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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Dani Collins

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Baile de disfraces, n.º 2398 - julio 2015

Título original: The Ultimate Seduction

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6770-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Tiffany Davis fingió ignorar la dura mirada que su padre y su hermano le lanzaron cuando entró en el despacho. No era fácil dejar que sus seres queridos la juzgaran por no haber ocultado lo bastante bien sus cicatrices. Le daban ganas de tirar a la basura el maquillaje líquido. «Este es el aspecto que tengo ahora. Tendréis que aceptarlo», quiso gritarles.

Pero su hermano le había salvado la vida al sacarla del coche en llamas. Ya se sentía bastante culpable por el accidente. Y todavía lloraba la muerte del novio de ella, su mejor amigo, y todo lo demás que Tiffany había perdido. No debía echar más sal en la herida, se dijo ella.

«Buena chica. Sigue mordiéndote la lengua para no decir lo que quieres. Así fue como te metiste en esto», se reprendió a sí misma con ironía.

Suspirando, Tiffany pensó que, quizá, era hora de hacer otra visita al psicólogo, ya que su mente no dejaba de llevarla una y otra vez a esa clase de monólogos interiores. Ambos hombres se pusieron tensos al escuchar su áspera exhalación.

Estar furiosa a todas horas era algo nuevo para Tiffany. Incluso para ella era difícil de aceptar, así que no podía culpar a su familia por reaccionar así. Sin embargo, su comprensión no calmaba su irritación.

—¿Sí? —preguntó Tiffany, echando mano de la poca paciencia que tenía esos días.

—Dínoslo tú. ¿Qué es esto? —inquirió Christian a su vez, al mismo tiempo que señalaba con la cabeza hacia una caja abierta que había sobre el escritorio de su padre. La tapa estaba marcada con el logotipo de una mensajería internacional y su contenido parecía el intento de un taxidermista de unir un cuervo con un pavo real.

—¿La boa de plumas que pedisteis por Navidad? —bromeó ella con ironía.

Sin embargo, ninguno de los dos hombres sonrió.

—Hablo en serio, Tiff —repuso Christian—. ¿Por qué esta máscara lleva tu nombre? ¿Has pedido ir tú en mi lugar?

A pesar de que no entendía a qué se referían, la angustia se apoderó de ella al ver aquel tocado. Después de haber llevado la cara vendada durante un año, se había jurado no volver a ponerse nunca más una máscara en la cara.

—No sé de qué me hablas.

Su tono helado hizo que ambos hombres apretaran los labios. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? La tensión que había entre su familia y ella podía palparse cada minuto del día. Si los atacaba, ellos se ponían a la defensiva. Si les mostraba su vulnerabilidad, se volvían tan sobreprotectores que la asfixiaban.

Habían estado a punto de perderla. Tiffany sabía que la querían y que se preocupaban por ella. No se relajarían hasta que su vida volviera a la normalidad. Lo malo era que su vida nunca volvería a ser normal. Lo que no le daba salida posible.

—¿Dónde creéis que quiero ir? —preguntó ella, tratando de sonar tranquila.

—Q Virtus —contestó su padre.

Ella se encogió de hombros y meneó la cabeza, sin comprender. No tenía tiempo para tonterías. Su trabajo era una de las pocas cosas que le quedaban después del accidente. Tenía que dirigir una compañía multimillonaria y quería hacerlo bien.

—Ryzard Vrbancic —explicó Christian—. Hemos pedido una entrevista con él.

Tiffany comprendió. Q Virtus era el club para hombres del que solía hablar Paulie.

—¿Queréis conocer al tirano en uno de esos clubs secretos? ¿Por qué? Ese hombre es un déspota.

—Bregnovia ha pedido ser reconocida por las Naciones Unidas. Ahora es un pueblo democrático.

Ella dio un respingo.

—¿El mundo entero pretende ignorar que ese tipo le robó todo el dinero al anterior dictador y que se ha comprado su puesto en la presidencia? Por mí, bien.

—Se están recuperando de una guerra civil. Necesitan el tipo de infraestructura que Davis y Holbrook pueden proporcionarles.

—Seguro que sí. ¿Por qué queréis quedar con él a escondidas? Llamadle y ofrecedle nuestros servicios —propuso ella.

—No es tan fácil. Nuestro país todavía no ha reconocido su gobierno, así que no podemos hablar con él abiertamente. Pero queremos ser los primeros en su lista cuando ese reconocimiento llegue.

Tiffany alzó los ojos al cielo. No le gustaban los tejemanejes políticos.

—Por eso habéis preparado un encuentro clandestino…

—No se ha confirmado todavía. Eso sucederá cuando estés tú allí.

—¿Yo?

Christian apretó los labios. Sacó el pomposo plumaje de la caja. En realidad, era bastante hermoso. Una obra de arte. La mezcla de plumas de color azul, turquesa y oro cubría la parte de la frente y se extendía, de forma muy oportuna, sobre el lado izquierdo haciendo un bello dibujo. Dos cintas servían para atar ambos lados con un lazo.

Aquella máscara era como una representación de su cicatriz, pensó Tiffany, estremeciéndose. Con el corazón acelerado, negó con la cabeza. No iba a ir a ninguna parte, y menos en público, con aquel estúpido disfraz.

—¿Sabes cómo funciona Q Virtus? —le preguntó su hermano—. Esta máscara es tu ticket para entrar.

—De eso nada.

—Sí, Tiff, sí lo es —afirmó Christian y le dio la vuelta a la máscara. En el reverso, podía verse inscrito su nombre, junto a las palabras Isla Margarita, Venezuela—. ¿Lo ves? Solo tú puedes asistir.

Su padre asintió. Estaba claro que los dos hombres habían estado hablando largo rato del tema y habían tomado una decisión. Al parecer, no habían encontrado una solución mejor, lo que los llenaba de frustración.

Tiffany sabía que su padre estaba sufriendo mucha presión. Debía facilitarle las cosas y hacer lo que le pedía, se dijo.

No. Había empezado a vivir su propia vida, se recordó a sí misma. Estaba harta de servir a los propósitos de los demás. Aun así, la habían educado para mantener conversaciones civilizadas, no para mostrarse desafiante ni insolente.

—A mí me parece que, cuando me quite la máscara en la entrada para mostrar el nombre que lleva inscrito, pierde todo su sentido.

—Tiene un microchip con información sobre la persona a la que pertenece. Además, están hechas a medida.

—Es obvio que saben mucho sobre mí. Eso no me gusta nada. ¿No os parece raro que supieran exactamente cómo cubrir mis cicatrices?

—Q Virtus es una organización discreta y segura —afirmó su padre—. Sepan lo que sepan sobre nosotros, no me cabe duda de que la información estará a buen recaudo en sus manos.

Un comentario sorprendentemente ingenuo para provenir de un hombre que llevaba toda la vida en los negocios y la política, caviló ella.

—Papá, si tanto te gusta Q Virtus y quieres hacerte socio…

—No puedo —reconoció él, mientras se ajustaba la corbata, un tic que delataba los momentos en que su ego se sentía herido.

—¿Eres demasiado viejo? ¿Y Christian?

—No.

A pesar de que se consideraba una chica lista, Tiffany tuvo la sensación de que se le escapaba algo.

—Bueno, Paulie era miembro. ¿Qué requisitos piden?

—Dinero. Mucho dinero. Mi amigo Paul era miembro y, cuando su hijo Paulie lo sucedió, heredó los medios para pagar la cuota de socio —explicó su padre.

—Cuando estabas todavía en el hospital, solicité la entrada al club en tu nombre, esperando que podría asistir yo en representación tuya —señaló Christian—. Hasta hoy, no había tenido noticias de ellos —añadió, y miró a su padre—. Es un poco raro que sepan que Tiff se ha recuperado y ha retomado las riendas de Davis y Holbrook.

—Todo el mundo habla de ello. No es ningún secreto —replicó su padre, quitándole importancia.

Tiffany contuvo un suspiro. No podía avergonzarse de estar al frente de una compañía multimillonaria. Necesitaba algo que le diera sentido a su vida. Casarse y tener una familia no era una posibilidad para ella, no con esa cara.

Aun así, no era propio de una dama trabajar. O eso era lo que le repetía su madre a cada momento.

—No entiendo por qué la han aceptado. Es un club masculino —murmuró su padre.

Ella miró la máscara, recordando las historias que Paulie solía contarle cuando volvía a casa después de uno de esos encuentros Q Virtus.

—¿Son unas orgías de sexo y alcohol? —preguntó Tiffany.

—Son encuentros para hacer contactos —se apresuró a corregirla su padre.

Christian esbozó una sonrisa de medio lado.

—Es una oportunidad para que la élite mundial se suelte la melena. Muchos tratos se cierran con un Martini y un apretón de manos. Es como un club de golf, pero a gran escala.

Tiffany sabía que era cierto. En esa clase de reuniones, las esposas e hijas posaban con sus joyas y sus tacones, planeando el siguiente picnic, mientras sus padres y sus maridos decidían cómo iban a intercambiar el dinero unos con otros. Su compromiso con Paulie había sido negociado entre los hoyos siete y nueve del campo de golf, su boda había sido diseñada por sus madres en una de las terrazas del club de campo, su tarta elegida por un famoso chef. Pero todo había estallado en llamas.

—Es todo muy interesante —mintió ella—. Pero ahora mismo estoy ocupada. Tendréis que solucionarlo solos.

—Tiffany.

Era la clase de tono que hacía que cualquier hija obedeciera.

—¿Sí?

—Nuestros amigos del Congreso confían en tener buenas relaciones con Bregnovia. Necesito a esos amigos.

Sin duda, era porque su nombre estaba en el candelero para las próximas elecciones, adivinó ella. ¿Por qué siempre era eso lo único que importaba?

—No sé lo que esperas de mí. ¿Quieres que venda nuestros servicios con una máscara puesta? ¿Quién iba a tomarme en serio? Aunque tampoco puedo tener una reunión sin máscara. A nadie le gusta vérselas con algo así —protestó ella, señalándose el lugar donde le habían implantado una mejilla nueva y le habían reconstruido la oreja.

Su padre se encogió y apartó la vista, sin negar que fuera desagradable. Eso le dolió a Tiffany más que todos los meses que habían tardado sus quemaduras en cicatrizar.

—Quizá, podría acompañarte como tu pareja —sugirió Christian—. No sé si los miembros pueden ir acompañados, pero…

—¿Quieres que vaya con mi hermano al baile? —dijo ella, indignada. Su propuesta solo confirmaba su certeza de que nunca más podría tener una pareja. Apretó los puños para no abrazarse a sí misma. «Quiérete tú, Tiff. Nadie más lo hará», se dijo.

—Deja que me cuele contigo y no tendrás que salir de tu habitación hasta que la fiesta haya terminado —insistió Christian.

Todos querían ocultar al monstruo desfigurado en que se había convertido, pensó Tiffany.

Su padre seguía mirándola con intensidad, ordenándole en silencio que obedeciera. Ella cerró los ojos para no verlo y se recordó a sí misma que no tenía intención de volver a ser la marioneta de nadie.

—¿Cuánto tiempo dura esa cosa? —preguntó Tiffany al fin. Al fin y al cabo, no le quedaba nadie más en la vida que su familia. Su vida estaría vacía del todo si su padre y su hermano se apartaban de ella.

—Llegamos al atardecer el viernes y todo el mundo se habrá marchado el domingo por la noche. Haré los preparativos para el viaje —se ofreció Christian con visible alivio.

—Me pondré la máscara para entrar y para salir. Ese es el trato, porque no pienso dejar que nadie se me quede mirando las cicatrices —advirtió ella. A pesar de su tono duro, estaba muerta de miedo. ¿Qué pasaría si la gente la viera? No podía dejar que sucediera eso.

—Que yo sepa, todo el mundo lleva máscaras todo el tiempo —comentó Chris, entusiasmado por que su hermana pareciera dispuesta a aceptar.

—Estaré en mi despacho si me necesitáis —murmuró ella antes de salir, preguntándose de dónde iba a sacar el valor necesario para su aparición en público.

 

 

Ryzard Vrbancic solo se inclinaba ante sus propias reglas. Sin embargo, tenía que desembarcar del nuevo catamarán que se había comprado antes de que el sol se pusiera en las costas de Venezuela. Si no lo hacía, no le permitirían el acceso a Q Virtus.

Pronto, de todas maneras, en cualquier parte estarían encantados de recibirlo sin restricciones, se dijo.

Como siempre, el equipo de seguridad de la organización fue rápido y discreto. En un momento, leyeron el microchip de su máscara y lo hicieron pasar. En la entrada, le recibió una azafata con traje rojo.

—Es un placer verlo de nuevo, Raptor. ¿Me permite que le muestre su habitación?

Era una chica bonita, pero otra de las reglas era no mezclarse sexualmente con las empleadas de la organización. Sabía que, si lo hacía, la sonriente joven acabaría de patitas en la calle. Era una pena, porque llevaba semanas sin tener una amante. La última se había quejado de que pasaba más tiempo trabajando que con ella, lo que quedaba claro por la cuenta que le habían enviado del spa y de las más caras boutiques. Sin duda, había sabido cómo no aburrirse.

Su situación mejoraría pronto, pensó Ryzard. Pero debía tener un poco de paciencia.

La azafata que lo escoltaba le entregó la tarjeta que abría su puerta y entró en su suite.

—Steel Butterfly ha pedido una entrevista con usted. ¿Acepto en su nombre?

—¿Es una mujer? —preguntó él.

—No conozco el sexo de nuestros clientes, señor.

—¿Alguna otra petición?

—Por el momento, no —contestó la solícita azafata—. ¿Quiere usted verse con alguien?

—Por ahora, no. Aceptaré una entrevista de presentación con esa tal Butterfly, pero algo breve —indicó él.

—Se le comunicará la hora y el lugar del encuentro a través de su reloj inteligente. Por favor, si necesita algo más, no dude en hacérnoslo saber.

Ryzard la despidió, seguro de que su suite estaría equipada con todo lo que había pedido de antemano. Zeus era muy bueno en su trabajo. Él no había tenido nunca ninguna queja en los Q Virtus, por lo que las altísimas cuotas de socio y los complicados preparativos logísticos y de seguridad para viajar siempre merecían la pena.

En el vestíbulo de recepción, vio a unas treinta personas. Casi todos eran hombres con esmoquin y máscara. Estaban acompañados de hermosas azafatas, vestidas con su habitual uniforme rojo.

Aceptó una bebida y se miró la muñeca. Un mensaje en su reloj inteligente le avisó de que Steel Butterfly estaba entre el grupo que había a su izquierda.

Ryzard no tenía ni idea de dónde sacaba Zeus esos nombres tan ridículos, aunque lo cierto era que su apodo era bastante adecuado para él. No solo porque estaba habituado a conseguir las cosas por la fuerza, sino porque se habían descubierto fósiles de esa clase de dinosaurio en el suelo de Bregnovia.

Mirando a su alrededor, se preguntó cuál sería su contacto. De todas maneras, no importaba. No estaba interesado en mantener una conversación en público con alguien con quien iba a verse en privado al día siguiente. Esperó a estar lejos del grupo, dentro de la sala de juegos, para activar su propio alias en su reloj inteligente.

Después, levantó la vista a una de las pantallas donde se informaba a los participantes de las actividades que tendrían lugar durante el evento. Líderes de la moda, pensadores, científicos y creadores de opinión estarían allí para proveer a gobernantes como él de la información más puntera sobre economía y tecnología. Mientras, podía ponerse al día sobre las últimas noticias en el mundo de la política, como un intento de golpe de estado fallido, una mentira aceptada como verdad para paliar el pánico mundial.

No quería ni pensar lo que se diría de él. A pesar de que mucha gente lo miraba con desconfianza y desaprobación, lo importante era que su pueblo era libre y su país, independiente.

Aun así, no pudo evitar recordar el precio que había tenido que pagar. Haciendo un esfuerzo por alejar la culpabilidad de su pensamiento, se levantó de la mesa, tomó una copa de ron de la bandeja de un camarero y se dirigió al exterior en busca de entretenimiento.

Capítulo 2

 

Tiffany se sentía atrapada, otra vez.

Le gustaría poder culpar a Christian, que la había animado a entrar cuando a él le habían negado el acceso.

Como su peor pesadilla esos días era llamar la atención y que se quedaran mirándola, ella había entrado sin montar una escena.

Dentro, una bandada de azafatas había revoloteado alrededor de los hombres recién llegados. Ella se había quedado esperando un momento, hasta que un apuesto joven con uniforme de azafato se le había acercado y se había presentado como Julio.

A pesar de ser una mujer experta en las relaciones sociales, Tiffany se había quedado muda. Habían pasado más de dos años desde que se había quedado viuda en el día de su boda. Incluso sin las cicatrices, algo así creaba mal karma. Ningún hombre la llamaba, ni la invitaba a salir. Si alguna vez hablaba con alguno, no era sin que apartara la vista. Como mujer y como pareja potencial, había dejado de existir para el sexo masculino.

Julio no le resultaba tan atractivo, pero no había duda de que era un hombre guapo. Ignorando lo que ocultaba la máscara, él le ofreció sus servicios con gran solicitud.

—Veo que es la primera vez que nos visita —indicó Julio, tras echarle un vistazo a la tablet que llevaba en la mano—. Deje que le oriente.

De camino al ascensor, el azafato se interesó por cómo había sido su viaje y ella le respondió sin dar demasiados detalles. Luego, le preguntó si necesitaba algo en concreto mientras estuviera allí.

—Mi hermano necesita un pase de entrada o una máscara. ¿Puede conseguírsela?

—Le enviaré su petición a Zeus, pero las puertas se cerrarán dentro de pocos minutos. Una vez que eso suceda, nadie puede entrar ni salir. A menos que sea una emergencia, claro está —informó Julio.

Alarmada, Tiffany intentó enviarle a Christian un mensaje de texto, pero comprobó que las conexiones con el mundo exterior estaban cortadas.

—Los teléfonos móviles no pueden usarse aquí. Y tampoco se permite enviar fotos fuera del club. El equipo de seguridad lo localizará y le comunicará cuáles son sus opciones —le aseguró Julio y le explicó que, si su petición de entrevista era aceptada, se le informaría del sitio y la hora del encuentro a través de su reloj de Inspector Gadget.

—¿Dónde estamos? ¿En el interior de un volcán? —preguntó ella, mientras el azafato le abría la puerta de su habitación.

—No, aunque la organización no descarta buscar uno para la próxima reunión —señaló Julio con gesto serio—. Es mejor que se ponga su reloj durante todo el fin de semana. Da más información que la hora. Funciona como una agenda electrónica. Si me lo permite, ahora voy a mostrarle sus habitaciones.

Saber que su reunión con el dictador bregnoviano no era algo seguro fue un alivio para ella. Al menos, si el plan de su padre fallaba, no sería por su culpa. De todas maneras, esperaba que Christian consiguiera entrar y pudiera ocuparse de todo. Sin esperar más, despidió a Julio, pidiéndole que la mantuviera informada sobre Christian.

Aquella suite era un oasis perfecto para calmar sus nervios.

Gracias a su posición privilegiada, a lo largo de su vida había conocido alojamientos muy lujosos, aunque tenía que admitir que ese superaba a todos. No se había reparado en gastos en los adornos de oro, las obras de artes originales o las sábanas de seda. Las ropas nuevas que guardaba su armario eran también una agradable distracción. Christian le había comentado que se regalaba a los miembros del club muestras de los prototipos de los últimos diseños de moda y tecnología.

A ella le interesaba más la ropa que el reloj inteligente que Julio le había entregado. Las etiquetas de los vestidos mostraban que provenían de los mejores diseñadores del mundo.

Sin embargo, no tenía intención de lucirlos en ninguna parte. No pensaba salir de su habitación, pero no por eso iba a dejar de disfrutar de las distracciones que le ofrecía su suite. Podía tomárselo como unas vacaciones de su familia. Así, podría trabajar en paz durante un par de días.

Aunque sería casi imposible sin ninguna red inalámbrica a la que conectarse con el mundo exterior. Además, una banda de calipso la estaba invitando a abrir las puertas del balcón y asomarse fuera. A ella le encantaba bailar.