cover.jpg

portadilla.jpg

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Enrique García Díaz

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Más fuerte que el engaño, n.º 115 - abril 2016

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Fotolia.com

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8253-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Un intenso dolor de cabeza terminó por despertarlo. Abrió los ojos de manera lenta adaptándose a la claridad que se filtraba a través las cortinas. Con la mirada fija en el techo, Drew Argyll trataba de recordar dónde demonios estaba. Porque si de algo estaba seguro era de que aquella lámpara tan moderna y sofisticada no estaba colgada en el techo de su habitación. Volvió el rostro a uno y otro lado con la seguridad de que no estaba en su apartamento. Entonces... ¿dónde diablos estaba? Se preguntó incorporándose en la cama barriendo la habitación con la mirada, pero esta parecía darle vueltas. Al dolor de cabeza había que añadirle una angustiosa sed. ¿Tenía resaca? Se preguntó pasándose la lengua por los labios e intentando recordar cómo había acabado allí. O si había algo que le aclarara la situación. Un par de botellas vacías y sendas copas sobre una de las mesitas parecían ser la pista más fiable que tenía, por ahora. Su teléfono comenzó a vibrar sobre la otra mesita auxiliar de noche. Una melodía estridente que agudizó su malestar. Fijó la mirada en el teléfono mientras estiraba el brazo hasta alcanzarlo.

—Drew —respondió con un tono cavernoso que le sorprendió a él mismo.

—Soy Martin, te he llamado a casa pero no coges el teléfono. Luego he pasado por allí a ver si te había sucedido algo y como no abres la puerta he optado por el móvil, aunque ya sé que lo odias. Y ahora dime, ¿se puede saber dónde coño te has metido? —le preguntó una voz que denotaba un cierto malhumor.

—Estoy tratando de averiguarlo.

—¿Qué coño estás diciendo?

—Lo que oyes. No sé dónde he pasado la noche. Bebí demasiado y tengo una resaca espantosa. Y por lo que veo acabé en una habitación de hotel —le aseguró incorporándose de la cama.

—¿Como que...? Bueno, da igual. Escúchame bien, necesito que vengas urgentemente a las oficinas de la editorial Plaisir.

Aquel nombre y aquella invitación no favorecieron su dolor de cabeza. Ni mucho menos el enfado de su amigo y abogado Martin Moncrieff.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? Mmm... ¿La editorial Plaisir? —preguntó con un tono que denotaba su confusión.

—Aseguran tener tu firma impresa en un contrato de edición.

—¿Mi firma? —repitió sorprendido por aquella revelación.

—La misma. De puño y letra. Acaban de comunicarme que te has comprometido con ellos para tus próximas cuatro novelas. Y querían saber si acudirías esta misma mañana a cerrar los últimos flecos. ¿Por qué no me has dicho que tenías pensado cambiar de sello editorial? —El tono pasó del enojo inicial a otro que denotaba sorpresa e incredulidad a partes iguales.

Drew cerró los ojos por unos instantes intentando rebuscar en su mente de qué le estaba hablando Martin. Que el recordara no había decidido abandonar a Tendresse, el sello para el que escribía desde hacía tres años. ¿De dónde coño había salido que él se había comprometido con la otra editorial?

—Un momento, un momento —comenzó diciendo mientras en su mente las piezas parecían comenzar a encajar—. Yo no he decidido firmar con esa editorial. Y además, no les he entregado ningún manuscrito. Ni tengo ninguna oferta por su parte. ¿Y cómo cojones han dado contigo? —le dejó claro con un tono soñoliento.

—Pues este documento que tengo en la mano dice lo contrario —le recalcó con cierta sorna, como si pretendiera burlarse de él—. Lo de localizarme ha sido sencillo, dado que eres el escritor de moda y yo, tu abogado. No hay que ser Sherlock, amigo.

—¿Cuándo se supone que lo he firmado? —inquirió adoptando un tono serio.

—Al parecer ayer. Eso me asegura la persona delante de la cual accediste a firmar.

—Ayer... —repitió en un susurro intentando recordar qué había sucedido la noche pasada. ¿Tenía algo que ver con el hecho de haberse despertado en una cama ajena a la suya? Pero... ¿cómo había accedido a firmar...? Su mente aparecía cubierta por una densa niebla, que en esos momentos le impedía pensar con claridad. Y por otra parte, algunos de sus recuerdos parecían estar borrados.

—Drew. Drew. ¿Sigues ahí?

—Sí, sigo aquí. Oye no hagas nada hasta que esté ahí, ¿quieres? Dame veinte minutos. O media hora. Me ducho, tomo un café y voy para allá. Pero no hagas nada.

—No te preocupes. No voy a irme a ninguna parte hasta que solventemos este lío. Amenazan con demandarte si no cumples.

Drew esbozó una sonrisa irónica pese a todo.

—Yo siempre cumplo.

Apagó el teléfono de camino al cuarto de baño para darse una ducha y despejarse, pasó la mirada con atención por todos los componentes de la habitación hasta que sus ojos se quedaron fijos en algo que había sobre la moqueta. Frunció el ceño recogiéndolo y sonrió divertido al darse cuenta que se trataba de una pieza de ropa interior de mujer. Sí. Un tanga de color negro. ¿Qué coño hacía allí? ¿Había pasado la noche con su dueña? Pero, ¿y dónde estaba en ese momento? ¿Tal vez se marchó antes de que dieran las doce campanadas como Cenicienta?

—Pues en vez de dejarse un zapato... se ha dejado el tanga —comentó en voz baja en el mismo instante en que una sugerente situación pasaba por su mente mientras dejaba la prenda sobre la mesa.

Entró en la ducha esbozando una sonrisa irónica e intentando aclararse. Si ya estaba hecho un lío, el descubrimiento de una pieza de ropa interior femenina no hacía si no confundirlo aún más. Supuestamente había pasado la noche en aquella habitación de hotel y con una mujer a la que le gustaba la ropa interior de color oscuro y que tapaba lo justo. Dos botellas de champán y dos copas a medio beber sobre la mesa junto a otra llave. Debía haber bebido bastante para no tener una visión clara de lo sucedido. No era capaz de recordarlo. Esperaba que el agua y un café cargado le ayudaran a completar el rompecabezas. Por no centrarse en la firma del contrato.

 

 

La noche anterior

Andrew estaba en un pub tomando unas copas junto a unos amigos cuando la presencia de aquella mujer que no dejaba de mirarlo captó toda su atención. Ella estaba rodeada por varias ¿amigas? ¿Compañeras de trabajo? Por su manera de mirarlo pareciera que lo estuviera buscando desde el mismo instante en que apareció. Alta, morena, de mirada insinuante, rostro de trazos finos, labios carnosos y mentón redondo. Un cuerpo esculpido sin duda por el mismísimo diablo. Hecho para pecar. Pero para hacerlo por lujuria. Sí, señores. Tenía un buen revolcón. ¿Alguna admiradora de sus novelas? No era la primera vez que alguna mujer le reconocía, se acercaba a pedirle un autógrafo, hacerse una foto y... en algunos casos comenzaba la diversión.

Levantó su cerveza en alto en dirección a ella a modo de brindis. La mujer sonrió complacida y correspondió al brindis levantando su copa de vino ante las miradas llenas de incredulidad de sus amigas.

—¿Ese no es Drew Argyll, el escritor que ha saltado a los primeros puestos de ventas gracias a sus novelas eróticas? —preguntó una.

—Exacto —asintió sin apartar la vista de él.

—Pues acabas de hacer un brindis con él —comentó una segunda compañera.

—Eso he hecho.

—¿Es que estás pensado en saber si todo lo que cuenta es real? —le preguntó con una sonrisa llena de picardía y un tono de voz meloso e insinuante.

Jess se humedeció los labios, que posteriormente dibujaron un exquisito mohín de aprobación.

—Bueno, es posible que lo que relata en sus páginas no sea del todo cierto. Un escritor vive de la ficción —se apresuró a aclarar mientras abría los ojos de manera expectante.

—Tal vez. Dime, Jess ¿no piensas acercarte? —le preguntó mientras se relamía de gusto al querer ver a su amiga flirteando con aquel afamado escritor.

Jess entornó la mirada hacia su compañera y después la levantó en dirección a Drew, quien no parecía apartarla de ella.

—No hace falta. Vendrá él —le respondió, convencida de que así sería mientras se llevaba la copa de vino a los labios sin apartar la mirada de Drew.

Estaba convencida de que lo haría. De que no se resistiría. Sabía que él no era muy distinto al resto de los hombres.

—Eh, tío deja de mirarla ya. Entiendo que está como un tren, pero eres demasiado descarado —le dijo Arnie a Drew cuando se percató de que no quitaba los ojos de aquella preciosidad de mujer.

—¿Qué decías? Perdona, no te estaba escuchando.

—Entre otras cosas que dejes de mirarle las tetas a ese bombón, salvo que te acerques y le pidas que te las presente —bromeó Spark mientras entrechocaba su jarra de cerveza con Arnie.

Una media sonrisa irónica se perfiló en su boca al escuchar los comentarios de sus amigos.

—Es cierto que es todo un ejemplar. Preciosa, con un buen par de tetas, como bien dices. Y apuesto a que es una fiera en la cama —matizó, entornando la mirada hacia sus amigos.

—Y con un culo de muerte. No lo olvides —apuntó Arnie mientras entrecerraba los ojos.

—Lo justo para darle un azote ¿verdad? —apostilló Spark con un deje sarcástico.

—O un mordisco —finalizó Drew imaginando la escena.

—Desde que escribes novelas eróticas parece que solo piensas en el sexo.

—Mira quién habló. Pero dime, ¿es que acaso hay algo más? —le preguntó entre risas mientras mostraba las palmas de sus manos—. Las mujeres que leen mis novelas están deseosas por comprobar si lo que cuento es cierto. Sueñan con trasladar a la vida real esas situaciones...

—Vamos, dinos de dónde sacas toda esa imaginación Porque no irás a decirnos que te basas en tus propias experiencias, ¿eh?

Drew puso cara de circunstancia por el comentario.

—Venga ya... ¿me estás diciendo que tus historias no son del todo inventadas? ¿No surgen en tu cabeza? —le preguntó Spark con una mezcla de curiosidad e incredulidad.

—¿Estás diciendo que para describir esas escenas calientes te has inspirado en las tías que han pasado por tu cama? —le preguntó ahora Arnie expectante, abriendo los ojos al máximo.

—En parte sí. Aunque también pongo de mi propia cosecha.

—Entonces, ¿las mujeres de tus novelas son de carne y hueso? ¡Coño! ¡Si conocemos a todas las tías con las que te has liado! —exclamó fuera de sí Spark—. Sería cuestión de leer con atención sus descripciones y daríamos con ellas.

—A ver, calmaos un poco. Parecéis colegiales. Y no, no las conocéis a todas. Puedo asegurártelo. Aparte de que he cambiado las descripciones para que ninguna se sienta aludida —le dijo sonriendo como un cínico.

—Hombre, que nos digas que te has inspirado en tu propia experiencia en la cama para tus novelas...

—Y ya te he dicho que no del todo. Hay parte de inventiva en ello.

—Oye, ¿pero y si alguna se reconoce? Aunque digas que has cambiado aquí y allá...

Drew miró fijamente a su amigo Spark. Ya lo había pensado y calculado las consecuencias si llegara el caso. Pero no sería así.

—Imagina que una de ellas lea tus novelas —señaló Spark

—Imposible.

—¿Por qué?

—Ya te lo he dicho. No doy datos personales. No hay manera de...

—Solo describes cómo follan —recalcó Arnie con toda la naturalidad mientras Drew y Spark le miraban y sonreían.

—Vaya manera de hablar para un periodista —apuntó Drew.

—Es la verdad, Drew. Tú solo te centras en el sexo para tus novelas. No te fijas en los sentimientos. A ver dime, ¿hay cariño, ternura y pasión en tus historias? Pues no. Se limitan al sexo explícito.

—Tus novelas no se ajustan al arquetipo de historia romántica convencional. Admítelo —apuntó Spark con toda claridad.

—No es del todo cierto que me base en el sexo. Hay una trama. Y sentimientos.

—Pero no es precisamente esta por lo que te leen —le dejó caer Arnie arqueando las cejas.

—Tal vez por eso tengo éxito. Porque no hay ninguna novela escrita como las mías.

—Eres un innovador —exclamó entre risas Arnie levantando en alto su vaso de cerveza.

—Oye, por cierto, tu amiga la de las tetas grandes sigue mirándote. Creo que como no vayas te quedarás sin tarta esta noche —le apuntó Spark.

—Tienes que ir. Necesitas material para tu siguiente novela —le recordó Arnie pensando en lo que acababa de contarles.

—Cierto. Además, ese escote es real —les dijo guiñándole un ojo a sus dos amigos.

Drew sonrió de manera burlona. Volvió a centrarse en ella y tras apurar la cerveza la dejó en la barra.

—Chicos, nos vemos mañana.

—Haz caso a Arnie y toma buena nota.

—Si puedes...

Drew se limitó a levantar un dedo en alto de manera explícita mientras sus dos amigos sonreían.

 

 

Jess lo vio acercarse con esa característica mirada de depredador. Sabedor de que ella podría acabar esa noche bajo las sábanas de su cama. Podía percibir su seguridad en cada paso que daba. Como si fuera consciente del poder que ejercía sobre las mujeres. Drew Argyll era atractivo, no excesivamente, pero tenía un gesto socarrón en el rostro que te invitaba a mirarlo. Su barba de dos días y esa sonrisa maléfica en su boca sin duda alguna eran un gran reclamo. Aunque había visto fotografías de él en la prensa, en la contraportada de sus libros y en la televisión, no le cabía la menor duda de que al natural ganaba en atractivo. Y con alguien así, una mujer podría fantasear.

—Si me disculpan —dijo llegando al corro de mujeres que se abrió para dejarle frente a Jess, quien no pudo evitar sonreír y sentirse halagada por su manera de mirarla.

—Eres Drew Argyll, el autor de Sedúceme —dijo una de las mujeres mirándolo como si se encontrara ante el escaparate de una pastelería.

—Así es.

—¿Puedes firmarme...? —le pidió mientras sacaba un bolígrafo de su bolso y se lo pasaba.

—Claro. Faltaría más.

Jess observaba detenidamente cada uno de sus gestos. Educado. Atento. Complaciente con sus seguidoras. Se hizo fotos, firmó autógrafos y charló con todas. ¿Sería fachada lo que contaban de él? Había leído que se consideraba engreído, pretencioso y que su ego estaba por las nubes debido a sus ventas. Pero ahora que lo tenía allí no sabía si esas descripciones se ajustarían al hombre. Tal vez todo fuera una cuestión de puro marketing.

Drew controlaba por el rabillo del ojo a la mujer que le interesaba esa noche. Era consciente de que ella lo estaba observando en todo momento. Jess, por su parte, sintió la intensidad de su mirada cuando Drew se quedó mirándola fijamente; como si quisiera desvelar los misterios que encerraba su sonrisa. Una cara bonita y un cuerpo perfecto para perderse entre sus curvas. Por una mujer como aquella cualquiera estaría dispuesto a perder la cabeza.

«Cualquiera menos yo», se dijo con voz autoritaria mientras trataba de mantenerse firme frente a aquel ejemplar. «Me basta con una sola noche ».

—¿Y tú, no quieres un autógrafo? —le preguntó fijándose en cómo ella le sonreía y se humedecía los labios haciéndose la interesante ante él.

—Sí, espera.

Se giró hacia su bolso para extraer algunos papeles. Mientras, Drew aprovechaba para robarle una nueva mirada a su escote antes de que ella le pillara y sonriera de manera pícara. Como si en verdad no le importara lo más mínimo que lo hiciera. Como si fuera lo normal, lo esperado.

—Aquí mismo servirá —le aseguró mientras se los tendía sin que él se parara a pensar en lo que ella le entregaba.

Ella se apartó un poco para dejarle apoyarse en la mesa mientras escribía.

—¿A quién va dirigido? —le preguntó levantando la mirada del papel para recorrer el camino hacia su rostro con inusitada expectación.

—No hace falta que pongas mi nombre. Con tu firma me bastará —le respondió mientras se mordía el labio y le observaba garabatear—. Es que no tengo otra cosa donde puedas firmar.

Drew estaba más pendiente de su escote que del papel que estaba firmando. Él se limitaba a complacer a sus seguidoras; y a aquella estaba dispuesto a hacerlo más allá de una simple rúbrica.

—Ya está. Aunque al menos podrías decirme tu nombre.

Jess comprobó la firma y sonrió complacida cuando devolvió los papeles a su bolso.

—Jess.

La suave pronunciación de su nombre le complació. Lo había hecho de manera astuta y sensual para elevar sin duda su deseo. Lo percibía en su mirada, en sus gestos, en la forma de acercarse a ella. Sintió una sensación extraña apoderándose de su cuerpo. ¿Acaso era la presencia de él la que se lo provocaba? Cogió la copa de vino y bebió con delicadeza, dejando que el líquido le rozara los labios. Se pasó la lengua por ellos como si estuviera saboreando algo exquisito. Aquel gesto provocó una sonrisa irónica en Drew. Sí, no hacía falta saber que estaba flirteando con él. Pero lo que quería averiguar era hasta dónde estaba dispuesta a llegar.

—¿Es cierto lo que cuentas en tus novelas?

—Depende a lo que te estés refiriendo —le respondió recordando la conversación mantenida con sus amigos momentos antes.

—Tus protagonistas masculinos son unos amantes consumados. Satisfacen a sus mujeres hasta el punto de querer repetir. ¿Hay algo de ti en ellos? —le preguntó con inusitada curiosidad.

Drew no pudo evitar una sonrisa de satisfacción por el comentario. Se acercó aún más a Jess y esta sintió un ligero sobresalto cuando la pierna de él rozó la suya, cuando sus labios permanecieron a escasos centímetros de los de ella y tanto su voz ronca como su aliento la envolvieron.

—Podría demostrártelo en persona y de esa manera sacarías tus propias conclusiones.

—No lo dudo —asintió esbozando una sonrisa mezcla de picardía e ironía que sin duda aumentó el deseo de Drew por llevársela a la cama de inmediato.

 

 

A la mañana siguiente

 

Lo que sucedió después no lograba recordarlo del todo. Había bebido un par de copas con aquella hermosa mujer. Luego abandonaron el pub y caminaron por los Campos Elíseos hasta llegar a la altura del Arco de Triunfo y sin saber de qué manera acabaron en aquella habitación de hotel. ¿Estaría reservada a nombre de ella? ¿Por qué tanto misterio? ¿Por qué no llevarle a su propia casa?

—Tal vez quiso impresionarme. O hacerlo conmigo en una cama de hotel. Quién sabe... —murmuró—. Mis historias despiertan las fantasías de las mujeres.

Todo era muy raro. Ni siquiera había esperado a despedirse y en vez de ello le había dejado una prenda íntima. ¿Quién era? Apenas recordaba nada de lo sucedido en aquella habitación. Se vistió de prisa recordando la llamada de Martin para que acudiera a las oficinas de la editorial Plaisir. ¿Qué querían? Había rechazado su oferta. No le interesaba. Y no se trataba de dinero, sino de que se divertía haciendo lo que mejor se le daba: escribir. Para colmo ahora Martin le aseguraba que se había comprometido con ellos. Él no había firmado nada. Lo sabría. Lo único que firmaba eran autógrafos. De repente se detuvo en seco. Esa palabra le trajo las nítidas imágenes de la noche anterior, cuando... cuando estuvo firmándoles a aquellas chicas y... Pero no, no podía ser lo que acababa de cruzar su mente. Era imposible que... ¿El fajo de papeles? ¿Ella? Se quedó clavado en mitad de la habitación dándole vueltas a esa idea. Algo descabellado, por supuesto. Pero... Además, no tendría validez legal porque había sido conseguido mediante un engaño. Drew se volvió hacia la mesa donde permanecía el tanga de color negro y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. Cogió las llaves y abrió la puerta, saliendo disparado hacia recepción.

—Disculpe, he dormido en la habitación 1369...

—Si. Déjeme ver... Está todo en orden —le dijo la recepcionista con una amable sonrisa.

—¿Todo está pagado? —preguntó con un claro gesto de asombro.

—Sí.

—¿Puede decirme quién lo ha hecho?

—Una mujer. Pagó en metálico. Es todo lo que puedo decirle.

—Sí, sí claro. Lo comprendo. Gracias.

Se apartó del mostrador y caminó hacia la salida convenciéndose de que todo lo sucedido tenía que ver con la misteriosa mujer de la noche pasada. ¿Cómo se llamaba? Jess. Por muy raro que pudiera parecer, no era capaz de recordar lo sucedido en una habitación de hotel, pero recordaba el nombre de su supuesta acompañante. Bueno, también era posible que incluso fuera un nombre inventado después de todo, se dijo sacudiendo la cabeza. Salió a la calle y tras echar un vistazo a ambos lado vio que a su izquierda quedaba el Arco de Triunfo. Caminaría hacia los Campos Elíseos para tomar el metro y dirigirse a la editorial Plaisir.

Capítulo 2

 

Martin Moncrieff paseaba nervioso a lo largo del descansillo de la editorial Plaisir. Cada cinco minutos miraba su reloj y cada diez su teléfono por si Drew le hubiera dejado algún WhatsApp. No lograba entender cómo su firma aparecía en un documento de edición en exclusividad con la editorial. Mediante esa firma les hacía entrega de sus próximas cuatro novelas. Tal vez lo decidió en una especie de arrebato y no recordaba cuándo y dónde lo había hecho. Aunque por otra parte, tampoco le sorprendía. A juzgar por lo que le había contado por el teléfono, había disfrutado de una más de sus alocadas noches desde que se había convertido en el escritor de moda.

Cuando lo vio aparecer alzó las manos en alto como si diera gracias al cielo.

—Por fin.

—¿Qué chorrada es esa de que he firmado con otra editorial? —le preguntó nada más verlo mientras su rostro reflejaba el cansancio de no haber dormido bien y la incredulidad de la noticia.

Martin sonrió entregándole un fajo de papeles.

—Acaban de enseñarme una copia de este documento que lleva tu firma y por el cual le cedes a Plaisir tus próximas cuatro novelas —le resumió.

Drew centró la atención en su firma. Sí. Era la suya. No le cabía duda.

—¿Puedes explicármelo? Que conste que no te lo echo en cara, pero al menos tenme al tanto de tus asuntos para que no caiga de sorpresa.

Cuando Drew observó detenidamente el papel y su firma se dio cuenta de todo. Sintió deseos de golpear al alguien, de gritarle. Pero decidió guardárselo para quien él sabía que debía.

—Todo ha sido una encerrona —se limitó a explicar mientras le devolvía el documento.

—¿Encerrona? —le preguntó Martin sin creerlo mientras Drew ya caminaba hacia la recepción de la editorial, y no precisamente de muy buen humor.

 

 

Vivienne Delvaux, editora jefa de Plaisir, permanecía sentada en su sillón abatible forrado en cuero negro. Su mirada se había quedado fija en Jess esperando una explicación. Fruncía el ceño en claro gesto de preocupación, y esperaba impaciente la aclaración pertinente.

—Todavía sigo sin creer cómo lo hiciste.

—Fue más sencillo de lo que esperaba —se limitó a responder cruzando los brazos sobre el pecho y poniendo cara de satisfacción.

—Tú dirás lo que quieras, pero no has jugado limpio. No es nuestra manera de hacer las cosas —le dejó claro mirando a Jess con los ojos entrecerrados mientras seguía pensando en la escena.

—Querías tener a Drew Argyll. Y ahora lo tienes. Pero tranquila, mi señuelo ha servido para atraerlo aquí. Nada más. Soy consciente de que no tiene validez jurídica.

—Soy consciente de que sabías lo que hacías. Y aun así debería despedirte por ello —le rebatió mientras la miraba como si fuera a matarla—. Sabes que no puedo hacerlo porque eres socia y fundadora de esta editorial. Lo que no entiendo es cómo diablos no se dio cuenta de tu engaño —comentó mientras entornaba la mirada hacia Jess.

—Créeme si te digo que estaba más pendiente de mi escote —le aseguró sonriendo burlona mientras recordaba cómo la mirada de él se había demorado más de lo normal en este—. ¿Crees que nos demandará? —le preguntó adoptando un gesto serio.

—Bueno... Espero que no se lo tome tan mal. Todos sabemos que ese papel no vale. La manera de conseguirlo no tiene validez legal.

—Pero hemos conseguido que muerda el anzuelo. De eso se trataba —le aseguró guiñándole el ojo a su amiga y editora.

La puerta se abrió de golpe para dejar paso a la secretaria de Vivienne.

—El señor Moncrieff y el señor Argyll.

Jess se sobresaltó levemente al escuchar el nombre de Drew. Inspiró hondo y se preparó para lo que iba a ser una reunión bastante agitada. Tal vez «agitada» no fuera la palabra más adecuada para definir lo que se avecinaba. Tensa, se ajustaba más. ¿Qué pensaría cuando la viera? ¿Qué le diría? ¿Le echaría en cara su actitud de la pasada noche? Jess reconocía que había jugado sucio para conseguir que estuviera donde estaba precisamente ahora. Pero tampoco tenía por qué sentirse mal. ¿Quién le mandó firmar aquellos papeles sin leerlos? Si no hubiera estado tan pendiente de su escote...

Drew entró en el despacho buscando con su mirada a Jess. Tenía la seguridad de que Jess estaría allí aguardando su llegada. Suponía que ella era consciente de que él acabaría atando todos los cabos sueltos. Cuando sus miradas se encontraron parecieron saltar chispas. Jess percibió el enfado de Drew. Pero lo que le sorprendió fue su cínica sonrisa. Su mirada no se parecía a la de la noche anterior, cuando Jess percibió cómo emanaba el deseo por ella. La necesidad de llevársela a la cama. Ahora, no quedaba ni rastro.

—Señorita Delvaux, mi cliente, el señor Argyll —comenzó diciendo Martin.

—Dejémonos de presentaciones. Ya sabe quién soy y a lo que he venido —le interrumpió Drew sin apartar la mirada de Jess, como si quisiera hacerle ver que era ella el motivo por el que se encontraba allí—. ¿Puedo saber a quién se le ocurrió la brillante idea? Aunque no logro comprender por qué lo hicieron, ya que no tiene ninguna validez legal.

Vivienne Delvaux no se sintió intimidada en ningún momento por la arrogancia de Drew a pesar de comprender su enfado por la jugada de Jess. No obstante no había que ponerse de esa manera. Siempre se podía llegar a un acuerdo.

—Le ruego se siente —le pidió con un tono educado mientras tendía su mano hacia la silla.

—Estoy mejor de pie —rebatió Drew centrando su atención en ella por primera vez—. ¿Y ahora va a explicarme qué coño está pasando? —preguntó volviendo a mirar a Jess con un frío glacial en sus ojos, que por un momento la sobrecogió.

—Verá, señor Drew...

—Sé lo que tienen firmado y cómo lo han conseguido —continuó recalcando estas últimas palabras sin dejar de observar a Jess.

—Creo que mi cliente está algo molesto con todo este asunto —intervino Martin tratando de poner algo de calma.

—Molesto no es la palabra adecuada —rebatió mientras seguía con la mirada fija en la persona que consideraba culpable de todo esto. Se acercó más hasta ella con las manos en las caderas en un claro gesto de arrogancia.

Jess inspiró hondo tratando de calmar sus pulsaciones. Si no lo hacía creía le iba estallar el corazón. El hombre que estaba ahora mismo mirándola fijamente no tenía nada que ver con la imagen educada y atenta que había mostrado la noche anterior. Claro que las circunstancias eran completamente distintas. Ella sabía el riesgo que corría con esa jugada, y aun así quiso seguir adelante pese a que ella misma era consciente de las consecuencias. Pero su intención era otra bien distinta. Contar con Drew para su nuevo proyecto, pero sin argucias.

—Que quede clara una cosa —anunció mirando a las personas reunidas en le despacho—. Mi consentimiento se consiguió bajo engaño.

—Podrías haberte parado a leer lo que firmabas —dijo Jess tomando la palabra para rebatir sus explicaciones. Se había armado de valor y ahora se encaraba con él por primera vez desde que entró en el despacho.

Drew frunció el ceño acercándose un poco más a ella. Debía admitir, pese a todo, que aquella mujer le ponía, le provocaba, y conseguía sacarle de sus casillas. Se quedó a escasos centímetros de ella aspirando la fragancia de su perfume y provocando los recuerdos de la noche anterior en el pub.

—Cuando alguien me pide un autógrafo no suele entregarme un documento que me compromete a ceder mi trabajo en exclusividad sin haberme sentado a negociar. Eso se llama jugar sucio. Engaño. Manipulación. No hay de qué preocuparse, no tiene validez y todos aquí lo sabemos —repitió levantando las manos y sonriendo de manera cínica a Jess.

Jess arqueó sus cejas mientras cruzaba los brazos y sus generosos pechos se elevaban de manera provocativa.

—Deberías haberte fijado más en los papeles y menos en mi escote —le lanzó al tiempo que hacía un mohín con los carnosos y sugerentes labios—. A los tíos como tú, se os nubla la mente cuando tenéis un buen par de tetas delante.

La presencia tan cercana de Drew la ponía nerviosa. No llegaba a intimidarla, pero la envolvía en un halo de incertidumbre. No sabía cómo iba a reaccionar él. Pero ella se dispuso a rebatir cualquier objeción por su parte. Pensaba que la manera de contrarrestar lo que le provocaba sería mostrándose fría y arrogante como él. No ceder ante su magnetismo. Su atractivo.

—Tal vez lo hiciste para que mi atención se fijara precisamente en este —le replicó de manera mordaz mientras su mirada descendía hacia esa parte de la anatomía de Jess, provocando que su rostro se enrojeciera al darse cuenta de la sonrisa de Drew.

—Pues más tonto fuiste por hacerlo —le recordó sonriendo mientras abría los ojos al máximo.

Martin y Vivienne permanecían expectantes en todo momento escuchando la conversación. Ninguno se atrevía a intervenir, preferían dejarles limar sus diferencias. Martin no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. ¡Era cierto lo que Drew le había contado! ¡Aquella atractiva mujer le había engatusado para que firmara el contrato de sus próximas novelas! Y Vivienne mantenía la mirada fija en ellos dos pensando en una idea descabellada que le provocó una sonrisa irónica.

Drew comenzaba a estar harto de los comentarios de Jess. De manera que decidió que había llegado el momento de apostar fuerte en la siguiente jugada. Inclinó la cabeza mientras introducía la mano en el bolsillo de su chaqueta y acariciaba cierta prenda femenina.

—Y dime, ¿también me sedujiste para acabar conmigo en la cama? —La pregunta dejó helados a los tres. Vivienne y Martin Moncrieff intercambiaron sus miradas como si ambos se preguntaran qué pasaba allí. Vivienne se llevó la mano a la boca ahogando un chillido o una carcajada. El rostro de Jess mudó de color al escucharle aquel comentario—. Te lo pregunto porque no logro recordarlo, lo cual me lleva a pensar que no fue gran cosa. Solo tengo esta prueba —le aclaró sujetando su tanga con el pulgar y el índice al tiempo que lo mecía levemente—. Te lo dejaste en la habitación del hotel. Debiste salir corriendo como si fueras Cenicienta. Por cierto, ¿quieres que compruebe si es tuyo? —le preguntó con una sonrisa maléfica estirando la prenda delante de ella. Drew la volvió para lanzarle una mirada a su trasero relamiéndose por la venganza que estaba llevando a cabo.

Jess lo miró ofuscaba y no le dio pie a que siguiera recreándose en su trasero. Se giró hacia él con la mirada echando fuego y dispuesta a cualquier cosa. Entrecerró los ojos mirándole sonreír. Contó hasta diez y se dijo que debía mantener la calma. Por el bien suyo y el de la editorial. Además, era de las que pensaba que la venganza cuanto más fría, mejor. Ya le llegaría su hora a Drew Argyll.

Martin y Vivienne quedaron con la boca abierta ante tal revelación. ¿Pero qué estaba pasando entre ellos?, se preguntaron ambos.

«Encontró el tanga y piensa que nos hemos acostado. Dejémoslo que siga soñando un rato», pensó Jess tratando de disimular su sonrisa, aunque no podía olvidar la humillación a la que la había sometido delante de los demás.

—¿Eso crees? La verdad es que no te pareces en nada a los hombres de tus novelas —le rebatió con una sonrisa cínica alzando la mano en dirección al tanga para arrebatárselo. Pero Drew cerró la suya impidiéndoselo y sacudiendo la cabeza mientras chasqueaba la lengua.

—Es mío —le dejó claro con una sonrisa cínica y un brillo maligno en sus ojos.

Jess se sintió ofuscada por su prepotencia y por su descaro. ¿Cómo se había atrevido a enseñar su ropa interior allí? Estaba claro que se quería vengar por lo que le había hecho. Y no se lo criticaba, ya que estaba en su completo derecho. Sabía cuales podían ser las consecuencias de sus actos, pero en su momento no les dio importancia. Pensaba que él no se atrevería a hacer algo así. Pero al parecer poco o nada le importaba lo que ella pudiera pensar.

—Creo que deberíamos centrarnos en aclarar este malentendido —les interrumpió Martin carraspeando para captar su atención.

Tanto Drew como Jess continuaron mirándose fijamente, sin que ninguno de los dos pareciera dispuesto a ceder ante el otro. Quedaba claro que los dos poseían una personalidad y un orgullo bastante fuertes.

—No hay nada que hablar, Martin. El contrato es nulo —dijo abiertamente Drew sin apartase de Jess, quien seguía allí frente a él sin ceder ni un ápice de terreno.

«Engreído. Descarado. Malnacido. Libertino. Miserable», pensaba Jess cruzando los brazos bajo el pecho. Los calificativos se le acababan a Jess para definirlo mientras entrecerraba los ojos.

«Preciosa. Sensual. Inteligente y manipuladora. Una mujer de armas tomar. Es imposible que no recuerde a una mujer como ella en mi cama. Es la clase de mujer que te deja huella. Sin duda», pensó mientras la miraba y recordando sus palabras le daba la impresión de que había algo que no encajaba. Pero ¿qué era? Tal vez tuviera razón y debiera dejar de mirarle el escote y centrarse en lo que sucedía.

—Tiene razón. El contrato es nulo. Está conseguido bajo engaño. Ningún juez lo aceptaría —apuntó Martin.

—Lo del engaño lo dice él —rebatió Vivienne—. No hay indicios que lo prueben. Firmó libremente.

Drew se volvió hacia la editora mientras parecía estar pensando en la manera de rebatir sus palabras. Todavía llevaba el tanga de Jess aferrado a su mano, como una especie de amuleto. De fetiche. Se quedó pensativo dejando que los demás le contemplaran esperando su siguiente movimiento. En la mente de Drew apareció una alocada idea que le provocó una sonrisa cínica y un regusto inesperado. Entrecerró los ojos mientras le daba forma a esa repentina ocurrencia y se frotó las manos como si estuviera complacido por ello.

—¿Estás segura? Yo creo que me vi coaccionado por las circunstancias. Tal vez incluso me echaste algo en al bebida a la que me invitaste después. Ya no sé qué creer de ti —le aseguró dándole un buen repaso con la mirada que le encendió las alarmas a Jess. Sobre todo cuando sintió su rostro arder.

—¿Insinúas que te drogué? —le preguntó escandalizada Jess porque sabía que no había sido el caso. Que él... Se quedó con la boca abierta sin saber qué más decir. Entrecerró los ojos mientras seguía mirándolo fijamente. Por su parte, Vivienne observaba el gesto de Jess y cómo se había sobresaltado con la propuesta de Drew. ¿Qué le estaba ocultando? ¿Es qué había algo más que desconocía?

—Está bien. Creo que deberíamos calmarnos y sentarnos para ver si podemos llegar a un acuerdo, si el señor Argyll está dispuesto a ello —comentó Vivienne sabiendo que Jess había metido la pata hasta el fondo y que ahora habría que arreglarlo a toda costa e incluso pedirle disculpas a Drew.

Jess abrió la boca para decir algo, pero la mirada de advertencia de Vivienne hizo que desistiera. Mientras Argyll asentía ante la propuesta de la editora, su cabeza trabajaba sin descanso y una idea alocada pero divertida acaba de cruzar por su mente. Como si de un tren a toda velocidad se tratara pero al que él se había subido.

—Tal vez pueda llegar a un entendimiento para firmar con Plaisir.

Las tres personas en el despacho lo miraron desconcertadas. ¿Qué había sucedido para que cambiara su forma de pensar? ¿Qué estaba pasando? Jess no creía que Drew Argyll se fuera a conformar tan fácilmente después de haber montado el numerito. Por eso tenía sus dudas al respecto.

—¿Aceptas el contrato? —le preguntó Martin perplejo por ese cambio de actitud mientras Drew sonreía de manera socarrona.

—¿Está dispuesto a aceptar el contrato, señor Argyll? —le preguntó Vivienne asombrada por esta repentina decisión. Satisfecha porque por fin pudiera contar con él en la editorial.

—No he dicho que acepte este —aclaró cogiéndolo y rompiéndolo ante las narices de todos. Los tres se quedaron con la boca abierta mientras Drew lo hacía pedazos—. Quiero un contrato nuevo.

—No hay problema —se apresuró a replicar Vivienne.

—No he puesto mis condiciones —le dijo en un claro tono de advertencia mientras levantaba un dedo en alto.

—Aceptaremos las que nos diga como señal de buena fe —le aseguró observando cómo el rostro de Jess mostraba la incredulidad propia del momento. Una cosa era tener a Drew Argyll en el despacho dispuesto a firmar un contrato y otra muy distinta estar dispuestas a que se aprovechara de la situación.

—Se tratará de una única novela.

—¿Solo una? —preguntó sobresaltada Vivienne. Quería atarlo por más tiempo. Pero mejor era una que nada.

—Solo una. Pero no se preocupe. Será única. Le prometo que alcanzará el número uno en ventas —le aseguró con un toque de solvencia que hizo que Jess pusiera los ojos en blanco.

«Prepotente», repitió en su cabeza observándolo con detenimiento, y aunque a ella le parecía que acababa de levantarse de la cama donde lo dejó, y no se había afeitado, Drew Argyll era atractivo. Sí que lo era, pensó mientras sentía su ofuscación por pensar así de él después de cómo la había humillado con el jueguecito de la ropa interior.

—Está bien. Un contrato por una primera edición. ¿Qué porcentaje quiere?

—Martin se encargará de ello después. Mi segunda petición es que la señorita Jess se disculpe por haber jugado sucio. Yo también lo haré a su debido tiempo.

Jess sintió que su rostro enrojecía. ¿Una disculpa? ¿Después de la que había montado con su ropa interior? Pero ¿cómo se atrevía a pedírselo? ¡Debería ser él quien se disculpara!

—La tendrá, ¿verdad, Jess? —le prometió Vivienne mientras su mirada y su tono de voz le arrancaban un sí a Jess.

Jess inspiró hondo y apretó los puños contra los costados tratando de controlarse. Se aclaró la voz y con gran esfuerzo por su parte procedió a disculparse.

—Señor Argyll, créame que siento mucho... —comenzó diciendo con los dientes apretados por la humillación a la que la estaba sometiendo.

—Oh, no, no, no —le cortó Drew sacudiendo la cabeza mientras la miraba y sonreía de manera cínica. Aquella interrupción sorprendió una vez más a los presentes. Jess se estaba disculpando mientras él sonreía como un cínico.

—Jess se está disculpando —apuntó Vivienne confusa por el comportamiento de Drew—. ¿Qué problema hay ahora?

—Me estoy disculpando —repitió ella presa de una furia que lograba contener con gran esfuerzo. Ahora miraba a Drew como si fuera a lanzarse a su yugular de un momento a otro. ¿Qué más quería?

—Aceptaré que cene conmigo esta misma noche a modo de disculpa. Y para que vea que no le guardo rencor yo correré con los gastos —matizó mientras disfrutaba con la pequeña victoria que estaba logrando. Percibió el enojo en su mirada por semejante manera de disculparse. Pero bien pensado, si fue capaz de hacer lo que hizo con él la noche anterior, aquella disculpa estaba más que justificada.

—Jess...