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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Victoria Parker

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Más allá de la venganza, n.º 2407 - agosto 2015

Título original: The Ultimate Revenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6779-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Dicen que es imposible planificar un huracán.

Nicandro Carvalho podía. Era capaz de provocar una tormenta con una sonrisa. Y tras diez años planeándolo, y meses agitando esa tormenta, al fin estaba preparado para desatar el caos.

«Zeus, voy a por ti. Aniquilaré tu mundo, como tú destrozaste el mío».

En el Barattza de Zanzíbar, punto de celebración de la ostentosa reunión de Q Virtus de aquel fin de semana, hacía tanto calor y humedad que la camisa se le pegaba al cuerpo como una segunda piel y el sudor le caía bajo la máscara. Sin embargo, avanzó imperturbable entre la multitud de multimillonarios, pendiente de su bonita Petit Q, su pase para la guarida de Zeus.

«Mirar, pero no tocar», era la regla de oro.

Como si él hubiera respetado las reglas alguna vez. «Las reglas son para los tontos aburridos», como diría su madre, aunque su voz ya solo le llegaba como un lejano eco del pasado.

A su paso, numerosas personas lo saludaron y Nicandro les devolvió el saludo con un gesto de la cabeza o un rápido «buenas noches».

Mantuvo el paso firme, así había sido desde la época en que se llamaba Nicandro Santos, un aterrorizado adolescente de diecisiete años que se había subido a un carguero en Río, y escondido en un sucio contenedor, rumbo a Nueva York. Y se había mantenido firme cuando había cambiado de identidad. Así había surgido Nicandro Carvalho, que había vendido su cuerpo en las calles de Brooklyn antes de desollarse las manos en la construcción.

Tampoco había titubeado al adquirir su primera propiedad, y luego otra, obsesionado con ganar dinero suficiente para sacar a su abuelo de Brasil y llevarlo a vivir con él.

Esa firmeza le había recompensado con un poder y una riqueza casi obscena, hasta ser aceptado en las filas secretas de Q Virtus, donde su propósito era infiltrarse y tomarlo desde el interior.

Le había llevado diez años planearlo, reconstruir el Imperio Santos, el legado de una vida que le había sido arrebatada junto a sus padres.

–¿Adónde vas con tanta prisa, Nic?

La voz de Narciso, su amigo, lo obligó a volverse. La parte superior del rostro quedaba oculta tras una máscara dorada que recordaba a una corona de laurel.

–¡Salve al emperador Narciso! –saludó Nic con una sonrisa–. ¿A quién se le ha ocurrido esto?

–No tengo ni idea, pero me siento el amo del mundo.

–Por supuesto –Nic puso los ojos en blanco–. ¿Qué tal la bola y la cadena?

Narciso sonrió ante el cinismo de su amigo.

Horribles máscaras. Era el requisito para proporcionar cierto anonimato, pero solo servía para enfurecer a Nic, como todo lo relacionado con Q Virtus.

Era un club para caballeros de la élite. Prestigioso, ilustre. El club más codiciado del mundo, presidido por un mentiroso y vil asesino.

Qué ironía, pensó, que multimillonarios adultos estuvieran dispuestos a vender su alma por ser miembros de Q Virtus, entregando su reputación, respeto y confianza a un criminal.

Pero no por mucho tiempo. No cuando él hubiera sacado a la luz la cruda realidad.

–Tan guapa como siempre. Acompáñame al salón de juegos, me gustaría charlar contigo.

–Vayamos a una mesa privada –Nicandro empujó al otro hombre hacia el salón de la ruleta.

–Caballeros, hagan sus apuestas –anunció un crupier.

Nic arrojó una ficha de cinco mil dólares y eligió unos números mientras esperaba a que su amigo apostase.

–Veinte mil dólares al diecisiete negro –confirmó impasible el crupier.

–¿Te sientes atrevido sin tu dama junto a ti? –Nic soltó un silbido.

–Me siento afortunado. Es lo que consiguen la bola y la cadena.

Su socio seguía bajo los efectos narcóticos del sexo cotidiano y Nic le deseó que la resaca tardara en llegar, pues no quería ver apagarse las luces de su mirada. Triste, pero inevitable.

–Dime una cosa, ¿no te parece extraño que jamás hayamos visto al señor Misterioso?

Narciso no se molestó en fingir que no sabía de quién estaban hablando.

–Ese tipo valora su intimidad –arqueó una ceja–. ¿No nos pasa a todos?

–Tiene que haber algo más.

–Siempre tan desconfiado, Carvalho.

La bolita cayó en el diecisiete negro y una exclamación de satisfacción llenó el aire. Sin embargo, Nic tenía cosas más importantes en la cabeza. Y todas conducían a lo mismo. A Zeus.

–A lo mejor no se le dan bien las relaciones sociales –sugirió Narciso–. Dicen que está relacionado con la mafia griega. A lo mejor su cuerpo está cubierto de cicatrices de balazos. A lo mejor es mudo. A lo mejor tímido. Desde la última reunión, hay toda clase de rumores.

Nic conocía bien esos rumores. Por supuesto. De hecho, había lanzado la mayoría de ellos.

–¿No te preocupa que Q Virtus pueda ser algo turbio? –preguntó con toda la inocencia de que fue capaz–. A algunos parece que sí les preocupa. Aquí faltan unos cuantos miembros.

Era increíble el poder de unos cuantos rumores susurrados en los oídos adecuados. La duda era un arma poderosa, destructiva, y Nic había iniciado un fuego que se estaba descontrolando.

Narciso se encogió de hombros, como si formar parte de un club corrupto lo tuviera sin cuidado.

–Puede que los orígenes del club fueran algo turbios. Tú y yo conocemos personalmente a varios miembros, y todos han hecho fortuna con beneficiosos acuerdos comerciales. Dudo que nada de eso sea cierto. Los rumores suelen ser fantasías producto de celos, o de algún oscuro motivo.

Aunque Nic estaba decidido a guardarse para sí esos oscuros motivos.

–De todos modos, me gustaría conocerle –si algo salía mal, si desaparecía, quería que Narciso supiera adónde se había dirigido.

–¿Por qué? ¿Qué quieres tú de Zeus?

Destrozarle la vida. Hacerle sufrir como habían sufrido sus padres, su abuelo y él mismo.

El anciano al que adoraba era la única familia que le quedaba. Él le había obligado a ser fuerte, a continuar cuando hubiera preferido morir en el mismo baño de sangre que sus padres.

–¿Hay algo que quieras contarme, Nic?

«Sí». Sin embargo, no quería arrastrar a Narciso al centro de una tormenta que él había creado.

–No especialmente.

–¿Y cómo pretendes llegar hasta el misterioso, solitario y famoso Zeus?

Nic bebió otro trago de vodka mientras contemplaba a la Petit Q que llevaba cortejando desde su llegada la noche anterior. No le había costado más que una sensual mirada. Pan comido.

Un paseo romántico a medianoche por la playa le había proporcionado su huella dactilar en la copa de champán. Una sutil caricia le había permitido acceso a la cintura para, a continuación, arrebatarle la tarjeta de seguridad. Quedaba pendiente una promesa de seducción en la suite de la joven, promesa que no tenía la intención de cumplir y que le permitiría deshacerse de ella.

–Debería haberme imaginado que había una mujer –Narciso siguió la mirada de su amigo–. Me gusta tu estilo, Carvalho, aunque pienso que ese vodka se te ha subido a la cabeza.

Nic soltó una carcajada, pero solo duró el tiempo que tardó en mirar a su amigo a los ojos.

¿Qué iban a pensar de él Narciso y su amigo, Ryzard, cuando hiciera estallar el Q Virtus por los aires? ¿Qué dirían cuando les privara de alternar con los hombres más poderosos del mundo? No lo entenderían. Narciso era lo más parecido a un amigo íntimo que hubiera tenido jamás, y Ryzard era un buen hombre. Aunque ellos no lo supieran, les estaba haciendo un favor. Ellos no tenían ni idea de lo que era capaz Zeus. Él sí.

–Hablando de rumores –murmuró Narciso–. He oído que has recibido una oferta de Goldsmith.

–¿Cómo sabes eso? –Nic casi se atragantó con el vodka.

–¿De verdad creías que Goldsmith mantendría en secreto la posibilidad de que el poderoso Nicandro Carvalho, magnate del negocio inmobiliario, se pueda convertir en su yerno? Se lo contó a mi padre. Y él me lo contó a mí. Yo le dije que Goldsmith deliraba.

Nic reprimió un suspiro de impaciencia. Era lo último de lo que deseaba hablar.

–¡No me digas que estás considerando seriamente casarte con Eloisa Goldsmith!

–Lo estoy considerando, sí –«no». «A lo mejor».

–¡Debes de estar de broma, Nic!

–¡No grites! Solo porque tú estés cegado por el sexo y la pasión… perdona, quería decir que solo porque hayas encontrado la dicha eterna –murmuró él con sarcasmo–, no quiere decir que yo también desee firmar mi condena de muerte. Un matrimonio de conveniencia es perfecto para mí.

–Que los dioses te ayuden si te encuentras con una mujer que te ponga de rodillas.

–Si eso sucede alguna vez, amigo mío, te compraré un cerdo de oro.

–Eloisa Goldsmith –Narciso sacudió la cabeza–. Estás loco.

–Loco no, pero llego tarde a una cita –Nic apuró la copa y se puso en pie.

–¿Por qué considerarlo siquiera? Es un ratón de campo. Te habrás hartado en una semana.

Exactamente. Jamás se enamoraría de ella, pero tendría a una mujer dulce y cariñosa como madre de sus hijos. A los veintinueve años caminaría hacia el altar, culminada su meta.

Diamantes Santos.

El gran amor de su abuelo, su orgullo y su alegría. Goldsmith no solo le daría la mano de su hija.

No le entusiasmaba la idea, pero se había prometido a sí mismo considerarla mientras preparaba su venganza contra Zeus. Y estaría dispuesto si con ello Avô pudiera ver Diamantes Santos de vuelta a donde pertenecía. Era lo menos que podía hacer por el anciano.

–Y ahora, si me disculpas, tengo una cita con el placer.

El placer de la venganza final.

 

 

PRIVADO. NO PASAR.

A Nic le rugía la sangre en una letal combinación de excitación y ansiedad mientras pasaba la tarjeta de seguridad por el monitor del lector. Pensó con asco en los primeros días en Nueva York, cuando se había visto abocado a las calles de Brooklyn. Allí había conocido no pocos degenerados, aunque interesantes, personajes que caminaban por el lado peligroso de la vida, y que siempre se habían mostrado dispuestos a enseñarle un par de trucos.

Le dio un vuelco el corazón cuando la luz se puso verde y se encontró en el santuario de Zeus.

Unas antorchas de estilo marroquí inundaban el pasillo y las paredes de estuco blanco de una inquietante luz. Al final del pasillo había una puerta de madera tallada. Al acercarse, oyó unos gemidos, como si alguien tuviera una pesadilla. A Nicandro le parecieron de una mujer.

¿Su amante? ¿Su esposa? Ese hombre era lo bastante malévolo como para tener un harén.

Nic giró el pomo de la puerta y lo sintió ceder. Aquello era demasiado fácil.

Entró y cerró la puerta, no sin antes contener un silbido ante la opulencia que encontró.

Las paredes de color ocre estaban atravesadas por enrejados que permitían que la luz de los candelabros pasara de una estancia a la siguiente. Pero lo que le produjo una sensación de sensualidad fue el olor a incienso que hizo que moviera los ojos hacia la cama.

Unos escalones de mosaico conducían a una tarima elevada de, al menos, dos metros cuadrados. La estructura estaba cubierta por un dosel de seda dorada, cerrado en los cuatro extremos salvo por una pequeña abertura en una esquina. Era toda una provocación para mirar al interior.

Tras quitarse los zapatos, se acercó de puntillas con el pulso acelerado.

El inesperado relámpago, seguido de un sonoro trueno, no le ayudó a calmarse.

Una mujer yacía entre lujosos cojines y capas de seda en tonos blanco y dorado.

Nic se detuvo. Una extraña sensación de electricidad le hizo fruncir el ceño. Si creyera en la brujería brasileña, diría que sus antepasados le estaban gritando que se largara de allí.

Se sobrepuso al extraño trance y continuó recorriendo la suite, apreciando los mullidos sofás de color marrón y el jacuzzi que se erguía sobre otra tarima elevada en el cuarto de baño.

El conjunto era impresionante, y aun así producía una sensación hogareña.

Al fin, en la esquina más alejada, halló la respuesta a sus plegarias. Un escritorio repleto de carpetas y documentos.

La esperanza prendió en él, mezclada con cierta dosis de ansiedad. No era miedo a ser descubierto, sino más bien miedo a no descubrir nunca la verdad. A no encontrarse nunca cara a cara con el mismísimo Zeus. O, mejor dicho, Antonio Merisi.

Antonio Merisi, alias Zeus. Un nombre que se le había mantenido oculto durante años. Pero Nic tenía amigos en todas las esferas y cualquier cosa era posible si se pagaba el precio adecuado.

Descubrir otras empresas Merisi, aparte de Q Virtus, había resultado ser un tortuoso ejercicio de paciencia, considerando que también se ocultaban tras distintos alias, pero al cabo de unas semanas había destapado un par de esas empresas y todo se había puesto en marcha. Intervenir las cuentas bancarias de ese hombre, enturbiar su reputación, hacerle presenciar la destrucción de su imperio. Solo pedía estar presente y ver caer a los infiernos al hombre responsable de la muerte de sus padres.

De pie frente al escritorio, echó un vistazo a la primera carpeta: Merpia Inc.

«¿Merpia?». El mayor negocio de mercancías del mundo.

Eros International.

Ese no le había sorprendido, por las connotaciones griegas que envolvían al club y la breve mención del apellido Merisi en la cartera de la empresa.

Ophion, una naviera griega.

Petróleos Rockman.

Cada una de esas empresas generaba beneficios multimillonarios. Ese hombre no era rico, era, probablemente, uno de los hombres más ricos del mundo.

Las acciones que había emprendido Nic no supondrían más que una gota de agua en el mar.

Luchó contra una creciente sensación de desánimo hasta que otra carpeta llamó su atención.

«¿Carvalho?».

Alargó la mano hacia la carpeta, pero se detuvo ante la aguda voz que rompió el silencio.

–Yo no lo haría. Levanta las manos y apártate de la mesa. No te muevas o te volaré los sesos.

Justo cuando la cosa empezaba a ponerse interesante.

Nic levantó las manos con teatralidad y se giró.

–Vamos, querida, no nos peleemos…

Pero el «clic» del seguro de una pistola le hizo reconsiderar su actitud. Tenía que pensar en algo, y rápido. El sonido le había transportado trece años atrás en el tiempo.

–Quédate donde estás. No te he dado permiso para darte la vuelta.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Nic ante el tono dominante de la femenina voz.

–Como ordenes –contestó él, recubriendo su voz de un velo de sensualidad–. Aunque preferiría tener esta conversación cara a cara. Sobre todo, si eres tan hermosa como tu voz.

–¿Quién eres y cómo has entrado en mi suite?

–Voy a girarme para poder mantener esta conversación como dos adul…

Un agudo latigazo atravesó el aire y una bala le pasó rozando la cabeza.

–Buena puntería, querida –¿por qué no le permitía volverse?

–Muy buena, te lo aseguro. Y ahora prométeme que te portarás bien.

Nic tuvo la sensación de que no iba a ganar esa discusión. Y esa voz… ¡Dios!

–Me portaré bien. Palabra de scout.

Nunca había sido boy scout. Se lo había sugerido a su madre, pero ella había enarcado sus perfectas cejas y explicado que preferiría que se apuntara a jugar al póquer en el club de campo.

–Aunque, si lo que me pides es que coopere –Nic ignoró la pena ante el recuerdo de su madre–, resulto mucho más asequible sin una pistola apuntándome a la cabeza.

–Si tan familiarizado estás con el sonido de una pistola cargada, debes de haberte metido en más de un lío. ¿Por qué será que no me sorprende?

–Supongo que soy de esa clase de tipos.

–¿Un ladrón? ¿Un criminal? ¿Un demente?

–Un incomprendido, diría yo. O quizás enigmático, como tu amante. ¿O es tu jefe?

–¿Mi… jefe? –repitió ella con una altivez que dejaba claro que ningún hombre la gobernaba.

–De acuerdo, entonces es tu amante.

–Piensa un poco –bufó la mujer–. Y mientras estás en ello, cuéntame quién se supone que es ese jefe. ¿A quién estás buscando?

–A Zeus, por supuesto ¿a quién si no?

La suite quedó envuelta en un intenso silencio.

–Tenemos una reunión –Nic se la jugó–. Si no te importa, te agradecería que fueras a buscarle.

De repente, sonó una estruendosa carcajada. Contagiosa aunque oxidada, como si esa mujer no estuviera acostumbrada a reírse. Y, sin embargo, Nic sintió un ardiente placer.

–¿Una reunión? No lo creo. Y te advierto, forastero, que estás jugando con la persona equivocada. De modo que espero que no te importe que te deje con unos cuantos amigos míos.

Salidos de la nada, tres moles lo apuntaron con sendas armas y Nic sintió la urgente necesidad de protegerse la entrepierna. Y todo ello porque: 1) a pesar de las evidencias en contra, era un hombre de gran inteligencia y 2) a pesar de lo bien trajeados que iban, esos tipos tenían la mirada de quien ha llevado una vida muy dura y se ha deslizado hacia la locura.

–Vamos, querida, esto no es justo. ¿Tres contra uno?

–Te deseo suerte. Si sobrevives, volveremos a vernos.

Nic supo que aún no había terminado con esa noche, ni con esa mujer.