BIBLIOTHECA IBERO – AMERICANA

Publicaciones del Instituto Ibero-Americano

Fundación Patrimonio Cultural Prusiano

Vol. 142

Índice

Prefacio

I.    Introducción:
coordenadas de la expresión metaperiférica

1.    Inferencialidad e invisibilidad de la región metaperiférica

2.    La expresión metaperiférica:
más allá de tradición y ruptura

3.    José de la Cuadra, Jorge Icaza y Pablo Palacio: simbolización, escenografía, metanarración

II.   José de la Cuadra: el realismo orgánico

1.    El abogado de los montuvios

2.    El desplazamiento mito-topológico de la literatura ecuatoriana

2.1  La doble raíz: los cuentos.

2.1.1 Los cuentos tempranos

a)    “El desertor” (1923/1931): estética y ética

b)    “Nieta de libertadores” (1923): transformación y transfiguración.

c)    “Sueño de una noche de Navidad” (1929): iniciación y cosmogonía

2.1.2 Los cuentos tardíos

a)    “La cruz en el agua” (1931): mito y realidad

b)    La Tigra (1940): la antropología de la imaginación.

2.2  El matapalo: la unidad orgánica de la novela

2.2.1 Propedéutica

a)    La unidad vegetal en el consorcio vegetal

b)    La teoría del matapalo

c)    El símbolo preciso

d)    El tema de la novela

2.2.2 Los Sangurimas (1934)

a)    Primera parte: “El tronco añoso”.

b)    Segunda parte: “Las ramas robustas”

c)    Tercera parte: “Torbellino en las hojas”.

d)    Epílogo: lo real y lo imaginario

e)    Diagrama del realismo orgánico.

2.3  El montuvio ecuatoriano (1937): ensayo de forma y formación

III.  Jorge Icaza: etnopoética y escenografía

1.    Casi un dramaturgo

2.    El desplazamiento etno-poetológico de la literatura ecuatoriana

2.1  El drama desconocido

2.1.1 ¿Cuál es? (1931): autoridad y autoría

2.1.2 Sin sentido (1932): figuración y alegoría.

2.1.3 Flagelo (¿1932 o 1936?): materialidad y ficción

3.    Los cuentos: escenario y grafía.

3.1  Escenario(s): sic transit

3.1.1 Exteriores: abismos, barrancas y laderas
(“Cachorros” y “Barranca grande”)

3.1.2 Transitorios: caminos, chaquiñanes y desterritorialización (“Sed” y “Éxodo”)

3.1.3 Interiores: intimidad, espacio propio y táctica (“Casa chola” y “El nuevo San Jorge”)

3.2  Grafía (signo): interpositio intransitivum

3.2.1 Huella indexical: “Interpretación”

3.2.2 Mimicry y etopoética: “El nuevo San Jorge”

3.2.3 La suspensión etnopoética del disfraz:
“Mama Pacha”

4.    La novela icaciana: esceno-grafía de la expresión auté(t)n(t)ica.

4.1  Huasipungo (1934): la invención de la palabra.

4.2  El Chulla Romero y Flores (1958): interpretación y despliegue de la autetnicidad

IV.  Pablo Palacio: la dimensión existencial

1.    La tragedia de la genialidad

2.    El desplazamiento filosófico de la literatura ecuatoriana

2.1 El problema del inicio: la estética palaciana
(Aesthetica).

2.1.1 Propedéutica.

2.1.2 El Vortext programático.

2.1.3 “Un hombre muerto a puntapiés” (1927):
la différance como narratología desterritorializada

2.1.4 “La doble y única mujer” (1927): la otredad del yo

2.1.5 “Elantropófago” (1927): autofagia como sacrificium litterae

2.1.6 “Luz lateral”: anamorfosis

3.    El problema de la realidad:
la teoría del conocimiento (Epistemología)

3.1  Débora (1927): realidad como zona de indistinguibilidad apelativa

3.2  Brazo y flexibilidad corporal del devenir signo: breve excurso sobre lo cinematográfico en la obra de Palacio

3.3  Vida del ahorcado (1932): tiempo intemporal, espacio des-espaciado y vida nula

4.    El problema de la verdad: ética palaciana y filosofía de la excepción

4.1  Sentido de la palabra verdad.

4.2  Sentido de la palabra realidad: la filosofía de las excepciones.

4.3  Translación filosófica: los fragmentos de Heráclito de Éfeso

5.    Observaciones finales y diagrama de la metadiscursividad.

V.   Consideraciones finales

1.    La expresión metaperiférica frente a la literatura hispanoamericana y mundial.

2.    José de la Cuadra: expansión de la expresión metaperiférica

3.    Jorge Icaza: humanización de la expresión metaperiférica

4.    Pablo Palacio: reflexión de la expresión metaperiférica

VI.  Bibliografía

1. Prefacio

El presente libro es una versión revisada y ampliada de mi tesis doctoral, que fue aprobada por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Ludovico-Maximilianea de Múnich en el año de 2009.

El primer agradecimiento es a mis directores de tesis, Prof. Dr. Bernhard Teuber y Prof. Dr. Wilfrido H. Corral, quienes con compromiso y apoyo trabajaron intensamente para sacar adelante esta tesis. El segundo agradecimiento es al Servicio Académico Católico para Extranjeros de Alemania (KAAD), por haberme otorgado una beca extraordinaria que me permitió total dedicación al proyecto.

Agradezco a los profesores Prof. Dr. Stephan Leopold por haber creído en mí e iniciarme en el camino de la docencia académica y Prof. Dr. Robert Folger por darme la oportunidad de continuarlo.

Valiosas sugerencias y consejos recibí del Dr. Harald Münster, cuya amistad y conocimiento son invalorables para este libro. Además agradezco a Margarita Borja por su diligencia y habilidad en la corrección del texto y al Prof. Dr. Martin Baumeister por toda su ayuda.

Sin el apoyo de mis padres y hermanos hubiese sido imposible la realización de este trabajo. A todos ellos les debo un agradecimiento profundo.

Este libro se lo dedico, enteramente, a mi esposa Daniela por su incondicionalidad y compañerismo y a mi hija Adriana por haber nacido y haberme acompañado durante la escritura de mi disputatio.

I. Introducción: coordenadas de la expresión metaperiférica

En la periferia del círculo el comienzo y el fin coinciden.

Heráclito

1.   Inferencialidad e invisibilidad de la región metaperiférica

En la famosa expedición de América, la ciudad de Quito y las regiones equinocciales emprendida por el barón Alexander von Humboldt y su compañero Aimé Goujand –más conocido como Bonpland, el médico y botánico oriundo de La Rochela–, hubo un tercer acompañante aún poco destacado y reconocido en la historiografía sobre la estancia de Humboldt en América en el siglo XIX: el joven criollo Carlos Montúfar. Este quiteño aristócrata y acomodado, cuya familia recibió a Humboldt en sus aposentos y residencias solariegas en los alrededores de Quito, había estudiado Filosofía y Humanidades en la Real Universidad Pública de Santo Tomás de Aquino de su ciudad natal, donde obtuvo su título en 1800. Montúfar, quien presuntamente se involucró en una relación sentimental con Humboldt, llegó a ser su compañero en sus continuos viajes a partir de 1802, que lo llevaron desde Quito a Lima e incluyeron la famosa ascensión al Chimborazo –por entonces conocido como la montaña más alta del mundo– y luego el trayecto hacia Europa, pasando por Guayaquil y Acapulco, con escalas en La Habana, los Estados Unidos y París, para finalmente asentarse en Madrid, donde estudió en la Real Academia de Nobles.1

Dos son los escritos de Montúfar que destacaremos a continuación: un diario de viaje y una carta dirigida a Humboldt. En su diario del “Biaje de Quito a Lima […] con el barón de Humboldt y don Alexandro Bonpland”, en un pasaje impactante sobre la ascensión al volcán Chimborazo (23 de junio de 1802), Montúfar relata orgullosamente ese momento cumbre vivido al pie de la cima, adonde habían llegado “en cuerpo sin abrigo”: “En la mayor altura que estubimos y hasta donde no han estado hombres jamas, encontramos barias piedras quemadas …”.2 El joven quiteño narra que al descender, sin haber alcanzado la cima debido a una “quebrada profundísima” que imposibilitó continuar el ascenso a la altura de “3036 toesas”, aproximadamente unos 5.917 metros sobre el nivel del mar, cayó una nevada que “nos cubrió y nos pusimos enteramente blancos y muy mojados, con la niebe que cayo se nos cubrieron las señales de pisadas que dejamos al subir, y nos bimos en mucho riesgo de perdernos pues no oyan nuestros gritos los que estaban abajo, y solo bajamos por inferencias …3 Este poco conocido “tercer relato” de Montúfar sobre la expedición de Humboldt puede considerarse el prototipo de una expresión que hasta ahora ha pasado desapercibida en la historiografía literaria y cultural de los estudios hispanoamericanos. Y sin embargo, sin esa lectura inferencial de Montúfar, seguramente tampoco habríamos conocido el así llamado grand récit de Humboldt y Bonpland sobre su expedición a América.

En otro momento de su relación, ya instalado en Madrid y en espera del envío de dinero por parte de sus familiares, y por lo tanto completamente dependiente de Humboldt, Montúfar le escribe al barón las siguientes líneas en una carta que delata desesperación:

¡Qué largo silencio! Cuánto tiempo hace que no tengo el gusto de ver letra de V. ni saber de su salud hasta este correo que me ha escrito en fin Bonpland, y me dice no tiene V. novedad, pues aquí se dijo que hubiera estado V. malo. Tanto en esta época como en mil otras he escrito a V. y siempre sin tener contestación: no sé a qué atribuir el silencio que V. guarda. […] como en tanto tiempo nada he sabido de V. ni aun sé si ha recibido las cartas …4

Unos 200 años más tarde Carlos Arcos Cabrera nos cuenta la historia de ese personaje de José Donoso, “Marcelo Chiriboga” –intradiegéticamente un “ficticio escritor ecuatoriano que formó parte del boom latinoamericano”–,5 que aparece en la novela El jardín de al lado (1981).6 Chiriboga es un invento de Donoso y Carlos Fuentes, y la ficción lo convierte en “autor de La caja sin secreto, novela insuperable”.7 Con esta anécdota Arcos Cabrera pretende hacer visible la invisibilidad de la literatura ecuatoriana, a la cual considera “una literatura invisible para un país imaginario”.8 Afirma Carlos Fuentes, cuyo Chiriboga es diferente al de Donoso, que este es un “personaje mítico de la literatura ecuatoriana” y que fue una idea suya y de Donoso para representar a la literatura ecuatoriana, ausente en ese boom.9

Partimos entonces de una lectura por inferencias que marca un punto inicial en el estudio de la expresión metaperiférica, la cual será descrita y examinada en este trabajo. El término metaperiferia es introducido aquí por primera vez, de manera que su significado se remite únicamente a nuestra propuesta. Con él nos referimos a un campo escritural hasta ahora poco conocido: la literatura ecuatoriana. Al igual que Montúfar debemos inferir las huellas que nos permitan adentrarnos en el campo de una expresión por debajo de la textura que cubre los textos del centro y de la periferia más cercana a ese centro, y proponer otro tipo de lectura, una que descubra el campo literario de una escritura poética que no puede ser descrita con las categorías hasta ahora empleadas.

La carta perdida de Montúfar a Humboldt (y la ausencia de una respuesta), o carta que no llegó a motivar a su destinatario a dar una respuesta, refleja en cierto modo lo que ha sucedido con dicha expresión metaperiférica. Es como un intercambio escritural que no tuvo lugar, que quedó fuera del discurso latinoamericanista y más aún del discurso literario mundial. Su desviación y desaparición requiere una lectura distinta que la de otras expresiones, y significa también un inicio diferente a la vez que determina la presencia material evidente de un tercer relato, de una escritura de existencia probable fuera de la estructura dualista del espace littéraire mondial. Nuestra propuesta es penetrar en esta escritura a partir de la lectura inferencial. Una de las particularidades de estos textos es que escapan a todo intento de fijar su significado. Ir en pos de ellos nos pone en la misma situación que la de Bonpland y Montúfar frente a la “profundísima quebrada”, sin huellas que seguir para regresar a un núcleo. Es un instante frente a la abismal y blanca “nada”, la nada “que cuelga del vacío”10 y de la que proviene la expresión que aquí estamos desarrollando: lo metaperiférico. Este posicionamiento terciario de la expresión metaperiférica permite describirla como un espacio intuitivo de creación. A partir de la carta de Montúfar podemos afirmar que “no hay síntoma sin su destinatario”,11 y este es el punto en donde se requiere del llamado filólogo para hallar el significado oculto, aquel de la lectura inferencial con que despega la expresión metaperiférica.

La figura ficcional de “Marcelo Chiriboga” aparece como síntoma de la literatura ecuatoriana. ¿Pero no es el personaje Marcelo Chiriboga justamente el síntoma de ese gran Otro, el discurso del boom latinoamericano, ese orden simbólico, como una totalidad congruente, cerrada, que no existe? ¿No debemos interpretar a Chiriboga como una fractura (Verwerfung), como el rechazo de un significante fundamental, que es expulsado fuera del universo simbólico del sujeto, la expresión metaperiférica? ¿No debemos atravesar esa fantasía para ser capaces de reconocer que su formación –la creación de Chiribogasólo enmascara, llena un vacío, una falta, un intersticio? El síntoma de “Marcelo Chiriboga” se revela planteado como escritura pero ya no en su relación con un significado fijo, como lo son centro o periferia (símbolos escritos), sino como goce puro de una escritura. La expresión metaperiférica permite precisamente validar los procesos para reconocer a este “personaje” como sinthome, como formación significante específica, como portadora de una “manera de escribir” propia, “goce-en-escritura” de sí misma, de forma irreducible a un otro.12 Al menos se podría intentar esta lectura.

El problema de la invisibilidad de la literatura ecuatoriana es, ciertamente, un problema de crítica y recepción estética nacional que pasó por alto la cohesión de temas y reflexiones en la narrativa ecuatoriana a favor de una, en su tiempo necesaria, pero desde el punto de vista filológico, deficitaria discusión sobre el compromiso político y el papel de la cultura “nacional”.13 Esto se vuelve patente en la limitada conceptualización de una literatura ecuatoriana del siglo XX que se quedó, para muchos, entrampada en el dualismo de una literatura-denuncia y la ruptura frente a la denuncia en una literatura más compleja, que culminó con una ruptura de dicha ruptura. A ello se suma que no se ha considerado hasta ahora a los tres narradores ecuatorianos más importantes de la primera mitad del siglo XX, como lo son José de la Cuadra (1903-1941), Jorge Icaza (1906-1978) y Pablo Palacio (1906-1947) como cohesionados, y no se los han leído conjuntamente bajo un paradigma. Es esa precisamente la propuesta de este estudio: romper con ese esquema que se ha tenido hasta ahora de la narrativa ecuatoriana del siglo XX.

Otro síntoma de la invisibilidad de la literatura ecuatoriana ha sido planteado por Leonardo Valencia con su concepto del síndrome de Falcón. Valencia parte de la imagen clásica de Eneas cargando a su padre y la conecta con una obra de teatro, donde el personaje Pablo Palacio (que representa en la obra al homónimo escritor), al final de la pieza, pedaleando forzosamente sobre una bicicleta, termina cargando a Joaquín Gallegos Lara, también escritor, pero sobre todo crítico socialista, quien polemizó contra Palacio porque este no “utiliz[ó] la literatura para denunciar la realidad”.14 Valencia relaciona esta imagen del genial escritor Pablo Palacio cargando a su crítico, es decir, tratando de sobrellevarlo de esa manera, con otra imagen, esta vez de la vida real: se trata de Juan Falcón Sandoval, hombre que cargó a Gallegos Lara a falta de silla de ruedas durante doce años.15 Valencia aclara que “es este personaje y no Palacio” el que da nombre a su síndrome y representa lo que ha sido el problema fundamental para los escritores ecuatorianos: someterse a la carga del discurso ideológico de una escritura “comprometida”.16 Ahora bien, Valencia analiza, sobre todo, el problema de la relación entre la novela y el escritor –en especial del escritor ecuatoriano posterior a De la Cuadra, Icaza y Palacio– que, según él, sufre aún de los coletazos de una ideología que lo lleva a cargar, como Falcón, “una agenda secreta y no declarada para su literatura”,17 que se obstina en la línea del retrato de un país con vocación reivindicativa y centrado en la cuestión de la identidad ecuatoriana o latinoamericana.

Lo cuestionable en la tesis de Valencia es que contrapone nuevamente a Palacio e Icaza como dos íconos polarizados y definitivos de la narrativa ecuatoriana. Para romper con esta polarización interna de la literatura ecuatoriana se debió analizar con detenimiento la obra dramática vanguardista18 del autor de Huasipungo y reconocer la importancia que dio a lo largo de su obra a la forma estética en conjunción con un fondo humano. Veamos lo que el mismo Icaza, quien según Agustín Cueva no fue el mejor teórico de su obra, intuyó al respecto:

Pero, entiéndase bien, al hablar del carácter de una literatura nacional, no se quiere por ello significar referencias al criollismo o al costumbrismo; no, se quiere referir, y debe entenderse, que se trata de una literatura que refleja las vivencias del ser auténtico, del ser que, en cualquier latitud cultural, tiene sus raíces propias –étnicas, sociológicas, históricas. Es algo que está […] en la esencia general de fondo y de la forma.19

A lo largo de este estudio no se hablará de una literatura nacional, sino más bien de un espacio escritural que surgió en la metaperiferia hispanoamericana, como lo pueden ser de igual manera la guatemalteca, boliviana, nicaragüense o paraguaya.20 Nuestra atención se centra aquí en la expresión ecuatoriana. Es así como la poética de la expresión metaperiférica que esbozaremos a continuación buscará convertir a esta sintomatología –a saber los síndromes de Chiriboga y Falcón conjuntamente, esa búsqueda desde la funcionalidad de la expresión propia hacia un movimiento de fuerza interna del lenguaje– en una práctica escritural con sentido semiótico. Como afirma Valencia, “elegir a los padres no significa matarlos, sino asimilar creativamente esa carga”,21 aunque no la consideraremos una carga sino un impulso creativo que hasta el momento no ha sido visto en su alcance real, que es precisamente el de su cohesión interna, de su poeticidad de peut-être con una probabilidad de peut-entre (entre periferia y centro, es decir, más allá de esa dicotomía); no es mimesis ni repetición, es mudanza hacia el espacio de la expresión metaperiférica del que proviene. Hacia el espacio escritural que parte de la inferencialidad y culmina en la autosustracción poética.

2.   La expresión metaperiférica: más allá de tradición y ruptura

Más que una teoría o poética literaria nos referiremos a una teoría entrelíneas,22 un sistema de composición geopoético perspectivista y de posicionamiento, en el sentido no únicamente de “composición de lugar” sino de “composición de expresión”, denominado expresión metaperiférica. Con el término “metaperiférico” se introduce por vez primera un espacio minúsculo de expresión que no ha dejado huellas en el sitio donde desplegó su acción: el campo de la literatura latinoamericana, sea este denominado por la crítica hispanoamericana como heterogéneo,23 transcultural24 o híbrido.25 Por ello es que debemos, como lo hicimos con Montúfar, volver a una lectura inferencial de su construcción. El vocablo metaperiférico será utilizado en el presente estudio para referirse específicamente a la narrativa ecuatoriana de la primera mitad del siglo veinte. Por un lado está orientado por el término deleuziano de “literaturas menores”, que representan un grupo especial, una minoría que hace uso de un lenguaje mayor.26 Sin embargo, en nuestra fórmula de expresión metaperiférica, si bien se trata de un grupo separado, es uno particularmente literario que se remite de igual manera a un centro como a una periferia y no describe una minoría lingüística con una lengua mayoritaria circundante, sino al contrario, una lengua mayoritaria circundante que vuelve invisible la expresión de una minoría lingüística, metonímicamente unida al continente. En este sentido acogemos la denominación de “modernidad periférica” de Beatriz Sarlo27 pero nos distanciamos de ella por considerarla no aplicable a la literatura ecuatoriana. El mayor punto de divergencia sería el que ubica a estas periferias más cercanas al centro (Argentina, México, Perú, Chile) en una posición de ruptura e innovación en relación a este mismo centro, mientras que la expresión meta-periférica se ubicaría como una poética de la contigüidad.

La literatura latinoamericana se ha venido pensando siempre como un campo de disyunción y uno de conjunción. Por un lado el centro europeo o norteamericano ha ocupado el espacio de la tradición y del canon, mientras que la periferia ha respondido a esa generación de una tradición a través de la provocación: con la ruptura.28 En el ya clásico esquema de tradición y renovación en que se ha venido ubicando a la literatura latinoamericana, se introduce ahora la fórmula de la expresión metaperiférica, una expresión que se sustrae a una clasificación en uno de esos dos espacios, que está más allá del centro y de la periferia. En nuestra noción29 se encuentra amalgamado, a su manera, el concepto de creatividad e imaginación, no como un estado fijo e inmutable sino como práctica dinámica de la invención literaria.

El presente estudio incluirá tres aspectos (representados por tres autores) de este espacio no descrito de la literatura hispanoamericana, que va más allá de significar tan sólo una doble marginalidad. Se trata justamente de una modernidad que atraviesa la relación puramente geográfica entre centro y periferia. De modo que no pretendemos caer en un maniqueísmo entre centro moderno y periferia retrógrada, entre metrópoli y colonia, sino precisamente postular una suerte de acronotopo textual. Por ello lo metaperiférico se desprende de igual manera tanto de un centro como de una periferia y este punto biflexivo es una disposición inventiva y teórica que se estructura como tridimensionalidad o trilateralidad. Se trata de romper la bidimensionalidad y el biperspectivismo desde el que se ha venido pensando la literatura hispanoamericana, donde en un lado se ubican las poéticas de la ruptura y en el otro las poéticas de la continuidad. Los espacios y campos escriturales de centro y periferia han estado relacionados de esta manera, pero para el campo escritural de la metaperiferia esta relación no es aplicable. La expresión metaperiférica permite ordenar estos campos escriturales de una manera distinta por medio de una poética de la tri-reflexión liminal/umbral activa donde se despliega “la narrativización de las prácticas [de] una ‘manera de [escribir]/hacer/[vivir]’ textual, con sus procedimientos y con sus tácticas propias”.30 De modo que el nivel de la poética también nos ayuda a superar los esquemas duales,31 pero añadimos a esto la mecánica de la “tensionalidad” que tiene dos facetas: a) tensión de sustracción (que se aparta/extrae de lo obligado, reemplazando de forma pronominal lo establecido): estamos en el campo de la intencionalidad donde surge la conciencia de margen, y b) tensión como carga energética,32 que a través de la invención hace uso de la palabra extremando sus posibilidades poéticas, donde surge la conciencia de metaperiferia. El primero es un movimiento que tensa, el segundo es uno que acopla. Y ahí se demuestra como creación de una tensionalidad que deviene un lenguaje cuyas partes no pueden considerarse aisladamente. Esta premisa poetológica que postulamos para la expresión metaperiférica la describe sin querer Robert Walser33 con las siguientes palabras: “Yo bien era aquello: lo peculiar, lo entre-doble y lo transmitido mismo”.34

En un parcours lineal teleológico que sigue un orden temporal, el centro sería el punto más avanzado en la historia y la metaperiferia se ubicaría en un campo escritural retrasado.

Un esquema circular de orden espacial nos sugiere una mayor marginalidad de la metaperiferia:

A la expresión metaperiférica se la debe pensar, entonces, en un esquema que considera la línea curva, que culmina en contigüidad, un esquema donde las asignaciones y adjudicaciones se difuminan y no existe ya un orden lineal-teleológico ni un orden espacial-cartográfico sino un orden de contigüidad, una poetica contiguitatis.

Como podemos descubrir por medio de nuestro esquema de la expresión metaperiférica, este campo literario está ordenado de una manera que no recae en una valoración o jerarquización. A la vez que se acerca más la metaperiferia al centro, se la coloca en una relación de contigüidad con periferia y centro.

Este sistema de composición escritural tiene una “manera de escribir” cuyo movimiento intentaré explicitar a través de un símil geográfico, lo cual resulta pertinente ya que nuestro objeto de estudio es la literatura ecuatoriana: se trata de la línea ecuatorial, línea imaginaria y física, línea divisora y unificadora, trazo cartográfico, extensión imaginaria y despliegue magnético invisible. Esta comparación no es una condición necesaria de la expresión metaperiférica pero nos sirve para ilustrar nuestro concepto.

Al globo terráqueo se lo puede dividir de dos maneras: por un lado la división geográfico-astronómica, horizontalmente entre Norte y Sur, y por el otro una división convencional-histórica, verticalmente, entre Este y Oeste. La división entre Norte y Sur ha implicado históricamente una jerarquización entre hegemonía y dependencia, sobre todo en el campo económico; la distribución Este y Oeste ha marcado sobre todo lo que se conoce como Viejo Mundo y Nuevo Mundo (novus orbis).35 La línea ecuatorial nos servirá para encontrar un paralelismo con el campo de la metaperiferia, en el sentido en que esta nos ofrece otro tipo de ordenamiento espacial, un orden que se sustrae a estas dos divisiones dualistas que hemos presentado. La línea ecuatorial, imaginaria, es un cinturón geográfico que en primer lugar fundamenta la división entre Norte y Sur. Sin embargo, en un segundo movimiento, se aleja a su vez de esta clasificación pues no pertenece ni al Norte ni al Sur, es línea divisoria pero a la vez umbral liminar de esta división a la cual se sustrae. Adicionalmente, si consideramos la división convencional entre Este y Oeste, la línea ecuatorial pertenece tanto al un hemisferio como al otro: lo atraviesa. Entenderemos la expresión metaperiférica en analogía con este modelo: tanto el ecuador geográfico como la expresión metaperiférica pertenecen al “neque norte (hegemonía) neque sur (dependencia)”, mientras que se adhieren “et este (mundo viejo) et oeste (novus orbis)”. Es por ello que lo metaperiférico aparece como un modelo distinto al de hinterland, el prefijo “meta” ahora significa no sólo “detrás” sino a la vez “encima”, “más allá”, es un tercer espacio (third space) que simultáneamente se distingue del término acuñado por Bhabha, pues no se trata de una minoría de emigrantes que utilizan este lenguaje, se trata de una expresión poética a la que ubicamos como sustraída en un espacio de irreductibilidad del lenguaje mismo.36 Ahora bien, en lo que se refiere a la elección del término metaperiferia, se puede objetar que se haya escogido un vocablo que aparentemente acoge esta división que negamos en sí misma, y, sin embargo, la selección hecha tiene sobre todo un valor explicativo e intrínseco: subvierte nominalmente al término periferia y así también termina por transgredir incluso el “centro”. La expresión metaperiférica se ubica en primer lugar detrás de las “periferias más cercanas al centro”, como lo son Argentina37 o México. Además, esta posición le permite abrir un campo de reflexión sobre estas mismas periferias desde un ángulo irreducible a alguna referencialidad específica.

Esta forma “ecuatorial” de aprehender el conocimiento, esta actividad reflexiva del pensamiento se conjuga con la “manera de escribir” experiencias propias, de modificar las palabras de tal forma que quede espacio para aquello que se puede decir sin aspiraciones totalizadoras, en menos o en más palabras, pero que se modifica de manera propia sin voluntad de someterlas, de obligarlas a organizarse en categorías limitantes. Nuestro trabajo sobre este espacio desespaciado que se proyecta como alegoría de la línea ecuatorial se remite a un pensamiento de Certeau en el sentido de que “la lectura es el espacio producido por la práctica del lugar que constituye un sistema de signos: un escrito”.38 La línea ecuatorial es una línea imaginaria en doble sentido: como imaginación creativa y como imaging (materialización de un texto). Lo que se da dentro de este campo poético demarcado por el espacio ecuatorial es precisamente la tridimensionalidad metaperiférica como lenguaje que se rescata a sí mismo, en cuanto asegura su posibilidad de significación en una esfera que se encuentra autoasegurada independientemente de ella. En ese sentido ya no aparece como una línea o un espacio sino como una curvatura en el espacio. El imperative de huir del centro como referente (tradición/dominación) o de una periferia (ruptura/resistencia), de Europa/Norteamérica (Mundo Antiguo/Mundo Moderno) o de América (Mundo Nuevo), de una conjunción o disyunción, se mantiene en estado de tensión en la metaperiferia ecuatorial, de manera que no existe una fuerza magnética que la empuje necesariamente hacia uno de los dos lados. La literatura metaperiférica está atravesada por esa misma ecuatorialidad, esa ausencia de filiación que se exterioriza y se libera así como umbral que no limita, como liminalidad umbral. De lo que se escapa es de la bipolaridad física de la doble división hemisférica del globo terráqueo: de Norte y Sur, de centro y periferia, de centramiento y descentramiento, del biperspectivismo latinoamericanista entre tradición y ruptura. La Einbildungskraft (fuerza imaginativa) ecuatorial entre centro y periferia es un acto no forzado de síntesis subjetiva (imaginaria) y de diferenciación: es contigüidad y tensionalidad poética. Se trata de una literatura que se encuentra en ese espacio imaginario ecuatorial donde prevalece como irreductible a una “tradición de la ruptura” o a una “ruptura de la tradición”. Escapa además a la jerarquización valorativa que aparece en cuanto se considera a la literatura hispanoamericana a la luz de estos conceptos. La línea ecuatorial, vista desde la perspectiva de este análisis, se comporta tal como la literatura metaperiférica: es una doble refracción imaginaria hacia dos lados, esfera periférica y esfera central. Su condición de límite umbral y de umbral límite permite el despliegue de una poética que podríamos llamar también equinoccial. La palabra equinoccio proviene del latín aequinoctium y significa “noche y día igual”. La expresión “equinoccial” la empleamos en ese sentido como aquella expresión cuya distancia hacia el centro o la periferia es igual, de manera que su referente no se limita a ninguno de estos dos polos. Este momento equinoccial marca un punto cero, un degré zéro de l’écriture en doble dirección: por un lado hacia el movimiento sobre sí mismo (rotación) y por otro lado hacia el movimiento alrededor del sol (traslación). Es precisamente ese momento equinoccial que traza el camino del sol, que se despliega sobre el cinturón metaperiférico. Esa ubicación geográfica convierte a lo ecuatorial en una encrucijada de rotación y traslación escritural, que se expresa al mismo tiempo como reflexión sobre sí misma y como traslación alrededor de un otro (centro y periferia), de manera que aprovecha la infinita y múltiple curvatura del espacio ecuatorial imaginario.

Observamos en esa intersección un instante en que lo ordenado escapa a ese ordenamiento, lo coordenado se vuelve asimétrico, no un “centro exiliado” sino una tridimensionalidad imaginaria que no se atiene a una identidad o diferencia: es una propiedad de la palabra, como la universalidad de la Einbildungskraft39 (fuerza imaginativa). En la metaperiferia surge una posibilidad especial de escritura, sin tradición y sin provocación: como signum dare y vestigium imaginationis. Se trata de un uso de los signos que no se puede explicar desde un canon tradicional ni desde una ruptura periférica, es una escritura que emplea signos que son en sí mismos una ofrenda, están dados, y a la vez son signos que desde un inicio están enriquecidos con una fuerza imaginativa propia (disposición creativa).

La “manera de escribir” desde y sobre la metaperiferia revela que ya no hay un punto focal, no hay centro ni periferia, sólo la escritura en el punto cero, como rotación y traslación, como pura escritura inyectiva (entendida aquí como la postura fenomenológica que se percibe/tiene conciencia estética de sí misma y apotéticamente, es decir de su mundo, entorno, a distancia), como distorsión irreductible, virulencia poética, flexión e inflexión, implosión significante y explosión semántica, sin fugas barrocas, ni simulacros, ni proliferación tautológica y paródica, lo metaperiférico se transporta de un ser a un apare(s)er para finalmente poder expresarse como “posibilidad de ser” (Sein-Können) de la escritura ecuatorial: esta microrregión de la metaperiferia abre un espacio estético de posibilidades de ser, de otra presencia probable.40 El lenguaje de la expresión metaperiférica tiene que salvarse a sí mismo en cuanto se asegura de su capacidad de significación en una esfera (metaperiferia) que está legitimada por ella misma como independiente. Es así como desaparece ese imperativo de tomar ya sea al centro o a la periferia como referentes, evitando con ello seguir los condicionamientos de “retroceso” o de “estar a la altura”, al igual que los de “anterioridad” o “provocación”. Al mismo tiempo, anuncia aquello que no está dicho todavía, o no se ha dicho del todo, y con ello se devela una posibilidad de inachèvement esencial de la literatura hispanoamericana. Este carácter de la expresión metaperiférica es incondicional, pero no como puramente categórico sino como fuerza despotenciada del lenguaje. En la expresión metaperiférica se evidencia la pura intencionalidad del lenguaje que deriva de su fuerza despotenciada para expresarse a sí misma. Sólo a partir de este presupuesto es que se puede comprender su existencia, su constante relación tensional entre el lenguaje y aquello que lleva al lenguaje, de no agotarse en un intento de encubrimiento de referentes hasta volverlos irreconocibles. No es ese el imperativo de la expresión metaperiférica, como tampoco lo es la total transmutación. No se trata de una preocupación sobre cómo escribir sin reproducir cánones, modelos ya concebidos y gastados, sin caer en la trampa de la mimesis; se trata de no caer en la trampa del dualismo entre tradición y ruptura. No se procura escapar del horror de la repetición, tal como sucede en las periferias argentinas, peruanas o mexicanas, más cercanas a los autodenominados “centros culturales”. El campo escritural metaperiférico tampoco es un espacio in-between, como lo define Bhabha.41 No se trata de la contaminación del discurso ambivalente del poder entre centro y periferia, como veremos en el análisis de la cuentística icaciana. La hibridez y la amenaza del mimicry no funcionan en el espacio andino como explicación de los fenómenos de la interculturalidad heterogénea ni pueden señalar el potencial de la cultura indígena.

Sin embargo, la función del lenguaje mismo es, paradójicamente, como afirma Hamacher, siempre referencial, incluso cuando no representa una significación referencial y sin que corresponda a un referente real que sustente la indicación a una posible referencia.42 Esa es la tensión constante en la que se encuentran la expresión metaperiférica y el lenguaje mismo. La expresión metaperiférica habla, entonces, en cuanto se expone a la posibilidad de su propia imposibilidad: su probabilidad de presencia escritural y poética. Allí reside la universalidad de su singularización, de su múltiple diversificación, que allí sí coincide con un efecto estructural del lenguaje mismo: su diversidad interpretativa, su potencialidad incondicional de polisemia. Pero no se debe considerar esta expresión metaperiférica como un fait accompli sino como proyecto de su constitución. No como estructura dada o proceso teleológico sino como imperativo de su probabilidad de existir, de que debe haber un lenguaje allí en la región metaperiférica.

3.   José de la Cuadra, Jorge Icaza y Pablo Palacio: simbolización, escenografía, metanarración

La táctica discursiva de la composición metaperiférica se constituye sobre ese campo poético por medio de tres mecanismos: simbolización, escenografía y metanarración. Se trata de un procedimiento escritural proyectivo, es decir que a las aplicaciones que corresponden a dichos procedimientos escriturales de los conjuntos del centro y de la periferia (conjunto primero) corresponden tres elementos distintos del segundo, esto es de la expresión metaperiférica. Los tres mecanismos se encontrarían en un movimiento que denominamos de flexibilidad metonímica o bien un deslizamiento metonímico de potencialidad poética inyectiva y abductiva. Entendemos como abducción al movimiento, en nuestro caso escritural, por el cual un miembro u otro órgano, en nuestro caso el metaperiférico, se aleja del plano medio que divide imaginariamente el cuerpo en dos partes simétricas. Por otro lado, este movimiento tiene dos características: una, evidente, de periferia de la periferia, y otra menos evidente que marca precisamente el movimiento que detectamos como expresión metaperiférica. Así, es una teoría que nace de un pensamiento diferente a la inducción o deducción, por ejemplo, que han sido las maneras en las que se ha venido pensando la literatura hispanoamericana.

Este esquema de configuración lingüística de la expresión metaperiférica se puede reconocer en tres narradores ecuatorianos de la primera mitad del siglo XX: José de la Cuadra, Jorge Icaza y Pablo Palacio.

¿Dónde se ubica lo metaperiférico de la escritura ecuatoriana? Lo definimos como una escritura de triple doblez: desdoblamiento (Auffaltung), despliegue (Entfaltung), multiflexión o despliegue múltiple (Vielfach(ent)faltung). La expresión metaperiférica es la suma de esas tres fuerzas creativas a las que sirve de sostén.43

En De la Cuadra aparece una tensión entre la materia narrativa y la narración. Por ello denominamos a este mecanismo escritural desdoblamiento, movimiento extensivo. Se trata a nuestro ver de un procedimiento pre-discursivo, donde aparece el hinterland estático de la expresión metaperiférica pero llevado hasta su límite y desaparición; y ahí radica la importancia de este escritor cuya grandeza reside en que supo observar y configurar con ojos insobornables todas las contradicciones manifiestas en los sujetos y temas de sus novelas y en que en su más conocida novela vislumbra la necesidad del derrumbe de la estirpe de sus amados Sangurimas (véase el subcapítulo 3.2.2). A la vez este mecanismo de extensión del campo expresivo de la metaperiferia aparece en su ensayística como procedimiento de forma y formación (véase 3.2.3).

En Jorge Icaza distinguimos una tensión entre lenguaje dramático y lenguaje narrativo. Su humanismo social en la configuración de historias y personajes es un movimiento al que describiremos como despliegue, desarrollo, sobre todo del universo humano, del ser indígena y del cholo (mestizo), en sus obras de teatro y en su narrativa. Se trata de un campo discursivo definido, donde Icaza no pudo escapar de los límites que estableció el realismo literario funcionalista que se fue formando alrededor de él, considerado su figura central, disminuyendo así la recepción de su poeticidad. Aparece en su obra un traslado espacial dinámico del campo hacia la ciudad, lo que se puede ver al comparar su novela mundialmente famosa Huasipungo (1934) con su segunda novela más conocida El Chulla Romero y Flores (1958). No debemos pasar por alto que estos escenarios forman parte elemental de su procedimiento escritural al que hemos denominado escenografía (véase 4.3.2).

Con Pablo Palacio la expresión metaperiférica llega a un primer punto final y quizás a su estado más elaborado en lo que respecta a la complejidad y entrelazamiento de reflexión y literatura. En su obra presenciamos una tensión fundamental entre narración y metanarración, que es una manera de modelar narrativamente su literatura filosófica o filosofía literaria. Este movimiento lo denominamos multiflexión o despliegue múltiple, finalmente desplazamiento o aplazamiento múltiple. Su escritura se evidencia como metadiscursiva o postdiscursiva, pues reflexiona sobre el discurso de la vanguardia misma y se ubica más allá de ella. Las histoires y los personajes se encuentran exclusivamente en la ciudad, la urbe aparece como fragmentaria, dislocada, ni estática ni dinámica: se narra el espacio hipostático de la creación artística (véase 5.3.2).

Bajo otro tipo de formulación se podría crear un sistema de desciframiento narratológico, un esquema para descodificar la operación escritural metaperiférica. Así, si en De la Cuadra lo primordial es la histoire (mito) y el “telling” (organicidad), Icaza se adentra ya mucho más en la narration (grafía) y el “showing” (escenario), mientras que en Palacio detectamos la metanarración o el “knowing”, como narración con un alto grado de reflexión sobre lo epistémico (verdad) y las categorías con las que opera la ficción (inicio/realidad). Del “¿qué (dónde) narrar?” (De la Cuadra) pasamos al “¿quién narra (habla)?” (Icaza) para llegar al “¿por qué narrar/¿cómo empezar a narrar?” (Palacio).

En De la Cuadra aparece el símbolo preciso que postulamos como palabra-organismo o palabra orgánica, en Icaza el paréntesis, el inciso al que denominamos escenografia (puesta en escena de la palabra), y en Palacio el constante desplazamiento/aplazamiento del significado por el significante autorreflexivo o el metasímil, la différance literaturizada, a la que llamamos palabra pensante. En última instancia estamos ante tres tipos de libro: libro-organismo y carto-grafía, libro-escenografía y psico-grafía, libro-autorreflexivo y logo-grafía.

En lugar de extendernos en la explicación de las teorías literarias que han servido para postular la expresión metaperiférica, confiamos en que la comprensión cabal del término provenga de una lectura que se concibe como adaptación sucesiva y flexible de su nivel de abstracción propio, lectura que no deriva exclusivamente del uso de la teoría sino de la inmanencia textual y del meticuloso análisis de las obras. Confiamos en que la lectura misma abra la posibilidad de dirigir la mirada hacia cuestiones fundamentales y reflexiones que nos lleven incluso más allá del campo literario.

Finalmente habría que asumir que ninguna teoría “puede rendir cuenta de lo que expresa la literatura porque esta, diferente de la teoría, expresa algo más humano”,44 de modo que no queda más que investigar las razones de las dudas que dejan aquí nuestros postulados sobre una expresión salida desde un espacio minúsculo a asumir la grandeza interna que conlleva su apropiación de la palabra poética. La expresión metaperiférica lo es no sólo como expresión desde un lugar sino como ejecución de un movimiento desde un intersticio, movimiento que involucra tanto a la periferia como al centro y los desestabiliza; movimiento que va dirigido hacia los límites del lenguaje y de esa manera se revela como poética de la contigüidad en los confines del mundo mismo.