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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Lori Foster

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una amante maravillosa, n.º 1215 - abril 2016

Título original: Treat Her Right

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8187-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–¡Maldito seas, Conan! ¡Basta ya!

Zack Grange se incorporó bruscamente en la cama, con el corazón latiéndole muy deprisa y todo el cuerpo en tensión. Aturdido por el sueño, sus pensamientos eran confusos. Había tenido un sueño de lo más ardiente, con una mujer muy sexy, una mujer sin rostro pero con un cuerpo de diosa; entonces había oído a una mujer gritando.

Miró a su alrededor, pero su dormitorio estaba tan vacío como siempre. No había nadie escondido detrás de las cortinas, y menos aún la mujer con la que había estado soñando; sin embargo, aquella voz de mujer había sonado muy próxima. Con el corazón aún en un puño, aguzó el oído, y entonces oyó una risa de mujer. Frunció el ceño.

Miró el reloj y vio que solo eran las siete y media. No llevaba mucho tiempo en la cama y, desde luego, no le había dado tiempo a recuperarse de la agotadora noche de trabajo.

–No tiene gracia, imbécil, y lo sabes –se quejó la mujer en voz alta, sin importarle que otras personas pudieran estar durmiendo–. No puedo creer que me hayas hecho esto.

–Mejor tú que yo, cariño –se oyó una voz de hombre–. ¡Ay! Me has hecho daño.

Zack se puso de pie y se acercó a la ventana en calzoncillos. Al sentir el aire fresco de la mañana, se le puso la carne de gallina. Estaban a mediados de septiembre y las noches empezaban a refrescar. Se estiró a ver si podía aliviar el dolor de espalda; todavía le dolía de todo el peso que había tenido que levantar hacía pocas horas. Se rascó el pecho y retiró la cortina para asomarse.

«Vecinos nuevos», pensó al ver el cartel de «Se Vende» tumbado en el suelo y un montón de cajas de cartón amontonadas en el patio. Entrecerró los ojos para protegerlos de la anaranjada luz cegadora del amanecer, mientras buscaba con la mirada la persona que gritaba.

Cuando finalmente la vio, no pudo dar crédito a sus ojos. Tenía el cabello castaño muy rizado recogido en una cola de caballo. No pudo verle bien la parte de arriba puesto que llevaba un suéter muy ancho, pero sus pantalones cortos dejaban ver unas piernas largas y atléticas.

Como hombre que era, las piernas de la mujer le llamaron inmediatamente la atención. Aturdido aún por el sueño erótico del que había despertado hacía unos minutos, se las imaginó enrolladas a su cintura, o tal vez a sus hombros, y pensó en la fuerza con la que abrazarían al afortunado que estuviera colocado entre ellas, hundido entre ellas.

Pero como vecino, tenía ganas de ponerse a gritar por la falta de consideración que animaba a esa mujer a seguir vociferando a esas horas de la mañana. Con esa mujer allí, el futuro no se presentaba nada bueno.

–¿Papi?

Zack se volvió con una sonrisa en los labios, aunque en realidad estuviera deseando cometer un asesinato. Sin duda, el ruido había despertado a su hija, lo cual quería decir que ya no habría manera de que la niña volviera a la cama. Estaba exhausto, pero aun así le tendió la mano.

–Ven, cariño. Parece que nuestros nuevos vecinos se están mudando.

Dani se acercó a él arrastrando su manta de felpa amarilla. Sus piececitos sobresalían del borde del camisón. Se acercó a él y le tendió sus brazos delgados.

–Déjame ver –le pidió con esa voz de niña tan adorable.

Zack la levantó en brazos amablemente. Su hija era tan pequeña, aunque ya tenía cuatro años; tan menuda como había sido su madre. Zack la abrazó con fuerza contra su pecho desnudo. Aspiró su olor a niña y frotó su áspera mejilla contra su pelo fino y suave como el plumón.

A la niña le gustaba que le diera cariño y a él le gustaba dárselo.

Como de costumbre, Dani le dio un beso de buenos días, le echó los brazos al cuello y miró por la ventana. Zack esperó su reacción. Para tener solo cuatro años, su hija era muy astuta. En lugar de hacer innumerables preguntas como los niños de su edad, ella hacía afirmaciones. Aparte de los dos días a la semana que iba al parvulario, Dani siempre estaba en compañía de los amigos de Zack. Tal vez, la niña se expresara tan bien por pasar tanto tiempo rodeada de adultos.

–Le estoy viendo el trasero –dijo Dani frunciendo el ceño exageradamente.

Zack agachó la cabeza y lo vio. La mujer se había agachado para levantar una caja de cartón del suelo, y había separado ligeramente las piernas para no caerse. Los pantalones cortos se le subían de tal manera, que Zack le vio parte de los cachetes del trasero.

Bonito trasero, pensaba Zack con apreciación mientras entrecerraba los ojos para verla mejor.

La mujer tiró de la caja, pero entonces esta se rompió y ella se cayó de culo. De algún lugar del porche salió la risotada de un hombre.

–¿Quieres que te ayude?

Zack notó la cólera de la mujer, que le recordó a un gato enrabietado.

–¡Márchate, Conan!

–Pero pensé que querías mi ayuda –le llegó la contestación burlona.

–Tú –le dijo ella mientras se levantaba y se sacudía el polvo de las manos con fuerza–, ya has hecho suficiente.

Zack intentó ver al misterioso Conan, pero no pudo. ¿Sería su marido? ¿Su novio? ¿Y de dónde había salido ese nombre tan raro?

–¡Dios mío, es una giganta! –dijo Dani, sobrecogida cuando la mujer terminó de incorporarse.

Zack la abrazó.

–Es casi tan alta como yo, ¿verdad, cariño?

Su hija asintió mientras observaba a la mujer que vaciaba la caja con fastidio. Dani apoyó la cabeza sobre el pecho de Zack y se quedó pensativa, como hacía a menudo. Zack empezó a acariciarle la espalda, esperando a ver qué decía a continuación.

La niña lo sorprendió echándose hacia delante, colocando las manos a los lados de la boca a modo de bocina y gritando por la ventana:

–¡Hola!

La mujer se volvió, se colocó la mano delante de los ojos hasta que los vio y entonces agitó la mano con el mismo entusiasmo con el que se había sacudido el polvo de la ropa.

–¡Hola! –contestó.

Zack, que estaba en calzoncillos, se escondió detrás de la cortina.

–¡Dani! –dijo dispuesto a taparle la boca a su hija–. ¿Qué estás haciendo?

Ella lo miró y arrugó la nariz.

–Debo ser amable con los vecinos, como tú me dijiste.

–Eso es con los vecinos antiguos. A estos ni siquiera los conocemos.

Dani empezó a retorcerse para que la bajara; cuando él la dejó en el suelo, le dijo:

–Iremos a conocerlos ahora –anunció, y se dio la vuelta.

Zack la agarró del camisón cuando ella iba saliendo ya de la habitación.

–Espera un momento, señorita. Primero tenemos que desayunar, hacer algunas tareas y fregar los cacharros. ¿De acuerdo?

Con cierto fastidio, la niña corrió a la ventana.

–Saldré después –gritó.

La mujer se echó a reír. Tenía una risa sonora y sensual, mucho más bonita que sus gritos.

–Estaré aquí, no te preocupes.

Zack se asomó sin saber qué hacer. Una vez que su hija había llamado la atención de los nuevos vecinos, no podía actuar como si no existieran.

El hombre del porche salió al patio y sonrió. Zack pestañeó con sorpresa. Enorme. Fue la primera palabra que se le ocurrió al verlo. Levantó un brazo que parecía el tronco de un árbol y lo agitó:

–Me llamo Conan Lane –gritó–. Y esta fierecilla es Wynnona.

Para sorpresa de Zack y deleite de Dani, la mujer le dio un codazo que lo hizo doblarse por la cintura.

–Llamadme Wynn.

Viendo que no le quedaba otra alternativa, Zack respondió.

–Soy Zack Grange, y esta es mi hija, Dani.

–¡Encantada de conoceros a los dos! –dijo Wynn–. Y como estamos todos despiertos y hace una mañana tan maravillosa, si os parece llevaré un poco de café para que nos conozcamos.

Zack balbució sin saber cómo negarse a tan audaz propuesta, pero ella ya se había dado la vuelta y se había metido en la casa. Miró a Dani con el ceño fruncido, pero su hija se encogió de hombros y sonrió.

–Será mejor que nos vistamos –y dicho eso, salió corriendo.

Zack se dejó caer en la cama. Le apetecía darse una ducha caliente y afeitarse. El día anterior había trabajado doce largas horas, había atendido dos urgencias especialmente agotadoras y, aparte de cansado, estaba muerto de hambre.

Afortunadamente, aquel era su día libre, y tenía la intención de pasarlo de compras con su hija. Como a Dani le gustaba jugar a lo bruto, tenía los pantalones y los codos de los jerseys destrozados. Le hacía falta ropa de otoño nueva.

Lo que menos le apetecía en ese momento era que los mismos vecinos que lo habían despertado con sus gritos fueran a su casa a fastidiarlo a esas horas.

Se levantó de la cama con resignación, dispuesto a armarse de paciencia para aguantar a sus nuevos vecinos.

El timbre de la puerta sonó unos tres minutos después. Apenas le había dado tiempo a ponerse unos vaqueros y una sudadera. Con las zapatillas de deporte en la mano, fue a abrir la puerta. Al pasar por el dormitorio de Dani, vio que esta ya se había vestido, pero que aún no se había puesto un jersey.

–Abrígate, cariño –le dijo a su hija.

En ese momento volvió a sonar el timbre.

–Ve a abrir, papá.

Zack se echó a reír mientras pensaba en lo sociable que era su hija. Bajó las escaleras y fue hacia la puerta. Abrió el cerrojo, deseando estar en la cama durmiendo. Se había pasado todo el día anterior soñando con poder levantarse tarde. Después había planeado darse un buen baño relajante, desayunar como un rey y pasar el día con su hija.

Sin embargo, en ese momento debía mostrarse amable con los nuevos vecinos.

Nada más abrir la puerta, la mujer lo miró y dejó de sonreír.

–Oh, Dios mío –dijo–. Lo hemos despertado, ¿verdad?

Zack se quedó mudo, mirándola.

De cerca era más alta de lo que había pensado; casi tanto como él. Zack se quedó asombrado, pues no era muy frecuente ver a una mujer tan alta.

Una suave brisa mecía su cabello despeinado. Lo tenía de un bonito color miel, más claro alrededor de la cara, donde le habría dado más el sol. Los rizos le salían por todas partes, como muelles en miniatura, y Zack decidió que sería difícil dominar un pelo como aquel.

La mujer le sonrió entonces y lo miró con sus ojos de un color avellana muy poco habitual. Eran tan claros que casi parecían trasparentes, y estaban adornados por unas pestañas largas, tupidas y muy oscuras teniendo en cuenta el color de su pelo. Entonces la mujer arqueó las cejas y sonrió de oreja a oreja.

Zack se reprendió para sus adentros. ¡Dios, la había estado mirando como si no hubiera visto una mujer en su vida! Y encima la había mirado… ¿con interés?

–¿Cómo sabe que me ha despertado?

–Ah –chasqueó la lengua–. ¿Ha dormido algo?

Zack se pasó la mano por los cabellos.

–Anoche trabajé hasta muy tarde –dijo sin más, pues no tenía ganas de repetir los sucesos de la noche anterior–. Pase.

–Conan vendrá ahora mismo. Está sacando unos bollos de mantequilla del horno. Es un cocinero magnífico.

¿Conan el gigante cocinaba? La mujer alzó un termo que llevaba en la mano.

–Café recién hecho. Aromatizado con vainilla francesa. Espero que no le disguste.

Odiaba los cafés con sabores.

–Está bien –dijo–, pero no debería haberse molestado.

–Es lo menos que puedo hacer después de despertarlo.

De no haberlo hecho, pensaba él, tal vez hubiera podido terminar su sueño erótico y no estaría tan tenso en ese momento. Ella vaciló en el umbral de la puerta.

–Lo siento muchísimo. Esta es mi primera casa y estoy tan estresada como emocionada; y cuando estoy así, desgraciadamente… –se encogió de hombros, como queriendo disculparse– grito sin darme cuenta.

Su sinceridad le resultó inesperada y agradable al mismo tiempo.

–Lo entiendo.

Sin embargo, ella no terminó de pasar.

–No quiero invadirle su casa; si tiene unas tazas, podríamos tomárnos el café aquí, en su porche. Tomaremos café, charlaremos un poco y ya está. Se lo prometo. Total, hace una mañana maravillosa y ahora ya estamos todos despiertos, ¿no?

En ese momento, Dani bajaba por las escaleras. Zack se dio la vuelta y vio a su hija corriendo escaleras abajo.

–Despacio –le dijo en tono bajo pero firme.

Ella se paró en seco en el penúltimo escalón y se disculpó.

–Hola –le dijo Dani a la mujer mientras terminaba de acercarse.

A Wynn se le iluminó la mirada al ver a la niña, y sus ojos dorados parecieron encenderse.

–¡Hola! –se arrodilló a la puerta–. Me alegra tanto conocerte –le tendió la mano y Dani se la estrechó con formalidad–. No me había dado cuenta de que tenía otra vecina. El de la agencia me dijo que aquí solo vivía un hombre soltero.

–Soy Dani. Mi mamá se murió –dijo Dani–, así que solo estamos papá y yo.

Cuando tenía oportunidad, Dani hablaba de cualquier cosa. Normalmente no le habría importado, pero en esa ocasión la molestó.

En voz baja, seguramente porque se había dado cuenta de que Dani había tocado un tema muy privado, Wynn dijo:

–Bueno, me alegro mucho de que seamos vecinas, Dani –miró a Zack con recelo–. Y de tu papá también, por supuesto.

Zack le dio la mano a su hija, pues no quería dejarla con una extraña, y dijo:

–Wynn, si quiere sentarse un momento, iremos a por las tazas ahora mismo.

Wynn se puso de pie otra vez, estirando aquel cuerpo largo y esbelto y, sin darse cuenta, Zack se fijó en sus piernas. De pronto sintió un intenso calor por dentro y tuvo que mirarla de nuevo a la cara. Estaba casada, pensó con culpabilidad; de todas maneras, no era su intención mirar de ese modo a ninguna vecina.

En lugar de sentirse ofendida por la mirada de Zack, Wynn sonrió.

–Me parece bien –murmuró.

Se volvió hacia el porche, dándole a Zack la oportunidad de mirar unas piernas torneadas y un trasero prieto.

Dani lo miró, pero él sacudió la cabeza indicándole que se quedara callada un momento. Cuando llegaron a la cocina, sentó a Dani junto a él y se puso las zapatillas de deporte.

–¿Quieres zumo?

–De manzana –Dani balanceó las piernas y ladeó la cabeza–. No es más alta que tú.

–No, no del todo –Zack sacó una bandeja y colocó tres tazas, una de ellas con zumo, y un cuenco de cereales para Dani–. Pero casi.

Dani se revolvió en el asiento.

–Quiero hacerme una coleta como la suya.

Zack sonrió. Tal vez el tener a una vecina nueva, aunque fuera aquella gigantona con el pelo como una escarola, no fuera una cosa tan mala. Eloise, la niñera de Dani cuando Zack trabajaba, era una mujer amable y cariñosa, pero podría haber sido la madre de Zack.

Los únicos amigos que veía Zack eran Mick y Josh; y aunque Josh sabía todo lo que se debía saber sobre las mayores de dieciocho, no sabía nada de las niñas de cuatro años.

Por el bien de Dani había decidido que necesitaba una esposa. Pero encontrar a alguien apropiado le estaba resultando más difícil de lo que había pensado, sobre todo porque tenía muy poco tiempo para buscar.

En las pocas ocasiones en las que había salido, no había conocido a ninguna mujer apropiada. Una esposa debía ser casera, limpia y encantadora. Y sobre todo, tendría que entender que su hija iba primero. Y punto.

–Una cola de caballo –repitió Zack diciéndose que no era el momento de pensar en eso–. ¿Por qué no vas a buscar tu cepillo y una goma y te los llevas al porche?

–Vale.

Se deslizó de la silla y echó a correr. Su hija exudaba energía y tenía una imaginación que a menudo lo dejaba perplejo. Dani era su vida.

Wynn y Conan estaban discutiendo de nuevo cuando Zack abrió la puerta mosquitera. Se quedó quieto, sin saber qué hacer, mientras Wynn señalaba a aquel tipo tan enorme en el pecho y lo amenazaba de muerte.

Conan hizo caso omiso a la mayor parte de su diatriba y dijo:

–¡Ja! –y entonces le dio con el dedo en el lóbulo de la oreja.

Antes de poder decir nada, Wynn saltó como movida por un resorte y se llevó la mano a la oreja.

–¡Ay! Me has hecho daño.

–También me estás haciendo daño tú, clavándome el dedo en el pecho.

–Burro –pegó la cara a la suya y le dio otro golpe con el dedo–. No sientes nada a través de esta capa de músculo, y lo sabes.

Conan se frotó el pecho e iba a decir algo cuando vio a Zack. Entonces frunció el ceño.

–Estás montando el número delante de nuestros vecinos, Wynonna.

Zack, en el umbral de la puerta, los miraba asombrado. No quería verse implicado en peleas domésticas.

Wynn corrió y le quitó la bandeja de las manos.

–No le haga caso a Conan –le dijo–. Es un bruto.

Conan se pasó la mano por la cabeza de cabello rubio y le dijo:

–Wynonna, te juro que te voy a…

Fue a agarrarla, pero en ese momento Zack se puso entre los dos.

–Mire, esto no es asunto mío, pero…

Wynonna se dio la vuelta y se plantó delante de él.

–¿Qué me vas a hacer? –lo pinchó.

Conan fue a agarrarla de nuevo, y Zack lo tomó de la muñeca.

–Basta –rugió.

De lo que estaba totalmente seguro era de que no pensaba dejar que ningún hombre tocara a una mujer, por muy grande que fuera esta.

Se hizo silencio. Conan arqueó una ceja y miró la mano de Zack, que apenas le agarraba la gruesa muñeca. Entonces miró a Wynn e hizo una mueca.

–Aquí tienes a un hombre galante.

Wynn dejó la bandeja en el suelo y se colocó entre los dos hombres. Estaba tan cerca, que sintió su aliento y el calor de su cuerpo. Entonces se estremeció.

Wynn lo miró con asombro, le dio unas palmadas en el pecho y entonces le dijo:

–Gracias, pero Conan jamás me haría daño, Zack. Se lo prometo. Solo le gusta pincharme.

–Es cierto –dijo Conan–. Wynn, sin embargo, nunca ha tenido tal consideración conmigo. Lleva dándome golpes desde que llevábamos pañales.

Wynn le echó una mirada de disculpa.

–Es cierto. Conan es tan grandote, que siempre me ha dejado practicar con él.

Conan tiró de su mano y Zack, que de pronto se sintió aturdido, y por alguna razón, aliviado, lo soltó.

¿Hermanos?

–Es tan alta –continuó Conan–, que siempre ha parecido mayor de lo que era. Cuando estaba en el colegio, tuvo que aprender a defenderse para quitarse a los moscones de encima. Así que llevo años siendo su pera de boxeo.

Zack aspiró y le llegó el aroma a café, a bollos de mantequilla, a rocío y a Wynn. Su perfume era distinto. No era un aroma ni dulce ni especiado. Era más bien un aroma fresco, como la brisa que precedía a la tormenta. Se estremeció de nuevo.

Maldita sea, aquello no estaba saliendo como había planeado.

Y la culpa la tenía una mujer muy alta y atractiva. Una mujer que no solo era su vecina, sino que seguía tocándolo y mirándolo con aquella mezcla de ternura, humor y… deseo.

Había conocido a mujeres altas, como Delilah, la esposa de Mick, pero ninguna tan fuerte como aquella. Tenía la mano casi tan grande como la suya, los hombros anchos y los huesos largos. A diferencia de Delilah, Wynn no era delicada.

Pero era muy sexy.

Necesitaba dormir para poder pensar en todo aquello. Y desde luego, necesitaba más tiempo.

Y sobre todo, necesitaba sexo, porque sabía que, cuando una amazona escandalosa y mandona lo excitaba, era porque había pasado demasiado tiempo.