de un regalo o de un favor? ¿O bien lo hacemos porque hemos aprendido buenas maneras? La expresión de la gratitud no tiene por objeto principal la obtención de beneficios futuros. La gratitud es, de entrada, una emoción que emerge espontáneamente cuando recibimos una atención o un regalo. Esta emoción se caracteriza por la sorpresa y la alegría: reconozco la suerte de haberme beneficiado de esta atención. Expresar la gratitud es una manera de dar algo a cambio, un signo de reconocimiento. Con ello indico que me he dado cuenta del acto y la intención del otro. Pero la gratitud va más lejos que la simple reciprocidad del acto, genera una emoción agradable que a su vez nos produce ganas de ayudar a los demás, incluso a personas que no nos han aportado nada y a las que quizá no volveremos a ver nunca.

Para estudiar este fenómeno en el laboratorio, se propuso a algunos individuos que participaran en un juego económico4 en el que se medía si el comportamiento del individuo servía más a su propio interés o al de la comunidad. Se recibía a los participantes uno después del otro en el laboratorio. Se les proponía jugar a un juego con un compañero que implicaba una ganancia de dinero. Cada participante recibía 4 fichas de un valor de 1 dólar para él, pero que valían 2 dólares para el compañero de juego. Cada participante se encontraba en una habitación separada y tenía que decidir el número de fichas que le iba a dar al otro. Si le daba 4, el otro tendría 8 dólares. Si el participante tenía suficiente confianza en el otro, podía imaginar que recibiría a cambio también las 4 fichas, es decir, 8 dólares.

Antes de llegar a esta habitación, los participantes habían realizado una tarea previa en el ordenador. Pensaban que se trataba de dos estudios diferentes, pero, en realidad, esta primera situación tenía por objeto generar un sentimiento de gratitud en la mitad de los participantes. Estaban sentados ante un ordenador en presencia de otro participante (que era, en realidad, un miembro del equipo de investigación) que también realizaba una tarea informática. Para la mitad de los participantes, el ordenador estaba programado para funcionar mal, mientras que la otra mitad no tenía problemas y pasaba enseguida a la sala siguiente. Los que tenían un problema con el ordenador recibían ayuda del otro participante, lo cual tenía por objeto generar un sentimiento de gratitud (medida por un cuestionario después). Cuando pasaban a la sala siguiente, se decía a la mitad de los participantes que la persona que los había ayudado era también su compañero en el juego económico, mientras que a la otra mitad de los participantes se les decía que su compañero era alguien que no conocían y que nunca conocerían. Este dispositivo podía permitir medir si la confianza en el otro y el comportamiento altruista se desprendían del deseo de pagar con la misma moneda a quien los había ayudado (función de reciprocidad) o si el sentimiento de gratitud tenía el poder de generar conductas prosociales incluso ante un desconocido (lo cual no tiene una función de reciprocidad).

Contrariamente a la idea según la cual las conductas prosociales generadas por la gratitud constituyen solo una forma de reciprocidad, en este estudio se demostró que los participantes agradecidos tenían tendencia a dar más fichas a su compañero incluso cuando se trataba de un desconocido. Más allá de un deseo de reciprocidad (apoyar a quien nos ha prestado un servicio), el sentimiento de gratitud aumenta las tendencias altruistas de una manera más general: tendríamos más tendencia a cooperar y ayudar a otros individuos, incluso sin esperar nada a cambio por su parte. En efecto, en el experimento descrito anteriormente, los participantes solo jugaban una vez (daban cierto número de fichas) y se les avisaba de que no verían a su compañero después. En otras palabras, un participante podía mostrarse egoísta (guardarse las 4 fichas y recibir cierto número de fichas del otro participante, que tomaría la decisión del número de fichas que le daría al mismo tiempo que él) sin ninguna consecuencia (¡excepto la de repartir más dinero!). Esto señala el carácter desinteresado del acto del participante que da sus fichas. Esta dinámica prosocial generada por la gratitud ha hecho que se la clasifique entre las emociones «morales».5

La gratitud, más que una simple formalidad

La gratitud es una emoción, en el sentido de que no se controla y no responde a un interés personal. Como cualquier emoción, posee una función adaptativa. La emoción de miedo nos empuja a huir o a defendernos, la emoción de alegría nos motiva a continuar la experiencia. ¿Qué función tiene la gratitud? ¿A qué nos empuja esta emoción? Hemos visto en el estudio citado anteriormente que favorecería la cooperación reduciendo los comportamientos egoístas en provecho de las conductas que benefician al grupo. Se habla de emoción moral o social cuando sirve al grupo más allá del interés personal.6 Este tipo de emoción implica una conciencia de la interdependencia entre los seres humanos y genera comportamientos beneficiosos para el grupo social.

Así pues, en lugar de un intento de manipulación con el objetivo de obtener más, la gratitud aumenta la motivación y la energía, lo cual permite poner en marcha comportamientos prosociales y reduce la tendencia a realizar comportamientos antisociales.7 Un estudio que utilizó la resonancia magnética funcional (RMf) ha puesto en evidencia la activación de las redes neuronales implicadas en la cognición moral cuando se induce un sentimiento de gratitud en las personas.8 Esto forma parte de la confirmación de la relación entre la gratitud y los comportamientos morales. La gratitud constituye un apoyo al funcionamiento social constructivo y perenne. Además, expresar gratitud estimula al autor del acto a reproducirlo y aumenta también por este medio los comportamientos altruistas.

Si la gratitud se muestra tan beneficiosa para la sociedad, ¿justificaría un reforzamiento de las lecciones de cortesía para aprender a decir más veces «gracias»?

Estar en deuda o no, esta es la cuestión

Imagina que tu mejor amigo llama a tu puerta. Abres…, te entrega un regalo. ¿Por qué? Porque no pudo asistir a tu cumpleaños, pero no lo había olvidado. ¿Qué emoción experimentas en este instante? ¿Sorpresa? ¿Alegría? ¿Molestia? ¿Piensas inmediatamente en lo que podrías darle a cambio?

A semejanza de las teorías del intercambio social y de los trabajos del antropólogo Marcel Mauss sobre el don y el contradón, algunos autores consideran que la expresión de la gratitud representa una forma de reciprocidad: la gratitud se ofrece a cambio de un don. Esta expresión sería la prueba de una sensación de deuda hacia el otro que se trataría de pagar lo antes posible. Aunque la sensación de deuda estimula también la realización de comportamientos de ayuda hacia los demás en algunas culturas, se distingue claramente del sentimiento de gratitud.

El sentimiento de deuda se ha definido como una sensación de tener que pagar algo a cambio de una forma idéntica o diferente. Se basa en la norma de reciprocidad: tenemos que apoyar a los que nos han ayudado.9 Se trata de un estado emocional incómodo cuya experiencia los individuos describen como muy diferente de la de gratitud.10 Al contrario de la sensación de deuda, la gratitud se percibe como una emoción agradable y se asocia a otras numerosas emociones agradables, como la admiración, la alegría, el amor o la satisfacción. En cambio, la sensación de ser deudor se asocia a un estado de incomodidad, una molestia.11 Para algunos, esto se acompaña incluso de una sensación de vulnerabilidad. La toma de conciencia de la importancia del prójimo como fuente de bienestar activa la representación de la interdependencia y aumenta la sensación de ser deudor. Así pues, los beneficios de la gratitud podrían contrarrestarse en algunos individuos con los efectos negativos debidos a la sensación de vulnerabilidad e incomodidad.12 En el aspecto comportamental, el sentimiento de gratitud comporta una búsqueda de acercamiento al benefactor, mientras que la sensación de deuda genera un deseo de evitar al individuo que ha prestado el servicio.13

La intención que detectamos detrás del acto determina en parte nuestra reacción. Si percibimos el acto como fundamentalmente benevolente y desinteresado, tendrá tendencia a generar un sentimiento de gratitud (que no implica necesariamente la sensación de tener que pagar con la misma moneda). Si desenmascaramos una intención egoísta (incluso una simple búsqueda de reconocimiento), más bien se producirá una sensación de deuda.14

Quizá ya te has encontrado en la situación en que un colega te dice: «Mira lo que he hecho por ti; ¡ya puedes agradecérmelo, porque me ha tomado tiempo!». El simple hecho de formular una petición de reconocimiento reduce el sentimiento de gratitud. Cuanto más elevada sea la expectativa de reconocimiento, más disminuye el sentimiento de gratitud, porque es como si el otro intentara extraer de ti este sentimiento, lo cual te lo hace perder. Para observar esto de más cerca, Philip Watkins y sus colaboradores propusieron a un centenar de estudiantes que imaginaran la situación descrita a continuación, que termina con tres frases diferentes que supuestamente generan una sensación de deuda más o menos intensa.15

Imagina que pides ayuda a uno de tus amigos para mudarte. Gracias a su eficaz ayuda, terminas a las dos de la tarde, cuando pensabas que no terminarías hasta la noche. La primera versión acaba sin expectativa de reconocimiento por la ayuda recibida: «Pensando en la ayuda prestada por tu amigo, lo conoces lo suficientemente bien para saber que no espera nada a cambio». La segunda versión termina con una expectativa moderada: «Pensando en la ayuda prestada por tu amigo, recuerdas que otros te han dicho que, cuando ayuda a alguien, espera que se lo agradezca explícitamente, en general verbalmente y por escrito en forma de una carta o de una nota». La tercera versión pretende generar un grado elevado de expectativa de reconocimiento: «Pensando en la ayuda prestada por tu amigo, recuerdas que otros te han dicho que, cuando ayuda a alguien, espera que se lo agradezca explícitamente, en general verbalmente y por escrito en forma de una carta o una nota y también espera que le devuelva el favor. Por otra parte, sabes que tu amigo se muda el próximo sábado».

Los estudiantes se repartieron en tres grupos: un tercio estaba en la condición sin expectativa, un tercio en la condición de expectativa moderada y un tercio en la condición de expectativa elevada. Después de la lectura de la situación presentada, se medían las emociones de los participantes a través de un cuestionario. Los resultados del estudio muestran que cuanto más intensa es la expectativa de reconocimiento, más elevada es la sensación de ser deudor y más bajo es el sentimiento de gratitud. Esta experiencia plantea la cuestión de los efectos potencialmente contraproducentes de la cortesía o de las buenas maneras, que constituyen una forma de prescripción social a la que estamos aculturados desde la cuna: hay que decir «gracias».

La manera en que reaccionamos a la ayuda o el regalo depende también de la cultura en la que hemos crecido. El lugar que ocupa la gratitud y la sensación de ser deudor difiere según las culturas. Los alemanes y los japoneses, por ejemplo, valoran más la gratitud que los norteamericanos, que tendrían tendencia a concebirla como un signo de sumisión, como una obligación o un deber.16 Además, en algunas culturas, sobre todo asiáticas, el hecho de sentirse deudor hacia otro se considera como una falta de respeto, lo cual confiere a este sentimiento un lugar culturalmente valorizado. Se realizó un estudio con 212 estudiantes japoneses y 284 estudiantes tailandeses sobre la base de pequeñas historias ficticias, en la lectura de las cuales los estudiantes tenían que identificarse con el protagonista que recibía un servicio o una ayuda. Después de cada historia, los estudiantes tenían que anotar, entre otros, su grado de gratitud y su sensación de deuda hacia la persona que había prestado el servicio. Estos dos sentimientos se presentaban de manera concomitante.17 Esta estrecha intrincación entre gratitud y sensación de deuda reduciría los efectos de la gratitud sobre la sensación de bienestar (para más detalles sobre los efectos, véase la segunda parte).

En una investigación intercultural sobre la gratitud, se observó que las prácticas de gratitud, como el hecho de escribir una carta de agradecimiento, aumentaban más el bienestar en los participantes de Estados Unidos comparados con los de Corea del Sur. Parece que esto puede explicarse por el hecho de que esta práctica genera una sensación de deuda en los coreanos, lo cual reduce la sensación de bienestar.18 Esta sensación de ser deudor parece ser el resultado de un fenómeno de prescripción social: existe una fuerte expectativa de agradecimiento a cambio de un servicio prestado.

Gratitud y cortesía

La cortesía se ha descrito como un «cemento social». Permite mantener relaciones constructivas al decirle al otro que le prestamos atención y sentimos respeto por él. Desde la más tierna edad, los niños aprenden a decir «gracias», por educación, cuando reciben un regalo o son objeto de una atención especial.

Antes de llegar a casa de nuestros abuelos suizos, nuestra madre nos conminaba a no olvidarnos nunca de decir gracias cada vez que recibíamos algo: un regalo, un caramelo, un cumplido… Esto no parecía demasiado complicado, porque en suizo alemán se utiliza el mismo término que en francés, por lo tanto, la única palabra que había que conocer para poder conversar era esta: ¡gracias! (merci). En este contexto, el mayor temor de mi madre era que nos consideraran unos niños ingratos… En esta situación, la expresión de la gratitud no se distingue de la cortesía. Por otra parte, no está garantizado que experimentáramos gratitud en una ocasión semejante… Pero, si la sentíamos, ¿qué aportaría, además de la cortesía? La amplificación de la experiencia positiva.

La cortesía constituye una forma de interacción social aprendida, mientras que la gratitud es una emoción social que surge espontáneamente. A diferencia de la cortesía, que es un automatismo de relación basado en un efecto de expectativa, la gratitud se basa en un efecto de sorpresa: tomar conciencia de la suerte que hemos tenido de recibir esta atención. Sin duda, muchas veces has dicho maquinalmente «gracias» cuando te entregan el tique de caja al hacer la compra. Se trata de un acto de educación que indica al otro el respeto que le tenemos. Pero he aquí que un día me encuentro con mis dos hijos pequeños en la caja y no puedo llevar todas las bolsas de alimentos. El cajero se levanta y me acompaña hasta el coche. Esta vez, el agradecimiento ya no es una simple formalidad; está teñido de gratitud, porque este comportamiento era inesperado. Más allá de una distinción conceptual entre gratitud y cortesía, lo que difiere son las consecuencias.

Igual que la cortesía, la gratitud constituye un caldo de cultivo fértil para las relaciones sociales. Sin embargo, los efectos de la gratitud superan con mucho lo que se puede imaginar cuando se comparan simplemente con el papel de la cortesía en las interacciones sociales. Los resultados de los trabajos realizados a lo largo de los últimos decenios muestran los efectos beneficiosos de la gratitud sobre las tres dimensiones del bienestar tal como las define la Organización Mundial de la Salud: el bienestar físico, mental y social. Sentir y expresar gratitud mejora nuestro estado de salud, nuestro humor y refuerza las relaciones. La gratitud representa, pues, mucho más que una simple formalidad y no solamente afecta a la persona que la recibe, sino también a la que la expresa. Por este motivo, se ha abierto un amplio campo de investigación sobre este tema y, con él, un cortejo de prácticas que pretenden desarrollar la gratitud en los individuos desde la infancia. Será el objeto de la segunda y la tercera parte de la presente obra.