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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Kathleen Panov

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Simplemente bésame, n.º 1190 - enero 2016

Título original: Just Kiss Me

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8047-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–Ayúdame, ¡por favor!

Joe Barrington leyó lo que ponía en la servilleta y trató de darle un significado positivo.

Por fin lo había hecho. Después de luchar durante veintiún años en vano, ella había decidido pedirle ayuda. Y él debería negársela.

Joe contempló los ojos azules de Amanda Sedgewick y dijo:

–No.

–Por favor –suplicó Amanda con cara de pena.

Joe no era uno de esos caballeros que va por ahí salvando damiselas en apuros, pero también tenía puntos débiles.

Suspiró y miró a su hermano mayor, el doctor Avery Barrington III, quien estaba estudiando la carta de vinos. Él era uno de los puntos débiles de Joe.

Avery. El mundo giraba en torno a él. Antes de que Avery cumpliera ocho años, ya había diseñado su futuro. En la escuela los niños le hacían la vida imposible, así que decidió que de mayor sería médico y ganaría mucho dinero para molestar a los compañeros que no lo dejaban en paz. Además, se casaría con Amanda, la niña más guapa del colegio Neil Armstrong.

Era un plan sencillo y Joe admiraba a su hermano por haber conseguido su objetivo. Avery se había convertido en un reconocido cirujano plástico, se había graduado en la universidad de Columbia y conducía un coche alemán, pero todavía le quedaba una cosa por conseguir.

Amanda.

Joe la había visto por última vez el día que Avery se graduó en el instituto. Así que esa noche se sorprendió al ver que se había convertido en una mujer madura. Era muy atractiva y se comportaba y hablaba con mucha seguridad. Igual que Avery.

Joe recordó que acababa de pedirle ayuda. Pues no iba a proporcionársela. Consideraba que la vida amorosa de Avery no era asunto suyo.

–No es mi problema –le dijo Joe mirándola a los ojos. Durante veintiún años se había mantenido al margen de todo, escuchando los comentarios de Avery acerca de la cara de porcelana que tenía Amanda y pensando que si lo que a su hermano le gustaba eran las rubias impecables que vestían a la moda, Amanda no estaba mal.

Pero a Joe le gustaban las mujeres con sangre en las venas y el pecado en la mirada. Al recordar su última cita, sonrió. A veces le costaba creer que Avery y él tuvieran los mismos genes. Quizá no era así y eso lo explicaba todo. ¿Por qué Joe no había conseguido ingresar en la escuela Saint Alban y Avery sí? ¿Por qué Avery quería curar a la gente y Joe solo quería estar rodeado de aviones?

El camarero se acercó a la mesa y, tanto Amanda como Joe, dejaron que Avery escogiera el vino. Ella miró a Joe y le dijo otra vez:

–Por favor.

–¿Qué decías? –le preguntó Avery a Joe después de pedir el vino.

–Le decía a Amanda que no quiero su servilleta para nada. Gracias por ofrecérmela –le devolvió la servilleta y se preguntó por qué ella habría aceptado la invitación de Avery y para qué quería que él fuera.

Amanda sonrió con educación. Tomó la servilleta y colocó el vaso de agua sobre ella. Tenía unos labios carnosos que se curvaban ligeramente en las comisuras, como si guardara un secreto que no pensaba revelar.

Joe sabía que Amanda tenía secretos y que había una parte de su ser que nunca mostraba, pero no sabía si lo que le gustaba a su hermano era su pose exterior o la promesa de sus labios.

Pero eso no era asunto suyo.

Por fin, Amanda arqueó una ceja y miró a Avery. Se retiró el cabello de los hombros, despacio y con suavidad.

–No va a salir bien –dijo sin más.

–¿Cómo?

Amanda agarró la copa de vino, miró a Joe y esbozó una sonrisa. Después se dirigió a Avery.

–Ya es hora de que sea sincera contigo.

Joe se puso en pie.

–Disculpadme. Estoy seguro de que queréis un poco de intimidad. Tomaré el tren de vuelta a casa.

–¡No! –exclamó ella con mirada de súplica. Avery dio un largo suspiro–. Creo que tenemos que decírselo a tu hermano los dos.

«¿Los dos?», pensó Joe. Una vez más Amanda hablaba en un susurro, y lo miraba de manera íntima. Como si fueran amantes.

–Ah, no, no estoy de acuerdo –contestó–. Debías haber hablado conmigo antes de sacar el tema.

Ella seguía mirándolo y Joe estuvo a punto de olvidar sus buenas intenciones.

Por suerte, apareció el camarero. Dejó la botella de vino sobre la mesa y esperó a que Avery diera su aprobación. Entonces comenzó el ritual. Avery olió el vino, lo movió, dio un sorbo y asintió. El camarero sirvió una copa a los demás y se marchó en silencio.

–¿Qué querías decirme, Amanda? –le preguntó Avery.

Amanda miró a Joe con cara de pena una vez más. Él suponía lo que quería. Se le había ocurrido un plan para deshacerse de Avery y quería llevarlo a cabo.

–Avery, estoy enamorada de Joe.

Avery bebió un trago de vino.

–¿De Joe? –preguntó–. ¡No lo dirás en serio! Solo es un mecánico de aviones.

Joe suspiró y untó mantequilla en el pan.

–Gracias, Ave. Yo también te quiero.

–Lo digo en serio, Avery. Es algo contra lo que llevo luchando desde hace mucho tiempo –se volvió para mirar a Joe–. Algo contra lo que llevamos luchando desde hace mucho. No puedo permitir que lo estropees, Avery. No voy a dejar que arruines mi única oportunidad de ser feliz.

Avery estaba confuso.

–Pero, ¿por qué, Joe?

Joe dio un bocado al pan. No podía esperar a oír la respuesta.

–Porque estoy cansada de tener que ser comedida y de plancharme la ropa –respiró hondo–. Quiero dejar de preocuparme de lo que digo, de con quién he quedado y de si me he hecho la manicura.

Interpretaba muy bien. De no ser por lo que había escrito en la servilleta, Joe la habría creído. Y no estaba dispuesto a ayudarla. Quizá Avery era un presuntuoso y un cabezota, pero era su hermano.

–No comprendo qué relación hay entre tus uñas y Joe –dijo Avery frunciendo el ceño.

–Ninguna. No siempre tiene que haber una explicación. A veces las cosas ocurren, sin más. Joe no se preocupa por ser alguien, es feliz solo por existir.

–Me parece una irresponsabilidad.

–No es irresponsabilidad, es serenidad –dijo ella.

Joe tuvo que contenerse para no soltar una carcajada. Se preguntaba si no debería poner fin a toda esa tontería. No quería que su hermano se sintiera dolido pero, aun así, se cruzó de brazos y se recostó contra el respaldo de la silla.

–¿Serenidad? Ya estás diciendo tonterías místicas, después empezarás a decir que has decidido marcharte en una misión para encontrarte a ti misma. Amanda, eres una mujer bella. Conténtate con lo que eres.

–Avery, eres un hombre maravilloso y te quiero de una manera especial, pero nunca podré quererte de esa manera.

–Por supuesto que podrás. Con el tiempo verás que tengo razón –Avery buscó la medicina contra el dolor de estómago que llevaba en el bolsillo. Se tomó dos pastillas y miró a Joe–. La has seducido, ¿no es así? Debí de habértelo advertido –dijo en tono dramático. Se puso en pie y soltó la servilleta sobre la mesa.

–Avery, siéntate. No hace falta que montes una escena –Amanda lo agarró del brazo y, como si hubiera pronunciado las palabras mágicas, Avery se sentó–. No ha pasado nada entre nosotros –miró a Joe con una sonrisa–. Joe es demasiado honesto y no haría nada sabiendo que tú estás tan obsesionado –Avery miró a Joe y este asintió. Amanda se aclaró la garganta y fulminó a Avery con la mirada–. Sin embargo, creo que ha llegado el momento de que te retires y permitas que tu hermano y yo seamos felices.

Joe la miraba asombrado por su talento interpretativo. Le resultaba fácil imaginársela durante la defensa de un cliente. «Y debido al sufrimiento que ha padecido, mi cliente se merece nada menos que diez millones de dólares...»

–¿Es cierto? –le preguntó Avery a Joe.

Joe miró a su hermano y después a Amanda.

–Claro que no. Está mintiendo. No creas ni una palabra de lo que dice.

–Avery, ¿podría hablar con Joe a solas, por favor? Él no quería decírtelo esta noche –le dijo–. Solo será un momento.

Avery frunció el ceño. Era demasiado educado como para quedarse, así que se puso en pie y miró a su alrededor.

–Parece que la señora Hoyton-Spenser está esperando a que llegue su compañero de cena. Supongo que debería ir a saludarla.

 

 

Amanda observó sus uñas y se preguntó si no debería haber hablado antes con Joe. Por supuesto, él le habría dicho que no y por eso ella había decidido no dejarle elección. Consideraba que su plan era brillante y se lo dijo.

–Es brillante. ¿Por qué no quieres admitirlo?

–¡Estás loca! ¿Por qué le has dicho que no estás interesada en él?

Joe y Avery no se parecían en nada. Joe tenía el cabello moreno y la piel bronceada. Avery era rubio. Ambos tenían los ojos azules, pero los de Avery eran plácidos como un lago de montaña y los de Joe, exóticos y peligrosos, como las aguas del Caribe.

–¿Sabes cuántas veces se lo he dicho? Eres su hermano. Ya sabes cómo es. No puedo deshacerme de él.

–¡Eso es ridículo! Todas las mujeres de Estados Unidos saben cómo librarse de un hombre.

–Joe, llevo librándome de tu hermano desde hace veintiún años. Me cae bien. Es cariñoso. Le he devuelto sus regalos, he inventado excusas, he salido con otros chicos. Cielos, esta es la primera vez que salgo con él, y he hecho que tú también vinieras.

–Es la segunda vez. Quedaste con él en un partido de fútbol que se celebró en Saint Albans.

–¿Cómo lo sabes?

–Avery habló de ello durante semanas. Aquella noche fue la envidia de todos los chicos que siempre se habían metido con él. Tú siempre lo tratabas bien.

–No se merecía que lo trataran así.

–No –Joe miró a su hermano.

Amanda se percató de que estaban desviándose del tema.

–Lo que quiero decir es que eres la única manera que conozco para que él siga con su vida.

–Búscate a otro.

Ese era el problema. Amanda lo había intentado, pero cada vez que salía con alguien se aburría. No quería aburrirse. Quería un hombre que la enseñara cómo disfrutar de la vida. Y lo había encontrado.

–Joe, he intentado quedar con otros hombres, pero nada ha cambiado.

–Entonces, cásate. Estoy seguro de que captará el mensaje.

–No voy a casarme solo para librarme de Avery.

¿Casarse? Amanda no estaba preparada para casarse. Ni siquiera quería comprometerse. No, lo que quería era tener una aventura. Y acababa de encontrar al hombre adecuado. Lo mejor de todo era que Avery la dejaría en paz. La idea de tener una aventura con Joe la hizo sonreír. Pasarían la mañana de los domingos tumbados en la cama, leyendo el periódico y haciendo el amor. Cerró los ojos y se estremeció.

–Deja que te lo explique. ¿Y si fingimos que estamos locamente enamorados durante dos o tres meses? Eso es todo. Tengo montones de amigas que creo que serían perfectas para él. Le arreglaré una cita, él seguirá adelante y yo seré libre.

–¿Por qué crees que seguirá adelante?

–Se mantendrá alejado de mí por ti. Sería lo más sensato. Y Avery es muy sensato.

–Nunca me perdonará.