VIOLENCIA URBANA,
LOS JÓVENES Y LA DROGA

VIOLÊNCIA URBANA,
OS JOVENS E A DROGA
América Latina/África

MARTÍN LIENHARD (coord.)
Con la colaboración de
GLORIA LORENA LÓPEZ
y SUSAN GUJER-BERTSCHINGER

Colección Nexos y Diferencias

Estudios de la Cultura de América Latina

E nfrentada a los desafíos de la globalización y a los acelerados procesos de transformación de sus sociedades, pero con una creativa capacidad de asimilación, sincretismo y mestizaje de la que sus múltiples expresiones artísticas son su mejor prueba, los estudios culturales sobre América Latina necesitan de renovadas aproximaciones críticas. Una renovación capaz de superar las tradicionales dicotomías con que se representan los paradigmas del continente: civilización-barbarie, campociudad, centro-periferia y las más recientes que oponen norte-sur y el discurso hegemónico al subordinado.

La realidad cultural latinoamericana más compleja, polimorfa, integrada por identidades múltiples en constante mutación e inevitablemente abiertas a los nuevos imaginarios planetarios y a los procesos interculturales que conllevan, invita a proponer nuevos espacios de mediación crítica. Espacios de mediación que, sin olvidar los nexos que histórica y culturalmente han unido las naciones entre sí, tengan en cuenta la diversidad que las diferencian y las que existen en el propio seno de sus sociedades multiculturales y de sus originales reductos identitarios, no siempre debidamente reconocidos y protegidos.

La Colección Nexos y Diferencias se propone, a través de la publicación de estudios sobre los aspectos más polémicos y apasionantes de este ineludible debate, contribuir a la apertura de nuevas fronteras críticas en el campo de los estudios culturales latinoamericanos.

Directores

Fernando Aínsa

Lucia Costigan

Luis Duno Gottberg

Margo Glantz

Beatriz González Stephan

Gustavo Guerrero

Jesús Martín-Barbero

Andrea Pagni

Mary Louise Pratt

Beatriz J. Rizk

Friedhelm Schmidt-Welle

VIOLENCIA URBANA, LOS JÓVENES Y LA DROGA

VIOLÊNCIA URBANA, OS JOVENS E A DROGA

América Latina/África

MARTÍN LIENHARD (coord.)
Con la colaboración de
GLORIA LORENA LÓPEZ y SUSAN GUJER-BERTSCHINGER

El coloquio que dio origen a este libro contó con el apoyo del Centro Stefano Franscini (Monte Verità-Ascona), el Fondo Nacional Suizo para la Investigación Científica (FNSNF) y la Academia Suiza de las Ciencias Humanas y Sociales (SAGW/ASSH).

Se agradece la contribución del Seminario de Lenguas y Literaturas Románicas de la Universidad de Zúrich a la publicación de este volumen.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

© Iberoamericana, 2015

Amor de Dios, 1 — E-28014 Madrid

Tel.: +34 91 429 35 22

Fax: +34 91 429 53 97

info@ibero-americana.net

www.ibero-americana.net

© Vervuert, 2015

Elisabethenstr. 3-9 — D-60594 Frankfurt am Main

Tel.: +49 69 597 46 17

Fax: +49 69 597 87 43

info@ibero-americana.net

www.ibero-americana.net

ISBN 978-84-8489-617-3 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-86527-671-1 (Vervuert)

E-ISBN 978-3-95487-843-7

Diseño de cubierta: Carlos Zamora

Cubierta: fotograma de Los olvidados, película de Luis Buñuel (México 1950)

Índice

Martín Lienhard

PRÓLOGO

LOS JóVENES Y LA VIOLENCIA: ARgUMENTOS PARA UNA DISCUSIóN/
OS JOVENS E A VIOLÊNCIA ARgUMENTOS PARA UMA DISCUSSÃO

Alba Zaluar

Violência e juventude no Rio de Janeiro: estruturas ou processos?

Marco Lara Klahr

“La tregua”. Maras, élites conservadoras, políticas de seguridad, cultura de la violencia y construcción social de la paz en El Salvador (2012-2014)

Sílvia Roque

Jovens gerindo (im)possibilidades. A reprodução da desesperançaem Bissau

Redy Wilson Lima

Thugs: violência urbana tribalizada

Alice Sophie Sarcinelli

“Dar um beijo na pânica”. Garotos usuários, a vida na rua e a economia política do crack no nordeste brasileiro

Sönke Bauck

El alcoholismo como “causa principal del delito”. Una reflexión histórica sobre la criminalización de sustancias tóxicas

Hermann Herlinghaus

No nacimos pa’semilla (Alonso Salazar). Hacia una arqueologíade la violencia juvenil en Colombia

TERAPIA DEL TRAUMA DE LA VIOLENCIA/
TERAPIA DO TRAUMA DA VIOLÊNCIA

Bóia Efraime Júnior

A elaboração dos traumas de guerra em criançass e adolescentesem Moçambique

PRÁCTICAS ARTÍSTICO-CULTURALES: ¿ANTÍDOTO DE LAVIOLENCIA?/PRÁTICAS ARTÍSTICO-CULTURAIS: ANTÍDOTO DA VIOLÊNCIA?

Otávio Raposo

Break Dance contra a segregação. Sociabilidade entre os dançarinos das favelas da Maré (Rio de Janeiro)

Francisca Bagulho

Kuduro, a batida de Luanda. O kuduro como prática cultural dos jovens dos musseques de Luanda

Marta Lança

Importância da vida cultural para reinventar a vida

LA VIOLENCIA PUESTA EN ESCENA/
ENCENAÇÕES DA VIOLÊNCIA

Enrique Flores

Rimas malandras: del narcocorrido al narco rap

María del Pilar Ramírez Gröbli

La voz lírica y la representación colectiva en la exposición Cantos y cuentos colombianos de Juan Manuel Echavarría

Martín Lienhard

Violencia juvenil/urbana en el cine. Cuestiones de ética, política y estética

VIOLENCIA URBANA EN LA NARRATIVA Y LA POESÍA/
VIOLÊNCIA URBANA NA NARRATIVA E NA POESIA

Stefan Hofer

Dos maneras de re/presentar la violencia juvenil en Latinoamérica. Los relatos periodísticos No nacimos pa’ semilla de Alonso Salazar y Cuando me muera quiero que me toquen cumbia de Cristian Alarcón

Gloria Lorena López

Las mujeres de la mafia: una visión de la mujer colombiana enla narrativa sobre el narcotráfico

María Victoria Albornoz

“La guerra se había convertido en un texto indescifrable”: la escritura de la violencia en Radio Ciudad Perdida de Daniel Alarcón

Riccardo Badini

“Yo no soy un gánster”: empatía y percepción de la violencia enla poesía de Domingo de Ramos

Annina Clerici

De Los inocentes a los Matacabros: estética y violencia juvenil enla narrativa limeña

Roberto Francavilla

Além das margens. A literatura e a favela

COLABORADORAS(ES) DE ESTE VOLUMEN/
COLABORADORAS(ES) DESTE VOLUME

Prólogo

MARTÍN LIENHARD
Universität Zürich

Este volumen reúne una veintena de estudios que fueron presentados originalmente en el coloquio internacional Violencia urbana, los jóvenes y la droga/Violência urbana, os jovens e a droga: América Latina y/e África, realizado en 2011 en el Centro Stefano Franscini de Monte Verità, Ascona (Suiza), bajo la coordinación de quien escribe1.

Un espacio: la ciudad –en particular sus zonas periféricas–. Un fenómeno: la violencia (tendencialmente) criminal que se ha venido desarrollando en ese espacio a lo largo de las últimas décadas. Un objeto de compra-venta y consumo: “la droga”. Especialmente la cocaína, mercancía-fetiche de un vasto comercio ilegal que marca y trastorna la economía, la política, las condiciones de vida y la cultura de sociedades enteras, y que constituye un factor mayor en el surgimiento y/o la permanencia de la violencia urbana actual. Un grupo social frágil: los jóvenes –en particular los que crecen y viven (o sobreviven) en los barrios marginales de las ciudades–. Ellos son quienes, a menudo, hacen de protagonistas y/o víctimas principales de la violencia urbana. Y, por fin, un área histórico-geográfica: América Latina y África (en particular la África exportuguesa).

En las últimas décadas, las ciudades del Global South –entre ellas las de América Latina y África– se han convertido en escenarios de una violencia preocupante, una violencia a menudo asesina cuya manifestación más espectacular –y también más mediática– son el sicariato y los sangrientos enfrentamientos entre grupos rivales de traficantes de droga. Lejos de limitarse a tales sucesos sangrientos, esa violencia, cuya relación con el narcotráfico y/o la drogadicción es evidente pero no mecánica, permea igualmente, bajo formas más “cotidianas”, las relaciones barriales, grupales, familiares y de pareja.

Detrás de las manifestaciones concretas –“subjetivas”– de la violencia urbana está, si damos crédito a Slavoj Žižek, la violencia sistémica –“objetiva”– que emana del capitalismo globalizado: “it is the self-propelling metaphysical dance of capital that runs the show, that provides the key to real-life developments and catastrophes” (Žižek 2008: 11). Si bien la violencia “objetiva” del capitalismo puede efectivamente ser la causa última de la violencia “subjetiva” que actualmente se despliega en las ciudades latinoamericanas o africanas, las causas inmediatas –casi siempre difíciles de identificar– son mucho más específicas. Roberto Briceño-León, sociólogo venezolano, propone una útil distinción entre factores que originan la violencia (en primer lugar la desigualdad económica y social), factores que la fomentan (como la segregación social o la cultura de la masculinidad) y factores que la facilitan (entre otros el acceso a armas de fuego). Refiriéndose a la “nueva violencia urbana” en América Latina, el mismo sociólogo explicita el desafío que constituye el estudio de este fenómeno:

La nueva violencia urbana de América Latina es un reto para los estudios sociológicos, pues obliga a redefinir muchos de los conceptos y de las teorías que hemos heredado sobre la organización social y el comportamiento de los individuos. Esta necesidad de desarrollar teorías apropiadas para comprender la violencia se vuelve ineludible, tanto por la urgencia de responder a la singularidad que ha tenido América Latina como sociedad, así como por la necesidad de dar cuenta del proceso de globalización que ocurre en el mundo y en la región. Es decir, tanto la singularidad cultural y social previa de la violencia autóctona, como los nuevos factores que afectan la mundialización de la violencia (Tavares dos Santos 2002) se combinan para generar este fenómeno singular que es la nueva violencia urbana de América Latina. La gente mata y muere por esa singular combinación de los factores tradicionales y globalizados: por la cultura del honor rural y los zapatos de moda del jugador de básquetbol norteamericano; por la miseria de siempre y por la nueva, la que surge del empobrecimiento que produce la nueva economía, capaz de reportar crecimiento económico e incremento del desempleo al mismo tiempo. La nueva violencia se corresponde con la nueva sociedad que ha surgido en América Latina (Briceño-León 2002: 48-49).

La “miseria de siempre”2, de por sí, no origina violencia: la historia de la humanidad lo demuestra. Los pobres se sublevan –o contemplan la posibilidad de sublevarse– cuando adquieren conciencia de que su miseria es el producto de un sistema económico-político-social injusto que los condena a seguir en la miseria, mientras que a otros les permite acumular riquezas. La “nueva miseria” a que alude Briceño-León no es solo el resultado del empobrecimiento provocado por la economía globalizada, es decir, una miseria más acentuada, sino también la “miseria relativa”3 que puede sentir un joven oriundo de un barrio marginal cuando, por ejemplo, compara los precios de los artículos “de moda” –o sea, de adquisición poco menos que obligatoria en su contexto sociocultural– con su inexistente o reducido poder de compra. A diferencia de lo que solía suceder en un pasado más o menos remoto, los jóvenes, en el mundo globalizado de hoy, no aceptan ya ni la “miseria de siempre” ni esa nueva miseria relativa: la falta de acceso a los bienes de consumo más publicitados o prestigiados. Desean llegar a “ser alguien”. Por eso mismo, la existencia del narcotráfico con las posibilidades de enriquecimiento inmediato que promete es, sin duda, uno de los factores que fomenta la violencia juvenil. Pero el narcotráfico, que existe en todas partes y que implica siempre, aún cuando no provoca situaciones de violencia abierta, una especie de violencia sistémica propia, latente, tampoco explica de por sí el surgimiento de una violencia abierta y asesina4. Para entender por qué y cómo se desencadena un proceso de violencia urbana cabe considerar muchos otros factores como, entre otros y sin jerarquizar: el abandono de los niños por parte de sus padres5; la dificultad de acceder a una formación profesional; la estigmatización automática de los jóvenes organizados en “tribus urbanas6; la falta endémica de trabajo; la exclusión creciente que afecta a los sectores sociales “inútiles”, marginales, en el marco de la actual coyuntura económica; la violencia estatal (en general) y policial (en particular)7; la corrupción generalizada de los diferentes órganos del Estado; la multiplicación de las mafias; la impunidad (fomentada a su vez por la corrupción); la expansión –apoyada a menudo por cierta cultura masiva– de paradigmas de conducta violentos.

La violencia juvenil, claro está, es un comportamiento socialmente negativo; cuando no se produce, esto no significa, sin embargo, que los problemas capaces de provocarla no existan o hayan dejado de existir. Como lo explica Sílvia Roque en su trabajo,

a não existência de determinados tipos de violência pode […] ser o resultado também da violência quotidiana e rotineira que desumaniza, nomeadamente da repressão político-militar, e do enquadramento permanente dos jovens nas lógicas de dependência, patrimonialismo e paternalismo que ditam o acesso aos recursos e a um estatuto valorizado, incluindo a ajuda internacional. Em lugar de reacções violentas, assistimos assim à reprodução de uma lógica de desesperança perante a qual as soluções mais óbvias para o futuro dos jovens são fugir ou esperar.

En varios lugares cabe considerar, entre las posibles “causas estructurales” de la violencia actual, la existencia de conflictos armados de larga duración –como los que tuvieron lugar en Centroamérica, Colombia, Perú, Angola y Mozambique–. Tales conflictos, al provocar el éxodo de las poblaciones amenazadas por los grupos armados, contribuyeron a acelerar desmesuradamente el crecimiento las ciudades, transformándolas en espacios caóticos, socialmente frágiles, carentes de infraestructuras urbanas y con pocas posibilidades de empleo estable. Luanda, al pasar de 600 000 habitantes en 1974 a 2 571 000 en 2000 y a 5 000 000 en 2011, tal vez sea el ejemplo más espectacular de este fenómeno. A esto se agrega el hecho de que los jóvenes que regresan de una experiencia militar (la cual, en el caso de cierto número de migrantes centroamericanos, puede haber sido su participación en las guerras de Irak o Afganistán) tienden a reproducir, en la ciudad, el comportamiento violento al cual se acostumbraron en la guerra. Como lo muestra el estudio de Bóia Efraime Júnior. (en este volumen), la terapia postraumática que en Mozambique se aplica a los exniños-soldados no es solo una terapia a posteriori, sino también, en tanto prevención de la “transmisión transgeneracional del trauma”, una medida importante de cara al futuro.

Las causas de la violencia urbana son, pues, muy diversas o, más exactamente, el resultado de combinaciones variables de diversos factores cuyo impacto depende, en gran medida, de los procesos económicos, políticos y sociales que se van desarrollando, en un momento determinado, a nivel regional, nacional e internacional; un papel importante lo desempeñan también, claro está, las decisiones políticas y político-policiales que los diferentes gobiernos van tomando. Los dos trabajos largos que encabezan este libro, el de Alba Zaluar sobre la “guerra” en las favelas de Río de Janeiro y el de Marco Lara Klahr sobre las maras en El Salvador, permiten hacerse una idea general de la diversidad de factores que intervienen en el estallido y la reproducción de determinadas situaciones de violencia.

¿Pero de qué estamos hablando cuando hablamos de “violencia urbana”? Vale la pena, antes de seguir, interrogarnos acerca de la consistencia de esta noción. En rigor, la “violencia urbana” –también la “nueva violencia urbana”– es una nebulosa. A este respecto, el sociólogo mexicano Nelson Arteaga Botello escribe lo siguiente:

Si en un principio el problema era localizar qué se encuentra atrás de la violencia y la inseguridad, esta pregunta ha sido matizada por otras cuestiones que intentan escudriñar en los mecanismos que hacen posible que el tema de la violencia y la inseguridad se abran un camino en la agenda política y social del país. De esta forma, se ha sumado al intento de explicación causal de la violencia, un esfuerzo por comprenderla como fenómeno simbólico, discursivo. Esto representa un cambio en el propio entendimiento de la violencia; si bien es cierto que el primer tipo de explicación permite mensurar las dimensiones de su constitución, las cifras tienen una limitante porque, como señala Rotker (2000), aquellas se vuelven imagen y sonido hueco, canto repetido y gastado por la rutina; por tanto, conviene observar la construcción del fenómeno de la violencia como efecto de temores, ansiedades y discursos porque esto le devuelve al fenómeno su sustrato como construcción social, más allá de los efectos anónimos que la producen; incluso, es precisamente cuando las perspectivas se suman que los datos “duros” que se tienen de la violencia adquieren una nueva dimensión y se transforman en actores y testigos presenciales de su conformación (Arteaga Botello 2002: 10-11).

No se trata, ni mucho menos, de negar la realidad de los hechos a menudo sangrientos que configuran lo que llamamos “violencia urbana”, sino de dejar claro que esta, en rigor, es una “construcción social”: un concepto creado colectivamente por medio del discurso. En esta construcción intervienen, en particular, el discurso oficial, los diferentes discursos partidistas, el discurso policial, la investigación social y cultural, la prensa, la televisión, el cine (documental y de ficción), el show business musical. Sea desde posiciones críticas o, al contrario, cercanas a las de la cultura de masas, la literatura también contribuye a configurar la “violencia urbana” en el imaginario social.

Hablando de lo que Mike Davis (2006) calificaría de planet of slums, Slavoj Žižek (2004), provocador como siempre, sugirió ver en los “favelados” el nuevo sujeto revolucionario. Los estudios reunidos en este libro no parecen poder alimentar este tipo de esperanza utópica8. Sin embargo, en vez de ceder a la tentación –o más bien a la tendencia mediática– de presentar una visión apocalíptica de la vida/ la muerte en los barrios marginales de las ciudades latinoamericanas o africanas actuales, hemos buscado introducir aquí, al lado de estudios que documentan e indagan el alto nivel de violencia que existe en tales espacios y también, a menudo, la inoperancia de las medidas que se han tomado para combatirla, otros trabajos que muestran que no todos los jóvenes en situación de miseria absoluta o relativa se dejan arrastrar por el vendaval de la violencia.

Varias contribuciones examinan la relación compleja que hay entre cultura juvenil y violencia; una relación a menudo ambigua que puede llegar –si damos crédito al autor de un artículo periodístico angoleño citado por Francisca Bagulho– a la empatía:

É bem verdade que é difícil estabelecer a fronteira entre os criminosos e aqueles que apenas querem brilhar no mundo da música, já que os dois vivem no mesmo bairro e enfrentam as mesmas dificuldades. Contudo, em alguns casos os cantores estão mesmo relacionados com o mundo do crime, com os seus nomes aterrorizantes, como são os casos dos “Kalunga Mata” ou “Granada Squad”, com as suas músicas repletas de mensagens criminosas, onde enfrentam a polícia, ameaçam rebentar tudo, enfim, deixam claro em que lado estão […] (Jornal Angolense, 2007).

Pero dentro del mismo fenómeno enfocado por Bagulho, el kuduro, también surge la crítica social, la exposición de las preocupaciones y las dificultades de la vida cotidiana en una ciudad como Luanda. De hecho, la cultura juvenil urbana se muestra también capaz de generar prácticas que fortalecen la autoestima de los jóvenes estigmatizados y que contribuyen a reducir el espacio de la delincuencia. Según Otávio Raposo, es el caso, en algunas favelas de Rio de Janeiro, del breaking:

É na relação com um território marcado pela violência policial e criminal que devemos compreender a adesão desses jovens ao breaking, o que torna este estilo um “farol de virtude” que resguarda contra as incertezas da vida. Numa sociedade que os quer condenar à subalternidade, o desejo de ser alguém é parcialmente materializado através da dança9.

De modo más general, como sugiere Marta Lança, la expresión artístico-cultural es un recurso que puede fortalecer “la inscripción de los jóvenes como voz activa en la sociedad civil”.

En el presente volumen se ha dedicado, como es lógico, un amplio espacio a estudios que analizan la violencia urbana en tanto “construcción social” y que indagan en detalle los discursos –políticos, artísticos, literarios– que existen sobre el fenómeno. Sönke Bauck explica cómo, en la ciudad de Buenos Aires de comienzos del siglo XX, se “construyó” la relación causal entre alcohol y delincuencia. Hermann Herlinghaus, por su lado, problematiza, a partir de una arqueología discursiva, la capacidad del discurso de la modernidad para captar un fenómeno como el que se enfoca en esta compilación. Enrique Flores, Gloria Lorena López y Martín Lienhard estudian la contribución de diferentes medios de la cultura de consumo a la construcción discursiva de la violencia urbana. En toda una serie de otros estudios se analiza, enfocando obras narrativas, testimoniales, poéticas y cinematográficas, la manera cómo sus autores o “editores” representan, traducen o recrean las voces y las actitudes de quienes –fautores y/o víctimas de la violencia– tratan de entender, desde su visión peculiar del mundo y, a veces, desde su lenguaje específico, los procesos de violencia en que se ven envueltos10.

Sin pretender agotar el debate sobre la violencia urbana juvenil y su relación con el narcotráfico y la drogadicción, este libro reúne, en suma, un número significativo de acercamientos diversos, realizados desde diferentes disciplinas o ángulos en diferentes lugares y apoyados en técnicas de investigación y materiales igualmente diversos.

Bibliografía

ARTEAGA BOTELLO, Nelson (2002): Una década de violencia en México: 1990- 2000. Tesis de la Universidad de Alicante.

BENJAMIN, Walter (1965 [c. 1921]): “Zur Kritik der Gewalt”. En: Zur Kritik der Gewalt und andere Aufsätze. Frankfurt: Suhrkamp, 29-65.

BOURDIEU, Pierre (1993): La misère de monde. Paris: Seuil.

BRICEÑO-LEÓN, Roberto (2002): “La nueva violencia urbana de América Latina”. Sociologias, IV, 8, julio-diciembre, 34-51.

DAVIS, Mike (2006): Planet of Slums. London/New York: Verso.

LIENHARD, Martín (2004): Discursos sobre l(a) pobreza. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert.

ROTKER, Susana (2000): “Ciudades escritas por la violencia (a modo de introducción)”. En: Susana Rotker (ed.). Ciudadanías del miedo. Caracas/ New Jersey: Nueva Sociedad/State University, 2-22.

TAVARES DOS SANTOS, José Vicente (2002): “The worldization of violence and injustice”. Current Sociology, L, 1, 123-134.

ŽIŽEK, Slavoj (2004): “O novo eixo da luta de classes”. Disponible en: http://www.midiaindependente.org/pt/blue/2004/09/291223.shtml.

— (2008): Violence. Six Sideways Reflections. New York: Picador.


1. Este coloquio fue el sexto de los “encuentros de Monte Verità”, todos dedicados a estudiar –a partir de temas cambiantes– de qué manera los sectores subalternos latinoamericanos (y africanos, en cuatro de los seis coloquios) se enfrentan con la modernización y la globalización. Las actas de los coloquios anteriores, todas coordinadas por quien escribe, fueron: 1. Culturas marginadas y procesos de modernización en América Latina/Culturas marginalizadas e processos de modernização na América Latina (Genève, Société Suisse des Américanistes, 1996); 2. La memoria popular y sus transformaciones/A memória popular e suas transformações. América Latina y/e países luso-africanos (Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2000); 3. Ritualidades latinoamericanas. Un acercamiento interdisciplinario/Ritualidades latino-americanas. Uma aproximação interdisciplinar (Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2003); 4. Discursos sobre (l)a pobreza. América Latina y/e países luso-africanos (Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2006); 5. Expulsados, desterrados, desplazados. Migraciones forzadas en América Latina y África/Expulsos, desterrados, deslocados. Migrações forçadas na América Latina e na África (Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2011).

2. En rigor, la “miseria de siempre” no existe; siempre hubo no sólo muy diversas formas de “pobreza”, sino también muy diversos discursos sobre la pobreza, muy diversas maneras de enjuiciarla. Véanse a este respecto los trabajos reunidos en el volumen Discursos sobre (l)a pobreza (Lienhard 2004).

3. Estoy adaptando aquí la noción de “miseria de posición” (diferente de la “miseria de condición”), el tema-base de La misère du monde, libro coordinado por Pierre Bourdieu (1993).

4. En los países más desarrollados de Europa, donde el consumo de la cocaína es alto, el tráfico no suele provocar muchas manifestaciones de violencia abierta.

5. Véase a este respecto, por ejemplo, la contribución de Alice Sophie Sarcinelli.

6. Tres de los trabajos de este libro enfocan específicamente el fenómeno de las “tribus urbanas”: el de Marco Lara Klahr sobre las maras de El Salvador, el de Redy Wilson Lima sobre los thugs en la ciudad de Praia (Cabo Verde) y el de Sílvia Roque sobre grupos de jóvenes en Bissau (Guiné-Bissau). Como lo sugieren los tres autores, el grado de violencia que alcanza el comportamiento de tales grupos depende menos de su “ideología” que de los procesos políticos, económicos y sociales con que se ven enfrentados a nivel local.

7. En su “Critica de la violencia”, Walter Benjamin (1965 [c. 1921]: 43-47) define la violencia policial por su naturaleza a la vez rechtserhaltend (garantizadora del derecho) y rechtsetzend (definidora del derecho). El “derecho” de la policía, explica Benjamin, “designa en el fondo el punto en el cual el Estado, sea por su impotencia o a raíz de las condiciones inmanentes del orden jurídico, ya no puede garantizar mediante el orden jurídico las metas empíricas que busca alcanzar a cualquier costo” (trad. mía). Esta observación esclarece bien, a mi modo de ver, las complejas relaciones entre el Estado “de derecho” y sus fuerzas represivas.

8. Žižek (2004): “De fato, é surpreendente quantas características dos favelados correspondem à boa e velha definição marxista do sujeito proletário revolucionário: eles são ‘livres’ no duplo sentido do termo, mais ainda do que o proletariado clássico (‘libertos’ de todos os laços substanciais; obrigados a conviver estreitamente; jogados em uma situação na qual precisam criar alguma maneira de conviver e, ao mesmo tempo, privados de qualquer apoio às formas de vida tradicionais, às formas herdadas de vida religiosa ou étnica). Os favelados constituem a contrapartida da outra classe emergente recente, a chamada ‘classe simbólica’ (formada por gerentes, jornalistas, relações-públicas, acadêmicos, artistas etc.), que também é desenraizada e se enxerga como sendo diretamente universal (um acadêmico novaiorquino tem mais em comum com um acadêmico esloveno do que com negros que vivem no Harlem, a meio quilômetro de distância de seu campus universitário). Será esse o novo eixo da luta de classes ou será que a ‘classe simbólica’ é inerentemente dividida, de tal modo que se possa fazer uma aposta emancipatória na coalizão entre favelados e parte ‘progressista’ da classe simbólica? O que deveríamos estar buscando são os sinais de novas formas de consciência social que vão emergir dos coletivos de favelas –serão eles as sementes do futuro. E isso nos traz de volta ao título –e ao projeto subjacente– do livro de [Timothy Garton] Ash [The Free World - America, Europe and the Surprising Future of the West, 2004]: nossa maior esperança de um mundo realmente ‘livre’ está no universo sombrio e triste das favelas”.

9. Lo mismo se podría decir, sin duda, del passinho, una danza (competitiva) que en los últimos años se transformó, en las favelas de Rio de Janeiro, en un fenómeno multitudinario (véase A batalha do passinho, filme de Emílio Domingos, Brasil 2013).

10. Trabajos de Annina Clerici, María Victoria Albornoz, Riccardo Badini, Roberto Francavilla y Stefan Hofer.

LOS JÓVENES Y LA VIOLENCIA: ARGUMENTOS PARA UNA DISCUSIÓN / OS JOVENS E A VIOLÊNCIA: ARGUMENTOS PARA UMA DISCUSSÃO

Violência e juventude no Rio de Janeiro: estruturas ou processos?

ALBA ZALUAR
Rio de Janeiro NUPEVI/ IMS/ UERJ

Um debate particular: estrutura de classes ou processo histórico?

Escrever sobre o crescimento da criminalidade violenta no Brasil é um desafio quase tão grande quanto montar uma política pública de segurança realmente eficaz. Um não prescinde do outro, embora nem sempre tal interdependência seja reconhecida. Há pelo menos 35 anos que tento entender os fenômenos entrelaçados e influenciar novos projetos de segurança pública para a juventude pobre.

Entre os estudiosos do assunto, há muitos acordos e algumas divergências, muitas delas devidas mais a mal entendidos ou à adesão persistente a uma grande teoria do que à discordância quanto aos problemas a serem enfrentados e sanados. Foram anos de debate em que os acordos foram sendo construídos, embora, como em todo diálogo, o acordo pleno ou o consenso jamais tenham sido alcançados, deixando-se hiatos como forma de continuar a debater.

Primeiro, sobre a necessidade de abranger outras dimensões que não apenas a pobreza para explicar o aumento impressionante da criminalidade violenta entre homens jovens no Brasil a partir do final da década de 1970 (Coelho 1978, 1980; Paixão 1983; Zaluar 1983, 1988, 1989, 1994; Adorno & Bordini 1989; Misse 1995). Nenhum desses autores, inclusive eu mesma apesar da crítica que me faz Misse (ibid.), negou que a pobreza tivesse algum impacto na disseminação das atividades criminosas no Brasil, mas sim que não se poderia tomar a pobreza como a determinação (econômica) do crime em uma démarche determinista da sociologia objetivista que toma a causalidade em linha reta em uma só direção, excluindo a subjetividade e a indeterminação. Dediquei um capítulo inteiro sobre a pobreza na tese de doutorado que defendi em 1984 para começar a compreender porque alguns, entre muitos, jovens pobres entram em carreiras no que é classificado como crime.

Como afirmei, em inúmeros textos:

O tráfico de tóxicos oferece, de fato, aos jovens em dificuldades no mercado de trabalho, a oportunidade de ganhar dinheiro que aumenta à proporção que se sobe na hierarquia desta vasta rede organizada do tráfico” (Zaluar 1985:151). “Ninguém é bandido porque quer” é uma frase que nos traz para o terreno das determinações, das explicações objetivistas. E elas são múltiplas. Apontam para a falta de assistência do governo, a pobreza cada vez maior entre as famílias de trabalhadores, a polícia corrompida, as atrações e facilidades do tráfico, o exemplo e sedução dos bandidos da vizinhança, a revolta que os métodos violentos provocam” (ibid.: 153).

Segundo, que haveria uma especificidade na representação e nas práticas delituosas praticadas entre os jovens pobres (Zaluar 1985: 131-172; Misse 1995) no que concerne às novas formas de crime organizado que se instalaram no Brasil na mesma época. Não há dúvidas quanto ao uso do termo “crime” sem considerá-lo um conceito sociológico porquanto a referência é o Código Penal Brasileiro. Se não é considerado uma “categoria analítica”, embora a Sociologia Jurídica lide com indicadores diversos da criminalidade, a palavra “crime” remete a uma tipificação de conduta que desencadeia (ou deveria desencadear) repressão estatal. Mas crime é também categoria nativa e, portanto, adquire outro campo semântico nem sempre coerente internamente, nem muito menos consistente com o Código Penal. Explorei as ambiguidades e ambivalências nas relações entre trabalhadores pobres e bandidos, às vezes identificados, às vezes opostos. Como sempre, construí a interpretação com base em dados etnográficos, retirados de extensos trabalhos de campo feitos a partir de 1980 no Rio de Janeiro e em Campinas. A oposição entre trabalhador e bandidos ou vagabundos é uma das dimensões do imaginário por mim recolhido na primeira pesquisa feita na Cidade de Deus (RJ). Portanto, obedecendo a um preceito da Antropologia, firmada por Lévi Strauss (1975), a última palavra, quando se trata de práticas sociais, tem de ser a do nativo, no caso o morador do local:

A identidade de trabalhador contrói-se em parte por oposição a bandidos e vagabundos que não trabalham. Mas se o trabalho é um critério fundamental de diferenciação entre tais categorias, isso não quer dizer que a oposição entre eles seja rígida e absoluta, ou que exista, no plano das relações sociais uma segregação claramente demarcada, separando-os completamente. Ao contrário, as relações entre bandidos e trabalhadores mostram-se muito mais complexas e ambíguas, tanto no plano das representações que a atividade criminosa tem para os trabalhadores, como no plano das práticas efetivamente desenvolvidas entre eles” (Zaluar ibid.).

A démarche que segui, desde o início dos meus estudos sobre a violência, procurava compreender os fenômenos estudados articulando os planos objetivo e subjetivo, valendo-se de dados estatísticos e etnográficos. A importância de considerar as representações sobre o crime advém do fato de que, se há uma condenação moral entre os trabalhadores pobres de algumas atividades criminosas, embora não de todas, nem na mesma intensidade, o controle social informal sobre tais atividades estaria presente nas relações sociais que estabelecem intra e intergerações. Pois a socialização se dá tanto entre pessoas de diferentes gerações como entre as de mesma idade. Tal constatação vai dar lugar às teorias que exploram a “eficácia coletiva” na abordagem ecológica ao crime (Beato et al. 2005; Zaluar & Ribeiro 2009).

Esta é uma importante questão no debate, na medida em que há um grande hiato entre as interpretações que ignoram ou negam a moralidade ou o etos predominante entre trabalhadores pobres em algumas vizinhanças, opondo a sociabilidade predominante entre pobres ou favelados ora à ideologia burguesa (Machado da Silva 2004) –a sociabilidade violenta–, ora à ordem convencional e formal de uma das partes da cidade. Misse (1995) sugere uma dicotomia entre os crimes dos ricos e os crimes dos pobres, defendendo a “associação de um certo tipo de criminalidade com certos modos de operar o poder das classes subalternas “marginalizadas”. Os dois autores parecem, portanto, negar divisões internas profundas dentro do proletariado urbano relativas à moralidade e ao modo de operar o poder.

Machado da Silva (2004: 54-59) afirma que a sociabilidade violenta é uma cultura autônoma em relação ao que ora denomina organização estatal, ora convencional das atividades cotidianas. A sociabilidade violenta e a convencional não estariam em luta, mas conviveriam diante da inevitabilidade da primeira, já entranhada nas atividades cotidianas da população urbana pobre. Portanto, não caberia o uso da categoria crime ou desvio para descrever e muito menos entender o que “comumente” se chama violência urbana, pois “como categoria de entendimento e referência para modelos de conduta, a violência urbana está no centro de uma formação discursiva que expressa a forma de vida constituída pelo uso da força como princípio organizador das relações sociais”.

Quando analisa os modos de operar o poder que seriam típicos das classes subalternas, Misse sugere que se trata de uma cultura autônoma, marca de classe social, que ignora solenemente a oposição legal/ ilegal. Suas afirmações apontam igualmente para a indistinção entre o informal e o ilegal que estaria “estruturalmente conectado às chamadas populações marginais, aos seus modos de operar o poder nas condições de subalternidade, de forte hierarquização social, de absoluta falta de grana, de inexistência real de cidadania” (Misse 1995: 17).

De fato, os dois autores aderem à teoria da estrutura de classes, concebidas no marxismo, na permanente luta econômica entre elas, como o fio condutor para se entender todas as questões relativas à criminalidade violenta, mesmo aquelas que não constituem crimes, como a desregulamentação e a informalidade.

Quanto aos modos de operar o poder, que seriam uniformes e consensuais nas classes subalternas segundo os citados autores, encontrei grande riqueza de material etnográfico que demonstra justamente o contrário, se a palavra do nativo for a decisiva a respeito de suas práticas:

Todavia, apesar das privações que a pobreza traz, apesar do esforço incessante e desgastante, apesar das possíveis humilhações por parte de patrões, o trabalho ainda é a fonte de superioridade moral dos trabalhadores e seus familiares [...] bandidos andam armados, trabalhadores, não.” [...] “A fácil aquisição de armas de fogo, especialmente pelos adolescentes que não teriam outros meios para impor sua vontade aos demais homens do local, provoca uma reviravolta nas relações de poder no interior desta população antes regida pela hierarquia entre as gerações. A autoridade dos homens adultos sofre um duro golpe das novas formas de contestação dos jovens revoltados (com arma na cintura)” [...] “A dificuldade de se fazer obedecer pelos jovens deste tipo é uma queixa constante dos responsáveis pela ordem e disciplina do bloco de carnaval. Porque este é uma organização burocrática e executora de um plano coletivo montado com o auxílio de muitos, uma certa disciplina de seus componentes e a ordem no desfile são aspectos fundamentais de seu funcionamento” (Zaluar 1985: 146-147).

Mesmo nos períodos em que mais favelas estavam sob o domínio armado de traficantes, continuei a recolher depoimentos que apontavam para outras formas de pensar e organizar o poder dentro delas. Líderes comunitários independentes do tráfico continuaram a exercer suas atividades, mesmo que limitadas, fora das associações de moradores que foram sendo controladas seja pelos paramilitares que compõem algumas das “milícias”1 (Zaluar & Conceição 2007; Cano 2008), seja por traficantes (Zaluar 1994, 2004). Mais nas segundas do que nas primeiras!

Posteriormente, já tendo incorporado as teorias de Norbert Elias sobre o processo civilizador, que abrange a sensibilização para o sofrimento alheio e o controle das emoções, eu observei que, concomitantemente às diferenças na avaliação moral de ações classificadas como “crime” pelos nativos das favelas cariocas, havia também alterações na sensibilidade dos que eram envolvidos nas atividades do tráfico que se tornavam cada vez mais cruéis. O horror, porém, nunca foi aceito pela grande maioria dos moradores, embora estes tivessem que aprender a conviver com as formas despóticas de poder tão perto de suas casas.

Entretanto, ao circunscrever um novo tipo de sociabilidade, de “modo de operar o poder” ou um novo “etos” não estaríamos dando nomes diferentes a fenômenos que guardariam grande superposição empírica? Os campos semânticos dos conceitos de “etos guerreiro”, “hipermasculinidade”, “sociabilidade violenta”, e até mesmo a de “mercadoria política”, a despeito de seus diferentes contextos teóricos, não teriam muito em comum? Todos se referem a práticas sociais que mudaram a forma de pensamento, sentimento e ação, portanto admitindo a dimensão da subjetividade dos homens jovens envolvidos nas tramas do tráfico de drogas ilegais no Brasil, fazendo-os agir de forma cada vez mais brutal e mais insensível para com o sofrimento alheio. Todos apontam para a dimensão do poder, ou a busca do domínio sobre o outro, como a motivação e o objetivo básicos de tais práticas. De fato, os conceitos, embora nem sempre clara e explicitamente, remetem tanto aos códigos de boas maneiras que presidem as relações entre indivíduos e grupos nas áreas “informais” ou “marginalizadas” da cidade, quanto às configurações psíquicas dentro da pessoa, isto é, o modo de controlar suas emoções e relacionar-se consigo mesmo (Elias 2000). Em poucas palavras, ao abordar os fenômenos do crime e da violência pelas relações sociais locais, afirma-se também que é preciso levar em conta a dimensão da sociabilidade, qualquer que seja o nome dado a ela, para buscar as saídas.

Mas tal discussão exige muito mais trabalho de campo etnográfico e mais pesquisa histórica do que já foram realizados até hoje. Isso sem, claro, generalizar tal etos, sociabilidade ou modo de operar o poder para toda a classe social, seja ela chamada de classes populares, classes subalternas ou “populações marginais”, focalizando a estrutura de classes no momento como se fosse a estrutura social. A maior divergência estaria, sim, no lugar que os processos de longo prazo teriam nas tentativas de interpretação da violência entre os homens jovens e pobres no Brasil, mais especificamente na cidade do Rio de Janeiro. Tais processos, que Elias e outros estudaram (Elias 2000; Wouters 2004: 193-211) no contexto social da Europa desde a Idade Média, a obra de Elias e, mais recentemente, os estudos de Dunning e Wouters abarcam as regras de fair play e de relacionamento entre pessoas de diferentes classes sociais, gêneros e gerações como parte do longo processo de ordenamento ou disciplina que substituiu a destruição física dos rivais pelo controle das emoções na rivalidade regrada. Este longo processo foi observado no jogo parlamentar, na competição esportiva (Elias & Dunning 1993) ou nos desfiles das escolas de samba do Rio de Janeiro (Zaluar 1997), revelando outras dimensões e segmentações das classes sociais.

Elias e Dunning focalizaram, pois, algumas das novas configurações relacionais que surgiram na Inglaterra quando do desenvolvimento do jogo parlamentar, no qual as partes em disputa passaram a confiar que não seriam mortas ou exiladas pelos rivais, caso perdessem a contenda, e nas competições esportivas, em que as regras garantiam que os competidores permaneceriam vivos após o fim do jogo. As regras acordadas seriam seguidas pelos parceiros que dele participassem no intuito de resolver conflitos verbalmente, no primeiro caso, ou pelo exímio uso da técnica esportiva, no segundo. Na sociedade assim pacificada, o monopólio legítimo da violência pelo Estado foi efetivado por modificações nas características pessoais de cada cidadão: o controle das emoções e da violência física, o fim da autoindulgência excessiva, a diminuição do prazer de infligir dor ao alheio. Esse processo civilizador não foi, entretanto, uniforme. Onde o Estado fosse fraco, um prêmio era colocado nos papéis militares, o que resultaria na consolidação de uma classe dominante militar (Elias & Dunning 1993: 233). Onde os laços segmentais ou paroquiais fossem mais fortes, o que acontece em áreas sob o regime oligárquico ou em bairros populares e vizinhanças pobres em cidades modernas, o orgulho e o sentimento de adesão ao grupo diminuíram a pressão social para o controle das emoções e da violência física, resultando em baixos sentimentos de culpa no uso aberto da violência para resolver conflitos (Zaluar 1997). A estrutura de classes reaparece em outras dimensões, não permitindo a simplificação dicotômica por criar segmentação dentro delas.

Ao usar a sociologia figuracional de Elias, com seu foco no processo histórico, com avanços e retrocessos, concluí, portanto, que, no

Brasil, estava em andamento um retrocesso nos códigos de conduta e no autocontrole individual que fez aumentar a criminalidade violenta em percentuais tão altos que é impossível negar ou disfarçar o fenômeno com teorias do tipo “medo veiculado pela mídia”, embora esse medo também fosse real e veiculado pela mídia. O foco passou a ser, para mim, o processo de pacificação dos costumes, ou o que se poderia chamar “a cultura da civilidade”, que transformou a relação entre o Estado e a sociedade, dividida em classes sociais, etnias, raças, grupos de idade, gêneros, afiliações religiosas, imprescindíveis no entendimento das impressionantes diferenças nas taxas de criminalidade aqui encontradas.

Ao sublinhar a civilidade em vez da etiqueta ou do código de boas maneiras, interpretei o processo civilizatório pelo viés político-institucional do monopólio legítimo da violência pelo Estado e as mudanças na formação subjetiva devido ao fair play e ao controle das emoções, especialmente ao fazer a comparação entre países, na linha adotada por Elias para falar especificamente da violência. Enquanto os países europeus haviam sofrido nos dois séculos anteriores um processo bem-sucedido de desarmamento de sua população civil, proibindo duelos, efetivando o monopólio da violência pelo Estado, nos Estados Unidos a Constituição continuou a garantir a qualquer cidadão o direito de ter e negociar armas. No Brasil, a violência costumeira dos proprietários de terra, com seus exércitos privados que lhes valeram o título de “coronéis”, depois com seus capangas e pistoleiros atuando também nas cidades, impediu o monopólio legítimo da violência. Nos Estados Unidos, Colômbia e México, onde ocorreram prolongadas e mortíferas guerras civis, armas de fogo se espalharam pela população civil mesmo depois do fim dessas guerras. Isso explicaria em grande medida porque tantos jovens pobres e negros foram mortos nas últimas décadas nos Estados Unidos e no Brasil com o advento de novas formas de crime organizado vinculadas ao tráfico ilegal de drogas e à facilidade de obtenção de armas de fogo em alguns locais. Há, portanto, um claro contraste entre países europeus, onde existe um controle severo de armas e onde os grupos juvenis não estão tão vinculados ao crime organizado, e países do continente americano, inclusive os Estados Unidos da América e o Brasil, onde impera a conjunção entre a facilidade de obtenção de armas de fogo e a penetração do crime organizado na vida econômica, social e política do país (Zaluar 1997 e 2004).

Não obstante, houve retrocessos na Europa tão civilizada. Longe de ser algo peculiar à formação social brasileira (ou à sempre mal interpretada vocação carioca para a desordem), tais processos e seus retrocessos aconteceram em outros países. As recentes ondas de xenofobia e de nacionalismo, a partir da década de 1970, quando tensões e conflitos decorrentes da imigração, com a exacerbação de sentimentos étnicos e nacionais, aos quais se adicionaram as dificuldades de obter emprego e se integrar à escola, são apontados como elementos da cadeia de efeitos que levaram à explosão da criminalidade violenta e ao fenômeno das galères nas cidades francesas, particularmente em Paris. Tanto Dubet (1987) quanto Lagrange (1995) dão grande importância ao desmantelamento dos bairros operários e ao enfraquecimento do movimento operário como o pano de fundo para o aparecimento das galeras de jovens na periferia de Paris. O princípio explicador de sua conduta não seria a pobreza, mas a exclusão, termo que se refere a diversos processos simultâneos, entre os quais se inclui o desemprego, o afastamento da escola, a estigmatização pelo uso de drogas, o enfraquecimento dos movimentos sociais (novos e velhos), assim como a diluição dos laços sociais nos bairros operários e a própria ausência do conflito social regrado pelas organizações de classe, de bairro e de partido político, substituídos pelo vazio e pela raiva (Zaluar 2011). Aqui o pano de fundo não é tanto o conflito capital x trabalho, mas a complexa engenharia política da seguridade social e da precarização do trabalho que atinge diversas classes de trabalhadores, mas não da mesma maneira e no mesmo grau.

fair play