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Descubre los diferentes finales

 

El libro que vas a leer cuenta una historia que puede transformarse en muchas diferentes, en función de tus elecciones. En algunas páginas deberás tomar decisiones que marcarán el desarrollo del argumento y te llevarán a distintos tipos de conclusiones. Cada librojuego tiene su propia combinación de escenas y finales.

En el caso de Solsticio ardiente hay 85 escenas (una de ellas, secreta) y 14 finales distintos:

 

• El final favorito de la autora

• El final del camino más corto del librojuego

• Cuatro finales buenos

• Un final tibio

• Dos finales mágicos

• Dos malos finales

• Un final especial

• Un final ridículo

• Un final fulminante

 

¿Te atreves a encontrarlos todos? Tendrás que atreverte a probar cosas que hasta ahora no habías imaginado...

 

 

... ¿Y serás capaz de encontrar los contenidos secretos?

 

Solsticio ardiente tiene una escena secreta, muy especial. Para encontrar este contenido deberás usar tu astucia... y prestar atención a los números.

1. Inicio

 

Acabamos de llegar a la pequeña cala de la Costa Brava, y ya sé que este año la noche de San Juan será inolvidable. El viento cálido se filtra entre las agujas de los pinos en el bosque cercano y la luz del atardecer tiñe el cielo de un color rojizo. El mar, de un azul profundo, está tranquilo y parece que, salvo un grupo de personas que se ven en el otro extremo de la cala, mis amigas y yo estamos solas. Cierro los ojos y siento la agradable brisa en mi piel: me gusta este sitio. De hecho, desde que mis amigas y yo tuvimos la idea hace tres años de hacer un ritual cada San Juan, este es el lugar más mágico en el que lo hemos hecho.

—¿Te gusta? —oigo a mi espalda. Es Alba—. Lo sabía, sabía que a ti te gustaría. Menos mal, porque algunas no hacen más que quejarse...

Sé a quién se refiere: a Carlota. La busco con la mirada y la encuentro bajando con desgana las neveras portátiles, por la empinada escalera de acceso a la cala.

—Es perfecto —digo a Alba—. Bosque y mar, no creo que se pueda pedir más. Este año la celebración va a ser genial. Has acertado trayéndonos aquí.

Nuestro ritual de San Juan consiste en una celebración trivial, en la que lo principal es liberarnos y pasárnoslo bien. Un poco al estilo de las antiguas bacantes o también llamadas ménades griegas. Hacemos una hoguera más o menos grande y alrededor de ella bebemos, comemos, fumamos, bailamos, corremos, reímos, nos pintamos con pinturas de guerra y pasamos la noche al raso del verano. Solo hay dos reglas esta noche: la primera, hacer lo que no te atreverías a hacer el resto del año, y la segunda, y más importante, seguir tus instintos animales y dejar por un momento de lado la racionalidad humana. La finalidad es fundirnos con la naturaleza y volver a ser parte de ella. Y la sensación, antes, durante y después de estos rituales, nos sigue fascinando tanto como para repetirlos cada año.

Miro a mi alrededor. Mis amigas ya han empezado a instalarse, se dejan caer de culo sobre la arena, cerca del bosque, cansadas después de bajar las empinadas escaleras de acceso a la cala, cargadas con cestas de comida, tambores y sacos de dormir desde nuestra furgoneta.

Al mirarlas no puedo evitar sentir un pinchazo en el estómago. Esta será la última noche que estaremos todas juntas, antes de que me vaya un año de Erasmus a Italia, y las voy a extrañar tanto… Nunca, desde que nos conocimos en el primer año de carrera (y ya estamos en el último), me había separado de ellas tanto tiempo. Echaré de menos a Alba, la pequeña Alba, tostada por el sol, de ojos oscuros y cabello castaño. A Max (Mad Max para las amigas), que siempre está ahí, protegiéndome con sus grandes manos y su ancha espalda. La única que intentó persuadirme de no hacerme las largas rastas rojizas que luzco, ‘parecerás una neo hippy’ me dijo, sin contar con que mi cuerpo delgado, mi ropa de algodón y el maquillaje de mis ojos marrón claro ya me dan un poco ese aspecto. Y a Iris, por supuesto, también echaré en falta a Iris, un alto y esbelto trozo de nube pelirrojo y alegre.

Y Carlota... bueno, ella y yo somos lo suficientemente opuestas para saber que seguramente no la echaré demasiado de menos.

Justo detrás de ellas se abre un camino que se adentra en el bosque. El suelo es irregular, lleno de raíces de pino, y sería un túnel si estuviera cubierto. Hay algo que me atrae a él y me dan unas ganas terribles de seguirlo y explorar un poco. Pero el aroma a sal hace que me vuelva y observe el mar en calma. Mirándolo me pregunto cómo estará el agua... y justo en ese momento Alba se deshace de su vestido largo lleno de colores, y Max de su camiseta de rayas y su short tejano, y corren a meterse en el mar enfundadas en dos diminutos bikinis. Parece que ellas tienen claro que debe de estar fantástica.

—¡Estáis locas! —les grita Iris, que está haciendo un círculo con los sacos de dormir de todas sobre la arena. Me pasa uno y me pregunta—: ¿Me ayudas?

 

• Qué cabeza tengo, ¡me he dejado el móvil en la furgoneta!¡voy a por él, quiero capturar cada momento de esta noche! > Ve a 62

• Tengo ganas de desinhibirme, ¡me voy al agua! > Ve a 2

• Mejor ayudo a Iris con los preparativos de la cena. > Ve a 3

• Creo que voy a inspeccionar el bosque. > Ve a 61

2

 

Max parece haber empezado su juego favorito: quitar sujetadores. Siempre gana a ese juego por dos motivos: el primero porque nadie puede igualarla en fuerza física, tiene la figura de una nadadora y además practica escalada. El segundo porque ata su bikini, con forma de triángulo y estampado tribal blanco y negro, con un nudo especial tan fuerte que nadie es capaz de deshacerlo. Este juego no siempre estuvo tan desequilibrado, al principio era un juego de todas contra todas, pero su aplastante superioridad hizo que se convirtiera en una huida general para conservar nuestra ropa si ella está cerca.

Por eso no me extraña que cuando llego a donde están Alba y ella, ya le esté desatando su top rosa y verde, mientras su víctima se deshace en carcajadas.

—¡Eh tú! —le grito para distraerla de su presa y que esta pueda huir.

Al verme, suelta a Alba, que se le sube a la espalda. La atrapamos entre las dos y entonces pongo en práctica un ataque maestro: me meto bajo el agua e intento desestabilizarla atacándole las corvas y el interior de los muslos, donde más cosquillas tiene. Lo consigo y Alba y Max caen al agua. Ambas llevan bikinis anudados a la espalda y la cadera así que solo tengo que tirar de alguno de los nudos y... Voilà! Ya tengo uno de los bikinis en la mano.

Quiero salir corriendo del agua pero Max me atrapa por la cintura. Entonces me doy cuenta de que el top que llevo en la mano es el suyo. Y para colmo, mientras ella intenta recuperarlo, Alba ataca, quitándole las braguitas. Casi no podemos creer que estemos derrotando a Max que está muy, muy cabreada. Tanto que se olvida de recuperar su top e intenta quitarme mi braguita a traición. Al notar que mi bikini no está atado, sino que es una braguita entera, mete la mano dentro de ella sin ninguna piedad, justo entre mis piernas. Pienso que quiere rompérmelas y protesto intentando inútilmente zafarme de su ataque.

—¡Me lo vas a romper! —le grito entre risas—. ¡Mad Max, para!

—¡Devuélveme mi bikini! —y añade con voz más suave en mi oído—: O atente a las consecuencias...

Entiendo sus palabras como un desafío pero hay algo más… esa indiscreta mano suya parece haberse vuelto más traviesa...

 

• Está bien, se lo devolveré... > Ve a 4

• Que me atrape si lo quiere... > Ve a 5

3

 

No vale escaquearse y dejar todo el trabajo a las demás, así que pregunto a Iris que parece dirigirlo todo qué puedo hacer y me pongo a ayudar con la comida.

—Hay bocadillos, tortilla, bolsas de patatas... y creo que Alba ha traído dulces para después de cenar... en fin, tú misma... —me informa.

Yo me dirijo a las neveras portátiles, que están cerca de donde Carlota está sentada con cara de asco. Abro la primera que está llena de botellas de vino, saco una y se la enseño a Iris.

—Bueno, también puedes hacer la sangría —me sugiere con una sonrisa.

Me parece una idea excelente, hago un hueco en la mesa de camping en la que Iris está cortando embutido y empiezo a cortar naranjas y limones.

Iris siempre acaba haciendo la mayor parte del trabajo y es un amor tan grande de chica que no es justo. Cualquiera al verla diría que puede ser engreída, o antipática, pero no lo es en absoluto. Por su aspecto físico podría dedicarse perfectamente al mundo de la moda, si no fuera porque prefiere el de las matemáticas. Es alta, estilizada, de piel blanca, ojos verdes rasgados y pelo rojizo. Además siempre tiene mucho estilo vistiendo. El vestido turquesa de algodón, y el bikini blanco y azul con decoraciones en dorado que lleva hoy, son buenos ejemplos de ello.

—¿Estás segura de que este vino servirá para la sangría? —me pregunta Iris inspeccionando con la vista la botella que tengo en la mano.

—Pues no lo sé —le digo siguiéndole el juego—, ¿hacemos una cata primero? —Asentimos divertidas y descorchamos el vino, nos llenamos dos vasos de plástico y después de un largo sorbo le damos nuestra aprobación por unanimidad.

—Un poco fuerte... ¿cuántos grados tiene? —pregunta Iris.

—¿Y qué importa? —le digo—. Nadie va a conducir hasta mañana.

En ese momento Alba sale del bosque con dos piedras enormes y un cigarrillo a punto de caer de sus labios. Carlota lo coge rápidamente y le da una calada.

—En vez del cigarro podías haber cogido una piedra, bonita. —Alba las deja caer sobre la arena y nos pide un vaso de vino

—Las piedras son para el fuego. Tendríamos que cavar un agujero en la arena y ponerlas en el fondo, así aislaríamos un poco la humedad. Encima irían los troncos que hemos traído y lo demás... yo creo que funcionará, ¿qué os parece?

Me acerco al lugar donde ha dejado caer las piedras y me ofrezco a cavar el agujero, entonces un gritito de Iris, seguido de una risa nerviosa, nos saca de nuestro quehacer.

—¡Dios! —exclama roja como un tomate—. Qué susto...

Junto a ella hay un chico altísimo y rubio, con unas rastas hasta la cintura, muy parecidas a las mías. Sonríe e intenta calmar torpemente a Iris.

Hi!, I’m Erik. Necesito ayuda con fuego. —Habla despacio y su pronunciación no es muy buena, pero se esfuerza y eso le hace parecer, a pesar de su pinta de vikingo, un chico tierno—. ¿Puedes ayudar mí?

 

• Por supuesto, de pronto me siento una experta en encender fuegos. > Ve a 6

• Parece un poco paradito ¿Dónde está el vino? > Ve a 7

4

 

Me rindo y se lo devuelvo, mis fuerzas se diluyen en medio de un ataque de risa.

—¿Salimos del agua? —pregunta Alba. Max y yo secundamos su idea y caminamos hacia la arena. Max va atándose el bikini y recogiéndose la melena rizada y oscura en una cola alta. Alba y yo chocamos las manos en un gesto de triunfo, ¡por fin hemos podido vencerla y despeinarla! Ella se da cuenta y hace amago de venir a por mí. No creo que tenga fuerzas para seguir jugando, pero por si acaso me alejo, protegiendo mi bikini azul con las manos. Una vez fuera del agua notamos el frío de la tarde y corremos a por nuestras toallas.

—¿Por qué se habrá ido ya el sol? —me quejo.

—¿Vamos a las rocas?, parece que allí aún toca un poco —sugiere Max.

Alba prefiere acurrucarse en una esquina y entrar en calor con un vaso de vino, así que Max y yo vamos hacia las rocas a sentarnos como dos lagartijas al sol. Froto el cuerpo de Max enérgicamente con mi toalla para secarla y ella hace lo mismo conmigo.

—Te voy a echar de menos, rayito de luz —me dice y me da un largo beso en la mejilla.

—Y yo a ti, pero te escribiré e-mails y nos llamaremos...

—Pero no será lo mismo... —ella me atrae contra su pecho, con fuerza, ternura y calidez—. Pensaré muchísimo en ti, lo sé...

Ese tono en su voz... me aparto de ella lentamente. Su contacto no me desagrada pero hay algo... la miro directamente a los ojos, ¿podría haber en ellos deseo? Sus manos acarician mi cara, recorren mi cuello, mi hombro, las largas rastas rojizas en mi pelo.

—Helena, esta es nuestra última noche antes de que te vayas y quiero que sea una despedida que recuerdes mientras estás lejos.

—Gracias pero... —Max me calla poniendo uno de sus dedos sobre mis labios. Con ese pequeño contacto siento un escalofrío. Sigo aguantando su mirada y empiezo a ponerme nerviosa. Siempre ha existido cierta tensión sexual entre nosotras, aunque hasta el momento hayamos decidido ignorarla. Me callo y la escucho. A nuestro alrededor todo parece en paz en ese momento.

—Voy a pedirte una cosa. Que esta noche te liberes de todo. De lo que eres, de tus prejuicios, de tus miedos... esta noche todo tiene que ser posible. Porque te lo mereces.

Su dedo sigue sobre mis labios, pero ahora los acaricia casi sin tocarlos. Sus ojos penetran aún más en los míos. Esperan una respuesta y mi cuerpo está preparado para dársela.

—Vale —susurro deslizando mis labios sobre los suyos, en un corto beso.

 

• Es tan dulce... sí, deseo más. > Ve a 8

• Es mi amiga, no quiero seguir por ahí... > Ve a 9

5

 

Salgo del agua mostrando orgullosa mi trofeo. Max me pisa los talones y Alba intenta sin éxito evitar que me atrape, agarrándola por la cintura. Pienso en volver con el resto de mis amigas pero me atraparía enseguida, así que escapo hasta el otro extremo de la cala.

Llegando a las rocas freno mi carrera al acercarme a un grupo de chicos sentados en la arena. Max lo aprovecha para hacerme un placaje perfecto, que arranca silbidos y aplausos del público masculino.

—Mira que eres bruta —le recrimino. Pese a que la arena ha amortiguado el golpe, la caída me ha dolido. Al poco llega Alba, respirando con el corazón en la boca.

Max me arrebata su bikini y todavía sobre mí se lo anuda mientras saluda al respetable y da las gracias por los aplausos. Cuando por fin se aparta, me incorporo un poco mareada y me doy cuenta de que varios abalorios que adornaban mis rastas se han desprendido y desperdigado por la playa.

—Toma —me dice un chico rubio y altísimo alcanzándome una cuenta de madera pintada. Parece un vikingo de ojos claros y rastas hasta la cintura, muy parecidas a las mías.

—Puedo poner si quieres —me dice con tono amable.

—Gracias —le contesto con una sonrisa—. Me llamo Helena.

—Erik —responde, y se me acerca y me da dos tímidos besos. Noto sus labios gruesos y cálidos en mi mejilla. Nos sentamos sobre su toalla y saca de su mochila un pequeño costurero de viaje. En silencio introduce el abalorio en una de mis rastas rojizas y lo cose con hilo de pescar. El ligero tirón de mis cabellos y la presencia de Erik en mi espalda, su respiración en mi piel, me hace sentir inesperadamente bien. Me acerco un poco más a él cuando me lo pide y siento que voy a deshacerme cuando recoge mi pelo en un moño y sacude la arena de mi cuello y mis hombros.

—Bueno, Helena —Alba se acerca y se sienta a mi lado—, ¿vamos ya con las demás?

 

• Está bien, pero ¿por qué no invitarlos a que vengan a nuestro fuego más tarde? > Ve a 10

• ¿Y si vienen con nosotras ahora y unimos nuestras cenas...y lo que haga falta? > Ve a 11

• No creo que mis amigas quieran que vengan con nosotras, pero a mí me apetece quedarme un rato más con ellos... > Ve a 22

6

 

—Por supuesto —digo a Erik, ante la sorpresa de Alba—, estábamos a punto de encender el nuestro. Ven, te enseñaré cómo hacerlo.

Me doy cuenta de la mirada cómplice que se dirigen Alba, Iris y Carlota. Se me ha visto el plumero, sí, ¡pero es que es tan mono...! Y quizás, acordándome de lo que me acaba de explicar Alba, logre no hacer el ridículo del todo.

—¿Habéis traído madera? —le pregunto mostrándole nuestros troncos. Él se limita a sonreír y a asentir con la cabeza. Señala el otro extremo de la cala, donde están el resto de sus amigos, y los saluda con la mano. Después vuelve a mirar nuestro incipiente fuego, estudia con curiosidad las piedras que Alba acaba de traer, dubitativo, como buscando las palabras para preguntar algo. Por cómo entorna los ojos y se frota la frente con la palma de la mano empiezo a pensar que sea lo que sea, si no lo dice pronto, le explotará la cabeza.

—Si queréis, podemos ir a ayudaros…

—¿Alcohol? —pregunta finalmente Erik. Iris saca una botella de whisky de una nevera portátil y me la alcanza.

—Dale de esto a ver si arranca —sugiere, así que dejo los troncos y le sirvo un chupito. Por la manera en como se lo traga de una vez, podemos confirmar que no es el primero de la tarde.

—O.K., Erik.

Quiero que se centre en lo que le digo, así que intento quitarle el vaso de la mano, pero en lugar de eso, no sé cómo, es él quien me quita la botella a mí y se sirve otro trago. Tengo que reaccionar rápido antes de que nos deje sin existencias o se atonte del todo, y parece que no hay manera de hablar con él. En un último intento para que me escuche le cojo de la barbilla y le obligo a mirarme a los ojos, gesto que, no sé por qué, le hace entender que quiero que me bese. Sin previo aviso me atrapa entre sus brazos y presiona sus labios calientes contra los míos. Después los entreabre para introducir su lengua, fría y ebria de whisky en mi boca. Quiero resistirme pero todo es tan rápido que, cuando pienso en hacerlo, mi cuerpo ya ha respondido dándole la bienvenida. Después de recorrer toda mi boca con su lengua, se separa de mí tan de improviso como me atrapó, y me dice:

Come on baby, light my FIRE!

Me quedo a cuadros y bastante indignada. ¿Quién le ha dado permiso para hacer lo que ha hecho? Quizá sí que necesite realmente que alguien le encienda la hoguera… en la playa y en otra parte.

 

• Bueno, puedo hacer un esfuerzo. Ya voy y le enciendo yo el fuego que haga falta… > Ve a 12

• Le doy algo de leña y que se apañe solo, que ya es mayorcito. > Ve a 13

• No tiene puñetera gracia. Alba, ¿podrías enseñarle a este paradito cómo se hace un buen fuego? > Ve a 14

7

 

Esta noche me apetece un plan de chicas y me da pereza todo lo que tenga que ver con hombres y sus problemas, así que dejo a Alba enseñándole a Erik los fundamentos de una buena hoguera y vuelvo a la zona de las neveras portátiles.

—Un poco de calimocho tampoco estaría mal —le digo a Iris al ver las botellas de refresco.

—No, mujer —aclara Carlota—, esas son mías, que no bebo alcohol.

—¿Qué? —le espeto incrédula. No conozco mucho a Carlota, y tampoco tengo muchas intenciones de conocerla mejor. Su pelo de alisado perfecto, sus shorts amarillos a conjunto con sus gafas DKNY, su perfecta raya en el ojo y su perfecta french manicure, me dan una idea de lo increíblemente distintas que somos. Así como el hecho de que no haya parado de quejarse por todo desde que salimos de Barcelona.

—¿Fumas como un carretero pero no bebes alcohol?

—Bueno, es que fumar es guay, pero beber alcohol... es de borrachuzas...

Dejo la botella donde estaba y me doy cuenta de que toda la comida ya está dispuesta en platos de plástico sobre los sacos de dormir. Nuestras improvisadas mesas y asientos. Solo nos falta acabar algunos cócteles, de los que tengo que encargarme yo. Iris, que ha hecho casi todo el trabajo, se sienta a mi lado y enciende otro cigarro. Me sonríe con complicidad, sabe que en realidad no soy muy dada a beber y creo que nunca nos hemos emborrachado realmente.

—Siempre que bebo un poco —explico—, recuerdo la noche en que conocí a mi ex, hace un par de años. Fue algo mágico. Acabamos durmiendo en un parque.

—¿En un parque? —pregunta Carlota mientras saca un pequeño espejo y un lápiz perfilador de un bolsillo de sus shorts.

No deja de parecerme curioso ver a una persona tan acicalada en medio de un entorno tan salvaje e inspirador. ¿No se da cuenta de dónde estamos? Es una cala pequeña, a la que se accede bajando unas empinadísimas escaleras, rodeada de paredes rocosas y arena gruesa. El mar a empezado a agitarse y las olas rompen con fuerza contra las rocas, que se pierden en el interior de un bosque de pinos, alto y espeso. El olor, la luz, el sonido... todo evoca a la naturaleza más pura y desordenada. Y en medio de todo ello, ahí está Carlota, plantada como una seta, con un espejo de bolso en una mano y un lápiz perfilador en la otra. Como preparándose para asistir a un cóctel. Increíble.

—Sí, en un parque —vuelvo a la conversación—. Se me acercó en un bar y bailamos un rato. Nos pasamos casi una hora tonteando y besándonos, no hablamos casi nada. Él estaba más interesado en utilizar su lengua de otra manera.

—¿Le dejaste que te metiera la lengua en la boca y te fuiste a dormir con él a un parque? —Carlota parece asqueada, ¿de verdad es tan estrecha o solo se lo hace?

—Si hubiese sido solo en la boca... —le digo para escandalizarla un poco más— se puede decir que me conquistó con su lengua. Si quieres te explico cómo...

 

• ¡Me encanta escandalizarla, voy a seguir un rato más haciéndolo! > Ve a 15

• Iris, ¿tienes algo que añadir? > Ve a 16

8

 

Cierro los ojos y dejo que su lengua entre dulcemente en mi boca, encuentre la mía y la provoque en una danza lenta, suave y húmeda. Mi mano acaricia su pelo rizado y espeso y mis labios presionan con más fuerza los suyos. Mi lengua explora toda su boca, roza sus dientes, se emborracha de su sabor y el placer consigue nublar mis pensamientos por un momento. Me sorprendo a mí misma liberándome y deseando seguir adelante. Quiero saber adónde va a llevarme este camino, resolver de una vez la tensión sexual que hay entre nosotras, y no se me ocurre mejor momento que este para hacerlo. Me relajo y admito que deseo el contacto de su cuerpo. La abrazo presionando su pecho contra el mío y entonces mis labios se dirigen a su cuello, lamiendo el agua salada. Al roce de mi lengua Max emite un ligero gemido, que me calienta y satisface tanto como si fuera mío. Solo sé que la quiero más cerca de mí, su cuerpo cerca de mi cuerpo, su piel, sus manos...

 

• Me dejo dar un masaje por ella. > Ve a 17

• Quiero explorar sus partes más íntimas, más suaves. > Ve a 18

• Quiero abrazarla y acunarla en un gesto lleno de dulzura. > Ve a 19

9

 

Mientras me besa una luz de alarma se enciende en mi cabeza y mis labios se apartan de los suyos como del fuego:

—No... —susurro—. No creo que sea buena idea. Esto puede enrarecerlo todo...

—Solo son caricias y besos —me responde dulcemente—, si nuestros cuerpos lo desean deberíamos...

—No, —aparto su mano de mi mejilla y la miro fijamente a los ojos— mi cuerpo no me pide esto, no te equivoques.

La mirada de Max se endurece y su expresión entera cambia. Se aleja de mí.

—Creo que debería volver —sentencia. Se pone de pie y coge su toalla—. Esta tiene que ser una noche especial para ti y yo soy la última persona que querría estropeártela.

Quisiera decir algo pero, ¿qué? En silencio, la observo descender por las rocas y no puedo evitar tener la sensación de que la he decepcionado. Quizás en realidad no estoy dispuesta a desinhibirme del todo, quizá no soy lo suficientemente valiente. Me arropo con mi toalla y observo la playa. Iris y Carlota siguen con los preparativos para la cena. Quizá sería buena idea ir a ayudarlas.

 

• Ya he hecho bastante el vago, voy a ayudar a preparar la cena. > Ve a 3