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HISTORIAS DEL

HEAVY METAL

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HISTORIAS DEL

HEAVY METAL

Eloy Pérez Ladaga

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© 2019, Eloy Pérez Ladaga

© 2019, Redbook Ediciones, s.l., Barcelona

Diseño de cubierta e interior: Regina Richling

Fotografías interiores: APG imágenes

Fotografía de cubierta: Shutterstock

Todas las imágenes son © de sus respectivos propietarios y se han incluido a modo de complemento para ilustrar el contenido del texto y/o situarlo en su contexto histórico o artístico. Aunque se ha realizado un trabajo exhaustivo para obtener el permiso de cada autor antes de su publicación, el editor quiere pedir disculpas en el caso de que no se hubiera obtenido alguna fuente y se compromete a corregir cualquier omisión en futuras ediciones.

ISBN: 978-84-9917-579-9

Producción del ebook: booqlab.com

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.»

Para Ramón, Rafa, Félix y Lolo.
Saludos, capitanes.

INTRODUCCIÓN

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La historia del heavy metal, como la de la mayoría de géneros musicales, a estas alturas se ha escrito del derecho y del revés. Desde una óptica rigurosa, divulgativa y/o irónica y enfrentándose a ello en cuanto a fenómeno musical, estético y hasta sociológico, no han sido pocos los escribas que han querido ofrecer estudios y ensayos al respecto. Biografías particulares aparte, obviamente. Lo cual nos lleva directamente a la primera pregunta que debería plantearse alguien al hojear este volumen en cualquier librería: ¿para qué otro libro sobre heavy metal? O lo que es lo mismo ¿no está la bibliografía metálica lo suficientemente saturada como para añadir otro título a la misma?

La respuesta que el autor puede ofrecerles es que obviamente no lo está, o no al menos desde la vertiente en que se ha planteado este libro. Si por algún casual han ido ustedes a parar en estas líneas y se plantean comprarlas para entender un poco mejor el origen, evolución y ramificaciones de esa cosa que se ha dado en llamar heavy metal, déjenme aconsejarles –en un ejercicio de honestidad que me honra, modestia aparte– que gasten su dinero en esa licorería que tienen al otro lado de la calle, o en la bolera de la esquina. Incluso en la pajarería del local adyacente. Una cotorra, un jilguero o un tucán les explicarán la historia del heavy metal con más propiedad de lo que un servidor lo ha hecho en este libro.

Porque básicamente y como su título indica, esto no es un libro sobre la historia de un género, sino sobre las pequeñas historias que jalonan cual metálicas tachuelas las biografías, estilos y décadas que han visto nacer y desarrollarse nuestra música. Y uso la primera persona del plural porque entiendo –y así lo he hecho desde que tengo uso de razón musical– que el heavy metal es una familia. Más que eso, es una logia. Un reducto lejos del mundanal silencio en el que encontrar semejantes y en el que, una vez admitido, nadie te prohibirá probar otros placeres ajenos… pero nunca renegando de tu adscripción como miembro. Si has sido heavy antes de ayer, hoy o mañana, lo eres para siempre. Lo contrario (negar el heavy antes de que cante el gallo) es motivo de oprobio, desprecio y –si en mi mano estuviera– destierro a Siberia en camiseta. Pero nos desviamos del tema…

Lo que usted, querido y potencial lector tiene ahora entre sus manos es una selección (podemos llamarle antología que queda más académico) de tragedias y catástrofes, de desmanes y desmadres. La anécdota, la curiosidad y la nota a pie de página elevada a historia principal. ¿Y qué tiene eso de interesante o relevante? se preguntarán ustedes. Para alguien mortalmente serio o adultamente aburrido, nada por supuesto. Pero para aquellos que, como un servidor, han disfrutado desde temprana edad con las leyendas, rumores y vicisitudes mil protagonizadas por sus héroes musicales, creo y quiero entender que tiene todo el interés del mundo.

Desde pequeñajo disfruté siempre tanto de la música que escupían mis vinilos de Master of Puppets, Live After Death, Paranoid, Too Fast For Love, Pyromania, Overkill, (no sigo, se me entiende) como de la literatura frívola que se dedicaba –antes de la red de redes– a (des)informar sobre las mil y una hazañas y gamberradas perpetradas por los héroes que firmaban esos álbumes. En otras palabras: el heavy metal se disfruta con los oídos y la entrepierna, pero la guarnición en forma de anecdotario es imprescindible –a mi entender– para que el plato principal gane en sabor y presentación.

Así que lo que he pretendido humildemente con este trabajo es compilar algunas de esas pequeñas y grandes anécdotas anexas a la biografía oficial de nuestras bandas metálicas favoritas. Relatos trufados de drogas y alcohol, sexo y crímenes, triunfos menores y desgracias mayores. Una especie de crónica de sucesos del metal –por resumirlo todavía más– sazonándola con datos relativamente poco conocidos y curiosidades varias.

Terminada esta introducción llega el momento de explicar presencias y ausencias. Ciertamente hay protagonistas en este libro cuya música puede no ser metálica al cien por cien, pero si se les ha incluido es porque desde siempre la parroquia metalera los ha admitido en su seno e incluso, en algunos casos, los ha elevado a los altares. Antes de que alguien grite que AC/DC o Motörhead no son heavy metal me adelanto y digo que estoy –parcialmente– de acuerdo, pero al mismo tiempo me escudo y contraataco afirmando que jamás he conocido a un metalhead que no adorara a ambas bandas, y los considerara de la familia.

Por otro lado y como en algún lugar había que poner la línea de corte, he ignorado vilmente a toda la hornada de bandas proto-heavys desde mediados de los sesenta. Empezando por los menos trillados –Sir Lord Baltimore, Captain Beyond, Josefus, Toe Fat, Lucifer’s Friend– y siguiendo por los nombres habituales –Uriah Heep, Deep Purple, Cream, Blue Cheer, Led Zeppelin–, ninguno de ellos aparece en este libro. Se ha tomado como punto de partida más o menos oficioso el primer disco de Black Sabbath, en lo que estaremos más o menos de acuerdo, y a partir de ahí se han ido desgranando las anécdotas siguiendo una estructura un tanto caótica. Un caos voluntario, dada la naturaleza de lo que estamos contando. En cierto modo he querido seguir esa cadencia de conversación de bar en la que los amigotes de turno cogen un tema, lo destripan y saltan al siguiente dejando el anterior por concluir.

Aún así un simple vistazo al índice les revelará que incluso en un cajón de sastre como este, prevalece un mínimo criterio. Más que nada porque en caso contrario, la lectura de una sucesión interminable de anécdotas sin orden ni concierto creo que podría llegar a hacerse tediosa y hasta repetitiva.

También es cierto que hay una serie de nombres que tal vez esperen encontrar y puedan llevarse una decepción. Si se lo preguntaran… no, no aparecen Guns N’Roses. Jamás los he considerado mínimamente metálicos, fin de la explicación. Mötley Crüe aparecen de soslayo. ¿Por qué? Básicamente porque ellos solos dan para seis libros de anécdotas y un apéndice (a Los Trapos Sucios les remito). Death, Lamb of God, Dream Theater, Helloween, Mercyful Fate, Type O Negative, Fear Factory, Machine Head y cientos de otros ni están ni se les espera. O como mucho se les cita puntualmente. Por un tema de espacio, por un tema de falta de anécdotas jugosas o por un tema, simplemente, de propia voluntad del autor.

Vayamos terminando este rollo, no obstante. Y hagámoslo de la forma más íntegra y directa posible, poniendo sobre las mesas los pros y los contras si deciden finalmente llevarse este libro a casa, ya sea pasando por caja o disimulándolo bajo la cazadora.

¿Argumentos a favor?

–Se reirán con aquellas historias que ya sabían y se sorprenderán con otras que desconocían.

–Tendrán tema de conversación con los colegas y podrán hacerse los listillos desarmando leyendas urbanas y apostillando datos erróneos.

–Aumentarán su catálogo de conocimientos absurdos e inútiles, los únicos que resulta divertido adquirir, como bien saben.

–Y, por supuesto, con su dinero contribuirán a que pueda ampliar mi colección de coches antiguos con un Aston Martin del 68 al que le tengo echado el ojo desde hace tiempo.

¿En contra?

–En un 97,9% de ocasiones, mencionar alguna información contenida en los siguientes capítulos no les servirá en absoluto para ligar. Más bien al contrario, de hecho.

–El dinero que inviertan en la adquisición del libro ya no podrán gastarlo en cerveza (hasta yo mismo me lo pensaría).

–Y finalmente, seguro que a su derecha, en la sección de novela histórica, encontrarán algún nuevo título de cinco mil páginas repleto de catedrales y morralla templaria, y podrán estar a la moda.

Si una vez dicho esto ya han tomado su decisión (iba siendo hora pues el dependiente empezaba a mosquearse) y finalmente se me llevan con ustedes, solo queda desearles una amena, trivial y frívola lectura. Con que de vez en cuando esgriman una sonrisa o piensen «esto sí que no lo sabía», mis esfuerzos habrán quedado recompensados.

Una o más risotadas ya sería un triunfo absoluto.

Mío y, por supuesto, de todos estos cafres a los que tanto admiramos.

Barcelona, mayo de 2019

I. BLACK SABBATH

Mapledurham, Stonehenge y otras historias de fantasmas

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«Sabbath eran jodidamente geniales. Parecían peligrosos y uno básicamente quiere que sus estrellas de rock parezcan gente peligrosa. Si lees historia, no lees sobre las putas reformas agrarias en el Medievo. Lees algo sobre Atila el sanguinario huno o sobre la conquista normanda de Bretaña. Algo que tenga espadas. El tema del Mal es algo obvio para el rock and roll. Mira las noticias cada noche. Eso es el Mal. Todos nosotros simplemente cantamos sobre ello. No nos asusta.»

Lemmy Kilmister

Allá por 1969, Black Sabbath todavía no se llamaban así. De hecho nacieron el año anterior como The Polka Tulk Blues Band, en referencia a una marca de talco que usaba la madre de Ozzy. Un nombre no demasiado heavy que pronto cambiaron a Earth, hasta que al poco se enteraron de que había otra banda en Londres que se llamaba así (un combo psicodélico en el que militaba Glenn Campbell, recién salido de The Misunderstood). Forzados a rebautizarse de nuevo, cogieron la idea de un cartel en el cine que había justo delante de su local de ensayo, que programaba el film Black Sabbath (1963), interpretado por Boris Karloff. O esa es la versión más oficial, la que todo el mundo o casi da por buena. Pero no es la única. Según otras fuentes, y aun siendo Earth, Butler había escrito un tema llamado «Black Sabbath», inspirado en The Devil Rides Out, una novela escrita en 1934 por Dennis Wheatley –convertida en film por la Hammer en 1968– en la que se describía un ritual satánico con ese nombre. La banda habría decidido pues cambiar su nombre a partir de ese tema. Y hay una tercera teoría todavía más rebuscada: ese mismo año 1969 una banda americana llamada Coven grabó un tema titulado «Black Sabbath», que abría la cara A de su debut Witchcraft Destroys Minds & Reaps Souls. Y para más inri, su bajista Greg Osborne se hacía llamar Oz. ¿Casualidades de la vida? Tal vez, pero ahí dejamos la información y cada uno que piense lo que quiera.

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Drogas 1 – Satán 0

Dejémonos en cualquier caso de etimologías y entremos de lleno en el tema de los estupefacientes, que siempre resulta muy ameno y ejemplarizante. Como todo hijo de vecino metido en el mundo del rock a principios de los setenta Black Sabbath fumaban costo y maría hasta durmiendo y las rayas de coca, los quaaludes y demás mandanga circulaban por fiestas, camerinos y aviones privados en cantidades grotescamente industriales. Geezer Butler afirmó en una ocasión que la banda, durante la grabación de Vol.4 (1972) se gastó aproximadamente 75.000 dólares en cocaína, lo que vendría a ser casi medio millón a día de hoy. Y eso es mucha coca. Pero mucha. En su autobiografía, I Am Ozzy (2009), Osbourne confesaba sin tapujos: «Esa coca era la cosa más blanca, pura y fuerte que puedas imaginar. Una esnifada, y eras el rey del universo».

Pero por más pasados que pudieran estar, mantuvieron siempre los límites en lo referente al satanismo y lo oculto en general. Por más que explotaran esa imagen, sabían perfectamente donde acababa la broma y empezaba lo serio, y por ende lo peligroso. Ozzy llegó a decir al respecto: «la única magia negra en la que Black Sabbath se metió alguna vez, fue en una caja de bombones». Debido a ello en los primeros años de su carrera rechazaron en cierta ocasión la oferta de un grupo de satanistas que les pidió que tocaran durante su celebración de «La noche de Satanás» en Stonehenge, uno de esos saraos que montan de vez en cuando los adoradores del Diablo en lugares místicos. La negativa a tocar en la noche de marras hizo que los despechados organizadores lanzaran un maleficio sobre la banda, algo que puede sonar a fantasmada pero ante lo que siempre es mejor tomar precauciones, vaya uno a saber. Así lo entendió Ozzy que le pidió a su padre, metalúrgico de profesión, que fabricara cruces de aluminio para toda la banda. Cruces que hicieron bendecir y que llevaban día y noche, protegiéndose de ese modo del embrujo que pesaba sobre ellos.

Metros por pies

El nombre de Stonehenge volvería a aparecer en el camino de la banda, no obstante, y esta vez por motivos mucho más divertidos. Para entenderlo debemos remitirnos a This is Spinal Tap, la descacharrante parodia dirigida por Rob Reiner y estrenada en marzo de 1984. Uno de los gags más conocidos de la película es aquel en el que la banda encarga un decorado que reproduzca el famoso monumento megalítico británico, pero encarga por error un modelo de dieciocho pulgadas en lugar de dieciocho pies; con lo cual una vez montado en escena queda ridículamente pequeño, apenas visible.

Pues bien, un año antes, en agosto de 1983, Black Sabbath publicaba Born Again, uno de sus discos más discutidos. La segunda canción del álbum es un breve instrumental titulado «Stonehenge» y para la gira de presentación decidieron hacer en la vida real lo mismo que Spinal Tap en el celuloide, pero además sin saber nada al respecto puesto que el film aún no había sido estrenado. Y lo que ocurrió fue todo lo contrario que en la pantalla: alguien había malinterpretado las medidas, calculando en metros lo que debían haber sido pies y en consecuencia, se acabó fabricando un escenario tan monstruosamente enorme que no iba a caber en ninguno de los recintos del tour, por más capacidad que tuviesen. Así lo recordaba Geezer Butler en una entrevista en 1995: «Teníamos al padre de Sharon Osbourne, Don Arden, como mánager. Se le ocurrió la idea de decorar el escenario en plan Stonehenge. Anotó las dimensiones y se lo dio a nuestro tour manager. Lo escribió en metros, pero quería escribirlo en pies. Y aquellos que lo fabricaron lo hicieron de quince metros en lugar de quince pies. Tenía en total cuarenta y cinco pies de alto y no cabía en ningún escenario, así que tuvimos que dejarlo en el almacén. Costó una fortuna, pero no había un edificio en todo el planeta en el que pudieras hacerlo entrar».

Fenómenos paranormales

Como decíamos un poco más arriba, la imaginería satánica que acompañó a Black Sabbath desde sus inicios realmente tenía más de atrezzo que de culto al diablo. Lisa y llanamente, ninguno de los miembros de Sabbath estaba realmente metido en movidas ocultistas a un nivel serio, pero su bajista Geezer Butler sí sufrió diversas experiencias paranormales. Una capacidad, la de contactar con el más allá, que le venía ya de lejos. «De pequeño tuve varias experiencias psíquicas» reconocía no hace mucho el bajista a la revista Rolling Stone. «Vi fantasmas en casa, cuando era niño. En una ocasión mi hermana y yo vimos a una anciana que bajaba las escaleras y nos quedamos helados. Era un fantasma, iba flotando por las escaleras. Crecí en una casa victoriana algo rara. Otro día salí de mi habitación y había un tipo parado allí, mirando las escaleras, vestido con ropa de los años veinte. Y en un instante, simplemente, desapareció.»

Pero de todas ellas, la más conocida fue la que años más tarde inspiró la canción homónima de su primer álbum: «Justo me desperté de un sueño y ahí estaba esa cosa negra, mirándome. Solo duró un segundo, pero me puso los pelos de punta. Se lo conté a Ozzy, a Tony y a Bill, en aquel momento era algo bastante aterrador. Creo que eso fue lo que inspiró a Ozzy a crear la letra que abre la canción: ¿qué es esto que está delante de mí?». Obviamente la famosa portada de su debut, con una figura espectral en un paisaje tétrico y con el famoso molino de Mapledurham al fondo no fue ajena tampoco al episodio sufrido por Geezer.

Aunque tampoco sería la última vez que Sabbath se vería acechado por los espíritus. Durante la grabación de Sabbath Bloody Sabbath en 1973 la banda alquiló una mansión llamada Clearwell Castle en el llamado Forest Of Dean, no muy lejos de su Birmingham natal. ¿Y qué mejor sitio para que un fantasma se pase a saludar que un caserón gótico de principios del XVIII? Así lo relataba Phil Alexander, editor de Kerrang en el libreto del CD de Reunion (1997): «Cuando estaban en Clearwell, Tony mantiene que Sabbath no estaban solos. ‘Ensayamos en la armería y una noche estaba caminando por el pasillo con Ozzy, y vimos a esa figura envuelta en una capa negra’ recuerda el guitarrista. ‘Dije ‘¿Quién es ese?’ y Ozzy contestó ‘No lo sé’. Seguimos a la figura de nuevo hacia la armería y al entrar, allí no había absolutamente nadie. ¡Quienquiera que fuera se había desvanecido en el aire! Los dueños del castillo lo sabían todo sobre el espíritu y dijeron ‘Ah, sí, es el fantasma de tal y tal’. Nos quedamos en plan ‘¿Cómo dices?’». Por lo que cuentan, desde esa experiencia ninguno de ellos volvió a pernoctar en el caserón. A grabar de día y en cuanto oscurecía… ¡hala, a casa! mañana será otro día.

Pentagram, los primos americanos

Fantasmas, apariciones, espectros, presencias y mal rollo en general no fueron ni son competencia exclusiva de Iommi y sus muchachos. Ese es el caso de Pentagram, precursores del heavy y el doom al otro lado del charco y cuya historia –paralela en cierto modo a la de los de Birmingham pero infinitamente menos exitosa– está igualmente jalonada por encuentros inquietantes, por no decir abiertamente terroríficos.

Cuenta Bobby Liebling, líder y fundador de los virginianos que en los primeros tiempos de la banda estaba metido hasta las trancas en toda clase de artes ocultas y satanismo, era miembro de la Iglesia Satánica en el área de Washington DC y hasta asegura que llegó a formar parte de un aquelarre real. Una afición muy en boga por aquel entonces a la cual Bobby puso fin de modo apresurado tras una experiencia de las de manchar los calzones: «Una noche estaba en casa de mi amiga. Siempre teníamos cerca de nosotros un par de copias de la Biblia Satánica de Anton Lavey, y libros sobre brujería y ocultismo. Era cuatro de julio y estábamos completamente sobrios, en el sótano, leyendo la Biblia Satánica cuando de repente empecé a exhalar una ligera niebla por mi boca. Estaba tan metido en la lectura que no me había dado cuenta de que la habitación se había quedado congelada. Todas las tuberías del sótano estaban cubiertas de gotas de agua que se convertían en pequeños carámbanos. Las ventanas estaban cubiertas de escarcha y la estancia entera estaba bajo cero. Y eso fue en un lapso de entre diez y veinte minutos. Me asusté tanto que no lo he olvidado jamás. Para mi aquello fue una señal que decía: «estás enredando con el tema equivocado, colega».

Fue tal el acojone que le entró a Liebling que inmediatamente después de aquello se deshizo de todos los artilugios ocultistas y abandonó el asunto por completo. Pero según Joe Hasselvander, ex batería de Pentagram y posteriormente de Raven, Liebling nunca se libró del todo del influjo maligno revelado entonces: «Bobby conjuró alguna cosa que lo asustó de muerte, se largó de la casa y nunca volvió allí. Pero se supone que debes cerrar las puertas que dejas tras de ti, y ellos nunca lo hicieron. Creo que en parte es por eso por lo que ha tenido tantos problemas en su vida con las adicciones a las drogas y la falta de éxito».

Hasselvander no hablaba por hablar, puesto que él, a su vez, había sufrido algo parecido. Viviendo en una casa en Nueva York junto a otros miembros de Raven, Joe encontró unas cartas del tarot que se remontaban a los juicios de brujas en Salem, cartas que asegura «estaban cubiertas de sangre humana. Eran horripilantes». Se quedó con unas diez de ellas y casi destruyeron su vida. Al parecer en dos de esas cartas residía un espíritu, y la persona que estaba atada a ellas había invocado demonios (probablemente era responsable de la histeria en torno a todo lo ocurrido en Salem). El ente hacía que la gente perdiera la razón, enviándoles objetos malditos: «originó un increíble brote de poltergeist en mi casa y tuve que mudarme (…) El agua de los retretes se volvió negra, todo se infestó de moscas, los objetos salían despedidos de las estanterías contra nosotros. La casa entera empezó a oler a Rosewater Lavender, una colonia que la gente usaba en el siglo XVII. Tratábamos de instar al espíritu a irse, pero solo cambiaba de estancia». Finalmente Joe descubrió quién era esa presencia y encontró la manera de retornarlo a Salem. A partir de ahí se realizaron diversos exorcismos sobre la casa hasta que finalmente pudo irse sin efectos residuales.

¿Fin de la historia? No del todo porque el batería guardaba un golpe de efecto para el final de la entrevista: «Hoy día soy una persona muy religiosa debido a todo aquello. Y no profundizaré más en el tema, pero sí diré que Cliff Burton de Metallica tenía la otra mitad de los artefactos que yo tenía, y sinceramente creo que lo mataron». Ahí queda eso.

Pero volvamos a Sabbath durante un instante para constatar que no fueron los únicos que llegaron a grabar en un castillo encantado. Leyendo y rastreando las crónicas metálicas de las últimas décadas, encontramos diversos ejemplos de lugares en los que las sesiones de grabación se vieron alteradas por ectoplasmas juguetones. Uno de los más famosos, el estudio conocido como The Mansion.

El estudio embrujado

The Mansion es un caserón de diez habitaciones en el área de Laurel Canyon en Los Angeles, que fue propiedad del productor Rick Rubin durante unos años y en el que se dice que vivió el mítico ilusionista Harry Houdini a principios del siglo XX.

Originalmente construido en 1918, el edificio original sucumbió en un incendio en 1959 y sobre sus cimientos, unos años más tarde, se construyó la nueva mansión reconvirtiéndola en un estudio de grabación. Un estudio entre cuyas paredes han trabajado artistas del calibre de Red Hot Chili Peppers, Linkin Park, Marilyn Manson, The Mars Volta, System of a Down o Audioslave entre otras.

Y un estudio, también, en el que se han detectado no pocos e inquietantes fenómenos paranormales. De hecho se cuenta que la casa ya estaba embrujada desde sus orígenes, cuando el hijo de un comerciante de muebles arrojó a su amante desde uno de los balcones.

En 2004, durante la grabación simultánea de Mezmerize e Hypnotize por parte de System of a Down, Heidi Robinson, la publicista de Rick Rubin, tuvo un encuentro que todavía hoy le pone los pelos de punta. Una mañana en la que llegó a The Mansion antes que nadie para organizar las entrevistas y sesiones de fotos del día, se sentó en el comedor frente a la gran escalera de caracol, de espaldas a la entrada de la casa. Y entonces sintió algo a su espalda. Una sensación que se fue haciendo más y más incómoda: «no era nada malo, pero era obvio y subió tanto de intensidad que sentí claramente que algo estaba justo detrás de mí». Al girarse no vio a nadie, pero al volver la vista al frente una figura apareció frente a ella. El fantasma de una mujer vestida de blanco, bajando las escaleras. «No había brisa en la casa, pero la ropa que llevaba puesta flotaba al viento». Y entonces se detuvo. Heidi no está segura de si la mujer la vio o no, pero finalmente la espectral figura se dio la vuelta y regresó escaleras arriba. Por su parte el guitarrista de la banda, Daron Malakian aseguraba que cada madrugada, a las cuatro en punto, los tubos de su ampli empezaban a hacer cosas raras; pero comparado con la experiencia de Heidi, lo suyo la verdad es que resulta menos impactante.

Un año antes de esos sucesos, Slipknot habían estado viviendo en la casa mientras grababan su tercer disco Vol. 3 (The Subliminal Verses), y también tuvieron sus más y sus menos con los inquilinos insustanciales. En palabras de Joey Jordison, su batería: «Estabas ahí parado y de repente algo te empujaba, mirabas alrededor y no había nadie. Mi puerta se abría sola cada día entre las nueve y las nueve y media de la mañana, durante las dos primeras semanas, hasta que coloqué un ladrillo para evitarlo. Un día estaba lavando la ropa en el sótano y entré en una habitación y sentí como si algo caminara a través de mí, como si me traspasara. Me acojoné vivo. Y dejé de bajar al puto sótano». De hecho, lo primero que hacían todos los miembros de la banda cuando se reunían en el estudio todas las mañanas era hablar sobre los extraños acontecimientos de la noche anterior. Su cantante, Corey Taylor, incluso afirmó haber visto apariciones en su habitación en más de una ocasión. Pero eso, en el caso de Taylor, es más habitual de lo que parece. Vean ustedes el cuadro adjunto si no nos creen.

Una vida entre espectros

Aparte de liderar a Slipknot y Stone Sour, Corey Taylor es un personaje tan ubicuo como hiperactivo. Actor y presentador, activista político y escritor, el de Des Moines parece haber alcanzado en los últimos años una cierta estabilidad en una vida marcada, en algunos periodos, por una dependencia absoluta del alcohol y las drogas. Tras publicar en 2012 un primer libro –Seven Deadly Sins– de carácter autobiográfico, al año siguiente sorprendió a propios y extraños con una obra en la que explica sus continuadas –casi habituales podría decirse– experiencias con lo sobrenatural mientras filosofa a ratos sobre religión. A Funny Thing Happened on The Way to Heaven (Or, How I Made Peace with The Paranormal and Stigmatized Zealots and Cynics in The Process) cuenta –en su habitual estilo directo y desenfadado– su primer encuentro con un espectro, cuando tenía nueve años y junto a algunos amigos se embarcaron en la clásica aventura de colarse en una casa abandonada del pueblo. A partir de aquel primer susto, según Taylor su vida ha sido una gran sucesión de acontecimientos sobrenaturales. Historias sobre ver una sombra oscura en un campo de maíz tratando de atacarle, sobre una vez que fue empujado escaleras abajo por una fuerza malévola y ultraterrenal...

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Leyendo A Funny Thing Happened… uno tiene la sensación de que cada vez que Corey se compra una nueva mansión, en el precio van incluidos los espíritus de unos cuantos niños siniestros. Pero lo cuenta con tanta sinceridad y detalle que uno no puede por menos que –aparte de disfrutar– otorgarle una cierta credibilidad o, como mínimo, el beneficio de la duda.

PORTADAS CON HISTORIA

BLACK SABBATH

Black Sabbath
(Vertigo, 1970)

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Legendaria como pocas, la portada del debut homónimo de Black Sabbath puede considerarse casi por entero la obra de una sola persona: Keith MacMillan, más conocido como Marcus Keef para evitar confusiones con otro fotógrafo contemporáneo. Responsable del aspecto gráfico en Vertigo Records, la recién creada subdivisión del sello Phillips/Phonogram, Keef supo plasmar a la perfección el espíritu de la música contenida en aquel álbum destinado a cambiar tantas cosas.

La sesión tuvo lugar en el molino de Mapledurham, en Oxfordshire. Construido en el siglo XV, se mantuvo en funcionamiento hasta poco antes de la Segunda Guerra Mundial y a día de hoy todavía está en uso, básicamente como atracción turística. Tras hacerse mundialmente famoso a raíz del disco, el molino volvió a tener su minuto de gloria seis años más tarde al ser escogido para grabar unas escenas de The Eagle Has Landed, la última película de John Sturges.

Pero la estrella de la portada era sin duda esa inquietante, fantasmal figura femenina vestida de negro en primer plano. Según Johnny Morgan y Ben Wardle, autores del libro The Art of the LP: Classic Album Covers 1955–1995 (2010): «la figura espectral con ropajes oscuros es una actriz contratada por el diseñador de Vertigo, «Keef» Macmillan (...) Si nos fijamos con atención, supuestamente está sosteniendo un gato».

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En su día las teorías y elucubraciones al respecto de aquella portada fueron incontables. Se dijo que se trataba de una auténtica bruja retratada durante un aquelarre, de Ozzy travestido e incluso que simplemente no estaba allí cuando se hizo la foto y su imagen «apareció» durante el revelado. Pero siendo solo divertidas conjeturas, la pregunta sería quién era en realidad aquella modelo. Curiosamente su identidad concreta sigue siendo una incógnita a día de hoy, y lo único que se ha dado por –medio– válido es que se tal vez se llamara Louise, y que nunca más se supo de ella…

¿Nunca más? Bueno, no del todo. Según contó Geezer Butler en el libro Fade to Black (2012): «Teníamos un bolo en Lincolnshire, creo que era, y esa chica se nos acercó, vestida igual que en la portada. Y supuestamente era aquella persona. Si es verdad o no, no hay manera de probarlo». Y mejor así. Hay algunas cosas que es mejor que sigan rodeadas por un cierto halo de misterio.

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II. AC/DC

Satanismo, mujeres enormes y asesinos en serie

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Hoy día AC/DC es un clásico en vida, una banda que ha trascendido géneros y ha unido a varias generaciones de fans no solo del heavy metal sino del rock en general, y no resulta difícil ver a chavales muy jóvenes –cuando no niños directamente– en sus conciertos, luciendo sus camisetas y coreando sus temas. Pero no está de más recordar que no hace tanto tiempo (al menos en un sentido cósmico) la banda de los hermanos Young fue paradigma de todos los males atribuidos al heavy y acusada, especialmente en los Estados Unidos, de adoradores de Satán. Visto desde el prisma actual puede resultar curioso, gracioso de hecho, pero si tenemos en cuenta que en los setenta y buena parte de los ochenta los círculos religiosos más fundamentalistas tenían una gran influencia sobre la Administración y buena parte de la opinión pública americana, no es de extrañar que hubiera una época en que a los australianos les pusieran las cosas más difíciles de lo normal.

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¿Qué rima con satánico?

Los primeros intentos de relacionar a la banda con el Señor de las Tinieblas partieron de rumores y conjeturas bastante chapuceros. Recordemos que AC/DC es un acrónimo de Alternating Current/Direct Current (Corriente Alterna/Corriente Continua), un mensaje que aparece en muchos aparatos eléctricos, en su caso en la máquina de coser de Margaret, hermana de Angus y Malcolm y que ambos –a instancias de su cuñada Sandra, mujer de George Young, de The Easybeats– consideraron que era un nombre adecuado por sus connotaciones eléctricas. Lo que no sabían es que además era un término que hacía referencia a la bisexualidad, lo que provocó más de un cachondo malentendido en sus inicios.

Sea como fuere, a los fanáticos de la Biblia esos melenudos que hacían cuernos y que tenían una cierta afición por lo infernal en sus canciones no les parecían trigo limpio; si le añadimos la imagen demoníaca de Angus en la portada de su mítico álbum de 1979 y el colgante de Bon Scott en forma de pentagrama (apuntando hacia arriba, detallitos) la cosa no admitía discusión: culpables. ¿Cómo demostrarlo? Lo primero fue buscar dobles sentidos, mensajes escondidos y referencias al demonio en sus canciones (ya saben ustedes: «Hell Ain’t a Bad Place to Be», «Hell’s Bells», «Highway to Hell», «C.O.D.»…), que hallaron hasta donde no las había. Lo segundo, sugerir que el rayo en su logo –creado por Bob Defrin, director artístico de Atlantic Records y por el famoso diseñador gráfico Gerard Huerta– era la S de Satanás, magnífico alarde de inventiva que superaron con la siguiente campaña desvelando los diversos y muy aterradores significados ocultos tras las siglas de su nombre. Atiendan que esto saldrá en el examen, a saber: Antichrist/ Devil’s Children (Anticristo/Hijos del Demonio), Antichrist/Devil’s Crusade (Anticristo/ Cruzada del Demonio), Antichrist/ Death Christ (Anticristo/ Muerte a Cristo) e incluso Antichrist/Devil Comes (Anticristo/Llega el Demonio). Obviamente y como cualquier persona en sus cabales sabía, los muchachos tenían de satanistas lo que ustedes y un servidor de aficionados al reggaetón. El propio Brian Johnson trató de quitarle hierro al asunto declarando «bastante tenemos con hacer que cada puta línea rime con la siguiente como para ir metiendo mensajes satánicos en medio»; pero si todo ello –pese a las consabidas trabas comerciales que comportaba– no iba más allá de una serie de mamarrachadas sin ninguna base real, en marzo de 1985 se estableció una inesperada y siniestra conexión que alentó a sus detractores a continuar con sus delirantes teorías.

Richard Ramirez

Desde el año anterior una serie de crímenes habían asolado el condado de Los Angeles; un malnacido andaba suelto violando y asesinando a la gente en sus propias casas hasta que, en una de ellas, dejó atrás una gorra con el logo de AC/DC. Los buitres empezaron a volar en círculos. Cuando el más listo de ellos advirtió la similitud entre el alias con el que la policía se refería al misterioso asesino (The Night Stalker) y el tema «Night Prowler» que cerraba Highway To Hell, el gran carnaval ya no tuvo freno. Dio igual que la banda tratara de explicar que «Night Prowler» iba de un chaval que trata de colarse por la noche en la habitación de su novia para hacer guarrerías; los tabloides sacaron petróleo de esas coincidencias, llegando al paroxismo medio año más tarde cuando Richard Ramírez fue finalmente detenido en L.A.

A lo largo del juicio, uno de los más mediáticos de los años ochenta, el asesino se mostró como un psicópata con cero arrepentimiento, pero lo que algunos trataban era de establecer equivalencias entre sus actos y AC/DC. Ray Garcia, amigo de la infancia de Ramirez en su El Paso natal confirmó que este escuchaba de jovencito a los australianos, con lo que titulares como «La Música de AC/DC me hizo matar a 16 personas, admite el Night Stalker» o «Asesino en serie movido por el rock y la adoración al Diablo» estaban a la orden del día en el maravilloso mundo del amarillismo.

La instantánea del asesino en el juicio mostrando un pentagrama (este sí, invertido) grabado en la palma de su mano, símbolo que también había pintado en el escenario de alguno de sus crímenes, cerraba el círculo. AC/DC –y por extensión el heavy metal– te hace adorar a Satán y si no vigilas, convertirte en un abyecto criminal. La verdad es que los muchachos lo pasaron mal un tiempo con todo este follón, pero por suerte siguieron adelante con su carrera, acumulando éxitos y reconocimiento y dejando cada vez más atrás todas esas paridas del satanismo.

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Línea erótica

Pero si escuchar sus discos no te servía para invocar a Baphomet en el salón de tu casa, lo que sí podía pasarte es que se les ocurriera meter tu número de teléfono en la letra de una de sus canciones.

Eso es justamente (bueno, más o menos) lo que ocurrió con el matrimonio White y el tema «Dirty Deeds Done Dirt Cheap». Hartos de recibir cientos de llamadas telefónicas «obscenas, sugerentes y amenazadoras» pidiendo diversos servicios sucios a precios bajos los White interpusieron una demanda en el Tribunal de Primera Instancia de Lake County, Illinois contra Atlantic Records y sus distribuidores. Según alegaban, su número de teléfono estaba incluido en la canción, pero lo que había ocurrido en realidad es que los dígitos 36–24–36 de la primera estrofa iban seguidos de un ¡hey! que muchos oyentes interpretaron erróneamente como eight (ocho) coincidiendo entonces sí con el teléfono de la pareja. Norman y Marilyn White pedían una indemnización de 250.000 dólares (no se pusieron por poco, los señores) y que la banda regrabara la canción, pero un juez falló en su contra. No hay constancia de que hubiera alegaciones y cabe suponer que, tras no conseguir sacar tajada, hicieron lo más lógico: llamar a la compañía y pedir un cambio de número.

En cualquier caso las conexiones demoníacas o los teléfonos eróticos son solo dos gotas de agua en un inmenso océano de anécdotas y tribulaciones para esta banda que, en los últimos tiempos, se ha visto sacudida por el infortunio. Desde los problemas judiciales de Phil Rudd, su mítico batería, hasta la muerte de Malcolm o la sordera de Brian Johnson, la segunda década del nuevo milenio no está resultando óptima para ellos que digamos. Pero para recuperar el buen humor y, de paso, las ganas de meterse unas cuantas pintas entre pecho y espalda nada como recordar unas cuantas anécdotas de los buenos y viejos tiempos.

Bon Scott

La primera y primordial es para recordar que Angus no siempre tuvo esa pinta en escena. En los tiempos primigenios la banda flirteó con la estética glam de la época, y el pequeño guitarrista mostró una especial predilección por los disfraces saliendo a escena vestido de superhéroe, de El Zorro ¡e incluso de gorila! Hasta que en 1974, en un concierto en el Victoria Park de Sidney, se enfundó en su viejo uniforme de la Ashfield Boys’ High School, un conocido instituto de la ciudad. La idea había partido de su hermana y de Malcolm y, cosas de la vida, funcionó pese a lo estrambótico que pudiera parecer tener en una banda de hard rock a un tipo chaparro vestido de colegial. En fin, siempre nos quedará la duda sobre si hubieran conseguido el mismo éxito con Angus vestido como el resto de la banda. O disfrazado de gorila, ya puestos.

Pero si alguien destacaba en aquellos AC/DC originales era Bon Scott. Por su voz, su carisma y las mil y una historias que protagonizó, casi siempre con las mujeres, el alcohol y las drogas como protagonistas. Escocés emigrado a Australia al igual que los Young, Bon era una peculiar mezcla de galán y juerguista, un donjuán intoxicado que pese a sus tropelías dejó recuerdo como un amigo leal, un compañero divertidísimo y un amante mucho más considerado de lo que era habitual por entonces en el mundillo. Claro que ello no fue óbice para que dejara anécdotas tan jugosas como la que cuenta el ex mánager de la banda Michael Browning en su libro Dog Eat Dog (2014): «Fue uno de esos momentos en los que Scott se había extraviado nuevamente en el oscuro mundo de la droga. En esta ocasión, un par de chicas le pasaron una dosis de heroína, lo que le hizo ponerse de un particular tono de verde. Trataron de reanimarlo dándole una especie de anfetamina y cuando eso no funcionó, lo llevaron al hospital, donde se recuperó. Cuando lo visité al día siguiente, estaba más alegre, divirtiéndose un poco con un par de enfermeras. Y entonces me comentó que la última vez que estuvo en el hospital fue a visitar a dos mujeres que estaban teniendo hijos suyos». Parece que Bon hizo diana la misma noche nueve meses atrás, o en noches consecutivas; pero no me negarán que ir a visitar a las madres de dos hijos tuyos al mismo hospital, al mismo tiempo y por separado, no es algo que esté al alcance de cualquiera.

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Bonfireroadie