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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Julianna Morris

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El mejor jefe, n.º 1869 - septiembre 2016

Título original: The Bachelor Boss

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8712-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

CARAMBA! Si es la señorita Dumont –dijo una voz desde la puerta.

Libby levantó la cabeza y gruñó para su interior.

Neil O’Rourke.

La última persona a la que le apetecía ver en el mundo. Hasta aquel momento, había tenido un buen día. Y lo peor de todo era que, de manera instintiva, había mirado su reflejo en un cristal, para comprobar su apariencia. Neil tenía ese efecto sobre las mujeres. Y es que, además de desagradable, era guapísimo.

–¿Necesita algo, señor O’Rourke? –preguntó ella, con educación. Aunque no le gustara, seguía siendo el hermano de Kane O’Rourke, el jefe y fundador de la empresa en la que trabajaba.

–Sí. Y ¿no crees que ya es hora de que me tutees? Me gustaría oírte pronunciar mi nombre.

Libby entrecerró los ojos.

–No. Apenas nos conocemos.

Su sonrisa le fastidió aún más.

–Yo no diría eso –dijo él.

¡Maldición!

Todavía le daba una vergüenza horrible recordar aquella cita con él. Se había sentido adulada cuando la invitó a salir y como una tonta había aceptado. Y, ahora, tanto tiempo después, aún no había podido olvidar el momento en el que logró recuperar el dominio sobre sí misma. Haciendo un gran esfuerzo, se había separado de él y había roto un beso que se le estaba escapando de las manos. Después, había echado a correr mientras se colocaba la ropa. Con el corazón latiéndole a toda velocidad y en la mente retumbándole la idea de continuar portándose un poco mal.

Aquello había sido todo.

Por supuesto, el único motivo por el que él recordaba aquella noche debía ser porque no estaba acostumbrado a que se le resistieran. Ella había visto a mujeres felizmente casadas suspirar y ponerse coloradas por una de sus sonrisas.

–Tengo mucho trabajo –dijo cortante, esperando que él se marchara.

–Yo también, pero Kane quiere vernos en su oficina. Quizá se vuelva a marchar de luna de miel y quiera que volvamos a trabajar juntos.

Ella arrugó la nariz. Cuando Kane conoció a Beth y se casó con ella, le pidió a Neil que llevara la compañía por él. Trabajar con él había sido un horror, y no sólo por los recuerdos. Aquel hombre era imposible. Cuando se marchó al departamento internacional se sintió aliviada de no tener que volver a verlo.

–Ya no soy la secretaria personal de Kane.

La sonrisa de él se desvaneció ligeramente.

–Es cierto. Se me había olvidado que ahora eres una ejecutiva.

Neil nunca olvidaba nada. Probablemente, lo había dicho para fastidiarla. Obviamente, esa capacidad de molestarla debía ser innata en él porque no la conocía lo suficiente para saber qué tenía que decir o hacer para lograrlo.

–¿Nos vamos? –murmuró él.

Libby permaneció en silencio durante la corta distancia que separaba su despacho de la oficina del presidente y se aguantó las ganas de pasarse la mano por el pelo o alisarse la falda. Parecía que a la vanidad femenina le costaba resistirse al encanto de aquel hombre.

–Hola, hermano –dijo Neil en cuanto entraron en el santuario de Kane.

–Hola –respondió el hombre con una sonrisa y esperó a que estuvieran sentados. Después se dirigió a Libby–: Libby, ya sabes que quiero pasar más tiempo con Beth –dijo radiante al pronunciar el nombre de su esposa–. Por eso estoy haciendo algunos reajustes en la empresa. Entre ellos, he nombrado a Neil director de un nuevo departamento para el desarrollo de nuevas infraestructuras. Esto ya se lo dije antes a él.

–Qué… qué bien –murmuró ella.

–Lo que no le dije fue que te voy a nombrar a ti subdirectora. Quería que estuvierais juntos para daros la noticia.

Libby sintió que el corazón se le encogía.

–¿Qué? –preguntó al unísono con Neil. Lo miró y se alegró de comprobar que él parecía tan estupefacto como ella.

Kane se encogió de hombros.

–Sé que no siempre os habéis llevado muy bien; pero tenéis cualidades que se complementan y ya habéis trabajado juntos antes –le lanzó una mirada a su hermano–. Descubrirás que las habilidades de Libby son justo lo que necesitas.

Ella pestañeó, sin saber si se sentía asustada o histérica.

Aquello no podía estarle pasando. No podía ser la subdirectora de Neil. Él era demasiado… demasiado todo. Los dos hermanos eran casi idénticos en apariencia, aunque Neil tenía los ojos grises y los de Kane eran azules. Los dos eran ambiciosos; pero Kane lograba ser amable y simpático mientras que Neil era distante e impaciente.

¡Caray! Acababa de librarse de él y ya lo tenía de vuelta. ¿No era suficiente castigo haber trabajado con él unas semanas? No era que no le gustara el nuevo puesto. Conseguir dos ascensos en tan poco tiempo no era algo muy normal; pero Kane era bastante especial y hacía las cosas a su manera. Y, como había logrado que las empresas O’Rourke valieran millones de dólares, nadie discutía sus decisiones.

Sin embargo, ¿cómo iba a trabajar ella con alguien tan imposible como Neil?

Libby miró de reojo al hombre «imposible» en cuestión y vio que tampoco parecía muy contento con la idea.

Bueno. Eso le gustaba.

Que fuera él el que le dijera a Kane que era imposible.

–¿Qué opinas, Libby? –le preguntó Kane.

–Es… es maravilloso –mintió, con los dientes apretados.

–Te lo has ganado. Todavía faltan los detalles; pero he decidido que los directores y subdirectores trabajéis juntos en los proyectos.

Neil se aclaró la garganta.

–Eso es muy interesante; pero estaremos ocupados con nuestras respectivas obligaciones.

–Y una de esas obligaciones será trabajar juntos en este proyecto –recalcó Kane.

Libby reconocía muy bien la expresión de su jefe; la decisión estaba tomada.

–¿En qué proyecto has pensado? –le preguntó ella.

–En una cadena de hoteles rurales. Quiero que busquéis lugares históricos, pequeños pero con encanto –Kane le entregó un archivo–. Sé que te gustaba mucho la idea, Libby, así que, pensé que sería un buen comienzo para vuestra relación laboral.

¡Dios Santo!, Kane no debía haber elegido algo tan pequeño si quería motivar a su hermano. A Neil le gustaba el brillo y el glamour y estaba acostumbrado a los pactos internacionales y a las altas finanzas. Crear una línea de hoteles rurales debía ser lo último que le apeteciera hacer.

–¿Pequeños pero con encanto? –repitió Neil horrorizado. Como si tuviera que construir una cadena de moteles–. Creo que Libby podría encargarse de ese proyecto ella sola.

Kane negó con la cabeza.

–Quiero que trabajéis juntos. Es una idea de Beth y quiero que todo salga perfecto.

«Beth».

La mujer de Kane.

La palabra mágica.

Una sonrisa cálida atravesó la cara de Neil, dejando claro el cariño que sentía por su cuñada.

–A Beth le encantan los sitios antiguos. Lo convertiremos en nuestra prioridad.

–Bien. Podéis repasar la propuesta esta tarde. En Navidades haremos vuestros nombramientos oficiales; tenéis hasta entonces para organizarlo todo.

Libby apretó el archivo. Había trabajado en aquella propuesta y había deseado que le asignaran el proyecto; pero aquello no era con lo que había soñado.

–¿Hoy? –preguntó Neil, mientras le lanzaba una mirada de reojo que la hizo temblar.

¿Qué tenía aquel hombre que la hacía estar tan… despierta?

–Hoy –afirmó Kane con rotundidad.

Libby se dirigió hacia la puerta.

–Si es así, tengo muchas cosas que hacer. Gracias, Kane.

–No tienes que darme las gracias. El nuevo contrato estará listo en unos cuantos días, junto con un buen incremento salarial. Siempre tendrás un lugar con nosotros Libby.

Después de trabajar tantos años con Kane, Libby sabía que le estaba asegurando su lugar en la empresa con independencia de cómo fueran las cosas con Neil.

–Me alegra oír eso –dijo y se obligó a abandonar la oficina a un paso digno.

Neil salió detrás de ella.

–Todavía no es por la tarde –dijo al ver que la seguía.

Tenía por costumbre mostrarse cordial con él, pero el anuncio de Kane la había dejado intranquila.

–Ahora es tan buen momento como cualquier otro. Kane quiere que trabajemos en equipo, ¿recuerdas?

Libby casi deja escapar un resoplido. Neil O’Rourke no era una persona que trabajara en equipo. Le gustaba demasiado estar al mando de todo para eso. Afortunadamente, a parte del periodo que sustituyó a su hermano, apenas lo había visto en todos aquellos años. Él había estado viajando por todo el mundo para la empresa, labrándose una reputación de negociador hábil y duro.

Era una pena que no fuera mejor en el trato con la gente. Ella no era la única empleada que lo evitaba; su mirada fría y cortante podía atravesar a una persona.

–No creo que vaya a cambiar ahora –murmuró ella, resistiéndose a tutearlo.

Kane debía estar soñando si pensaba que su hermano iba a escuchar a alguien sobre cómo llevar la nueva dirección, y mucho menos a ella.

Quizá, Neil era diferente con su familia.

Tal vez.

Ella conocía a dos de sus hermanas, Shannon y Kathleen, pero Neil era un verdadero enigma.

Él entrecerró los ojos.

–¿Qué quieres decir?

–¡Oh, vamos! ¿Trabajar en equipo? ¿Usted?

La nota sarcástica de Libby molestó a Neil. Él sabía muy bien que no congeniaban por culpa suya; en aquella cita de hacía años, se había portado como un obseso. La hija inocente de un predicador y una estrella del fútbol de la universidad no eran una buena mezcla.

En realidad, no le disgustaba la chica; simplemente, no creía que fuera adecuada para ser subdirectora. Era demasiado blanda e inocente.

–Tú no puedes saber lo que pienso sobre el trabajo en equipo –dijo él, lentamente.

–Tengo una ligera idea.

Él levantó las cejas.

–No creo que por una sola cita puedas saber demasiado sobre mí. Especialmente, porque no nos hemos dicho mucho desde entonces.

Era la primera vez que aquella desastrosa noche salía a colación. Él se sintió aliviado, deberían haber hablado del asunto mucho antes, en lugar de evitar el contacto.

¡Diablos! Probablemente, él no habría vuelto a pensar en el tema si ella no fuera tan deseable… Ni tan mojigata, con un cuerpo tan sexy.

–Quizá. Pero fue bastante instructivo –respondió ella. Sus grandes ojos verdes lo miraron enfadados y Neil ahogó una sonrisa. Aquélla era una faceta interesante de Libby que lo incitaba a descubrir más. Era como observar a un gatito mientras sacaba las uñas.

–Aquello fue una cita. Esto son negocios –aclaró él.

–Conozco su forma de trabajar. Yo misma pude comprobarlo cuando estuvo a cargo de la empresa. Obviamente, le gusta llevar las riendas.

–¿No es eso lo que todos queremos?

Ella hizo un gesto de disgusto.

–No para todos es una manía. Debe estar realmente fastidiado con que Kane me haya nombrado su subdirectora.

Neil no estaba entusiasmado, pero nunca iba a admitirlo delante de ella. Y, como pensaba lograr que su dirección fuera la más próspera de toda la empresa, iba a tener que trabajar con ella de una forma u otra. Además, podía ser muy divertido ver cómo se ponía colorada.

–Sobre todo, por mi condición de mujer –añadió Libby.

–¿Qué? –gruñó él, sin una pizca de buen humor–. Yo no tengo ningún problema con las mujeres preparadas, así que, no pongas en mi boca cosas que yo no he dicho.

–Ah, ¿entonces es que cree que no estoy preparada?

–Eso todavía está por ver –dijo mirándola de arriba abajo. Desde luego, con el tiempo había adquirido el aspecto de una mujer de negocios.

No había sido así aquella vez que quedaron. Su ropa debía haberle dado una pista. A la legua se veía que se trataba de una chica de pueblo, inocente. Pero, por aquel entonces, hasta las mujeres más sofisticadas se ponían ese tipo de ropa. Si él hubiera sabido que era una virgen inocente, se habría mantenido a miles de kilómetros de distancia.

–Seguro que lo harás muy bien –dijo él, distraído por los recuerdos de unas fantásticas curvas que encajaban a la perfección contra su cuerpo.

Maldición ¿Cómo se le había ocurrido aquello? Libby tenía un buen cuerpo, aunque no hacía nada para llamar la atención sobre él. Pero él ya había estado con mujeres preciosas. Mujeres dispuestas que no tenían el matrimonio y un cochecito de bebé en la mente.

–¿Matrimonio y cochecito de bebé? ¿De qué está hablando? –preguntó Libby.

Neil pestañeó al darse cuenta de que había dicho en voz alta la última parte de la frase.

–Ummm… estaba pensando en Kane –respondió–. Se ha convertido en un acérrimo defensor del matrimonio y de los niños desde que conoció a Beth.

–¿Tan terrible le parece?

–Depende de cómo lo mires. Creo que debe ser difícil mantenerse centrado en los negocios con una mujer y unos niños detrás, dándote la lata.

–¿Dando la lata la mujer o los niños? –preguntó ella indignada–. Hay mujeres que no dan la lata, ¿sabe?

–Quería decir… Olvídalo. Me imagino que el matrimonio está bien para los demás.

–¡Vaya! ¡Qué generoso!

Neil se quedó sorprendido por su sarcasmo y, para ser honestos, Libby tuvo que reconocer que ella también. Nunca le había dicho lo que pensaba. Nada desde aquella noche ignominiosa en la que había expresado lo que pensaba de los hombres que pretendían acostarse con una mujer en su primera cita.

Dejó escapar un suspiro.

Los principios morales eran muy importantes; pero ella ya estaba cansada de volver sola a casa cada noche.

–No tengo nada que objetar a que un ejecutivo se case, si eso es lo que te preocupa.

Libby miró al techo.

–Como si Kane lo fuera a permitir.

Neil la miró con curiosidad.

–¿Crees que Kane y yo somos diferentes?

–Como el día y la noche.

–¿Porque está casado?

–No –ella negó con la cabeza exasperada–. Porque él es amable y usted… –logró callarse a tiempo. De nada iba a servir llamarlo petulante egoísta y machista.

Tragándose sus palabras, se dejó caer en la silla de detrás de su escritorio. Él no podía entender que las personas que trabajaban para O’Rourke fueran personas y no máquinas. Que tenían sus vidas fuera de la empresa.

Él se sentó en una silla y estiró las piernas. Por la expresión de su rostro parecía que sabía lo que había estado a punto de llamarle.

–¿Estás pensando en casarte y te preocupa lo que yo piense? No tienes que temer nada.

Libby lo miró atónita y él chasqueó la lengua. Nunca había pensado mucho en ella durante todos aquellos años; pero ahora que iba a ser su subdirectora, todo tipo de preguntas se le venían a la mente.

La mayoría de las cuales no eran de su incumbencia.

Como tampoco debía estar preguntándose si ese aroma a vainilla que emanaba de su piel era algún afeite u otro tipo de química femenina.

–No, no estoy pensando en casarme. Y, ahora, por favor, vamos a cambiar de tema. Deberíamos estar hablando de los hoteles, ¿recuerda?

Se acordaba.

Normalmente, sólo pensaba en los negocios; aunque su madre quería que se fijara más en las chicas guapas y solteras de su entorno. Ya tenía a dos hijos casados y quería ver al tercero pasar por la vicaría.