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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Nikki Poppen

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un hombre fuera de su alcance, n.º 579 - julio 2015

Título original: London’s Most Wanted Rake

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Internacional y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6776-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Los editores

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Veintitrés

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

Ella huía del escándalo, necesitaba a toda costa introducirse otra vez en sociedad después de una vida teñida de dolor, humillaciones y acusaciones injustas, y qué mejor maestro para guiarla que él, que estaba acostumbrado a vivir en los límites de las buenas costumbres, amparado siempre por su capacidad de dar placer y aventura a todas las damas de la alta sociedad. Todas comían de su mano, y si no era así, su título y linaje lo protegían de cualquier problema. Sí, ella huía del escándalo pero también sabía ya por experiencia que en sus brazos encontraría los placeres más prohibidos, la pasión más escandalosa…

Esta es nuestra novela recomendada, nuestra historia preferida, y la vuestra seguramente. No os la perdáis. Al igual que la otra novela de la Liga de Caballeros Discretos, de Bronwyn Scott, será un placer leerla, os lo aseguramos.

 

¡Feliz lectura!

 

Los editores

Uno

 

¡El sexo estaba matándole! Channing Deveril se movió con cuidado para no despertar a la morena que dormía apoyada en su hombro y suspiró. Así estaba mejor. No había dormido en su propia cama las últimas siete noches y echaba de menos el lujo de una cama grande toda para él, donde pudiera estirar cómodamente sus largos miembros.

Era un sentimiento que sorprendería a una parte de la población londinense que creía que Channing Deveril era el hombre más afortunado del planeta. Mientras ellos asistían a musicales aburridos y a pasear por el parque, mientras dedicaban sus noches a bailar en Almack’s sin poder tomarse una copa, todo para intentar competir por las escasas mujeres disponibles que merecían la pena, Channing tenía mujeres que competían por él. Y no mujeres cualquiera, sino las mejores, con las que uno podía acostarse y no tener que casarse; mujeres ricas que buscaban pasárselo bien en la cama. Y, si hacían caso a los rumores, incluso le pagaban a cambio de tener su presencia en sus camas. Era algo que cierta parte de la población no admitiría por orgullo, pero ¿a quién no le importaría tener un poco más de dinero y además ganarlo de ese modo? En su opinión, Channing Deveril estaba viviendo un sueño; todo el sexo y el dinero que pudiera imaginar.

Pero en aquellos momentos no estaba viviendo el sueño muy bien. Esa parte de la población también se sorprendería al saber que lo primero en lo que pensaba al despertarse, además de que el sexo estaba agotándole, eran las probabilidades: ¿qué probabilidad tenía de salir de debajo de las sábanas de lady Bixley y llegar hasta la puerta antes de que ella se despertara? Marianne Bixley había sido una tigresa. Nada la había detenido; ni las cuerdas, ni la venda, ni siquiera el vaso extra de brandy.

A aquello le siguió un tercer pensamiento: simplemente deseaba irse a casa. El hombre más afortunado de Londres estaba cansado, le sabía la boca a licor rancio y quería dormir unas horas en su propia cama antes de que todo volviera a empezar. Channing dejó escapar el aliento y probó un movimiento experimental. Marianne Bixley murmuró, pero no se movió. Tenía el brazo libre. Lo único que tenía que hacer era esperar un poco más y darse la vuelta.

¿Cómo iba a soportar la Temporada si ya estaba tan cansado? La temporada ni siquiera había comenzado. Aquellas dos últimas semanas habían sido solo un preámbulo. Se acercaban las vacaciones de Pascua y entonces la Temporada comenzaría de verdad. A su agencia, la popular Liga de Caballeros Discretos, ya le costaba hacer frente a tanta demanda.

La Liga de Caballeros Discretos tenía tanto éxito que a él le costaba trabajo organizar a sus hombres para cumplir con todos sus encargos sin que la agencia dejase de resultar discreta, como indicaba su nombre. Aquello último había sido un problema desde el año anterior, cuando Nicholas D’Arcy, uno de sus mejores hombres, había estado a punto de ser descubierto en la cama de la esposa de un lord, un episodio que había ayudado a dar mala fama a la agencia y había puesto en peligro la privacidad que a Channing le gustaba.

En su opinión, darle placer a una mujer no era un tema de dominio público y le gustaba la idea de que la mayoría de la alta sociedad londinense no hubiera estado segura al principio de si la existencia de la Liga era ficticia o real. Últimamente resultaba cada vez más difícil mantener el misterio de lo desconocido. Todo resultaba más difícil.

Pero ese no era el motivo por el que se había decidido a aceptar algunos encargos adicionales. Normalmente pasaba sus días administrando el programa y eso ya era trabajo suficiente. Podía racionalizar su decisión de volver a ser acompañante a jornada completa achacándolo a las exigencias del éxito del negocio, pero sabía que sus razones eran más egoístas. Se suponía que lady Marianne Bixley sería la cura para lo que le pasaba. Hasta el momento no creía que estuviese funcionando.

Junto a él, lady Marianne emitió un suave gemido. Para ella, sin embargo, sí estaba funcionando. Channing había hecho bien su trabajo la noche anterior. Y volvería a hacerlo si no salía deprisa de la cama. La idea de que deseara abandonar la cama caliente de una mujer hermosa era prueba suficiente de que el tratamiento había fallado. Ni siquiera la persuasión de una erección matutina y la calidez de las curvas de lady Bixley le convencían para quedarse.

Levantó las sábanas y salió de la cama. Aguantó la respiración cuando lady Marianne se movió brevemente, pero después se detuvo. Comenzó a vestirse deprisa y en silencio. ¿Desde cuándo el sexo no era cura suficiente para él? le curaba el aburrimiento y la soledad, le proporcionaba satisfacción física, había sido su antídoto para todo desde que cumpliera los dieciséis años. Su compañero fiel. Ahora estaba decepcionándole terriblemente. A lo largo del último año y medio había experimentado varias decepciones en ese terreno.

Alcanzó sus botas. ¡Ya casi era libre! Se las pondría en el pasillo para evitar hacer más ruido. No era que no pudiese estar a la altura. Lady Marianne era prueba suficiente de que podía satisfacer incluso los apetitos sensuales más exigentes. Recogió los preservativos que quedaban en la mesilla y se los metió en el bolsillo de la chaqueta. Dejarlos allí le habría dado a lady Marianne la idea de que esperaba volver a repetirlo. Se dirigió hacia la puerta con pasos sigilosos.

Casi había salido cuando su voz, somnolienta, le detuvo con la mano en el picaporte.

—¿Te marchas tan pronto? Vuelve a la cama.

Channing se dio la vuelta y le dirigió una sonrisa arrepentida.

—Ojalá pudiera. Por desgracia, tengo una cita para la que debo prepararme —era cierto. Amery DeHart, uno de sus últimos y prometedores acompañantes, había solicitado una reunión, pero eso sería más tarde, a lo largo de esa mañana. A juzgar por el mohín de sus labios, lady Marianne pensaba que se trataba de otra mujer.

—Estoy segura de que yo soy más excitante —ronroneó, y dejó que la sábana resbalara un poco para dejar ver sus pechos. Deslizó la mirada hacia sus pantalones, donde aún podía verse la evidencia de su deseo a través de la tela—. A tu miembro desde luego se lo parece.

—Seguro que sí, pero el negocio es el negocio —Channing le hizo una reverencia y aprovechó la oportunidad para salir mientras ella interpretaba su comentario. Era una mujer lista, comprendería la referencia y no le haría gracia que la considerara una simple cita. Las citas con personas como Amery DeHart eran negocios, pero las citas con personas como lady Marianne también lo eran, aunque se llevasen a cabo durante la noche. Había salido el sol y era hora de seguir adelante con su día.

 

 

Tres horas más tarde, a Channing le costaba trabajo seguir adelante, incluso después de un baño y de haberse cambiado de ropa. Había tenido que prescindir de su siesta y eso hacía que fuese difícil concentrarse. Se pasó una mano por el pelo e intentó concentrarse en lo que Amery DeHart estaba diciéndole. No podía dejar de darle vueltas a la pregunta que le había atormentado aquella mañana. ¿Cuándo el sexo había dejado de satisfacer sus necesidades? Tal vez su insatisfacción fuese señal de que debía retirarse, cerrar el negocio por completo o entregárselo a alguien que tuviese las mismas ganas que él cuando lo había fundado. En cualquier caso, quizá fuese el momento de marcharse.

—Creo que es el momento de marcharme.

Channing no oyó el resto. Las palabras de Amery llamaron su atención. Por un momento le preocupó haber expresado sus pensamientos en voz alta.

—¿Perdón?

Amery le dirigió una mirada de desaprobación que sugería que sabía que Channing no estaba escuchándole.

—He dicho que creo que es el momento de marcharme al campo a ver a la familia —repitió pacientemente.

—No estarás pensando en dejar el trabajo, ¿verdad? —la última vez que Channing había enviado a un acompañante al campo, había sido Nick D’Arcy y el hombre había acabado casándose. No sabía qué haría sin Amery. Había llegado a confiar regularmente en el joven a lo largo del último año con la marcha de sus tres libertinos veteranos. Amery había hecho un buen trabajo entrenando a los nuevos caballeros que Channing había contratado como sustitutos, y a las mujeres les gustaba.

—No de manera permanente —aclaró Amery—. He recibido una carta de mi casa. Estaré fuera entre tres semanas y un mes. Mi hermana va a cascarse y hay algunos asuntos familiares de los que ocuparse —Channing sabía que a Amery le gustaba su trabajo, pero adoraba a su familia. Si Amery se iba a su casa para asistir a una boda, le llevaría a su hermana el mejor vestido de novia que pudiera encontrar en Londres. Channing llevaba todas las finanzas y sabía cuánto dinero le enviaba Amery a su madre.

Amery suspiró a modo de disculpa y no quedó duda de que el sentimiento era auténtico.

—No me gusta la idea de rechazar un encargo a la mitad, pero mi clienta y yo hemos sido elegidos para asistir a una fiesta fuera de la ciudad durante las vacaciones de Pascua.

Channing fijó la mirada en el calendario situado sobre su escritorio. Faltaban solo tres días para las vacaciones de Pascua, la última escapada al campo antes de que comenzara realmente la Temporada.

—No voy a poder hacerlo —estaba diciendo Amery—. No sería justo dejarla abandonada a la mitad. Y, sinceramente, creo que le iría mejor contigo. Es más bien madura.

—Solo tengo treinta años, Amery, tampoco soy un anciano —Channing intentó no sentirse ofendido por el comentario. El hecho de que estuviera pensando en retirarse y de que hubiera pasado la mañana huyendo de la cama de una mujer hermosa no significaba que fuera viejo, solo que tal vez quisiera una nueva aventura.

—No es por la edad, sino por la madurez de su pensamiento, por sus costumbres. Es difícil de explicar —Amery intentaba buscar las palabras adecuadas. Interesante. Nunca le faltaban cosas que decir. Entonces lo dijo claramente—. Maldita sea, Channing, está por encima de mí —admitió—. Es demasiado sofisticada. Ha viajado por todo el continente y se le nota.

—¿De quién se trata? —Channing hizo una lista mental de los encargos recientes, pero no se le ocurrió nadie. Amery debía acompañar a las señoritas Baker a la ópera el miércoles, dado que el hermano de estas no podía acercarse a la ciudad en esos días; el jueves acompañaría a la esposa de un diplomático a una fiesta en la embajada belga. Tener varios encargos al mismo tiempo era una manera de lograr que a la gente no le quedara claro si la Liga era real o ficticia, pero ninguna de las mujeres de Amery encajaba con su descripción.

—No la conoces. Es una de las clientas que acepté cuando tú estabas fuera para el nacimiento de tu sobrino. Se llama Elizabeth Morgan.

Ah, eso lo explicaba todo. Channing había dejado a Amery a cargo del negocio para irse a su casa unas semanas en febrero y conocer al nuevo miembro de la familia.

—No creo que le sirva ninguno de los demás —continuó Amery para argumentar sus razones—. Tal vez Nick o Jocelyn podrían haberlo hecho si hubieran estado, pero… —se encogió de hombros y dejó la frase a medias para evidenciar la imposibilidad. Nick y Jocelyn estaban felizmente casados.

—Amery, ¿alguna vez te sientes como si fueras el único soltero que queda en Londres? —Channing soltó una carcajada, aunque no resultaba divertido en absoluto. Parecía que en los últimos doce meses las bodas estaban por todas partes. Nick y Jocelyn se habían casado, igual que Grahame; los tres eran sus empleados veteranos. Sus dos hermanas se habían casado el pasado mes de agosto en una ceremonia doble en la finca de la familia.

Y, por supuesto, su hermano mayor, Finn, se había casado con su amiga de la infancia, Catherine Emerson, incluso antes de eso y no había tardado en engendrar a un heredero, un renacuajo llorón de pelo negro que le había derretido el corazón nada más verlo y había ayudado a resolver parte de la tensión que había entre Finn y él tras su última visita a casa.

Amery se limitó a sonreír.

—Soy soltero y estoy orgulloso de ello. El matrimonio está bien para algunos, pero los hombres como tú y como yo necesitamos la chispa y la emoción de la soltería.

Channing conocía la sensación de la que hablaba Amery: la emoción del sexo como herramienta de placer o de poder. Los juegos a los que uno podía jugar eran ilimitados.

Hacía años había aprendido que esos juegos le hacían mejor servicio que cualquier otra cosa más emocional o significativa. El sexo en ese terreno en particular le dejaba a uno demasiado vulnerable. Aunque ese juego en concreto hubiera sido embriagador, no le habían importado las consecuencias de esa experiencia ni la mujer que se lo había proporcionado. Desde entonces se había limitado al negocio del placer y a mujeres como Marianne Bixley.

Amery se inclinó hacia delante.

—¿Lo harás, Channing? Te estaría eternamente agradecido.

No podía decir que no. No había nadie más a quien encargárselo y además estaba en deuda con Amery por sustituirle en febrero. Era lo justo. Asintió.

—Lo haré. Ahora vete a hacer la maleta.

Channing se recostó en su silla y volvió a pasarse la mano por el pelo con inquietud. No había planeado salir de la ciudad. Había esperado poder utilizar las vacaciones de Pascua como oportunidad para ponerse al día con el papeleo, revisar las cuentas de la Liga y tal vez trabajar con algunos de los nuevos acompañantes antes de que empezara la Temporada. Pero tal vez una fiesta en el campo fuera lo que necesitaba para salir de aquel estado. A pesar de su agotamiento, admitía que sentía cierta curiosidad por conocer a una mujer que hubiera logrado derrotar a Amery DeHart.

Esperaba que la fiesta tuviese una anfitriona en condiciones. Debería haberle preguntado a Amery dónde se celebraría.

Las actividades adecuadas eran la clave para el éxito de cualquier fiesta. Si no, dada su falta de ánimo, aquella iba a ser una fiesta infernal, por mucho que Elizabeth Morgan hubiera viajado por todo el continente.

Dos

 

Aquella iba a ser una fiesta infernal. El refugio de Pascua de lady Lionel no era el lugar que la sofisticada condesa de Charentes habría elegido de haber podido. El acontecimiento prometía ser soso y aburrido, y el tono mediocre de los invitados ya reunidos confirmaba su hipótesis. Pero la condesa tenía una misión y debía llevarla a cabo allí. Buscaba hombres, dos hombres, para ser exactos.

La condesa escudriñó con la mirada la sala de recepciones de lady Lionel; su apariencia distante no dejaba adivinar el temperamento ardiente que se escondía bajo la superficie.

Fijó la mirada en su presa: Roland Seymour. Se le aceleró el pulso y se enfureció al verlo. El muy bastardo estaba de pie a poco más de cinco metros y ella no podía hacer nada, todavía. Pero, cuando llegara el momento, le arrancaría los testículos. Seymour le había robado dinero a su familia y después había intentado poner en evidencia a su hermana para casarse y que la familia recuperase así el dinero. Pero Seymour había cometido un error táctico. Nadie tocaba a su hermana. Un mal matrimonio en la familia ya era suficiente. Por eso pensaba arrancarle los testículos. Para eso necesitaba al segundo hombre, que se hacía notar por su ausencia.

Volvió a mirar a su alrededor y confirmó que Amery DeHart no estaba allí. Esperaba que llegase pronto. En el peor de los casos animaría el panorama y, en el mejor, ella podría poner en marcha su plan. Sin él, no podría presentarse a Seymour como quería.

Salvo por su evidente falta de puntualidad, le gustaba el joven acompañante, con su educación y su inteligencia. Sus planes para sus atributos eran más amables que lo que había planeado para Seymour, aunque en realidad no le interesaba mucho acostarse con DeHart. Según su experiencia, a los hombres jóvenes en la cama solía faltarles cierta delicadeza. Ella agradecía algo un poco más refinado en lo referente a las artes amatorias. Tampoco era que ella estuviese buscando una aventura. No había tiempo para flirteos. Sin embargo sí buscaba venganza y eso hacía que la actitud relajada de DeHart resultara útil.

Contaba con él para que se hiciera amigo de Seymour y entonces lo presentara a ella. Su presentación haría que le resultase más fácil introducirse en los círculos de Seymour sin levantar sospechas. Una vez dentro, ella se encargaría del resto.

Un movimiento en la puerta llamó la atención de la condesa. Sintió la energía procedente del recibidor. Amery debía de haber llegado al fin. Era el tipo de excitación que generaría su presencia. Sonrió aliviada. No soportaba que la hicieran esperar, la ponía nerviosa. Pero se le heló la sonrisa al ver a otro hombre entrar por la puerta: Channing Deveril. El inglés más arrogante que había pisado la tierra. De todas las fiestas de Inglaterra había tenido que elegir aquella. Otros atributos más de los que ocuparse.

Deseaba estar equivocada, pero incluso en la distancia resultaban inconfundibles aquellos rasgos, aquella elegancia de movimientos, la elección de la ropa que llevaba. Aquel día se trataba de una chaqueta azul, unos pantalones beige ligeramente ajustados para mostrar la perfección de su físico y unas botas altas perfectamente abrillantadas. Todo lo que hacía estaba cargado de sensualidad. Incluso el sencillo gesto de saludar a su anfitriona adquiría un toque íntimo mientras se inclinaba sobre la mano de lady Lionel. No lo había visto desde hacía más de un año, desde que se separaran de mala manera en una fiesta de Navidad a la que la había acompañado previo pago, y fue como volver a verlo por primera vez. Una mujer podía quedarse mirándolo todo el día y no cansarse nunca de la vista. Pero no sería muy sensato.

La condesa sabía lo peligrosa que era toda aquella sensualidad. Bajo esos rasgos atractivos y esos ojos azules se escondía un maestro de la seducción. Se había acostado con él en dos ocasiones. La primera vez había sido en París, una aventura breve, pero explosiva, durante su matrimonio, que no había sido consumada carnalmente, pero que no había sido por ello menos explosiva. Había acabado pésimamente y eso había sido culpa de ella por haber empezado. Por entonces era joven, vulnerable y estaba desesperada. Pero la segunda vez… oh, la segunda vez él había sido plenamente responsable.

Había sido allí, en Inglaterra, algunos años más tarde. Lo había contratado como acompañante para que la ayudara a reintegrarse en la sociedad después de pasar tantos años en el extranjero. Se suponía que sería una cuestión de negocios entre dos adultos maduros que conocían las reglas. No había comprendido que él pudiera echarle en cara lo de París, ni que pudiera ser tan imponente, ni hacerle creer que para él no eran solo negocios. Le había hecho creer que lo que sentía por ella no era solo un trabajo, sino una emoción auténtica, y después había dejado de fingir de la manera más cruel. Al hacerlo se había vengado. Ella aún no le había perdonado. Nadie se burlaba de la condesa de Charentes. Roland Seymour estaba a punto de convertirse en un ejemplo de eso y Channing Deveril podría ser el segundo si decidía acercarse.

Ella podría ponérselo fácil a ambos y esperar a Amery en los jardines de fuera. Pero eso se le ocurrió demasiado tarde. Antes de que pudiera salir discretamente, Channing la vio y ella quedó atrapada en la red de su mirada azul.

Channing inclinó la cabeza hacia ella a modo de saludo y en sus ojos pudo verse un breve destello de sorpresa ante su presencia. ¿Qué estaba haciendo allí? Ella le devolvió el saludo con la sonrisa fría y majestuosa que había cultivado para los hombres de París, la sonrisa que invitaba a los hombres a mirar, pero les recordaba que, si tocaban, sería bajo su responsabilidad.

Bueno, al menos podía consolarse sabiendo que la presencia de Channing significaba que Amery aparecería enseguida. Lo razonable era que, siendo amigos, Amery y Channing hubieran compartido un carruaje para ir hasta allí. Era posible que a Channing le hubiera contratado otra dama de la fiesta. Pero, al mirar más allá de Channing hacia el recibidor, no vio a nadie más. Tal vez Amery siguiera en el carruaje encargándose del equipaje.

Pasaron unos minutos más y Amery seguía sin aparecer, aunque Channing seguía de pie junto a la puerta, hablando con la anfitriona. Algo iba mal. Lady Lionel había fruncido el ceño con consternación justo antes de que Channing se excusara y empezara a atravesar la sala en dirección a ella.

En cuestión de segundos lo tenía delante, haciendo una reverencia sobre su mano como había hecho con lady Lionel.

—Condesa de Charentes, enchanté, aunque supongo que no debería sorprenderme —sus ojos azules estaban llenos de malicia y parecían reírse de ella en secreto. Channing siempre se reía con sus ojos, con su boca. Por desgracia, en el pasado esa había sido una cualidad adorable.

—Tenía un pequeño dilema y pensaba que tal vez podrías ayudarme. Estoy buscando a una invitada, pero lady Lionel aún no la conoce, lo cual me parece de lo más extraño. Al fin y al cabo, es su fiesta y su lista de invitados.

—Y has pensado en preguntarme a mí —concluyó ella con una cordialidad fría.

—Bueno, sí, dado que tú pareces saber ese tipo de cosas.

Ahora entendía la malicia de su mirada. Era cierto. Conocía a todo el mundo. Se había propuesto conocer a mucha gente desde que regresara del continente, hacía más de un año. Había estado fuera demasiado tiempo y había perdido contactos. Había hecho lo posible por recuperar esas amistades, aunque no todo el mundo había recibido bien sus intentos. Pero era más que eso. «Ese tipo de cosas» implicaba que Channing tenía sospechas sobre la identidad de Elizabeth Morgan. Su mente era rápida.

—Estaré encantada de ayudarte si puedo —Alina sonrió educadamente, pero su preocupación iba creciendo por dentro. ¿Dónde estaba Amery? Su plan había empezado mal—. Sin embargo has de saber que estoy esperando a alguien. Debería llegar en cualquier momento —era una estratagema bastante débil. Si Channing había ido con Amery, ya lo sabría.

Estuviera donde estuviera Amery, Alina deseaba que se diese prisa. Aun así, era demasiado tarde para evitar dar explicaciones. Le había dado a Amery un nombre falso cuando había solicitado la ayuda de la Liga aquella segunda vez, porque deseaba evitar a Channing.

—¿A quién estás buscando? —le preguntó. Cuanto antes pudiera ayudarle, antes la dejaría en paz.

—Estoy buscando a la señora Elizabeth Morgan. Tal vez la conozcas. Amery DeHart debía reunirse con ella.

Alina había hecho bien en preocuparse, aunque no permitiría que Channing se diese cuenta. El estómago le dio un vuelco al darse cuenta de lo que significaba la presencia de Channing. Si Channing estaba buscando a Elizabeth Morgan, eso significaba que Amery no iba a aparecer. Tenía dos opciones: o echarle valor y confesar o negar conocimiento de aquel nombre y enviar a Channing a su casa, aunque entonces tendría que enfrentarse ella sola a Seymour, a no ser que aquel hombre perverso decidiera quedarse y convertir la fiesta en una tortura para ella de todos modos, algo que no descartaría teniendo en cuenta su historial.

Optó por lo primero y levantó la barbilla con actitud desafiante.

—Amery DeHart debía reunirse conmigo. Yo soy Elizabeth Morgan.

Channing endureció su expresión. Era evidente que ya había comprendido las cuestiones básicas de la situación. Su agilidad mental le convertía en un oponente peligroso, recordatorio de que tendría que repensar todo aquello que había planeado. Amery habría hecho su voluntad sin preguntarle nada. Pero Channing haría preguntas. Querría saber por qué estaba utilizando a un hombre para conocer a otro. Exigiría explicaciones y tal vez mucho más; al fin y al cabo era un hombre de pasiones extraordinarias. «Tú no estás buscando mucho más», se dijo a sí misma con severidad. Las cosas solían salir mal cuando Channing y ella estaban juntos.

—Mentirosa —respondió él.

Alina recibió aquel golpe verbal con aplomo.

—Fabuloso. Veo que has venido para echar a perder otra fiesta más.

Ah, de modo que no le había perdonado por la debacle de Navidad; no la Navidad anterior, sino la anterior a esa.

—Furiosa y hermosa, justo como te recordaba —respondió Channing con calma, sabiendo que a ella le enfurecía que no se dejara provocar.

Sus ojos azul claro brillaban como el fuego helado. Hermosa era quedarse corto al describir a Alina Marliss, condesa de Charentes, una inglesa convertida en condesa francesa y de nuevo convertida en inglesa. Era como un diamante que cobrara vida con su pelo platino y su piel inmaculada. Resplandecía en todos los aspectos. Y no todos esos aspectos eran físicos. Su personalidad también resplandecía. Podía ser encantadora cuando quería. Aunque en aquel momento estaba a la defensiva y no quería. Channing decidió seguir provocándola.

—Mentiste. Le diste a Amery un nombre falso. ¿Por qué no damos un paseo por el jardín y me lo cuentas todo? Me resulta interesante que tuvieras que dar un alias cuando ya tienes tantos nombres de entre los que elegir. Al parecer ahora podemos añadir Elizabeth Morgan a Alina Marliss y condesa de Charentes.

—No me llames así —respondió Alina mientras caminaba a su lado, aunque Channing se dio cuenta de que no le agarraba el brazo. La muy descarada estaba decidida a declarar su independencia a toda costa.

—Pensaba que una viuda podía quedarse con el título como una cuestión de honor. ¿He sido mal informado? —preguntó Channing en voz baja. Él había sabido siempre lo mucho que detestaba el título. Había intentado dejarlo atrás, pero la sociedad le había obligado a mantenerlo.

—No te han informado mal. Sin embargo, si de mí dependiera, preferiría no llevar su marca —su tono no dejaba lugar a dudas sobre el carácter desagradable de su matrimonio. Claro que lo detestaría, lo vería como el intento de un hombre por etiquetarla desde más allá de la tumba. Alina Marliss no pertenecía a nadie. Eso era lo que la convertía en un desafío intrigante y delicioso. Pero, a pesar de sus esfuerzos por ser simplemente lady Marliss, la sociedad no le permitiría olvidar que en otra época había tenido acceso a un título más elevado, aunque fuera francés.

En los jardines brillaba la luz del sol y se oían las conversaciones de otras personas que paseaban por allí. Channing la condujo hasta un sendero menos transitado y cambió de táctica.

—Tal vez puedas hablarme sobre el asunto que tenías con el señor DeHart —una parte de él esperaba que el asunto fuera más superficial. No deseaba saber si Amery estaba acostándose con ella. No debería importarle. Aquello no era más que un trabajo y la objetividad era tan importante como la discreción.

—¿Por qué no va a venir? —preguntó ella.

—Tiene que asistir a una boda familiar. Se casa su hermana. ¿Qué me dices de vuestro asunto? —fuera cual fuera su respuesta, ambos eran adultos. Podrían pasar una semana juntos en una casa de campo. Estarían acompañados de más gente. Apenas habría tiempo para estar a solas. No todos los encargos incluían acostarse con su cliente. Amery desde luego no se acostaba con las señoritas Baker cuando las llevaba a la ópera.

Alina le dirigió una sonrisa cohibida como si le hubiese leído el pensamiento.

—¿Detecto ciertos celos en tu pregunta?

—Detectas cierto instinto de supervivencia —respondió Channing—. Quiero saber a lo que me enfrento. La última vez que estuvimos juntos, acabaste lanzándome un jarrón a la cabeza.

Ella resopló y le quitó importancia con el movimiento de su mano.

—Te lo merecías. Me hiciste quedar como una idiota.

—Siento lo de Navidad. Solo puedo disculparme —dijo él. A Alina no le faltaban motivos para quejarse. El desafortunado incidente había tenido lugar dieciocho meses atrás. Iba a ser su primera incursión en la sociedad inglesa y lo había contratado por un precio muy elevado para que le facilitase el regreso a esa sociedad, cosa que él había hecho. Desde un punto de vista objetivo, había cumplido admirablemente con su deber. Sin embargo había habido lo que uno podría llamar «complicaciones interpersonales». Pero ¿cómo había acabado interrogándolo a él cuando él había planeado interrogarla a ella?—. Ahora estoy aquí y me gustaría cumplir con las obligaciones contractuales que tuvieras con DeHart.

—¿De verdad? —preguntó ella con tono provocador mientras consideraba la idea golpeándose la barbilla con un dedo. Channing volvió a sentirse celoso al pensar en eso. ¿Estaba acostándose con Amery? ¿Qué le parecía ocupar el lugar de Amery en su cama o, mejor dicho, qué le parecía que Amery hubiera ocupado su lugar? La Liga nunca compartía clientes en ese sentido.

Alina soltó una carcajada profunda.

—DeHart y yo tenemos un acuerdo puramente social. Él me presenta a gente a la que quiero conocer y he descubierto que tener siempre al mismo caballero a mi lado disuade las atenciones no deseadas que alguien en mi situación podría atraer.

Con «situación» quería decir que era viuda, que tenía dinero y que eso la convertía en un blanco para todo tipo de hombres. No ayudaba que su marido hubiera sido un conde francés y que todos supieran que la vida en el continente era mucho menos restrictiva moralmente que en Inglaterra. Había incluso quienes pensaban que una buena dama inglesa hacía mejor en regresar a su hogar antes que seguir rodeada de depravados. Esa era la historia que Channing había elaborado.

Channing había pasado gran parte de su tiempo aquella Navidad elaborando el guion de su historia y, en los meses posteriores, la historia había ganado credibilidad, aunque su relación hubiese acabado en desastre.

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Una presentación o un escudo? —gracias a sus esfuerzos, la señorita Alina Marliss había sido aceptada de nuevo en sociedad. Pero ambos sabían que esa aceptación era provisional. Un movimiento en falso por su parte y la sociedad no dudaría en expulsarla.

—Ambas cosas —Alina abrió el abanico que llevaba en la muñeca; un bonito objeto de encaje blanco con flores rosas pintadas, el tipo de complemento que una inglesa decente llevaría y una prueba de lo mucho que cuidaba aquel aspecto de su personalidad—. Necesito conocer al señor Roland Seymour.

—Me temo que no lo conozco. Ese es el objetivo de las fiestas en el campo, ¿no? Relacionarse y, con suerte, expandir los círculos sociales de manera útil —Alina agitó el abanico de un lado a otro con un gesto lánguido. El movimiento llamó la atención sobre la parte de su pecho que se veía gracias a aquel vestido engañosamente recatado de muselina rosa.

Channing le dirigió una sonrisa irónica e intentó mantener la mirada por encima de su cuello, pero era tremendamente difícil y sabía que ella lo sabía.

—Quieres que me haga amigo suyo y después te introduzca en su círculo —adivinó.

—Básicamente. Jugar un poco al billar —Alina sonrió por encima de su abanico—, prácticas de tiro, a ser posible no entre vosotros, lo que sea que hacen los caballeros —estaba intentando distraerle; sonrisas, abanicos y pechos. Le hacía desconfiar, sobre todo en una mujer que pocos minutos antes se había mostrado fría y distante.

—¿Por qué? —aun sabiendo que estaba jugando con él, no pudo evitar flirtear. Se inclinó hacia ella y aspiró la fragancia de rosas de su perfume. Se había tomado la molestia incluso de oler como una auténtica inglesa.

—Quiero tratar unos asuntos con el señor Seymour.

Channing arqueó una ceja al oír aquello.

—¿Vas a decirme qué tipo de asuntos?

—No —Alina se rio y dio un paso hacia atrás—. Ahora tienes trabajo que hacer y yo tengo mujeres con las que integrarme. Si me disculpas.

Channing la dejó marchar. Amery no se había equivocado al decir que había viajado por todo el continente. Le habían salido los dientes en los salones de París donde él había visto por primera vez a la extraordinaria condesa de Charentes. Por entonces era una mujer casada, pero eso no le había privado de la emoción de flirtear con ella. Esa misma emoción había estado presente aquel día, a pesar de todas sus dudas. Le provocaba como ninguna Marianne Bixley podría provocarle jamás. Deseaba que tanta perfección no le afectara, pero así era, y eso sin tener en cuenta su inteligencia ni su ingenio.

Era la fantasía de cualquier hombre. Tal vez esa fuera su mayor arma. Podía ser cualquier cosa para cualquier hombre. Él aún no había conocido a un hombre que no hubiese caído víctima de su hechizo. Eso le enfurecía y le intrigaba por igual. Le enfurecía porque se enorgullecía de ser menos susceptible que los demás hombres en lo relativo a las políticas sexuales, pero en el caso de Alina parecía no diferenciarse de los demás hombres; le intrigaba porque se preguntaba quién sería cuando nadie la miraba.

¿Habría alguien a quien le mostrara su verdadera personalidad? En otra época Channing había pasado demasiadas horas preguntándose cómo sería esa verdadera personalidad y cómo podría convencerla para que se la mostrara. Era una de las innumerables fantasías que tenía con ella.

No era el único. Channing vio cómo los demás hombres del jardín la seguían con la mirada mientras avanzaba hacia las puertas de cristal que conducían al interior. Se veía lo que estaban pensando. Lord Barrett, casado y con tres hijos, estaba pensando cómo podría quedar con ella en Londres. Lord Durham estaba pensando cómo podría colarse en su habitación durante la semana, quizá incluso esa misma noche. El hijo de lord Parkhurst, rubio e indolente, estaba calculando si con su paga podría permitírsela si decidiera tenerla como amante, como si Alina fuese a tolerar algo así. Channing esperaba no resultar tan evidente como los demás. No era de extrañar que ella sintiera que necesitaba la presencia de Amery como protección.

Él observó a su objetivo, que charlaba al otro extremo del jardín con Elliott Mansfield, a quien sí conocía. Elliott y él eran miembros de White’s. Era el momento de hacer uso de aquella relación. No pudo evitar preguntarse algo: si él estaba allí para proteger a Alina de las atenciones no deseadas, ¿quién iba a proteger a Roland Seymour de ella? Cualquier asunto con Alina Marliss resultaría peligroso. Él podía dar fe de ello. El origen de todas sus aflicciones podía achacarse a ella. Empezaba a pensar que la condesa le había echado a perder para las demás mujeres.

Tres

 

No había manera de competir con la condesa de Charentes cuando los invitados se reunieron en la sala de recepciones para cenar aquella noche. Alina hizo una gran entrada, sola, cuando pasaban cinco minutos de las siete; exudaba una sensualidad firme ataviada con un vestido de satén verde que llamó la atención de todos los hombres de la habitación y despertó los celos de todas las mujeres.

La decisión había sido muy meditada por su parte. A Channing no le cabía duda de que lo había hecho a propósito. Era una estrategia descarada que indicaba que no se avergonzaba de nada. Se enfrentaría directamente a las historias que ya habían empezado a circular después del té. Eran las mismas historias que siempre la acompañaban: su marido había muerto de pronto y sin motivo. Eso la convertía en una figura trágica y sospechosa. Él había oído la historia y de inmediato había empezado a trabajar para desviarla de un modo útil. Se decía a sí mismo que lo había hecho no porque sintiera empatía por la condesa, sino porque Amery habría hecho lo mismo de haber estado allí. Era su trabajo.

No era de extrañar el resurgir de aquella vieja historia. Para aquella gente la condesa apenas era conocida. Algunos de los invitados más cultos como Durham y Barrett se la habían encontrado en Londres, pero los demás allí presentes no se movían por los círculos de la alta sociedad o solían quedarse en sus casas de campo. Dependían enteramente de los rumores para formarse sus primeras impresiones sobre aquella recién llegada. Aun así, Alina había acudido a aquella casa, donde sabía a lo que se enfrentaba cuando sin duda habría invitaciones más fáciles de aceptar, lo cual convertía su decisión en algo interesante y casi ilógico. Ahora estaba en una habitación llena de desconocidos, llamando la atención de todos, tanto la buena como la mala.

Eso lo entendía. Se dio cuenta de cuál era su estrategia. Había desplegado bien sus redes para atrapar todos los peces con la esperanza de captar la atención del que más le importaba. En esa ocasión, el pez era Roland Seymour. El truco había funcionado, advirtió Channing. Seymour la seguía con la mirada como el resto de hombres.

En cuanto a Channing, no le caía muy bien Seymour y no entendía qué podía ver Alina en él. Aunque tampoco entendía qué podía ver Alina en aquella casa. El entorno de lady Lionel no era precisamente el círculo distinguido que Alina había cultivado con tanto ahínco.

Sonó la campana que anunciaba la cena y Channing elogió en silencio lo oportuno de la decisión de Alina. Como todo lo demás en ella, fue una llegada perfecta. Había bajado con el tiempo suficiente de llamar la atención, pero sin tener que hablar con nadie o, peor aún, arriesgarse al desprecio de las invitadas celosas.

Bonne nuite