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Rocío Caravedo

Percepción y variación lingüística
Enfoque sociocognitivo

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Lengua y Sociedad en el Mundo Hispánico
Language and Society in the Hispanic World

Editado por / Edited by :

Julio Calvo Pérez (Universitat de València)
Luis Fernando Lara (El Colegio de México)
Matthias Perl (Universität Mainz)
Armin Schwegler (University of California, Irvine)
Klaus Zimmermann (Universität Bremen)

 

Vol. 34

Rocío Caravedo

Percepción y variación lingüística

Enfoque sociocognitivo

Publicación realizada con la ayuda del Dipartimento di Studi Linguistici e Letterari - Università degli Studi di Padova

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eISBN 978-3-95487-811-6

Depósito Legal: M-23386-2014

Diseño de la cubierta: Carlos Zamora
Impreso en España
Este libro está impreso integramente en papel ecológico blanqueado sin cloro

A la memoria de José Luis

ÍNDICE

Introducción

PRIMERA PARTE

La percepción en el concepto tradicional de variación Alcances, límites y propuestas

Antecedentes históricos

La variación en la lingüística laboviana

La cognición de la variación en la lingüística laboviana

SEGUNDA PARTE

La percepción en la cognición lingüística

La invariación y la variación

Mecanismos de la cognición

La subjetividad y la normatividad

El desarrollo de la percepción

Valoración y afectividad en la percepción. La base neurobiológica

Características de la percepción

La dirección de la percepción

La percepción y el objeto

TERCERA PARTE

Aplicación empírica

La percepción fonética

La percepción sintáctica y léxica: los espacios de variabilidad conceptual y las zonas borrosas

La percepción en el contacto lingüístico por migración

Bibliografía

INTRODUCCIÓN

El presente estudio tiene como objetivo abordar la dimensión cognoscitiva inherente a la variación de las lenguas a partir del instrumento central de la cognición lingüística: la percepción1. Tal objetivo representa un cambio de óptica respecto de los estudios tradicionales sobre la variación, dado que esta se ha venido estudiando predominantemente desde un enfoque analítico basado en la observación de la producción conectada con el contexto social de los hablantes. Esto no implica que no se hayan tratado en la línea variacionista problemas ligados a la percepción, como cuando se analizan las actitudes o valoraciones de los hablantes sobre determinados fenómenos lingüísticos. Pero el cambio de enfoque que aquí propongo no supone abordar la percepción para restringirse al análisis de actitudes o valoraciones, sino para entender la naturaleza y el funcionamiento de la cognición lingüística. Más aun, sostendré que la percepción desempeña un papel central en la configuración de los fenómenos mismos y que, lejos de ser un mecanismo auxiliar, marginal o complementario, resulta más bien sustancial en la definición de la variación de una lengua.

Al mencionar el cambio de enfoque, resulta pertinente aclarar que este, tal como lo presento ahora, no nace con la publicación del presente libro, pues es producto de una larga investigación personal que se ha venido desarrollando y consolidando en gran parte de mis estudios sociolingüísticos publicados separadamente desde 1990, cuando este enfoque no tenía cabida en los estudios vigentes sobre la variación lingüística (cf. Caravedo 1990). La autorreferencia no tiene otro propósito que el de señalar el punto de partida cronológico de la línea de razonamiento que presento aquí, lo que permite justificar que desarrolle conceptos que puedan encontrarse en estudios anteriores a su presentación unitaria en la forma de este libro. Aún más, en los últimos años, posteriormente a los artículos que he mencionado, durante el silencioso y largo proceso de elaboración del presente trabajo, han empezado a revelarse en el ámbito de la sociolingüística y, más allá de este, algunas propuestas de aplicación de la lingüística cognitiva, que tienen en cuenta la percepción.2

Aunque no es mi propósito hacer una revisión histórica exhaustiva de las propuestas en esta dirección, resulta imprescindible mencionar a William Labov en la búsqueda de las raíces cognitivas en la variación de las lenguas. Así, ya desde el primer volumen de su magna obra Principles of Linguistic Change, dedicado a los factores internos, no solo anuncia con gran anticipación un tercer volumen, que vio la luz en el 2010, dedicado a los factores cognitivos del cambio, sino que introduce en la presentación de los factores internos interpretaciones de naturaleza cognitiva. Una muestra de esto es la formulación del principio denominado probability matching (emparejamiento de la probabilidad), si bien, a decir verdad, este autor había intentado mucho antes dotar de carácter cognitivo al método probabilístico de las reglas variables. En efecto, la metodología propuesta desde sus primeros trabajos, especialmente en Labov 1966/1969, y en la recopilación de gran parte de estos en 1972, es interpretada como recurso cognitivo propio de la competencia lingüística del hablante, que incluye la facultad de cálculo probabilístico. En coautoría con David Sankoff desarrolla y perfecciona los modelos probabilísticos multiplicativo y regresivo (Sankoff y Labov 1979). La formulación de las llamadas reglas variables, a las que se unen indisolublemente las probabilidades multifactoriales de aplicación, constituye una propuesta en esta dirección, que revelaría un aspecto de la facultad mental para percibir y organizar la variación de la lengua. Por ello, según los mencionados autores, las reglas variables pertenecerían a la competencia, más que a la mera actuación lingüística (cf. Cedergren/Sankoff 1974). Esta idea aparece reformulada y más desarrollada en el primer volumen mencionado, pues Labov se vale de experimentos y argumentos provenientes de las investigaciones biológicas de Gallistel con otras especies, como lo desarrollaré más adelante (cf. Gallistel 1990). Asimismo, ya en sus primeros estudios, Labov interpreta desde el punto de vista cognitivo el papel del factor estilístico en la regulación de la variación, definiéndolo en relación con los grados de formalidad/informalidad discursivas establecidos con referencia a la atención prestada por el hablante a la construcción del propio discurso. Esta interpretación de la formalidad constituye un aporte crucial a los mecanismos de percepción, de conciencia y de autocontrol de la variación de una lengua. Se trata de una propuesta que abre las puertas a consideraciones de mayor envergadura, como las adelantadas en la llamada “tercera onda” (third wave) de la sociolingüística introducida por los estudios de Eckert, que parten de la noción de estilo laboviana para reelaborarla y extenderla al ámbito de los estilos sociales como germen de la variación y de la construcción de nuevos significados (Eckert 2004, 2008), en que sin duda está implicada la cognición social en un sentido más amplio.

En el dominio hispánico ha aparecido recientemente el estudio de Moreno Fernández (2012), que he podido leer en una versión todavía en borrador que el autor me envió gentilmente. Este trabajo ofrece una rica visión panorámica de los principales problemas tratados en la línea cognitiva en estudios diversos, lo que me ahorra la necesidad de hacer un recorrido detallado por toda la problemática colindante y la bibliografía que se refiere a tales problemas desde una variada gama de perspectivas. No me propongo, por lo tanto, una presentación exhaustiva de la multiplicidad de temas que puede englobar una sociolingüística de corte cognitivo.

El presente trabajo no pretende tampoco constituir una aplicación directa de la sociolingüística cognitiva clásica, tal como fue propuesta por Langacker (1987). No obstante, naturalmente en un enfoque que tiene como centro la cognición, muchas de las ideas fundamentales formuladas en esta resultan aplicables a una visión sociolingüística, aun cuando en la presentación del enfoque clásico no hubo un pronunciamiento explícito en el desarrollo de conceptos y métodos sobre los aspectos específicos de la variación sociolingüística de una lengua, quizás porque en el fondo esta lingüística, de orígenes remotamente generativistas, se planteaba por lo menos, en su etapa fundacional, una dirección general que pudiera aplicarse a las lenguas más que a sus variedades, a pesar de las aclaraciones de Langacker (1997), que han establecido que no existe ninguna restricción conceptual o programática para su aplicación a la variación del lenguaje en el uso.

Presento así un trabajo temática y argumentativamente unitario, circunscrito al estudio de la percepción como aspecto básico de la actividad de conocimiento. Mi propósito es redescubrir la variación lingüística, ya no solo respecto de lo que el hablante produce objetivamente, sino desde su percepción subjetiva. Partiré de la idea de que la variación constituye el output de un proceso más complejo que se inicia en la actividad mental del individuo, cuya primera fase es precisamente la percepción. Es oportuno señalar que los fundamentos teóricos desarrollados en la primera y segunda partes de este libro serán comprobados empíricamente en la tercera parte mediante la aplicación de los conceptos propuestos al análisis de fenómenos concretos del dominio hispánico.

Una precisión relevante que, aunque obvia, no ha sido suficientemente tomada en cuenta en la tradición lingüística, reside en el hecho de que la existencia de la variación presupone la de la invariación. No obstante la obviedad, los estudios tienden a bifurcarse con nitidez y tomar como centro una u otra sin conectarlas, como si se tratara de realidades independientes. Pero una lengua constituye la articulación indisoluble de aspectos que no varían junto a otros que varían. La existencia de la variación solo es posible en relación a la de la invariación; es decir, no puede darse una sin la otra, de modo que sostendré que ambas integran el conocimiento que un hablante tiene de su lengua. Por lo tanto, en las primeras etapas del desarrollo lingüístico, los mecanismos adquisitivos y de aprendizaje captan los aspectos variables de la lengua que se adquiere en igual medida que los invariables. Para tal efecto, el individuo pone en juego desde muy temprano procesos de conceptualización que le permiten:

a. deslindar los hechos variables de los invariables;

b. orientar los primeros de modo no consciente en determinadas direcciones;

c. transformar lo invariable en variable o viceversa.

Lo dicho supone que el conocimiento de una lengua o, de modo más preciso, del engranaje entre sus aspectos variables e invariables, implica ante todo la puesta en funcionamiento de la percepción como mecanismo cognitivo prioritario, por lo menos en lo que respecta a la adquisición de una lengua.

No intento pasar por alto que la percepción está presente en los estudios de actitudes y de valoraciones, que forman parte de lo que Labov identificó como la dimensión subjetiva del lenguaje. Son ya muchos los trabajos en la línea sociolingüística que intentan describir lo que los hablantes piensan o creen de su lengua o de sus variedades. Sin embargo, lo que aquí presento no constituye un estudio más sobre actitudes, valoraciones o creencias como mera adición al estudio objetivo de los fenómenos de producción, pues sostendré que el campo de la percepción no se restringe a las actitudes y valoraciones, aunque naturalmente estas forman parte de él. Las investigaciones de los últimos tiempos en la línea de la neurología, de la psicolingüística y de la filosofía me han llevado a pensar que la variación debe ser redefinida, incorporando la percepción como instrumento central de toda la cognición lingüística. Y aún más, me atrevo a decir, siguiendo a Searle (1995), que la lengua en su totalidad es de naturaleza subjetiva, y no — como comúnmente se piensa — solamente una parte de ella, en virtud de que se trata de un sistema cuyo funcionamiento depende de los hablantes en un sentido colectivo y (añado yo aquí), en esta medida, de su percepción. 13 Introducción

Resulta indudable que la percepción juega un papel decisivo en la formación del propio conocimiento lingüístico del individuo, que le permite producir un discurso adaptado a las circunstancias de habla. Esto incluye aquellos fenómenos que el hablante ha percibido en su infancia o sigue percibiendo, bien en razón de la frecuencia, de la relevancia, de la singularidad, bien por el hecho de que se consideran imitables o, eventualmente, evitables. Al lado de esto, hay que señalar el carácter selectivo de la actividad perceptiva, de modo que un gran número de fenómenos pasan desapercibidos. No obstante, poco se sabe en el ámbito de una comunidad lingüística sobre los diferentes modos de percepción y de no percepción que subyacen a las variantes producidas. Información semejante no ha sido tomada en cuenta por los modelos lingüísticos rectores, en el sentido de que no ha sido razonada y articulada en la caracterización de la propia fenomenología.

En el presente trabajo consideraré un aspecto no menos importante y muy descuidado en la bibliografía existente: el papel que juega la percepción entre los hablantes no legos; esto es, los constructores del discurso disciplinario. Todo lingüista es ante todo hablante de una lengua y utiliza su percepción para el análisis y la conceptualización técnica de la lengua propia o de la ajena. Y este aspecto, que termina reflejado en la dirección normativa de las lenguas, formará también parte de las reflexiones que se abordarán aquí, de modo que incluso el redactor de ellas reconocerá e incluirá de modo consciente y crítico su propia percepción lingüística en el análisis de los fenómenos.

Un cambio de perspectiva semejante no supone en modo alguno deslegitimizar los valiosos estudios de la producción: antes bien, implica partir de estos; es más, utilizarlos como base fundamental para poder abordar la percepción, pues esta solo puede estudiarse indirectamente, al menos por ahora, a partir de sus efectos en el terreno de la actualización lingüística.

Como no es mi intención presentar una reflexión exclusivamente teórica independiente de la observación de la realidad, verdadero centro de este discurso, el presente trabajo se articula en tres partes fundamentales, dos de las cuales son conceptuales: la primera incluye la revisión y evaluación de los tratamientos tradicionales de la variación y la segunda, la formulación de los conceptos básicos referidos a la percepción, mientras que la tercera constituye la aplicación empírica de los conceptos presentados.

La propuesta central de este trabajo está concentrada en la segunda parte, en la que delimito el concepto de percepción aplicado tanto a la invariación como a la variación, identifico el hilo argumentativo central y establezco una tipología de la percepción que dará nuevas luces sobre la problemática de la variación. Se partirá de la condición subjetiva de las lenguas, a la luz del pensamiento de Searle (1995), y de su manifestación en la percepción selectiva y en la normatividad, buscando la compatibilidad de los planteamientos filosóficos y los que surgen del ámbito de la neurobiología.

Finalmente, la tercera parte mostrará de modo empírico, valiéndose de análisis de corpus de primera mano, complementados con otros datos indirectos de la bibliografía vigente, la función que cumple la percepción, utilizando la tipología propuesta en la segunda parte, que incluye la del hablante común y la del lingüista en cada uno de los diferentes planos estructurales del español: fonológico, léxico y sintáctico, articulados en el dominio discursivo. Por último, un subcapítulo específico dentro de esta parte está destinado al papel que desempeña la percepción en los procesos de contacto en situación migratoria tanto interna entre lenguas diversas, como externa entre variedades del mismo español que coinciden en la coordenada espacial. Esta extensión es crucial, dado que pone a prueba la percepción del individuo. Así, cuando el sujeto se desplaza en el espacio genera un cambio de percepciones entre los protagonistas del contacto, de modo que es la variación diatópica convertida en diastrática o diafásica la que impulsa el cambio lingüístico en direcciones imprevisibles. Por esta razón, le he asignado un lugar preferencial en esta reflexión. Toda conjetura tendrá, pues, su asiento en la realidad observada y desde allí podrá ser validada, reformulada o falsificada.

No puedo cerrar la introducción sin expresar mi gratitud a Klaus Zimmermann por la lectura atenta, los pertinentes comentarios y la inmediata acogida del libro en esta colección.

Estas páginas forman parte de una etapa de mi vida académica estrechamente ligada a la entrañable compañía de mi esposo, José Luis Rivarola, quien dejó este mundo cuando este libro no estaba aún terminado, pero que está presente en el silencioso trasfondo de estas reflexiones. A él van dedicadas las páginas siguientes... si, acaso, en la eternidad puedan caber las palabras.

       

1Aunque prefiero por razones subjetivas el término cognoscitivo, que he utilizado en otros estudios, entendiendo que la traducción literal de cognitive es la más difundida en el ámbito disciplinario para aludir a una corriente específica de estudio, me plegaré a esta elección terminológica, y utilizaré cognitivo, en contra de mis preferencias, con el propósito de evitar malentendidos mediante el uso de un término más difundido en el ámbito disciplinario. Esto no implica que renuncie de modo absoluto a utilizar el vocablo mencionado cuando se refiere al campo del conocimiento en general sin un sentido terminológico.

2Véanse, por ejemplo, Kristiansen y Dirven (eds.) (2008), Moreno Fernández (2012) y el más reciente volumen del Journal of Pragmatics 52, editado por Kristiansen y Geeraerts (2013). Más allá de la línea sociolingüística, otros planteamientos de tipo cognitivo, como el constructivista propuesto por Zimmermann (2006, 2008a) en el marco de la neurobiología enfrentan directamente el problema de la percepción para aplicarla a la problemática del contacto de lenguas.

PRIMERA PARTE

LA PERCEPCIÓN EN EL CONCEPTO TRADICIONAL DE VARIACIÓN: ALCANCES, LÍMITES Y PROPUESTAS

Antecedentes históricos

En este apartado trataré el modo como se han identificado los fenómenos centrales en la línea tradicional de la teoría de la variación. En otras palabras: ¿cómo ha sido percibida la variación? y ¿qué rango se le ha asignado en la fenomenología del lenguaje?

No es de ningún modo moderna la aceptación de la existencia de la variación y su preocupación por estudiarla. Si nos remontamos a las disputas griegas sobre la relación natural o convencional entre lenguaje y realidad desarrolladas en el Crátilo de Platón se puede entrever ya desde antiguo la necesidad de buscar una justificación al carácter representativo del lenguaje.1 Aunque referido a las palabras y a sus correspondencias con las cosas, el diálogo mencionado anuncia problemas hasta ahora vigentes, como la arbitrariedad del signo y, sobre todo, el carácter natural o convencional del lenguaje. Este último constituye la fuente de una problemática que divide hasta ahora nuestro quehacer disciplinario y que lleva de modo natural a la cuestión de la prioridad epistemológica de lo constante o universal frente a lo variable o particular o viceversa. Por un lado, si la relación de las palabras con las cosas está sometida a las leyes de la naturaleza, solo se esperaría universalidad y uniformidad en el lenguaje. Si, por el contrario, es la convención de los hombres la que establece las correspondencias, estas pueden no ser únicas y variar según las distintas comunidades. Esta polaridad reflexiva puede reformularse del modo siguiente: ¿la organización del lenguaje depende de sus hablantes (perspectiva convencionalista), o está preestablecida y es independiente de estos (perspectiva naturalista)? Me atrevería a decir que en torno a este dilema se ha edificado toda la actividad disciplinaria, aunque expresado a través de múltiples modalidades, matices, acentos, retóricas. Así, la perspectiva convencionalista cabe de modo natural dentro de la línea de pensamiento que trata el lenguaje como fenómeno social y pone el foco de atención en la diversidad lingüística, mientras que la naturalista resultaría compatible con los enfoques que privilegian la autonomía de los sistemas y buscan los aspectos universales o constantes de estos.

Posteriormente, las disputas entre anomalistas y analogistas (fundamentalmente representados en la filosofía griega por los estoicos y los alejandrinos, respectivamente) continuarían con distinta modalidad la línea reflexiva sobre el lenguaje manifestada con anterioridad en el Crátilo, solo que aquí se hace más patente el interés por la regulación interna de las lenguas: si estas obedecen a ciertos principios regulares, o si no existe tal lógica en este funcionamiento sino, más bien, anomalía y, por lo tanto, irregularidad (cf. Lyons 1968:4-8, Coseriu 1981a, Arens 1975:15-38). Obviamente la analogía no excluye la anomalía porque en una lengua pueden existir fenómenos que se conforman a la lógica, mientras que otros se distancian de ella. Se trataría, más bien, de buscar una explicación razonable de esta coexistencia. Este dilema persiste en toda la historia de la lingüística a través de la búsqueda de los principios regulares en las gramáticas o, en el otro extremo, de las irregularidades que deben ser explicadas.

Tal dilema se expresa con diferentes acentos en distintos periodos históricos. Así, en el Medioevo, las reflexiones de Dante en De vulgari eloquentia (que datan probablemente del periodo comprendido entre 1303-1305) testimonian el reconocimiento de la variación ligada al espacio y al tiempo como fenómenos naturales de las lenguas, aunque sin dejar de admitir el carácter universal del lenguaje en tanto facultad exclusivamente humana. Como bien lo indican Lara (2004a) y Zimmermann (2008b), la variación y el cambio en la perspectiva dantesca son valorados negativamente y, por ello, se busca la estandarización. Resulta interesante observar cómo en la reflexión de Dante se distingue con gran refinamiento la variación diatópica en el interior de la península itálica, incluyendo los fenómenos más marcados y caracterizadores de cada una de las variedades regionales y locales, con la confrontación valorativa de ellas, que no hace sino revelar el ejercicio, manifestado ya desde épocas tempranas, de una percepción lingüística de carácter subjetivo que rige todo proceso de normativización. Tendencias similares se presentarán en el ámbito de la Península posteriormente, primero en la gramática de Nebrija de 1492 y después ya en el siglo XVI en el Diálogo de la lengua de Valdés, en que se despliega la conciencia metalingüística y evaluativa respecto de la variación del español, como se puede ver en las reflexiones de Rivarola (1998), lo que constituye otro indicio más de la diversidad de los contenidos perceptivos desplegados en la diacronía de la lengua. Se puede decir que se manifiesta una percepción que varía en la dimensión temporal, la cual individualiza distintos elementos de una lengua y les confiere valoraciones heterogéneas.

Por otro lado, en la reflexión lingüística del XVII manifestada en la gramática de Port Royal, la búsqueda de los universales se convierte en el objetivo central, mientras que en el siglo XIX, al primar el interés histórico y evolutivo de las lenguas, resulta natural que el foco de atención se desplace nuevamente hacia la variación y el cambio lingüísticos. A través de los distintos planteamientos de la gramática comparada y, posteriormente, de la neogramática, surge nuevamente en una modalidad distinta la disyuntiva entre regularidad e irregularidad, pues a veces prima la focalización de los elementos constantes (la búsqueda de las leyes fonéticas inexorables), otras veces la de los variables (las excepciones a las leyes, explicables con principios como la analogía, en una reacción a los intentos uniformadores). La dialectología, que surge en este siglo (y que continúa en los siguientes), se revela sin duda como el campo por excelencia de la variación. Se podría afirmar que la disciplina en su totalidad ha estado dominada en diferentes periodos por dos tipos de percepción que ponen en primer plano, bien la invariación (concebida ya como generalidad, ya como universalidad, ya como regularidad en adecuación a ciertos moldes ideales), bien la variación (entendida como conjunto de particularidades en las lenguas y variedades, de irregularidades que no caben en los patrones ideales). Y no solo eso: cada una de estas percepciones ha valorado de modo distinto el papel desempeñado por lo invariable o por lo variable en las lenguas.

En la lingüística del siglo XX reaparecen las mismas tendencias: las escuelas estructuralistas en sus diversas modalidades, y también las generativistas en sus distintas reformulaciones, e incluso las perspectivas pragmáticas a pesar de centrarse en el uso comunicativo, dirigen el foco de atención, si bien con concepciones, metodologías y programas de investigación muy diferenciados, hacia lo invariable, mientras que las líneas dialectológicas, sociolingüísticas, antropológicas, etnolingüísticas se centran en lo variable. Sin embargo, no siempre estos aspectos bipolares son excluyentes en las visiones teóricas, dependiendo de los investigadores. Así, ya en los planteamientos del Círculo de Praga, especialmente Trubetzkoy, y con mayores alcances Jakobson, incorporan la variación al estudio del lenguaje. Y a mitad de siglo aparece el trabajo pionero de Weinreich, que trata de articular programáticamente los postulados estructuralistas sobre la invariación del siglo XX con los de la dialectología, a través de los conceptos de diasistema y variedad (cf. Weinreich 1954).

Pero es sin duda Coseriu (1973, 1981a, 1981b) el gran unificador de la tradición y reformulador de las dicotomías irreconciliables, mediante la utilización de conceptos que articulan la variabilidad con la invariabilidad, como el de norma, el de lengua histórica, el de arquitectura de la lengua. Este último introduce la posibilidad de integrar las diversas dimensiones extralingüísticas de la variación y de la invariación: a saber, diacrónica, diatópica, diastrática y diafásica en lo que respecta a la variación, en contraste con las dimensiones sincrónica, sintópica, sinstrática y sinfásica, que refieren a la invariación. Pero, a decir verdad, tanto el concepto de arquitectura de la lengua como el de las dimensiones diatópica y diástratica de la variación los adopta Coseriu de la propuesta de Flydal (1952), introduciendo de su propia cosecha la dimensión diafásica. Más recientemente, tales dimensiones han sido reinterpretadas y extendidas por la denominada escuela de Friburgo a la variación pragmática y discursiva, en que están implicadas de modo sustancial las diferencias concepcionales de oralidad y escritura no circunscritas a la dicotomía medial (Koch/Oesterreicher 1985, Oesterreicher 1996, Kabatek 2000). Con todo, aparte las extensiones y aplicaciones mencionadas, la rica propuesta teórica coseriana no se cristalizó en su momento en el diseño de una metodología articulada que integrara la invariación y la variación lingüísticas de modo no solo teórico, sino programático y empírico. Por lo demás, la antigüedad de estos dilemas hace pensar que las lenguas no son en sí mismas de modo exclusivo ni constantes ni variables, sino que son los descriptores de ellas quienes las perciben de una u otra manera, sobredimensionando uno de los dos aspectos.

En la línea del sobredimensionamiento de la variación podríamos situar las investigaciones sociolingüísticas de la tradición laboviana que se desarrolla a partir de los últimos decenios del siglo XX y se continúa en lo que va del XXI, aunque — como lo desarrollaremos más adelante — con una fuerte herencia estructuralista y generativista. William Labov, sin desconocer la importancia de los universales, establece explícitamente los alcances del interés por la diversidad lingüística, aplicándola tanto a la existente en el interior de una lengua, cuanto a la coexistencia de lenguas diversas (Labov 2010). Según este autor, se trataría de un mismo principio general válido para el lenguaje humano, concretizado en múltiples variedades que remiten o no a una misma lengua histórica. La evolución diacrónica de la diversidad testimonia ampliamente cómo la variación interna ha seguido en muchos casos el camino natural que conduce a la configuración de lenguas distintas, por lo menos en lo que se refiere a las emparentadas genealógicamente.2 En este sentido, la heterogeneidad, más que la homogeneidad, parece presentarse como el principio universal del lenguaje.

La antigua disyuntiva entre lo universal/particular o lo constante/variable cobrará intensidad nuevamente en las últimas décadas del XX y la primera del XXI en los enfoques cognitivistas.3 Resulta obvio suponer que la línea generativista, básicamente cognitiva desde su nacimiento, en toda su evolución mantendrá la preocupación por lo universal y constante como fundamental en la esencia del lenguaje (cf. Chomsky 1957, 1965, 1975, 1986, 1995). Y esta preocupación persistirá en los postulados de la lingüística cognitiva, aunque totalmente alejada en su metodología operativa del generativismo. Según el propio Langacker (1990), la lingüística cognitiva nació oficialmente en el marco de un simposio organizado por René Dirven. Langacker declara que trece años antes había empezado a esbozar lo que en ese entonces llamó “space grammar”, que después se convertiría en la llamada “cognitive linguistics”. Desde el primer momento se rechazaron los siguientes postulados del lenguaje, básica aunque no exclusivamente defendidos en la línea generativista: la autonomía del sistema, la independencia de la gramática respecto del léxico y de la semántica, y la restricción del significado a la lógica formal y a las condiciones de verdad. Algunos años después, Langacker explicitaría la no contradicción entre los principios cognitivos y su aplicación a la variación. Textualmente:

In presenting the theory of cognitive grammar (Langacker 1987, 1990a, 1991), I have often encountered the misconception that cognitive linguistics is unconcerned or even incompatible with the study of language in its social, cultural, and discourse context (Langacker 1997:229).

Sin embargo, como se puede ver, en la propia aclaración del autor se expresa una dicotomía entre, de un lado, la lengua (lenguaje) y, del otro, el contexto social, cultural y discursivo. Lo social parece, pues, colocado en un orden distinto y, además, separado de los dominios cultural y discursivo. No aparece con nitidez la definición del lenguaje como esencialmente social. En vez de esto, se utiliza el rótulo, convertido ya en lugar común: el estudio de la lengua en el contexto social, el cual implica una determinación cualitativamente diferente a la del carácter social inherente al lenguaje. Si en la propia definición del lenguaje estuviera implicado el carácter social, lo cultural y lo discursivo terminarían claramente subordinados a este.

No obstante las mencionadas aclaraciones de Langacker, los trabajos en la línea canónica no centran en la práctica su interés en aspectos de la variación social, como los estudiados en el enfoque sociolingüístico. Habrá que esperar hasta el año 2008, en que se publica la primera antología de artículos con el nombre oficial de sociolingüística cognitiva editada por Kristiansen y Dirven. Sin embargo, en la presentación de este volumen colectivo, los editores mencionados aluden a una relación interdisciplinaria entre la lingüística cognitiva y la sociolingüística, con lo cual parece aceptarse como punto de partida que se trata de dos disciplinas diferentes con objetivos también separados (Kristiansen/Dirven 2008:2). En 2012 Moreno Fernández presenta su Sociolingüística Cognitiva. Proposiciones, escolios y debates, que incluye una revisión de los más representativos estudios en esta dirección.

Propuesta

La dificultad para articular lo cognitivo con lo social proviene, a mi juicio, de un mal entendimiento del concepto social, que consiste en concebirlo como una magnitud separada de la estructura de las lenguas a la que se agrega posteriormente, y hasta de modo opcional, el carácter estratificacional o grupal con distintos grados de prescindibilidad. En este trabajo tomaré otro camino: partiré de la consideración, que por lo demás ha sido expresada por el mismo Labov, de que la naturaleza del lenguaje es social, en otras palabras que no se trata de una adición de dos magnitudes diversas: lenguaje + social. Así, el término social en la caracterización que propongo tiene un significado que implica la condición colectiva de todas las lenguas, el hecho de que no pueda concebirse una lengua que no sea social. De acuerdo con esto, no existe ninguna necesidad de establecer relaciones interdisciplinarias: la estructura de las lenguas no es autónoma, sino que es en sí misma social, y como tal me propongo abordarla.

Con la reformulación de lo social, intento además superar la disyuntiva entre lo constante y lo variable, que ha sido equivocadamente analogada a la diferencia entre lo estructural lingüístico (interno) y lo social (extralingüístico), respectivamente, disyuntiva en la que incurre el propio Labov. Partiré de la consideración de que ambos aspectos son complementarios, y que no es posible ignorar su integración si se pretende un enfoque comprehensivo y cohesivo del lenguaje. Es más, las lenguas constituyen armazones complejos que comprenden tanto lo invariable cuanto lo variable, de modo que no se trata de fenómenos inconexos, sino que tienen su fuente en la mente de los hablantes, que es la que los articula y les da un carácter unitario. Para el hablante no es posible establecer diferencias entre variación e invariación, pues lo que conoce de su lengua se manifiesta en un manejo articulado de las dos dimensiones. Cabe una precisión: la alusión al asiento mental no implica intencionalidad del hablante como si estuviera dirigida a modificar o a preservar premeditadamente su lengua, sino que constituye un intento para situar lo variable y lo invariable en la propia actividad cognoscitiva que se pone en funcionamiento con la adquisición y con el uso continuo del lenguaje. De allí la necesidad de abordar tanto la variación y el cambio cuanto la invariación integradamente desde un enfoque cognitivo.

La variación en la lingüística laboviana

Aunque hemos visto, bien que de modo sucinto y panorámico, la antigüedad de la percepción de la variación de las lenguas en algunos textos y autores representativos de diferentes periodos históricos, sin duda un examen crítico del modo como se ha manejado y se maneja actualmente el concepto de variación teniendo en cuenta la percepción debe partir de la concepción laboviana. Esta concepción presenta un modelo metodológico exhaustivo y coherente, aunque, como todo modelo, ciertamente limitado, que marca una nueva época en el modo de abordar los fenómenos de variación. Por ello, dedicaré esta sección al examen crítico de los conceptos básicos respecto de la percepción, que es el foco de estas reflexiones.

El concepto de diversidad, que constituye el centro de la teoría canónica laboviana, es el referido a una sola lengua. No obstante, es necesario tener presente que el modo como tal concepto ha sido abordado constituye una herencia de la lingüística saussureana, si bien las raíces de esta se remontan al pensamiento aristotélico y medieval, herencia que no se suele admitir explícitamente, o no se somete a juicio. Tal herencia se basa en la asunción de los siguientes principios claves de orden conceptual y metodológico que discutiré de modo separado:

a. el binarismo del signo lingüístico,
b. la equivalencia semántica de las variantes,
c. la autonomía del significado representativo o referencial,
d. el carácter discreto y segmentable de las unidades.

Pasaré una breve revisión a cada uno de ellos con el propósito de mostrar, en primer lugar, las principales limitaciones derivadas de una aplicación acrítica de estos principios y, en segundo lugar, de proponer un modo de superarlos como primer paso para un acercamiento a la base cognitiva de los fenómenos.

El binarismo interno del signo lingüístico

Como acabo de anunciarlo, el concepto mismo de variación sociolingüística está anclado, aunque no se lo suela explicitar, en la concepción saussureana de la lengua como sistema de signos y de la constitución interna de estos. Pero el carácter bilateral del signo constituye una concepción más antigua que se encuentra ya en el pensamiento griego aristotélico y en el de los estoicos. Como se ha sostenido desde antiguo, los signos, en su condición simbólica, son entidades con una doble dimensión, por un lado, material, en este caso, sonora, llamada significante y, por otro, inmaterial o conceptual, llamada significado o contenido (Peirce 1867, Saussure 1916).4 Lo que caracteriza un símbolo de un ícono o un índice en la terminología de Peirce es el hecho de que el significado es independiente de la cosa o del evento representados. Esta concepción triádica del signo ha sido sostenida desde Aristóteles, pasando por San Agustín y, en el siglo XX, por los modelos triádicos de Ogden/Richards (1923), Ulmann (1952), hasta los más modernos trapezoidales, como el de Heger (1974), utilizado con reformulaciones por Baldinger (1977) (cf. Rivarola 1991:51-62).

En las principales perspectivas lingüísticas en que se ha desarrollado, especialmente en la estructuralista y, más modernamente, en la lingüística de la variación o sociolingüística, el concepto de variación parte del principio según el cual el sistema de las lenguas está estructurado sobre la base de la articulación solidaria de ambos planos con una función básicamente representativa. No hay, pues, nada nuevo en la concepción de la variación en la lingüística moderna respecto de la antigua. Es decir, toda forma material contiene un significado y, viceversa, todo significado se expresa a través de una forma material, de modo que, en sustancia, formas distintas implicarían significados también diferentes.

Parece existir consenso en que la variación se origina en la eventual ruptura o desajuste de esta relación unívoca entre ambos planos, manifestada en el hecho de que un mismo significado se pueda expresar a través de varias formas materiales, desajuste que obviamente no advierte el hablante y solo se percibe desde una distancia analítica. En otras palabras, según las perspectivas mencionadas, la variación tiene lugar cuando distintas entidades materiales llamadas variantes o alo-unidades (alófonos/alomorfos según el plano lingüístico en juego) pueden remitir a un mismo significado. No abordaré aquí la polémica que plantea la definición del significado lingüístico como diferente al referencial porque pretendo solo detenerme en la relación interna entre el orden material y el conceptual, al margen de su relación con las referencias o los objetos.

De acuerdo con estos principios archiconocidos, en la óptica sociolingüística laboviana la unidad susceptible de variar se denomina variable solo si engloba diferentes formas materiales o variantes. En cambio, en la perspectiva estructuralista, impliquen o no variación, las formas son siempre invariantes. Si entre dos formas se produjera una variación en el significado, en sentido estricto, se estaría ante una unidad distinta, otra invariante (en la perspectiva estructuralista) u otra variable (en la variacionista), como quiera llamársela, según la perspectiva adoptada, de modo que no se trataría de la misma entidad funcional o sígnica. Precisamente en esta definición se encuentra el origen de lo que identificaré como una limitación central de la corriente variacionista, no tanto de perspectiva, cuanto de estrategia analítica, que se circunscribe solo a una faceta del problema. Así, la variación reconocida es la que presenta diferencias materiales sin que el significado sufra modificación alguna, de modo que el principio fundamental para identificar una variable será la equivalencia de significado. Esto ha traído como consecuencia, para decirlo de modo cauteloso, un descuido en el reconocimiento y en el estudio de las diferencias que pudieran presentarse en el orden conceptual, que es naturalmente de carácter no material.

Propuesta

Para superar esta limitación, en la propuesta que he ido desarrollando en varios estudios anteriores (1999, 2008a, 2008b, 2010a), en primer lugar, reconozco de acuerdo con la tradición europea la existencia de un binarismo cohesivo en las dos dimensiones del signo: un orden semántico unido a un orden material, binarismo que, por lo demás, ha sido admitido como condición universal del objeto, y no hay razón lógica ni ontológica para contraponerse a él.5 De acuerdo con este postulado básico, no se puede limitar, ni siquiera por necesidades estratégicas, el concepto de variación al aspecto material sin considerar el conceptual.

En este contexto de ideas, si aceptamos el carácter bilateral del signo, habrá que postular de modo simétrico la posibilidad de variación en cada uno de sus planos, como lo hace lúcidamente Coseriu (1981a:204 y ss.) al reconocer la variación semántica dentro de una misma expresión y diferenciarla de la polisemia.6 Así, si respecto de la cara material es posible suponer variación sin consecuencias en el plano conceptual, respecto de la otra cara del signo, el significado, resulta también justificado suponer diferencias sin alteración alguna en la forma material. Es decir, la variación puede también originarse en el plano conceptual, y no exclusivamente en el material. Es en la tradición lexicológica en que esta posibilidad ha sido primariamente reconocida a través del concepto de polisemia, y no tanto en los demás planos del sistema, quizás porque el signo en cuanto entidad de carácter discreto aparece ligado a la palabra, asunto ciertamente discutible.

No obstante lo dicho, la variación en el plano del significado no ha constituido el foco de la atención en la perspectiva variacionista, en la cual es la variación del plano material y no del conceptual la que permite identificar la unidad analítica denominada variable. Quizás la razón de esta actitud resida en la influencia del modelo estructuralista americano en el pensamiento laboviano, según el cual el significado del signo está dado por su relación con la referencia (v. nota 7). Así, las variantes semánticas de una misma forma material quedan marginadas, pues la investigación se ha concentrado en el ámbito restrictivo de las variables, cuyo principio delimitador es el de equivalencia semántica. Ahora bien, no solo las unidades léxicas entran en juego en la variación del significado. Como lo mostraré más adelante, también lo morfo-sintáctico es proclive a la variación semántica, aun cuando esta no se sujete al mismo orden de los cambios en la materialidad de las entidades. Obviamente, en el plano fonológico no se puede encontrar una unidad que varíe en su significado, dado que se trata de entidades que consideradas aisladamente no lo poseen. Pero sí es posible encontrar unidades que pierdan o amplíen su capacidad distintiva, de modo que incluso los fonemas, a pesar de que no se les asigna ninguna importancia en la semántica, terminan implicados en la cuestión conceptual, en virtud de que no dejan de intervenir en la determinación del significado.

La equivalencia semántica de las variantes

Aparte la limitación de los alcances del concepto de variable, comentada en el apartado anterior, que es necesario superar para acercarse de modo comprehensivo a una teoría cognitiva de la variación, la teoría canónica suele centrarse en el requisito de equivalencia semántica, el mismo que en el ámbito estructuralista servía para identificar las variantes de una misma unidad. Como se sabe, este principio consiste en la igualdad de significado de las variantes, de modo que estas pueden considerarse manifestaciones de una sola unidad. La adhesión a este principio no ha permitido dar cabida a la variación del plano del significado. Al parecer, resulta más admisible que la variación se circunscriba de modo exclusivo al plano material, ya solo por el hecho de que es sensorialmente aprehensible, mientras que el plano conceptual no puede considerarse del mismo modo. La sensorialidad se erige, pues, en el principio de reconocimiento de la existencia objetiva de una entidad. Así, desde esta perspectiva, aunque se trate de dos formas sensorialmente distintas, ambas constituirían una sola unidad invariante, siempre que cumplan la condición de no alterar el significado de la unidad en juego. Esta posición no ha sido modificada en la lingüística laboviana de la variación, sobre todo en sus momentos fundacionales, pues una variable se define en relación con este mismo principio de inalterabilidad del significado.

Ahora bien, si se sigue aplicando esta rígida diferenciación no es posible acercarse a estudiar las variantes que dan origen al cambio lingüístico, cuyo efecto es precisamente la creación de nuevos significados, lo que supone la transformación de los originarios. Muchas unidades del sistema se encuentran en los estadios anticipatorios del cambio, en los que justamente se rompe el principio de equivalencia semántica. Si pensamos en fenómenos como la distinción de las palatales sonoras frente al yeísmo, baste mencionar casos como el de las zonas en que se da un proceso inconcluso hacia el yeísmo, de modo que persiste en ciertos contextos la diferenciación funcional de las palatales lateral/no lateral, pues los hablantes fluctúan entre momentos en que aparentemente conservan la distinción y momentos en que la abandonan a favor de un solo elemento sonoro (Caravedo 2012). En esta fluctuación las unidades siguen manteniendo en determinadas posiciones la capacidad discriminativa de significado, mientras que la pierden en otras, lo que nítidamente supone una modificación incompleta en la esfera del significado, la cual en este ejemplo de tipo fonético se traslada al ámbito de la diferenciación léxica.

Propuesta

La propuesta en relación con este postulado reside precisamente en relajar el principio de equivalencia semántica, para abarcar los casos en que el uso de las alternativas en juego implica una modificación de significado. Tal modificación forma parte del proceso de variación de una lengua y puede constituir una etapa anticipatoria del cambio lingüístico (Caravedo 1999, 2003b). El principio de equivalencia semántica está directamente vinculado con el problema del cambio lingüístico, en la medida en que las formas que son equivalentes no ocasionarían transformaciones en la lengua, dado que son solo variantes. En cambio, si las formas llegan a modificar el significado de partida, se puede suponer que se ha producido una transformación en el interior del sistema. Desde una perspectiva integral según la cual todas las modificaciones son efecto del carácter humano y dinámico de las lenguas, es necesario abarcar todo tipo de transformación de estas, aun cuando no impliquen equivalencia semántica. Para ello, es necesario precisar el concepto de cambio y su relación con la variación.

La variación y el cambio lingüísticos

cf. (“hand invisible process”).