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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

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28001 Madrid

 

 

© 2019 Katherine Garbera

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche y dos secretos, n.º 174 - febrero 2020

Título original: One Night, Two Secrets

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-188-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Vomitar tres mañanas seguidas no era algo inusual para un O´Malley. Después de todo, la familia era conocida por vivir la vida al límite. Pero Scarlet llevaba semanas sin beber, concretamente desde que su amiga Siobahn Murphy, cantante del grupo femenino musical más exitoso desde Destiny´s Child, había roto con su prometido y este se hubiera fugado a Las Vegas para casarse con su mayor rival. Los paparazis no dejaban a Siobahn ni a sol ni a sombra y Scarlet se había dedicado en cuerpo y alma a proteger a su amiga. Conocía muy bien lo que era ser acosada por la prensa.

Siobahn estaba instalada en la cabaña que Scarlet tenía en East Hampton al cuidado de Billie, la asistente personal de su amiga.

Mientras se lavaba la cara, Scarlet fue considerando todas las razones para vomitar. No podía ser una intoxicación alimentaria, puesto que nadie más se había puesto enfermo y su chef personal era muy escrupulosa con la limpieza de la cocina.

–La intoxicación, descartada –se dijo en voz alta mientras se secaba la cara con la toalla de muselina que le había recomendado su esteticista.

A sus veintiocho años, apenas tenía alguna pequeña arruga, pero aun así su madre siempre le había dicho que nunca era demasiado pronto para prevenirlas.

«Te estás distrayendo de lo importante».

Scarlet se miró al espejo, consciente de que quien hablaba era su voz interior y de que estaba sola. Había perdido a su hermana mayor tres años antes por una sobredosis, pero eso no había impedido que Scarlet siguiera oyendo su voz en determinados momentos, en especial cuando menos quería oírla.

Tara había sido una hermana muy mandona y, al parecer, no quería dejar de darle órdenes. Scarlet suspiró y se miró el vientre. Hacía más de seis semanas que no tenía la regla y siempre había sido muy regular.

«Sí, estás embarazada. Me encantaría seguir por ahí para ver la cara de nuestro viejo cuando se entere».

–Cállate, Tara. Todavía no lo sé seguro.

Scarlet no podía creer que estuviera hablando sola, y mucho menos, en aquella situación.

Si había algo que a los O´Malley se les diera bien era ganar dinero, disfrutar la vida y equivocarse al tomar decisiones. Todo había empezado con su madre, que había muerto cuando Scarlet tenía diecisiete años. Había fallecido en extrañas circunstancias y, a pesar de que se había considerado un accidente, muchos creían que había sido una muerte deliberada. Su padre se había casado seis veces, sin contar las amantes que había tenido entre un matrimonio y otro. La relación más larga que había tenido Scarlet hasta la fecha había durado doce días y todo porque estaban en su isla privada.

No podía estar embarazada.

Si lo estaba…

Dios, aquello era una pesadilla.

Lo más sensato sería dar al niño en adopción. Todo el mundo le decía que era una consentida, y ella se lo tomaba como un cumplido. Su meta siempre había sido disfrutar de la vida al máximo.

¿Pero un hijo?

Tenía amigas con hijos, pero contaban con un ejército de niñeras para cuidarlos. Por su propia infancia sabía lo duro que podía llegar a ser.

Entró en su dormitorio y se tumbó en la cama. Se quedó mirando el techo, que había hecho pintar como si fuera el firmamento de noche. Lulu, su perro salchicha, se tumbó sobre su estómago. Scarlet acarició a su mascota.

«¿Y el padre?».

De nuevo, la voz de Tara.

«¿El padre?».

Sí, Mauricio Velasquez. El texano del año por su labor humanitaria. Dejando a un lado el hecho de que había bebido demasiado y de que se había acostado con ella, parecía un tipo formal. Le había hablado de su familia y de lo unidos que estaban.

Se llevó de nuevo la mano al vientre. Mauricio podía ser la mejor oportunidad para aquel bebé. Más tarde le diría a Billie que le pidiera al doctor Patel que fuera a verla. Si estaba embarazada, se iría con Billie y Siobahn a Cole´s Hill. Aquel pueblo sería el lugar perfecto para que Siobahn se recuperara de su ruptura mientras Scarlet trataba de localizar al padre de su bebé.

Cuatro horas más tarde estaba sentada en el sofá, frente a Billie y Siobahn, que la miraban fijamente como si hubiera perdido la cabeza. Tal vez fuera así.

–¿Texas? –preguntó Siobahn otra vez–. De ninguna manera. Es el último sitio donde quiero que me sigan los paparazis.

–A eso me refiero –le recordó Scarlet a su amiga–. Allí no te seguirán. Es una jugada perfecta. Esta mañana he alquilado una casa en una zona conocida como Five Families que cuenta con su propio control de acceso. Tendremos privacidad.

–¿Pero por qué Texas? –preguntó Billie–. No es que me importe ir allí, pero hace mucho calor en julio en Texas.

No tanto como el que iba a sentir cuando diera con Mauricio Velasquez. Habían hecho arder las sábanas durante la noche que habían pasado juntos.

–Tengo que ver a alguien allí. Y nos vendría bien un respiro –dijo Scarlet–. Confiad en mí. Será divertido y, Siobahn, así podrás olvidar a Maté.

–Ya lo he olvidado –replicó su amiga.

–Mentirosa.

Scarlet se acercó y se sentó en el reposabrazos del sillón de Siobahn, antes de abrazarla.

–Nos vendrá bien a las dos –le prometió Scarlet.

Siobahn levantó la vista para mirarla y Scarlet sintió que se le rompía el corazón al ver sus ojos enrojecidos. Haría lo que fuera necesario para entretener a Siobahn y, aunque todavía no se lo había dicho, sabía que aquel embarazo iba a ser una distracción para ambas.

El doctor Patel le había confirmado que esperaba un hijo. Scarlet todavía no había asumido la noticia, pero siempre abordaba los problemas con resolución. No podía quedarse en Nueva York ni en los Hampstons. Tenía que volver a ver a Mauricio y después tomar una decisión en relación al bebé.

Un bebé.

Siempre había querido tener a alguien a quien querer, pero se había prometido a sí misma no tener hijos. Había sido testigo de primera mano de lo que le pasaba a la gente que no estaba preparada para tener hijos.

Puso la mano en su vientre y se quedó mirando el espejo. Mauricio Velasquez era un tipo decente. Había sido reconocido por su labor humanitaria, era de esperar que fuera un buen padre, ¿no?

Conocería a su familia y se aseguraría de que así fuera porque quería que aquel bebé tuviera lo que ella nunca había tenido: unos padres cariñosos y una familia para que su hijo no acabara siendo como ella.

 

 

Era tradición de los Velasquez comer los domingos en casa de los padres. Alec Velasquez había tenido la suerte de saltársela el último mes gracias a las conferencias que había dado sobre tecnología en diferentes lugares. Si encontrara una excusa para saltársela esa semana, la aprovecharía.

No había vuelto por Cole´s Hill desde que se había hecho pasar por su hermano gemelo, Mauricio, para recoger en Houston un premio por su labor humanitaria. Había pasado la mejor noche de su vida con Scarlet O´Malley, pero no había podido contactar con ella después. Había tratado de dar con un plan que le hiciera ir a Nueva York y encontrársela por casualidad, pero se encontraba con el obstáculo de cómo decirle que no era Mo. Sabía por experiencia que a ninguna mujer le gustaba que la engañasen.

Al menos había hablado por teléfono con la novia de Mo, Hadley Everton, para contarle lo que había pasado. Después de pensar que era Mo el que había aparecido con Scarlet en las fotos publicadas por la prensa, Hadley había podido aclarar el asunto con su novio y habían decidido casarse. La noticia había alegrado tanto a su madre que casi no le importaba que estuviera faltando a las comidas familiares.

Pero sabía que estaba de vuelta y quería respuestas. Tendiendo en cuenta que Hadley y Mo estaban comprometidos, todos sabían que era Alec el que se había acostado con Scarlet O´Malley. En el pueblo, todos los comentarios se referían a ella como «la heredera». Y, a menos que estuviera dispuesto a soportar el fuerte temperamento de su madre, tenía que ir a la comida.

Se sentó ante su ordenador y releyó el correo electrónico que tenía guardado en la carpeta de borradores. No dejaba de hacer cambios y, cada vez que lo leía, decidía no mandárselo. Debería contentarse con haber pasado una noche juntos y olvidarlo.

Oyó el aviso del sistema de seguridad y supuso que sería su hermano gemelo, que le había mandado un mensaje para ir juntos a caballo hasta el campo de polo en donde habían quedado a comer.

Ocultó la ventana del correo electrónico de su ordenador y se puso de pie al entrar su hermano en la habitación. Las paredes del despacho de su casa estaban llenas de libros con los tomos de cuero; el decorador había decidido que eso le daría un aire más elegante a la estancia. Pero Alec había insistido en que los libros fueran títulos que hubiera leído, así que la colección de Harry Potter estaba debajo de Shakespeare y Hemingway.

–Buenos días, hermanito.

–Buenos días –replicó Alec–. ¿Dónde está tu media naranja?

–Ha surgido un contratiempo con los preparativos de la boda de Helena y ha tenido que ir a ver a Kinley para resolverlo –contestó Mo.

Helena, la hermana de Hadley, estaba preparando su boda con Malcolm, su novio de toda la vida. Habían pasado una mala racha recientemente, cuando él había perdido todo el dinero de la boda en apuestas. Pero la pareja había salido más fortalecida que nunca.

Kinley Quinten-Caruthers trabajaba como organizadora de bodas para la conocida Jaqs Veerland. Kinley era del pueblo y había vuelto a Cole´s Hill hacía unos años para abrir una oficina en Texas y dar servicio a clientes de perfil alto como el exjugador de la NFL Hunter Caruthers, que se había convertido en su cuñado después de que se casara con Nathan, el padre de su hija.

–¿Qué contratiempo? Es domingo.

Mauricio se encogió de hombros y sacudió la cabeza.

–No tengo ni idea. Me han dicho que era mejor no saberlo.

–Desde luego –dijo Alec–. Creo que deberíamos marcharnos ya.

–Antes de irnos…

–Lo sabía.

–¿El qué?

–Que no solo has venido para ir juntos –contestó Alec.

–Bueno, últimamente has estado muy esquivo.

–¿Esquivo? –repitió Alec, arqueando una ceja.

–Son palabras de mamá. Me ha pedido que averigüe qué te pasa –dijo Mo, paseando hasta la estantería–. No quise decirle que seguramente era un tema de faldas porque pondría su radar de novias y no te dejaría en paz un momento.

–Gracias.

–Piensa qué quieres que le diga.

–Sí, no queremos que vuelva a pasar lo mismo que cuando de niños le dijiste a mamá que no fui al entrenamiento para hablar con una chica –dijo Alec sonriendo al recordarlo.

Rememorar su infancia les dio unos minutos de distracción, pero sabía que Mo no iba a dejar pasar aquello. Aunque ninguno de los dos creía que existiera una conexión especial a nivel psíquico por el hecho de ser gemelos, siempre habían sido capaces de percibir cuando le preocupaba algo al otro.

–¿Quieres que hablemos de lo que te pasa? No nos esperan en el campo de polo hasta dentro de un rato.

¿Quería hablar? No. No era un hombre sensiblero y su hermano tampoco.

–No.

–De acuerdo.

–¿De acuerdo? Mamá se llevará un disgusto –dijo Alec.

–Claro que no. Supongo que la siguiente en tratar de descubrir lo que te pasa será Bianca.

Alec gruñó. Su hermana iba a ser mucho más insistente. Aunque era un año más pequeña que ellos, siempre había sabido cómo salirse con la suya con los hombres de la familia.

–No creo que haya nada que hacer –replicó Alec–. Es Scarlet. No puedo dejar de pensar en ella, pero no puedo llamarla porque cree que soy tú. Si le cuento que me estaba haciendo pasar por mi hermano, no creo que quiera volver a verme.

Ya lo había dicho. Al oírselo decir en voz alta, pensó en lo ridículo que era todo aquel asunto. Mo y él tenían treinta años, casi treinta y uno. Hacía tiempo que había pasado la época de hacerse pasar el uno por el otro.

Mo le dio una palmada a su hermano en el hombro.

–No parece sencillo, pero si hay algo que he aprendido de mi relación con Hadley es que si una mujer te gusta mucho, tienes que ir tras ella. Discúlpate por tus errores, cuéntale la verdad y dile lo que sientes.

–Eso son muchas cosas.

–Tal vez podrías diseñar una aplicación que lo hiciera por ti –comentó Mo con ironía.

–Anda, piérdete.

Alec se sintió mejor después de hablar con Mo. Tal vez llamara a Scarlet o incluso volara a Nueva York para verla. Mal no le haría. Así podría darse cuenta de si esa obsesión era simplemente porque la consideraba fuera de su alcance o si era algo más.

 

* * *

 

Cuando por fin llegaron a Cole´s Hill, Siobahn decidió quedarse en la casa alquilada mientras Scarlet se disponía a buscar a Mauricio para contarle lo del embarazo. Llevaba a Lulu en el bolso y Billie estaba a su lado mientras se dirigían en coche a tomar un café.

No sabía qué clase de hombre era. Habían pasado una noche juntos, bebiendo, bailando y riendo. Al despertarse a la mañana siguiente, ya se había marchado, y no podía culparlo después de haber visto las fotos de los paparazis.

Su vida no era la del resto de los mortales, pero se había acostumbrado. Tara solía decir que vivían en una jaula de oro y que habían tenido que aprender a convivir con la prensa. Había momentos en que Scarlet soñaba con una vida más sencilla y discreta, pero lo cierto era que en la mayoría de las ocasiones la disfrutaba.

En aquella pequeña ciudad, nadie parecía prestarle atención, y eso le agradaba. Cuando pidió en la cafetería un café con leche de coco, nadie la importunó.

–¿Conoce a la familia Velasquez? –le preguntó a la camarera de la barra después de pedir.

–Todo el mundo los conoce en Cole´s Hill. Supongo que hoy estarán todos en el partido de polo. No es un deporte que siga, pero tengo entendido que viene un exjugador… Dee, ¿recuerdas cómo se llama? –dijo la camarera dirigiéndose a la mujer que estaba junto a la máquina de café.

–Bartolomé Figueras. También es modelo. Es muy guapo.

–Y tanto –convino Scarlet.

Ese mismo verano los había conocido a él y a su hermana en un partido de polo en Bridgehampton. Tal vez incluso tuviera su número.

–Me encanta el polo. ¿Cree que podríamos ir a ver el partido? –preguntó Scarlet, volviéndose a Billie, que sonrió.

–Estoy segura de que sí. Han estado organizando partidos todos los meses para una organización benéfica que lleva Mauricio Velasquez.

La camarera tecleó en la caja registradora y salió un recibo. Lo tomó y escribió una dirección web.

–Creo que aquí podrá encontrar toda la información –añadió, dándole el trozo de papel–. Que se diviertan.

Cuando les dieron sus bebidas, Scarlet y Billie salieron de la cafetería y se dirigieron al aparcamiento.

–Ha sido muy fácil –dijo Billie.

–Mucho. Vámonos a casa a cambiarnos. Seguro que Siobahn querrá acompañarnos.

–No lo tengo tan claro. Esta mañana está un poco nostálgica.

Scarlet se detuvo y se volvió a su asistente. Billie se había ocupado de Siobahn mientras ella asimilaba la noticia de que estaba embarazada. No le había contado a nadie el resultado de la prueba, ni siquiera a Billie. Solo lo sabían el doctor Patel y ella.

–Debería haber estado más atenta. Siento haber estado tan ofuscada en dar con Mauricio.

–Está bien. Lo que quiero decir es que no sé si serás capaz de convencerla para que te acompañe al partido de polo.

–Está bien –dijo Scarlet.

Volvieron a la casa. Mientras Billie averiguaba quién era la secretaria de Bartolomé Figueras para pedirle que las incluyera en la lista de invitados, Scarlet habló con Siobahn. No estaba de humor para salir de la casa, así que dejó a Lulu con ella.

Cuando llegaron, el campo de polo estaba muy concurrido. Billie se fue a ver dónde estaban los establos. Scarlet paseó entre la gente, buscando entre los hombres a aquel con el que había pasado una noche.

Vio primero a Bart y escuchó la risa de su hermana Zaria. Scarlet sonrió. La heredera argentina tenía una risa tan fresca como su personalidad. Se dirigió hacia ellos y entonces vio que Mauricio Velasquez estaba en su grupo. Rodeaba con su brazo a una mujer muy guapa, con una melena morena y rizada hasta media espalda. Se quedó mirándolos un momento. Tal vez fuera su hermana. Pero entonces lo vio inclinarse para besar a la mujer de un modo poco fraternal.

Scarlet nunca había sido tímida y al ver al padre del hijo que esperaba besando a otra mujer se puso furiosa. Por un segundo, se dio cuenta de que se había hecho ilusiones con un encuentro perfecto en el que aceptara de inmediato pasar el resto de sus vidas juntos.

Era como si se hubiera olvidado de que era una O´Malley y que aquel tipo de cosas no eran para ella. No le gustaban los compromisos. No estaba hecha para relaciones duraderas. Había visto lo que le había pasado a su madre, que no había superado que su padre la dejara para irse con otra mucho más joven.

Tara era como su padre, disfrutando de la vida al máximo. Pero Scarlet se había sentido muy perdida entre dos personas tan opuestas. Por un lado, tenía el sueño de fundar una familia tan perfecta como la que veía en las fotos de su infancia. Por otro, estaba la realidad de que nunca había sido responsable más que de sí misma.

Los O´Malley eran mejores cuando solo tenían que cuidar de sí mismos. Era lo que mejor se les daba, eso, y hacer cosas extrañas y escandalosas.

Forzó una sonrisa y se dirigió decidida al grupo, evitando reparar en Mauricio o en la mujer. Mantendría la calma y fingiría que había ido a saludar a Bart. Pero según se acercaba, no pudo evitar lanzar una mirada a Mauricio.

Seguía estando muy guapo. Por un segundo se preguntó si habría un mundo en el que la bondad de los Velasquez podría eclipsar la maldad de los O´Malley. No había oído más que cosas buenas de la familia Velasquez y de lo unidos que estaban.

Eso había hecho que anhelara la familia que nunca había tenido, y sentía curiosidad. Aunque no estuviera hecha para los compromisos, sería divertido ser parte de algo así.

–Scarlet, ¡qué sorpresa! –exclamó Bart al verla–. Me alegro de que estés aquí. Deja que te presente a mi amigo Mauricio Velasquez y a su prometida.

¿Prometida? ¿Qué demonios…

Se volvió hacia el hombre que pensaba que conocía y reparó en sus hombros y en la cicatriz de la ceja. El hombre con el que se había acosado no tenía ninguna. ¿Qué demonios estaba pasando?

–Hola, Mauricio –dijo–. Creo que ya nos conocemos. Fue en aquella gala en Houston…

–Bueno, lo cierto es que… –comenzó Mauricio.

–Creo que me estás buscando a mí –dijo una voz masculina a sus espaldas.

Se volvió para mirar al hombre y se quedó sin palabras. Era la viva imagen de Mauricio. ¿Tenía un hermano gemelo? En aquel momento, Scarlet se dio cuenta de que la situación había pasado de mal a peor. ¿Un embarazo después de una aventura de una noche? Sí, esas cosas pasaban. Pero descubrir que el padre de su bebé era un impostor, un completo desconocido del que no sabía nada… Bueno, era la mala suerte de los O´Malley.