Erika Martínez

 

 

Entre Bambalinas

Poetas argentinas tras la última dictadura

 

 

 

 

 

 Iberoamericana - Vervuert - 2014

Contenido

Portadilla

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INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1. SILENCIO Y MEMORIA: HABLAR AL HUECO

Cita

1. Muros de contención

2. El viraje a lo cotidiano

3. Irse de la lengua: el rol de la muda y de la loca

CAPÍTULO 2. VENTRÍLOCUAS: EL YO CLANDESTINO

1. La mujer subterránea y el origen del doble

2. Teorías del discurso de doble voz

3. El caso de la mujer ventrílocua

4. El yo clandestino en los textos

5. El coro demente

CAPÍTULO 3. EL CARNAVAL NEGRO

1. Lógica del Carnaval Negro

2. El Carnaval Negro en los textos

3. Vestirse de carnaval

4. Salir del carnaval

CONCLUSIONES

AGRADECIMIENTOS

BIBLIOGRAFÍA

Contraportada

INTRODUCCIÓN

ENTIERRO Y DESENTIERRO DEL DIABLO DE CARNAVAL

En junio de 1976, Videla promulgó el Decreto ley Nº 21329, que eliminaba el feriado de carnaval del calendario oficial argentino. La costumbre nacional más arraigada para festejar esos días era arrojarse agua.

Ser arrojados al agua. Este ensayo es un intento de analizar a través de la poesía escrita por mujeres la transformación de los discursos y el imaginario colectivo de un país y una década atravesados por las consecuencias de la violencia de Estado. La teoría del Carnaval Negro que aquí se presenta nace de algunas de sus implicaciones: la perversión del espacio de lo público, sus representaciones.

Para afrontarlas acudiremos, entre otras, a las propuestas bajtinianas, algo que parece requerir una explicación. Demasiadas polémicas, vagas desautorizaciones y modas académicas interfieren en cualquier intento de aproximación a las teorías del crítico eslavo, por muy cautas y heterodoxas que estas sean. Como punto de partida, intentaremos apartarnos de las lecturas ahistóricas del carnaval, cuya función ideológica durante la Edad Media ha monopolizado los estudios posteriores sobre el tema. Que dentro del orden feudal el carnaval era una transgresión autorizada, prevista por la ley y reforzadora de esta parece hoy una obviedad difícil de discutirle a Umberto Eco. Convertir esa función ideológica en la condición de cualquier articulación histórica del carnaval es, sin embargo, igual de ingenuo y esencialista que afirmar su carácter permanente de resistencia festiva.

Dicen que el cacerolazo nació durante una protesta contra Salvador Allende de un grupo de chilenas acomodadas, disconformes con la visita oficial de Fidel Castro a su país. Menos de una década después, la ciudadanía empezaría a utilizar ese mismo recurso para protestar en la calle contra la dictadura de Pinochet. Puesto que la dirección ideológica de gestos, discursos e imaginarios no es inalterable, conviene situarnos: Argentina, años 80.

La teoría del Carnaval Negro surgió de una realidad sociológica, el auge de la poesía escrita por mujeres, y una observación literaria, la recurrencia de un imaginario simbólico que recoge elementos escenográficos procedentes del teatro clásico, los rituales indígenas, los desfiles, las murgas y, muy especialmente, el carnaval. Por su carácter tragicómico y a veces siniestro, estas referencias constantes a la representación hacían inexcusable un estudio de su relación con la última dictadura y sus secuelas. Partiendo de ahí, nuestra pretensión fue analizar un número significativo de poemarios atendiendo a su coherencia interna y su diálogo con los discursos que circularon en el país durante la década.

Poco después, a mediados de los noventa, se percibió con fuerza una politización del movimiento murguero y, de forma simultánea, una carnavalización de las marchas sociales. Murgas y protestas avanzaron a una, llegando a su auge en diciembre de 2001. Habría que esperar hasta 2004 para que el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires restituyera el carácter feriado al lunes y martes de carnaval, y a 2010 para que ambos días pasaran a ser considerados como feriados nacionales. Para entonces, su imaginario colectivo se había desvinculado del espectáculo grotesco de la dictadura y era mucho más que un breve desenfreno: el carnaval se había convertido en un lenguaje con el que exigir justicia social y poder ciudadano sobre el espacio de lo público. Su instrumento de reclamo y su símbolo central era un utensilio de cocina.

CUESTIONES PRELIMINARES

Los poemarios aquí estudiados pertenecen a un conjunto de autoras argentinas nacidas a mediados del siglo xx. Lejos de intentar profundizar en la obra íntegra de cada poeta, trataremos de analizar aquello que las unió como miembros de una generación en una década concreta1. Para comenzar, fue necesario seleccionar sus nombres de un corpus inicial más amplio, testimonialmente desarrollado en la bibliografía. La selección final de las poetas se realizó atendiendo a una combinación de los siguientes criterios:

1. Nacionalidad. Las poetas seleccionadas nacieron en distintas provincias de la República Argentina. No todas ellas, sin embargo, han publicado toda su obra en editoriales nacionales. Más allá de que la argentinidad está históricamente atravesada por los efectos de las migraciones, la experiencia específica del exilio durante la última dictadura hacía importante la selección de algunas poetas que salieron del país.

2. Cronología. Todas las autoras publicaron su primer o segundo poemario durante la década de los 80 del siglo pasado. Este criterio permitirá observar las consecuencias tempranas de la última dictadura argentina (1976-1983) en la poesía escrita por mujeres. Si el presente trabajo no se remonta a 1976, es fundamentalmente porque ­–según el consenso general– a partir de 1979-1980 pudo detectarse una relajación en la represión dictatorial y un resurgimiento de la actividad cultural y literaria que había estado bajo mínimos durante los cuatro primeros años de la dictadura.

3. Género. Los nombres seleccionados pertenecen a poetas mujeres. Aunque no existe, como es obvio, una sola escritura de mujer en la Argentina de los años 80, es posible observar la aparición de ciertas constantes derivadas de una experiencia común: ser mujeres en contacto con el feminismo emergente dentro de una sociedad donde la ideología patriarcal fue radicalizada por el militarismo2.

Los nombres de las autoras que integran el corpus son, por orden alfabético, los siguientes: Ana Becciu, Diana Bellessi, Noni Benegas, Susana Cerdá, María del Carmen Colombo, Dolores Etchecopar, Manuela Fingueret, Alicia Genovese, Irene Gruss, Tamara Kamenszain, Laura Klein, María Rosa Lojo, Liliana Lukin, María Negroni, Susana Poujol, Mercedes Roffé, Mirta Rosenberg, Mónica Sifrim, Susana Villalba y Paulina Vinderman. Por la necesidad de acotar el corpus, fue preciso excluir a otras autoras que merecerían un estudio pormenorizado, como Hilda Rais, Alicia Borinsky, Delia Pasini, Teresa Arijón, Niní Bernardello, Cristina Piña, Hilda Mans, Mónica Tracey o Inés Aráoz.

En adelante, llevaremos a cabo una lectura que, más allá de aventurar significados, intente explicar por qué razones producen los textos esos significados. Analizaremos cuál es la historicidad concreta de los poemarios escogidos y cómo se relacionan con dos lógicas, la patriarcal y la totalitaria, que se retroalimentaron dentro del campo discursivo de la última dictadura argentina.

Apostaremos por el término “literatura escrita por mujeres”, considerando que los poemarios seleccionados (y con ellos sus autoras) no tienen una postura ni unánime ni coherente ni uniforme respecto al feminismo y la construcción estética de la identidad femenina. Aunque el sintagma podría ser tachado por razones opuestas de neutral o demasiado amplio, se acerca un poco más a la actitud de las escritoras contemporáneas respecto a la militancia feminista o la simple labor estética con la identidad de género, que es diversa y, por lo general, controvertida. Cualquier consideración teórica que concierna a las mujeres como grupo debería partir, a nuestro parecer, de la diversidad de su autopercepción. No es solo que todas las mujeres no sean iguales (obviedad que cae por su propio peso), sino también que las mujeres se relacionan con su propia identidad de género de forma diferente: el rechazo del feminismo, la feminidad o la complicidad grupal es una opción que debe ser analizada con el mismo cuidado que otras posturas explícitamente militantes y a veces menos representativas. En todo caso, el rechazo del feminismo o de una articulación consciente de la identidad femenina no impide en la mayoría de los casos la existencia de un discurso en el que dicha identidad se reelabora, se discute y muestra sus conflictos. La identidad de género ha sido una realidad en crisis en este último cambio de siglo y nadie escapa de su propia coyuntura histórica.

Nancy K. Miller, por ejemplo, especificó su interés por la mujer que escribe (no por su producto) definiéndola como sujeto histórico: “I explore ways of reading women as writing subjects, of tracking the erratic relations between female authorship and literary history in a particular cultural context” (1988c, 4). Aunque Miller podía llegar a abusar del contexto, una palabra que trivializa la importancia estructural de la historia y la ideología en la formación de los discursos y la subjetividad, su acotación no deja de ser importante. La acción (agency) es una parte ineludible de su concepto de autoría (16). Autor/a es un sujeto que produce y –podríamos añadir– se produce dentro de una ideología dominante, en mayor o menor conflicto con ella.

Un discurso no es un conjunto de signos sino una práctica, como diría Foucault en La arqueología del saber (1969), y aunque ninguna práctica discursiva pueda ser identificada llanamente con un solo sexo, ni tan siquiera con un solo género, es posible demostrar su recurrencia en determinados grupos sociales circunscritos a determinadas formaciones históricas. Las mujeres forman un grupo social específico, así son consideradas y así se consideran a menudo, independientemente de las consecuencias que tenga dicha pertenencia y sin que esta sea excluyente ni se contradiga con la pertenencia a otros grupos sociales.

Respecto al recorte de género, aún hoy parece inevitable justificar la elección de varias escritoras a la hora de afrontar un análisis literario, explicación que habría sido innecesaria de haber escogido, por ejemplo, varias obras de teatro o a varios autores yugoslavos. La perspectiva de género despierta enormes susceptibilidades, lo cual no deja de ser sintomático. Las únicas consideraciones equiparables en polemicidad son, sin duda, las de etnia y clase, y no son excluyentes. En Subject to Change (1988c), Miller alude a esa necesidad de justificar la elección de la literatura escrita por mujeres como tema de estudio, asociándola a la “inevitable ansiedad de la buena hija que abandona los textos autorizados” (13). Aunque rara vez se los ponga en entredicho, los criterios nacionales, históricos o formales son tan discutibles como los de género.

Es cierto que las constantes perceptibles en las poetas de un periodo pueden ser encontradas de forma circunstancial en la obra de sus compañeros de generación3, del mismo modo que los rasgos observables en la poesía de una década son rastreables, en mayor o menor medida, en la prosa del mismo periodo o en la poesía de autores coetáneos de otras nacionalidades. Eso no impide que las recurrencias de un conjunto de textos circunscritos a un determinado grupo social (veinte mujeres, tres yugoslavos o diez dramaturgos) puedan ser analizadas en relación a ese grupo, salvando las excepciones y sin cerrar la puerta a posibles coincidencias externas.

FEMINISMO Y SITUACIÓN DE LA MUJER EN ARGENTINA

A finales de los años 60, la segunda ola del movimiento feminista tuvo también importantes consecuencias en Argentina. La transformación de la vida cotidiana y de las relaciones entre hombres y mujeres fue propiciada (como en tantos otros países) por la incorporación de las mujeres al trabajo fuera de casa, su mayor acceso a la formación universitaria, su participación activa en la vida política y el uso de los nuevos métodos anticonceptivos. Las consecuencias de esta revolución fueron diferentes en cada sector social, aunque palpables en todos ellos. Como señala Eva Rodríguez (2006), durante los años 70 las polémicas fueron más frecuentes que los acuerdos incluso dentro de la vanguardia progresista. Los colectivos feministas centraron sus reivindicaciones en el derecho a decidir sobre el propio cuerpo y la libertad sexual, enfrentándose, por ejemplo, al decreto que prohibió la venta de anticonceptivos durante el gobierno de Isabel Perón. “No obstante –señala Rodríguez–, para el grueso del imaginario de izquierdas, tales luchas fueron catalogadas como ‘modas importadas del imperio’ o ‘desviaciones burguesas’, pero no una forma de participación política” (1).

Durante la dictadura, algunas modificaciones legales supusieron cambios para la situación de la mujer en Argentina. Como señala Claudia Nora Laudano, en 1976 se modificó la Ley de Contrato de Trabajo del 74. Los puntos que nos atañen de esta reforma son (1998, 43):

1. Aunque ya estaba prohibida la “discriminación laboral” por motivos político-gremiales, de raza, sexo, edad, nacionalidad o religión, esta vez se especifica la prohibición de “trato desigual” por razones de sexo, raza o religión (art. 81).

2. Se elimina la prohibición de ocupar a mujeres mayores de edad en tareas de más de 8 horas diarias o 48 semanales.

3. Se reduce el periodo en el que se puede considerar un despido improcedente por causa de matrimonio.

4. Se amplía dicho periodo por causa de maternidad o embarazo y se aumentan las medidas protectoras de la maternidad.

Es necesario asimismo subrayar algunas ambigüedades y contradicciones que, a nuestro parecer, pudieron entrañar estas medidas:

1. Parece concederse una menor o nula importancia a la discriminación por razones de nacionalidad o político-gremiales.

2. Gracias a la posibilidad de trabajar más de 8 horas al día y 48 a la semana se abren las puertas para que la mujer ingrese a nivel público en el estado laboral del hombre: la explotación.

3. La mujer deja de ser considerada laboralmente por su matrimonio, pero también pasa a estar menos protegida ante los despidos reales que se producen por esta causa.

4. Esta medida, siempre beneficiosa, facilita a la mujer el cumplimiento de su verdadera función social: la maternidad.

Por otro lado, en 1979 la ONU aprueba la “Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer”, que en Argentina no se ratificó hasta 1985, pero que influyó inevitablemente en ciertas reformas. Laudano documenta la apertura, en 1978 y con aprobación militar, de un Centro Multinacional de la Mujer en Córdoba, dependiente de la Organización de Estados Americanos (OEA). Según el Ministro de Relaciones Exteriores, sus objetivos eran “mejorar la condición jurídica de la mujer americana, preconizar a través de su educación integral un plan de acción en el desarrollo y como etapa decisiva, la ubicación de la mujer en los altos estratos de los distintos lugares de América” (cfr. Laudano 1998, 45). Las mujeres se incorporan a las fuerzas armadas. Su ingreso es un ejemplo significativo de la instrumentalización de los avances del feminismo emprendida por la dictadura. En 1978, en la escuela naval de Salta, dice Emilio Massera: “Esta profesión que es tan tradicionalmente masculina, en la cual si la mujer puede ocupar un sitio destacado es porque ya nada le está vedado”4. De igual manera, se propicia la incorporación de las mujeres a la policía, fundamentalmente para tareas de prevención de delitos y atención a las mujeres arrestadas. Para Jean Franco el fenómeno se explica como un desplazamiento de la mano de obra barata, que es la fuerza de trabajo femenina, del ámbito de lo privado al de lo público (cfr. Newman 1991, 24).

Las maestras, muy numerosas, se convierten en un foco de manipulación de la dictadura, ya que en ellas recaería el desarrollo de los principios y objetivos del llamado Proceso de Reorganización Nacional. La maestra es interpelada no como trabajadora, sino como una segunda madre: “Piensen que están elaborando el futuro de sus propios hijos”; “trabajen con la dedicación de una maestra, con el amor de una madre y la fe de una apóstol” (cfr. Laudano 1998, 53).

En 1980 se inicia una campaña por la reforma de la Ley de Patria Potestad. A partir de esa fecha, diferentes grupos feministas reinician actividades relacionadas con la educación de las mujeres, los roles de género en la sociedad y la familia, el derecho a la libre elección sexual, los problemas de la anticoncepción y el aborto, las políticas de natalidad, la violencia de género, el trabajo doméstico o los derechos laborales de las mujeres. Para discutir estas cuestiones, durante los primeros años de la década, las militantes fingían reunirse a tomar té con pastas o a realizar cualquier otra actividad considerada típicamente femenina que las encubriera. Entre las múltiples actividades iniciadas, se crearon tribunales de denuncia callejera de violencia contra las mujeres frente a los juzgados; se reunieron firmas, se organizaron actividades públicas, mesas redondas, charlas y talleres de reflexión.

Como explica Mabel Bellucci (2001), la presencia del feminismo en Argentina durante la última dictadura estuvo reducida a grupos autogestionados de fuerte influencia estadounidense, francesa e italiana5. Ofreciendo un panorama de la evolución del movimiento, Bellucci cita la derrota en la Guerra de las Malvinas como el comienzo de la revitalización feminista (38). Entre las agrupaciones más activas en ese momento se encontraban la Organización Feminista Argentina (OFA), Derechos Iguales para la Mujer Argentina (DIMA) o la Unión de Mujeres Argentinas (UMA). La resistencia política fue la norma, pero hubo excepciones como la de DIMA o AMA (Asociación de Mujeres Argentinas), que mantuvieron un diálogo con la dictadura con el objetivo fracasado de modificar la Ley de Patria Potestad.

Finalizada la dictadura, las mujeres empezaron a afiliarse masivamente a los partidos políticos, aunque el porcentaje de ellas que llegó a las cámaras en las elecciones del 83 fue realmente bajo. El 8 de marzo de 1984, las diferentes integrantes de la Multisectorial6 fueron hasta la Plaza de los Dos Congresos con varias pancartas donde podían leerse los siguientes puntos7:

1. Modificación del régimen de Patria Potestad.

2. Ratificación del Convenio de la ONU sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer.

3. Igualdad de los hijos ante la ley.

4. Cumplimiento de la ley “igual salario por igual trabajo”.

5. Reglamentación de ley de guarderías infantiles.

6. Creación de la Secretaría de Estado de la Mujer.

Como señala Calvera (1990), la Multisectorial y los diferentes grupos integrados en el movimiento feminista presentarán más de treinta proyectos al poder ejecutivo y legislativo, que añadirán a los puntos anteriores la lucha contra la explotación sexual de la mujer y por la igualdad de oportunidades laborales, así como la condena rigurosa a los maltratadores y violadores.

En 1983 se fundó el Lugar de Mujer, integrado por una veintena de figuras destacadas del feminismo del país, entre las que estaban Alicia D’Amico o Safina Newbery. Abierta todos los días para la atención jurídica y psicológica gratuita, mantuvo paralelamente grupos de autoayuda, talleres, charlas, exposiciones, ediciones de libros y boletines propios. En 1984 se creó la Mesa de Mujeres Sindicalistas, el Instituto de Estudios Jurídicos y Sociales para la Mujer, y decenas de foros, ciclos, asociaciones, talleres y grupos de orientación parecida. En 1985 se logró la modificación de la Patria Potestad para una tutela compartida. De 1986 destacaremos el proyecto “Mujer Hoy”, coordinado por Haydée Birgin y dedicado a las mujeres de los barrios, así como el “Programa Mujer, Salud y Desarrollo”, organizado por el Ministerio de Salud y Acción Social. En 1989 Argentina Berti fue nombrada Secretaria de Estado.

Respecto a las revistas específicas que comenzaron a funcionar en los 80 pueden citarse, por ejemplo, Nosotras, las mujeres, Prensa de Mujeres, Alternativa Feminista, Brujas, Alfonsina, Hiparquia, Descubriéndonos, Mujeres del Movimiento o Feminaria. A finales de la década, se pusieron en marcha multitud de talleres y seminarios sobre mujer y escritura, como los integrados en el Encuentro Nacional de Escritores (1988) o las Primeras Jornadas sobre Mujer y Escritura (1989). Estas últimas fueron convocadas por la revista Puro Cuento que, ese mismo año, recogió las ponencias en el libro Mujeres y escritura8.

Respecto a la represión, si hasta los años 60 los secuestrados y asesinados eran hombres, mientras las mujeres quedaban en la retaguardia encarnando la resistencia, a partir de esa década las mujeres pasaron a formar parte de la lucha activa y fueron igualmente torturadas y desaparecidas. Según Kathleen Newman las diferencias entre el golpe de Estado de 1966 y el de 1976 se explican por la percepción durante los setenta de un grave peligro derivado, no solo de la crisis del Estado, sino también de la crisis del sistema patriarcal (1991, 25). No es la primera vez que pasaba. El golpe de 1930 también estuvo precedido por una revolución feminista. A nivel cultural, señala Newman, la percepción del peligro se materializó en un incremento de la representación de la violencia contra las mujeres, que funcionó como una forma de disciplina social9.

1 Empleamos el término generación de forma cronológica: las autoras seleccionadas nacieron a mediados del siglo xx y tuvieron una experiencia histórica distinta a la de la generación anterior. Más allá de las coincidencias, y aunque hubo un trato personal cercano entre algunas de ellas, no constituyeron un solo grupo poético y sus estéticas son muy diferentes entre sí.

2 Estas contradicciones aumentan si tenemos en cuenta que, más allá de su fanatismo patriarcal, la dictadura intentó instrumentalizar el discurso feminista cuando le convenía, aunque su meta final ­–y evidente– fuera la reconducción ideológica.

3 En “El otro boom de la narrativa hispanoamericana: los relatos escritos por mujeres en la década de los ochenta” (1995), Álvaro Salvador señala un fenómeno interesante y muy poco estudiado: la aparición de ciertos rasgos atribuidos a la literatura escrita por mujeres en el discurso de algunos escritores hombres (cfr. 172-73). Reconocer esta influencia permite profundizar en las posibles constantes del discurso femenino sin caer en purismos o esencialismos excluyentes que, por otro lado, no resistirían un análisis mínimamente serio.

4 Discurso pronunciado en la escuela naval de Salta. El Día, 1978. Cfr. Laudano 1998, 46.

5 En 1982 surge Reunión de Mujeres con la finalidad de formalizar charlas sobre cultura cívica. A finales de ese mismo año, se funda la Asociación de Trabajo y Estudio sobre la Mujer (ATEM), integrada por mujeres de “diferentes edades, estudios y posibilidades”. La propuesta de la ATEM es la contribución “a la creación de una sociedad democrática, de un mundo de iguales, donde las diferencias entre seres humanos no constituyan una excusa para la opresión sino la base del respeto de la pluralidad de la vida” (cfr. Calvera 1990, 114). En 1983 se intensifican las actividades y la creación de grupos como PRISMA (Programa de Investigación y Participación para Mujeres Argentinas) o el Sindicato de Amas de Casa de Tucumán, que en un año extendería sus filiales a Salta y Capital Federal. Continúan sus actividades el Centro de Estudios de la Mujer (CEM), fundado en 1979, el CEDES, el CENEP y la CIM.

6 La Multisectorial de la Mujer estaba compuesta por integrantes del partido Justicialista, Movimiento de Integración y Desarrollo, Confederación Socialista, Unión Cívica Radical y otros partidos.

7 Estos puntos son recogidos por Calvera en “La constelación del feminismo” (1990, 115).

8 Las ponencias fueron compiladas por Silvia Itkin y editadas por Mempo Giardinelli en 1989 bajo el título de Primeras Jornadas sobre Mujeres y Escritura.

9 En la misma línea, Fernando Reati habla de una fuerte presencia de la violencia sexual en la narrativa de los 80 (1992, 179-235).

CAPÍTULO 1

SILENCIO Y MEMORIA:

HABLAR AL HUECO

No existen en la historia de los hombres paréntesis inexplicables. Y es precisamente en los periodos de “excepción”, en esos momentos molestos y desagradables que las sociedades pretenden olvidar, donde aparecen sin mediaciones ni atenuantes, los secretos y las vergüenzas del poder cotidiano.

Pilar Calveiro