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BIBLIOTECA INDIANA

Publicaciones del Centro de Estudios Indianos/Proyectos Estudios Indianos-PEI

Universidad de Navarra

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José Antonio Rodríguez Garrido, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima

 

Biblioteca Indiana, 44

MISCELÁNEA PALAFOXIANA Y POBLANA

RICARDO FERNÁNDEZ GRACIA (ED.)

Universidad de Navarra - Iberoamericana - Vervuert
2016

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ISBN 978-84-8489-977-8 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-95487-545-0 (Vervuert)

ISBN 978-3-95487-507-8 (e-book)

Diseño de la serie: Ignacio Arellano y Juan Manuel Escudero

Imagen de la cubierta: Virrey Juan de Palafox y Mendoza, pintor anónimo

© Public domain, contribution/Itzamnaaj, https://commons.wikimedia.org/wiki/
File:JuandePalafoxyMendoza.jpg

Diseño de la cubierta: Marcela López Parada

ÍNDICE

Ricardo Fernández Gracia

Presentación

Mª Soledad Arredondo

Palafox en 1635, un informe para el rey

Montserrat Galí Boadella

El bachiller Juan Blanco de Alcaçar, impresor episcopal en la Puebla de Juan de Palafox y Mendoza (1640-1649)

Jesús Joel Peña Espinosa

Íñigo de Fuentes, sacerdote y agente, brazo del gobierno episcopal palafoxiano

Ricardo Fernández Gracia

Más noticias y reflexiones sobre Palafox y las artes en Puebla

Pilar Andueza Unanua

De oratoria y fiesta: en torno al sermón de consagración de la iglesia conventual de la Merced en Puebla de los Ángeles

Gustavo Mauleón Rodríguez

Palafox y los pliegos de villancicos para los maitines de San Lorenzo en la catedral de Puebla

M.ª Gabriela Torres Olleta

Conflictos de poder y jurisdicción. El caso Hurtado de Corcuera en los papeles de Palafox

Mercedes Galán Lorda

Juan de Palafox y la Audiencia de Guadalajara

Ildefonso Moriones Zubillaga

Fama de santidad del obispo Juan de Palafox

Sobre los autores

PRESENTACIÓN

Nueve estudios conforman este volumen que tiene como protagonista al obispo-virrey don Juan de Palafox, en su actividad como hombre de Estado e Iglesia, en sintonía con la promoción artística, cultural y religiosa de los grandes prohombres de su tiempo. Con la excepción del primer artículo, que nos presenta al joven y experimentado consejero de Indias explicando al rey en un rico informe su parecer en lo relativo al conflicto con Francia, el resto de esta miscelánea se refiere a aspectos relacionados con su querida Raquel, la diócesis de Puebla de los Ángeles, tanto en actuaciones concretas en pro de la cultura y las artes, como en su faceta de gobierno. En este último aspecto destaca la correspondencia con personas particularmente informadas de cuanto ocurría en Nueva España y lugares más distantes, como Filipinas. Sus redes de información, conforme se van conociendo documentos inéditos, llaman poderosísimamente la atención y valoran aún más su figura en este tipo de habilidad. Cierra esta compilación un trabajo sobre la fama de santidad del obispo desde sus días a los nuestros.

La profesora María Soledad Arredondo Sirodey, de la Universidad Complutense de Madrid y especial conocedora de algunos textos palafoxianos, estudia el informe que suscribió Palafox para el rey en 1635 en un contexto delicado. Pero lo que llama la atención en el informe es la disquisición que hace sobre la historia, afirmando:

Las historias, Señor, más sirven para enseñar que para persuadir, porque en ellas llana, distinta y verdaderamente se refieren los sucesos, sin vestirlos de afectos ni ponderaciones; gobernándose el que escribe con indiferencia, entereza y verdad, sin declinar más a una parte que a otra; refiriendo lo cierto como cierto; lo verosímil como verosímil; lo dudoso como dudoso; y tal vez se acredita tratando con algún desapego las cosas propias, con que es más creído en las muy importantes.

Sin duda la máxima de Tácito sine ira et studio y la norma ciceroniana de no decir nada falso, ni ocultar nada verdadero sin sembrar sospecha de pasión ni de aborrecimiento, están muy presentes en su discurso sobre el relato histórico.

Un nuevo trabajo de Montserrat Galí Boadella, del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades «Alfonso Vélez Pliego» de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, nos sitúa en la actividad del impresor episcopal Juan Blanco de Alzáçar, valorando el dato acreditativo y documental que prueba lo que ya se venía afirmando acerca de la llegada de la imprenta a Puebla de la mano del obispo Palafox. Todo ello lo analiza en el contexto del funcionamiento de una ciudad episcopal como Puebla, en donde se materializaba la función y el poder de los obispos, en tanto patronos de la ciudad y responsables de una diócesis, es decir, como gobernantes espirituales pero con poderes señoriales y políticos.

Jesús Joel Peña Espinosa, del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, se centra en el estudio de los hombres de confianza del obispo, don Íñigo de Fuentes, agente palafoxiano en la corte madrileña, al que tocó nada menos que gestionar en Madrid y en Roma para que se aprobaran los colegios del Seminario y la donación de la librería que después se ha conocido como Biblioteca Palafoxiana. Por la importancia de este agente, señala la necesidad de ampliar la observación de la gran figura de Juan de Palafox para incluir a personajes como Íñigo de Fuentes que con su actuación, para bien o mal, irradió e integró a su «corporación personal».

Nuestra colaboración a esta miscelánea se centra en el análisis de las cuentas del palacio episcopal en los primeros años de pontificado de Palafox en Puebla, extrayendo de ellas las noticias sobre consumo en bienes suntuarios y artísticos y de maestros de diferentes oficios que estuvieron al servicio de la corte episcopal. Asimismo, complementamos el trabajo con otras noticias artísticas alusivas a los últimos toques del templo catedralicio y de San Miguel del Milagro, encomendado al licenciado Pedro Salmerón, que falleció en 1651, tras enfermar en el citado santuario.

El sermón predicado en la consagración de la Merced de Puebla, localizado en el archivo particular de Palafox ha llevado a la profesora Pilar Andueza Unanua, de la Universidad de La Rioja, a detenerse en el análisis de la pieza de oratoria en un contexto festivo particular, poniéndolo en relación con el estilo de Palafox. Junto a la transcripción del mismo, lo contextualiza en la presencia de la Orden de la Merced en Nueva España y Puebla.

Siguiendo con el tema de la fiesta y la magnificencia de la liturgia, Gustavo Mauleón Rodríguez, de la Association for Darwinian Afrocentric Musicology, ha trabajado en su estudio con los pliegos de villancicos para la festividad de San Lorenzo en la catedral de Puebla, durante el pontificado de Palafox, a raíz del intento de fundación en 1648 de unos maitines solemnes dedicados al diácono y mártir aragonés, si bien esta fiesta de aniversario no logró instituirse en su momento, fue hasta 1682 cuando se pudo dotar definitivamente a instancias del canónigo doctor Nicolás Gómez Briceño, para celebrarse en adelante «con toda solemnidad de misa y sermón», junto con una Misa de Réquiem a Palafox. Sin embargo, testimonios de su primitiva celebración bajo la égida del obispo, son los villancicos que se cantaron durante los nocturnos de maitines de dicha fiesta (1648-1652), cuyos textos literarios completos sobreviven y forman parte de los primeros pliegos de villancicos impresos en Puebla de los Ángeles.

Gabriela Torres Olleta, del GRISO de la Universidad de Navarra, afronta el estudio del cruce de trayectorias de dos personajes activos en la vida política de la España del siglo XVII como son Sebastián Hurtado de Corcuera y el mismo Juan de Palafox, que siempre trataba de defender la jurisdicción episcopal la cual juzgaba amenazada por algunas prácticas de los jesuitas. Entre los materiales de la correspondencia figura un retablo muy estimable de ébano, marfil y oro, que se evaluaba en ochenta mil pesos y una custodia, extraordinaria cosa, guarnecida de diamantes y rubíes enviados por el citado Corcuera a Acapulco.

Mercedes Galán Lorda de la Facultad de Derecho de la Universidad de Navarra, analiza pormenorizadamente la situación de la Audiencia de Guadalajara a partir de una información confidencial que hizo llegar a Palafox, en 1646, Alonso de Mena, el receptor de esta Audiencia. En la misma daba cuenta del mal funcionamiento de la Audiencia, la corrupción del presidente que favorecía con oficios públicos a sus allegados e incurría en gastos excesivos, la corrupción e impunidad de otros cargos públicos, e incluso el envenenamiento del gobernador Monsalve. La propuesta del citado receptor sobre la supresión de la Audiencia la haría suya Palafox en 1649, apoyándose, sin duda, en el informe.

Por último, cierra este volumen una síntesis sobre la fama de santidad del obispo Palafox en Puebla a la luz de numerosos testimonios, sobre todo los dieciséis testigos del proceso, muchos de los cuales conocieron al obispo personalmente. Asimismo, recuerda cómo dicha fama ha ido transmitiéndose ininterrumpidamente de generación en generación hasta nuestros días, ya que si en España fue grande el eco de su santa muerte, en México no fue menor el eco de su santa vida, y, tanto en el seno de las familias como en la memoria colectiva del pueblo, se transmitió de padres a hijos el recuerdo del Obispo Santo, modelo de vida cristiana e intercesor ante Dios.

Para varios de los trabajos que aquí se editan, los autores de esta miscelánea hemos contado con la oportunidad de manejar textos originales del que en su día fue archivo particular de Palafox. Gracias a la sensibilidad del duque del Infantado se pudo proceder al escaneo sistemático del mismo hace unos años. Vayan por tanto las más expresivas gracias al descendiente de don Juan de Palafox, por habernos permitido el acceso y la digitalización del fondo, del mismo modo que agradecemos, una vez más, a Informática El Corte Inglés, por haber costeado esta última actuación, en un gesto que habla per se de su implicación con proyectos culturales de amplio calado.

No nos queda sino agradecer, desde estas líneas, a todos los autores de este volumen por su trabajo, a cuantas personas e instituciones han ayudado en su realización, de modo muy particular a los responsables de los archivos y bibliotecas que nos han permitido manejar sus fondos, así como a la Biblioteca Indiana del GRISO por haber considerado de su interés la edición en su prestigiosa serie y a la Fundación La Caixa por haber apoyado la publicación del mismo.

Pamplona, 28 de enero de 2016

Ricardo Fernández Gracia, coordinador
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Universidad de Navarra

PALAFOX EN 1635: UN INFORME PARA EL REY
Lo que se le ofrece a Don Juan de Palafox
sobre el tratado que Vuestra Majestad manda hacer
desde el año de 24 hasta el de 35

M.ª Soledad Arredondo
Universidad Complutense, Madrid

En memoria de José Mª Jover y Quintín Aldea

El 12 de mayo de 1635 don Juan de Palafox firmó un informe dirigido a Felipe IV, en el que expresaba su opinión sobre un tratado de carácter histórico dedicado a los sucesos políticos ocurridos desde 1624 hasta 1635. Se trata de un breve texto manuscrito que se halla en el archivo particular del Obispo-Virrey, incorporado al de la Casa del Infantado, marquesado de Ariza (legajo 87). Ese documento procede de un riquísimo fondo, actualmente digitalizado1, que se está dando a conocer y poniendo a disposición de los investigadores, bajo la dirección del profesor Ricardo Fernández Gracia.

El informe, que se edita por primera vez, es de extraordinario interés por las fechas que abarca: el año 1624 marcó el origen de la Guerra de Sucesión de Mantua (1628-1631), cuando tropas francesas atravesaron los Alpes y amenazaron La Valtelina; y en 1635 Francia declaró oficialmente la guerra a España, en un manifiesto firmado por Luis XIII el 6 de junio de 1635. Como estudió magistralmente José M.ª Jover2 el manifiesto francés desencadenó una serie de réplicas españolas, emanadas desde las más altas esferas de la corte de Madrid, en las que intervinieron algunos literatos3 tan brillantes como Francisco de Quevedo y Diego de Saavedra Fajardo. Sin embargo, el rey y el conde-duque de Olivares ya intentaban desde hacía tiempo4 contrarrestar la propaganda política lanzada por el Cardenal Richelieu. Así se deduce de la correspondencia cruzada entre Saavedra Fajardo y el Conde-Duque, concretamente de una carta de mayo de 16335, donde Saavedra se refiere a un escrito sobre «la libertad de Italia», del que enviaba copia para que Olivares introdujera modificaciones y fuera útil a los historiadores.

Se confirma que había designios previos a la declaración de guerra por la creación de una Junta de cronistas6, probablemente en 1634, destinada a combatir la propaganda francesa mediante la redacción de una historia digna y bien documentada; y prueba de ello es la primera de las obras compuesta con tal fin, cuyo título es muy elocuente: Conspiratio haeretico-christianissima in religionem imperium... (Murcia, Luis Berosio, 1634). El autor era Juan Adam de la Parra, Inquisidor de Murcia, recomendado al rey por el Conde-Duque en octubre de 1634, aunque el opúsculo fue retirado poco después, quizá por la virulencia de su tono7. Sin embargo, el texto de Adam de la Parra recogía el estado de ánimo de Madrid ante los pactos de Luis XIII y Richelieu con suecos y holandeses, lo que le permitió integrarse, junto a Quevedo, Saavedra y Pellicer, en el equipo de propaganda8 que escribió sobre los tres grandes conflictos de la Monarquía: el francés en 1635, el catalán y el portugués, en 1640. El hecho es que, según Kagan9, la citada Junta estaba formada por el jurista Alonso Guillén de la Carrera, Francisco de Calatayud, secretario real, Jusepe de Nápoles, del Consejo de Italia, Juan de Palafox y Mendoza, a la sazón del Consejo de Indias, y Juan Adam de la Parra, inquisidor; y que los miembros de la misma se reunieron a lo largo de la primavera y el verano de 1635.

Pues bien, el documento que editamos por primera vez es testimonio de aquellas reuniones, hasta ahora conservadas en manuscritos solo consultados por los especialistas, pero que hoy suscitan enorme interés: por la gravedad de los temas que abordan en plena Guerra de los Treinta Años, porque traslucen las discusiones que debían de provocar en el equipo del Conde-Duque, y por la diversidad de los escritos a que dieron lugar —desde tratados a apologías o invectivas anónimas— en lo que podemos considerar una campaña de imagen y propaganda: una verdadera guerra de papel.

En 1635 Palafox escribió este informe sobre aspectos que pudo conocer directamente entre 1629 y 1631, cuando recorrió parte de Italia durante su viaje a Alemania, acompañando como capellán-limosnero a la hermana del rey, la infanta María, ya reina consorte de Hungría, que sería emperatriz en 1637. Posteriormente don Juan fue nombrado, primero, fiscal, y luego consejero de Indias, en 1633; y en calidad de tal entraría a formar parte de la citada Junta de cronistas en 1634. Pero este documento de 1635 marca un hito muy interesante para la adscripción de Palafox, además, al grupo de propagandistas, donde su participación se limitaba, hasta ahora, al Diálogo político del estado de Alemania (1631), que no se publicó10 y al Sitio y socorro de Fuenterrabía (1639)11, escrito por encargo del rey, que significó su contribución oficial en la guerra de papel. De manera que este breve informe avala el perfecto conocimiento que tenía Palafox de los debates políticos, literarios y propagandísticos, aunque no participara en la campaña de respuesta al manifiesto de Luis XIII en 1635.

El título de nuestro documento, Lo que se le ofrece a Don Juan de Palafox sobre el tratado que Vuestra Majestad manda hacer desde el año de 24 hasta el de 35, indica que se trata de un informe12 o «parecer», según el propio autor, que se refiere con ese término a las opiniones de Alonso Guillén de la Carrera y otros miembros de la Junta sobre la escritura de dicho «tratado». El término «parecer» significa «el voto que uno da en algún negocio que se le consulta, como pareceres de letrados...» (Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española), y nos indica la opinión que debió de manifestar Palafox en la Junta de cronistas. En cualquier caso el texto es un escrito muy personal, con un destinatario claro: el rey. Tan claro como lo era también en la dedicatoria del Diálogo político del estado de Alemania (1631), donde existía, además, una segunda dedicatoria, al Conde-Duque, hasta hace poco inédita13.

Buena parte del interés de este documento se debe, primero, al tono sincero con que se expresa Palafox, que es capaz de rechazar suavemente el encargo del rey —escribir la historia reciente desde 1624 a 1635— argumentando que «...sería más conveniente y decente para esto otra persona que se hallase sin las órdenes sagradas de sacerdote...». Segundo, a las prudentes opiniones que expone sobre cómo escribir la historia: «Las historias, Señor, más sirven para enseñar que para persuadir...». Hoy calificaríamos de teóricos ciertos párrafos del texto, que interesarían mucho a Felipe IV, gran aficionado al género histórico y cultivador del mismo14. En efecto, las palabras y las reflexiones de Palafox sobre la escritura de la historia muestran opiniones tan enjundiosas como las que exponía en 1631 en la dedicatoria a Olivares, sobre las ventajas del género dialógico para abordar cuestiones políticas. Y en ambas ocasiones nos indican la lucidez de un escritor que se sirvió de diferentes géneros literarios15 para tratar temas graves, fueran políticos o religiosos. Por último, la fecha del documento, muy poco antes del Manifiesto francés, sirve para situar a don Juan de Palafox entre ese selecto grupo de excelentes escritores (Quevedo, Saavedra, Pellicer o Calderón de la Barca) que se expresaron sobre la crisis de 1635 y sus secuelas; unas veces lo hicieron de manera privada, como en esta ocasión, y hasta secreta, como hizo don Juan en el Juicio político de los daños y reparos de cualquiera Monarquía16, otras públicamente, como en el Sitio y socorro de Fuenterrabía.

Esta doble condición y formato de sus escritos políticos (informes privados o publicaciones propagandísticas) permite relacionar a don Juan con otro de los «hombres del rey»17, y también «hombre» del Conde-Duque: don Diego de Saavedra Fajardo, que bien pudo ser su interlocutor en el Diálogo político del estado de Alemania18, y autor, a su vez, de otro diálogo fundamental para comprender los problemas políticos de la Guerra de los Treinta Años y su transformación literaria: las Locuras de Europa. E igualmente deberíamos relacionarlo con otro de los hombres o hechuras del valido, el citado Adam de la Parra, con el que compartía la condición eclesiástica y quizá coincidiría en la Junta de cronistas. Sin embargo, Adam de la Parra no aparece en nuestro documento, donde se cita a Guillén de la Carrera, José de Nápoles y Francisco de Calatayud, con sus observaciones, pareceres o «apuntamientos» sobre la escritura del «tratado». El informe gira en torno a ese tema: la conveniencia de escribir un «tratado», o «relación» o «historia», sobre «los sucesos» de aquellos años, a partir de una petición del rey. Y como Adam de la Parra también llamaba «tratado» a su obra, cabe preguntarse si, efectivamente, el inquisidor de Murcia se hallaba, o no, en ese escogido grupo de la Junta, y si la omisión de su nombre es deliberada. Sin duda Palafox conocería la obra de 1634 que llevaba un título tan significativo desde el punto de vista religioso: Conspiratio haeretico-christianissima in religionem..., pero es muy probable que su prudencia política no aprobara la vehemencia del inquisidor.

A juzgar por lo que dice el informe, el propio rey imponía como condición a quien se encargara de la obra el respeto a la actuación del papa; y Palafox se refiere, con muchas dudas, a la posibilidad de cargar el peso de la actitud de Roma sobre el nuncio papal en Francia, Francesco Guidi di Bagno, y a la complicidad de dos cardenales: el propio Bagni (o Bagno) y Richelieu. De manera que la prudencia de los argumentos de Palafox en su informe no concuerda con el tono de Adam de la Parra. Por otra parte, esa misma cautela del informe de Palafox puede aludir entre líneas a otra historia, la que se proponía escribir el embajador del Emperador en Madrid, Franz Chistoph Khevenhüller, conde de Franquenbourg. Como ya ha señalado Kagan, en 1634 el embajador solicitó datos para su obra, y se encontró con la negativa de Olivares al respecto: «...tendría por inconveniente que al conde Franquenbourg se le enviasen relaciones de las cosas grandes»19; un argumento semejante al que expone Palafox en el presente documento, cuando recalca lo delicado de cierta información, y los riesgos de que se divulgara: «Los secretos y noticias que se contienen en estos papeles son l[o]s más sustanciales [e] interiores de la Monarquía, como consta a Vuestra Majestad, por haberse dado con gran confidencia con orden particular en la Secretaría de Estado».

De todo ello puede deducirse la gran ebullición de estos años, no solo en la política y en la guerra, sino en la forma más adecuada de contarlas y justificarlas. ¿A qué historia, tratado o relación se refiere exactamente el documento de Palafox? ¿Es probable que la Conspiración... fuera un proyecto parcial de aquella gran historia «digna de toda estimación» de los años 1624-1635, que quedó truncado? ¿Se alude a la historia que va a escribir el embajador alemán, y a otros autores que han de recibir instrucciones muy claras para no perjudicar al rey y a la Monarquía? Y, por último: ¿Es posible que aquella gran historia, de la que Palafox escribe en el mes de mayo, quedara relegada con motivo de la declaración formal de la guerra, en junio? Si así fuera, las deliberaciones de la Junta y las fuentes para escribir la historia, o tratado o relación, pasarían a manos no ya de los cronistas, sino de los propagandistas.

Estas preguntas y otras que el documento pueda suscitar demuestran la importancia del breve texto que a continuación editamos.

Los criterios de edición son: modernizamos la ortografía («embajadores» por «embaxadores»), puntuación y el uso de mayúsculas; separamos párrafos y deshacemos abreviaturas (V.M. por Vuestra Majestad); pero se mantienen usos de época, como «verisímil», y formas contractas: «della» y «desta». El texto, salvo los dos primeros párrafos, de sintaxis más cargada, es correcto y de redacción suelta, como es habitual en la prosa de Palafox; las escasas correcciones se indican siempre entre paréntesis cuadrados []. Por último, anotamos muy someramente lo que se refiere a personajes y acontecimientos históricos que aparecen en el texto.

LO QUE SE LE OFRECE A DON JUAN DE PALAFOX SOBRE EL TRATADO QUE
VUESTRA MAJESTAD MANDA HACER DESDE EL AÑO DE 24 HASTA EL DE 35.
SUPLICA SE LEA A LA LETRA

Señor:

Habiendo reconocido los tratados y papeles que se han formado para dar satisfacción al mundo de la justificación con que, por parte de Vuestra Majestad, se procede en las guerras de Europa y resoluciones universales de la Monarquía, y los pareceres y apuntamientos de Don Alonso de la Carrera, de don Joseph de Nápoles y de Don Francisco de Calatayud, con la censura que con grande prudencia y atención han hecho de esta obra, y mirado con sumo desvelo, así todo lo escrito, como cuanto he podido considerar, en lo poco que yo alcanzo, para ajustar esta materia al intento de Vuestra Majestad, como ha sido servido de mandármelo, he hallado que el tratado que se desea desde el año de 24 hasta el tiempo presente contiene dentro de sí tanta implicación de razones, tan grande contradicción de sucesos, y tal ocurrencia y variedad de designios, señaladamente estando hoy pendientes los efectos de las causas que se pretenden manifestar a las gentes, y vivos la mayor parte de los príncipes que han de dar materia a esta historia, que será muy dificultoso el formarla, o habrá Vuestra Majestad de servirse mandar que se dé regla cierta en algunos puntos, con la cual, sin desviarse a una parte ni a otra, siguiéndose la orden de Vuestra Majestad se consiga su mayor utilidad y servicio.

Por haber de formarse este tratado con las noticias más interiores y secretas de los sucesos públicos que han intervenido en el mundo desde el año de 24 hasta el de 35, y mandado Vuestra Majestad precisamente, con loable y santa piedad, que en su relación se excuse lastimar al Pontífice Urbano VIII20, por no hacer aborrecible su nombre, ni deslucir la silla de San Pedro con la manifestación de sus designios, es no solamente dificultoso, sino incompatible hacer este tratado, sin que sea principal interlocutor en él la persona del Papa y referir sus acciones, por padre universal de los fieles, por príncipe tan poderoso en Italia, por la atención con que se ha introducido en todas estas materias, interponiéndose en ellas por medio de sus legados y nuncios con cuantos príncipes grandes hay en Europa. Porque ¿quién podrá escribir los sucesos de Alemania21, ni de la manera que el sueco, calvinistas y luteranos iban abrasando y talando aquellas provincias, robando las iglesias desterrando los católicos, asolando con sacrílega mano la fe, sin decir las instancias que por el Emperador y Vuestra Majestad se le hicieron al Papa para que acudiese al socorro de la causa de la religión? ¿Cómo puede dejar de referirse la protesta del Cardenal Borja22, que en tan grande expectación ha puesto a las gentes, ni omitir los embajadores o comisarios que Vuestra Majestad ha enviado a Roma, la alteración y sentimiento del Papa, y lo que en esto ha pasado? Pues lo que todos saben y en lo que se discurre ¿cómo lo ha de callar sólo esta historia, que es en la que por oficio principal se han de referir las noticias mayores y más ciertas al mundo?

De aquí se sigue que, siendo fuerza haber de decir los sucesos de esta calidad o perder totalmente el crédito la relación, y con el crédito todos los efectos que Vuestra Majestad pretende, es forzoso que intervengan en ella grandes inconvenientes y contrariedades. Porque referir las acciones del Pontífice, excusándolas, no sé si convendría al servicio de Vuestra Majestad en tratado que se entenderá se hace con su orden, formándose de los secretos más interiores de su Monarquía; pues sería este empeño dañoso para lo venidero, no teniendo Vuestra Majestad aún alzada la mano en estas materias, sino dependiente de lo que fuere con el tiempo obrando el Pontífice. Y podría llegar caso (lo que Dios no permita) que conviniese usar Vuestra Majestad de su derecho, manifestando al mundo lo que ahora manda que no se refiera. Y claro está que, si en esta obra se excusasen estas acciones, con grande dificultad se podrían después reprobar ni desacreditar, no siendo tampoco decente que en la historia quede aprobado o disimulado lo malo; ni que si un príncipe hubiere procedido con siniestros medios en el bien espiritual y temporal de la Iglesia sea excusado, o que logre las alabanzas o aprobaciones que se deben a los que los usan útiles, honestos y convenientes.

Y el referir las acciones del Pontífice reprobándolas tiene todos los inconvenientes que por la Junta23 muy atentamente se han considerado, y otros muchos que habrán dejado de representar a Vuestra Majestad por ser llanos y conocidos. Con que no queda sino el tercer medio, que es referir los sucesos sin que de ellos se haga juicio ni censura. Y esto, sobre no ser conforme a reglas de historia, y más en la que se desea mover y concitar los ánimos de las naciones, parece moralmente imposible que se pueda referir un suceso grande y público, de suerte que con su contextura y relación no se vaya manifestando lo malo y aprobando lo bueno. Y en el caso presente lo vendría a ser mucho más, porque han sido las acciones del Pontífice de calidad que no se manifiestan sus defectos con la ponderación del autor, sino con el mismo suceso; y si no se excusan, se acusan. Porque omisión tan grande como no ayudar su cabeza a la Iglesia, [y] no amparar a los católicos en el tiempo que la están abrasando los herejes sólo con referirla se ofende; de suerte que el disimular la ponderación es la mayor ponderación de este caso.

Tanto más que la relación ha de ir inclinando los ánimos a descubrir la razón de Vuestra Majestad, y cuanto más se va subiendo por esta parte en el discurso tanto más se ha de ir declinando en la otra, y viene a quedar descubierto y feo lo malo: la cátedra de San Pedro, amancillada; el Papa con notorio descrédito; su ánimo alterado, por descubrirle al mundo por el lado más indigno de sus acciones. Siéndole tanto más sensible este golpe cuanto no vanamente se le hiere con palabras o ponderaciones, sino con la clara, verdadera y lisa relación del suceso, y esta es la mayor implicación de esta historia. Porque ir cargando al Papa en ella es justificar a Vuestra Majestad, y el disculparle hacer menos justificadas las demostraciones, que con él se han hecho. Callar estos sucesos sería quitar la sustancia a la obra, y el referirlos bastante a infamar por escrito con el mundo al Pontífice, cosa que tanto se debe excusar, y que Vuestra Majestad tan piadosamente previene.

Hace más llano este discurso el ser uno de los intentos principales del tratado abominar clara y abiertamente de la persona del Cardenal Bagni24, que fue nuncio de Su Santidad en Francia, haciendo tan aborrecible su memoria que no pueda hombre tan desacreditado aspirar a la silla de San Pedro. Y aunque debe ser justo y conveniente hacer esto, consideradas las noticias que se tienen de sus inicuos y perniciosos consejos, es también cosa llana que cuantos golpes se dieren manifiestos a Bagni son heridas secretas al Papa; y no muy secretas, pues ¿quién en el mundo ha de creer que lo que este ministro eclesiástico, siendo nuncio de Urbano, propuso y aconsejó al Rey de Francia, solicitándole a la empresa de Italia y encendiendo con fuego de ambición [e] impiedad aquel corazón real sería sin orden o sabiduría del Papa? Porque, de la manera que en España han causado justamente sospechas de Su Santidad las perniciosas negociaciones de sus ministros, han de causarlas también en la historia. Y todos cuantos leyeren en ella las abominaciones de Bagni han de volver los ojos a Urbano, mirándole como a pontífice de aquel nuncio y príncipe de aquel emba[j]ador.

De aquí pueden resultar conocidos inconvenientes al servicio de Vuestra Majestad, como son: el que Bagni sepa ya los cargos de que ha de satisfacer a los cardenales y al Papa, y pueda aplicar, como en dolencia conocida, más fácil y eficaz el remedio; y que acuda a Su Santidad y haga mérito de estas afrentas, ponderando que por su causa, por seguir sus órdenes, por ser su nuncio infaman los españoles su nombre en el mundo. Y esto puede concitar mayor odio en la condición del Pontífice, mayores empeños en favorecer y honrar a este cardenal, y en asegurarle en la sucesión de la Iglesia, multiplicando creaciones y tomando ocasión de nuevos motivos, quejas y sentimientos con los ministros de Vuestra Majestad y con España, pidiendo con instancia que se recoja este libro; y podrá ser que fulmine censuras sobre ello, ponderando que es lo mismo imputárselo a él que al Cardenal Bagni, siendo su nuncio y que es injuriarle en ajena cabeza.

Y así parece que se podría desquiciar secretamente con más fuerza la promoción de Bagni con remitir las copias de sus proposiciones y designios, como se habrán remitido a los embajadores de Roma, para que lo manifiesten a los cardenales cuando convenga, representando los inconvenientes y escándalo que resultaría a la Iglesia si hombre de tan perversos designios ascendiese al pontificado. Y es de considerar si esta negociación cubierta y secreta, con sazón y tiempo aplicada, obraría mayores efectos al intento. O, por lo menos, desacreditarle con otro medio de manifiestos o invectivas (caso que puedan hacerse conforme al verdadero y seguro dictamen cristiano), de suerte que no se vea tan claramente que es la pluma española.

Porque es cierto que, si se publica esta historia haciendo abominable el nombre del Cardenal Bagni, se ha de escribir luego contra ella, negando los sucesos, desacreditando las relaciones, oscureciendo la verdad y, últimamente, valiéndose del Papa para que la prohíba y condene, como cosa que ellos ponderarán ser contra los luminares y primeras inteligencias de la Iglesia. Y esto es muy dificultoso de prevenir, particularmente en las provincias no sujetas a Vuestra Majestad. Y quien leyere que Julio II25, siendo cardenal de San Pedro en Vincul[i] fue el mayor amigo y confidente de Francia, y después su mayor enemigo y el que totalmente con las armas de España echó a los franceses de Italia, no tendrá por imposible, en la variedad de los sucesos de la vida, que pueda acaecer lo mismo con Bagni cuando, sin poderlo remediar, ascendiese al pontificado. Y esta consideración, aunque no obliga a que dejen de hacerse cuantas diligencias se puedan ofrecer y buscar para impedirlo sirve, a lo menos, para no lastimar implacablemente ni a Bagni ni al Papa, sino con secreto y destreza, como él procura ofender y lastimar la Corona de España, dejando a Dios que con el tiempo use de los medios con que suele mudar en los hombres los designios y las voluntades.

Y no son más fáciles de referir las cosas de Alemania en cuanto se manifestaren los sucesos y secretos de los electores, señaladamente del Duque de Baviera26 y la Junta Electora de Ratisbona. Porque siendo uno de los apuntamientos que se me han entregado que no se lastime a este príncipe, y habiéndose de referir la verdad del suceso por estos papeles, se habrá de desviar della la relación, que es lo mismo que quitar el crédito a la obra. Porque llegó el Duque a grandes empeños con Francia, pues aunque salvó la Casa de Austria y la Religión, fue la confederación tan estrecha que, mirando las cartas de Bagni y Jocher27, consejero del Duque, manifiestamente se induce que anduvo siempre a vista de la corona de Rey de Romanos, y con menos sinceridad y fineza de lo que debía al Emperador y al Rey de Hungría; y que abrazó a los principios la neutralidad, puerta por donde se introdujo la ruina total de la causa católica y los progresos del Rey de Suecia, hasta que con las infames y soberbias condiciones que la proponía aquel bárbaro reconoció el peligro y abrió los ojos a lo que le importaba. De suerte que ha de parecer, o que quiso engañar el Duque, o que le engañaron, que lo uno y lo otro lastima para leerlo de sí un príncipe tan atento a su fama. Y así es verisímil que, si se viese notado en la historia, se interpondría muy vivamente con Vuestra Majestad para que se prohíba, renovando nuevas quejas y resentimientos de los españoles. Porque con menos causa en Roma se interpuso con gran vehemencia por medio de sus residentes con el Papa, por haber escrito el [Jovio]28 de uno de sus ascendientes algunos excesos que se hallan generalmente en las historias.

También, estando hoy la materia de la elección de Rey de Romanos29 pendiente, y vivos todos los electores que se entendieron en Ratisbona30 con Francia, es de considerar si tendrá inconveniente echar en la plaza del mundo cuantos secretos entonces intervinieron y se hallan en estos papeles; y lo que el Arzobispo de Treveris31 tenía ofrecido al Rey de Francia, la dilación que habían concertado de interponer en la elección de Rey de Romanos, y otras noticias de esta calidad. Porque con esto se da ocasión a que se declaren más los electores y que se traten como d[i]sidentes o enemigos. Y esta pieza no dejará de jugarla con su maligna intención y destreza el francés. Es de ver si será necesario dar alguna forma o limitación al que escribiere este punto, o avisar antes dello a Alemania, por depender el acierto del estado que tuviere esta negociación entre aquellos príncipes, en la cual cualquiera cosa que altere los ánimos de los electores puede hacer mucho daño a los Serenísimos Reyes de Hungría32, y al servicio de Vuestra Majestad.

También en la relación, juicio y ponderación de los sucesos de estos tiempos, así de amigos como de enemigos, es fuerza haber de discurrir y censurar materias y personas muy propias, que hoy con grande acierto están continuando el servicio de Vuestra Majestad; y si alguno dellos hubiese procedido con menos felicidad, cuidado o noticias (cosa que puede suceder sin culpa considerable) vendrá a ser de muy sensible dolor para él y para sus deudos verse lastimados en la historia, como se hace en estos escritos, afeando el descuido y remisión con que dice que se procedió en Ratisbona por los ministros de Vuestra Majestad, no penetrando el arte del francés de desarmar con la negociación al Emperador, al mismo tiempo que estaba armando con socorros al sueco. Y este es inconveniente que puede repararse dificultosamente, viviendo los que intervinieron en algunos tratados y sucesos que se han seguido con poca felicidad; no habiéndose de quitar parte alguna de la sustancia ni de las circunstancias de la verdad, ni siendo justo condenar a tan grandes ministros sin oírles, y más en lo escrito, que es afrenta que nunca se acaba. Y esta es la causa por que las historias raras veces se publican sin conocido riesgo en el tiempo que suceden los acaecimientos; y porque el amor o desamor, teniendo presentes a quien han de recelar o agradar, gobierna la pluma, desviándola de la verdad.

Los secretos y noticias que se contienen en estos papeles son l[o]s más sustanciales [e] interiores de la Monarquía, como consta a Vuestra Majestad, por haberse dado con gran confidencia con orden particular en la Secretaría de Estado. Sería bien ver, antes que se comenzase esta obra (en caso que Vuestra Majestad resuelva que en esta forma se ejecute), qué papeles o avisos será bien callar o manifestar. Porque algunos puede ser de grande daño el publicarlos, tanto por el riesgo en la vida de los ministros de otros príncipes, que son confidentes de los de Vuestra Majestad (como lo apunta en su parecer Don Alonso de la Carrera), cuanto porque se pondrán generalmente en mala fe las confidencias, si ven en la historia publicado lo mismo que ellos dijeron con tanto secreto y peligro a los emba[j]adores de Vuestra Majestad, [e] irán todos recatándose de sus ministros. Y así en esto habían de informar los embajadores cada uno por lo que le toca y saber de los confidentes lo que puede publicarse sin hacerles daño. Y los príncipes mismos, viendo que se sabe lo más interior de sus designios, es contingente que estrechen la relajación del secreto, de suerte que con grande dificultad se sepa de aquí adelante lo que ahora se sabe con facilidad. Y aún pueden, si les conviniere, mudar o alterar las resoluciones en algunas cosas, viendo que todo lo tiene Vuestra Majestad penetrado.

Finalmente, estando hoy los sucesos pendientes, publicarse los designios y las resoluciones en este tratado, sin grande recato, puede ser dañoso al servicio de Vuestra Majestad. Porque después de haberlos fiado a la historia no pueden recogerse ni retirarse, siendo la mayor conveniencia de estado dar solamente del secreto lo que basta, y guardar lo que sobra. Las historias, Señor, más sirven para enseñar que para persuadir, porque en ellas llana, distinta y verdaderamente se refieren los sucesos sin vestirlos de afectos ni ponderaciones, gobernándose el que escribe con indiferencia, entereza y verdad, sin declinar más a una parte que a otra; refiriendo lo cierto como cierto, lo verisímil como verisímil, lo dudoso como dudoso. Y tal vez se acredita tratando con algún desapego las cosas propias, con que es más creído en las muy importantes. Esta es la causa por que dudo mucho que con esta forma de tratado se puedan conseguir los efectos que se pretenden, y sería conveniente buscar otro medio. Pues, en pasando de historia a invectiva —acusando—, o panegírico —alabando—, se le ha de negar totalmente el crédito. Y sobre no creerse, ¿qué utilidad considerable se puede conseguir?, pudiendo resultar algunos inconvenientes por lo que se ha referido.

Cuanto a mi persona, estoy siempre postrado a los pies de Vuestra Majestad, cuyo piadoso y real corazón mandará, al ver mi incapacidad, inútil del todo para esto, y más en profesión que nunca he seguido; y si enderezándose esta obra a manifestar al mundo las iniquidades de dos príncipes de la Iglesia, los Cardenales Richelieu33 y Bagni, tan dignos de hacer abominable su nombre (siendo cierto lo que se ha entendido), sería más conveniente y decente para esto otra persona que se hallase sin las órdenes sagradas de sacerdote, cuyo ministerio es más a propósito para rogar a Dios por Vuestra Majestad a los pies del altar, y hacerlo propicio con oraciones y sacrificios, que para descubrir al mundo las culpas y delitos de los eclesiásticos, aunque sea con causa y justificación. Y más teniendo Vuestra Majestad en su Monarquía sujetos de señalada erudición, elocuencia y doctrina, de ánimo menos encogido y corto, y de superior talento y estilo, que hallarán medios como ajustar las dificultades y dudas que aquí se han propuesto; y con la audacia que será conveniente y muy necesaria llegarán con la pluma defendiendo lo justo hasta la última línea de lo permitido.

Vuestra Majestad mandará lo que más convenga.

En Madrid, a 12 de mayo de 1635.

Don Juan de Palafox y Mendoza.

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1 Ver Fernández Gracia, 2011 y 2014.

2 Jover, 1949.

3 Ver Arredondo, 2009, pp. 231-252 y 253-268.

4 Al menos desde 1633: ver Elliott, 1990, pp. 478-482 y Kagan, 2010, pp. 299-305.

5 Fue publicada por Aldea, 1986, p. 43.

6 Este aspecto fue tocado por Elliott, 1990, p. 479; y posteriormente por Kagan, 2001, y 2010, p. 302.

7 Especialmente en los aspectos religiosos; ver Arredondo, 2008.

8 Ver Arredondo, 2011.

9 Ver también Kagan, 2012, p. 95. El autor remite a los «Papeles de historia del reinado de Phelipe IV», BR, ms. II/1451.

10 Hasta la edición dieciochesca de las Obras completas, como tampoco el Diario del viaje a Alemania, hasta la edición de Sor Cristina de Arteaga, en 1935. Ver mi edición del Diálogo político del estado de Alemania y comparación de España con las demás naciones, 2015.

11 Ver la edición de Usunáriz, 2003, y Arredondo, 2011, pp. 167-188.

12 Según Fernández Gracia, 2014, p. 200, un «memorial».

13 Ver mi reciente edición, pp. 37 y 38: «Dedícalo al Rey...», y «Al Conde Duque».

14 Ver Kagan, 2010, p. 299.

15 Ver Arredondo, 2014.

16 También conocido como Juicio interior y secreto para mí solo. Ver Jover, 1950; González González y Gutiérrez Rodríguez, 2002; y Arredondo, 2013.

17 Véase Álvarez de Toledo, 2011.

18 Según propuso Aldea, en su edición del Dialogo..., 1986, p. 491.

19 Kagan, 2010, pp. 301-304.

20 Urbano VIII: 1568-1644, papa desde 1623, incrementó el poder de los Estados Pontificios, fue acusado de nepotismo, y el documento de Palafox se hace eco de su animadversión por la Casa de Austria durante la Guerra de los Treinta Años.

21 Palafox los conocía bien, ver para ello Usunáriz, 2010; y su transformación literaria en el .