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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Jennifer Drogell

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Pasión al desnudo, n.º 2387 - mayo 2015

Título original: The Magnate’s Manifesto

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6288-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

El día que el manifiesto de Jared Stone provocó un incidente internacional, resultó ser, para su desgracia, un día de pocas noticias. A las cinco de la mañana del jueves, mientras el sexy multimillonario de Silicon Valley corría, como cada mañana, por el parque Golden Gate de San Francisco, el manifiesto era el tema de conversación en las cenas de Moscú. En Londres, mientras las oficinistas escapaban de sus trabajos para comer, el descabellado artículo sobre la condición femenina en el siglo XXI, estaba en boca de todo el mundo.

Y en los Estados Unidos de América, las mujeres que se habían labrado una carrera, solo para encontrarse con un techo de cristal que les impedía superar cierto nivel, contemplaban estupefactas las pantallas de sus smartphones. Algunas pensaban que se trataba de una broma, otras que habían pirateado el correo electrónico de Stone. Y por último, un puñado de antiguas citas del magnate, aseguró que no les extrañaba lo más mínimo. «Es un bastardo».

 

 

Sentada ante su escritorio en el edificio de Stone Industries, Bailey St. John permanecía ignorante de la tormenta desatada por su jefe. Armada de un humeante café, se sentó con toda la elegancia que le permitía la falda de tubo e intentó infundirse ánimos ante el nuevo día.

Contempló la pantalla del ordenador mientras tomaba un sorbo de café y abría el correo electrónico. El asunto del mensaje de su amiga Aria llamó su atención. Y al abrirlo, se atragantó.

 

Playboy multimillonario provoca incidente internacional con su manifiesto sobre las mujeres.

 

Miró perpleja el titular de la noticia que circulaba en toda la red.

 

Un descarado manifiesto hacia sus compañeras deja claras las opiniones de Stone acerca de las mujeres, tanto en la sala de juntas como en el dormitorio.

 

Bailey dejó la taza de café sobre la mesa y abrió el manifiesto que ya había recibido dos millones de visitas. La verdad sobre las mujeres, se titulaba.

 

Habiendo salido, y trabajado, con un nutrido grupo de mujeres de todo el mundo, y tras alcanzar una edad en la que me siento cualificado para opinar sobre la materia, he llegado a una conclusión. Las mujeres mienten.

En la sala de juntas dicen que quieren igualdad, pero lo cierto es que en los últimos cincuenta años no han cambiado nada. A pesar de todas sus súplicas en sentido contrario, a pesar de sus estallidos ante los límites establecidos por el supuesto techo de cristal, lo cierto es que no quieren cerrar un trato o dirigir una fusión. Lo que quieren es quedarse en casa y ser mantenidas por nosotros para vivir conforme al estilo de vida al que están habituadas. Quieren un hombre que se ocupe de ellas, que les proporcione periódicamente una noche de pasión y una joya de diamantes. Alguien que impida que vaguen por el mundo sin rumbo fijo…

 

¿Vagar por el mundo sin rumbo fijo? A Bailey se le incendiaron las mejillas. Había comenzado su andadura profesional en una pequeña empresa de Silicon Valley y desde hacía tres años trabajaba en la compañía de Jared Stone.

Y ahí se había frenado su progresión. Directora de ventas para Norteamérica de Stone Industries, llevaba dieciocho meses intentando conseguir el puesto de vicepresidenta, puesto que Stone parecía empeñado en no concederle. Había trabajado más y mejor que cualquiera de sus colegas masculinos, y todos estaban de acuerdo en que el puesto debía ser suyo. Todos salvo el genio de Silicon Valley, pues se lo había dado a otra persona. Y eso dolía mucho.

¿Por qué no la respetaba?

Le empezó a hervir la sangre. Ya sabía por qué. Porque Jared Stone era un cerdo machista.

Se obligó a tragar un poco más de café antes de devolver su atención a la pantalla del ordenador, concretamente a las reglas sobre las mujeres que Jared había escrito:

 

Regla número 1: Todas las mujeres están locas, pues su manera de pensar difiere tanto de la nuestra que bien podrían venir de otro planeta. Hay que elegir a la que esté menos loca para vivir con ella. Eso, en el supuesto que decidas sentar la cabeza, cosa que no recomiendo.

Regla número 2: Todas las mujeres quieren un anillo y una casa con jardín. Lo cual no es malo si quieres formar una familia, pero, por el amor de Dios, piensa bien en qué te estás metiendo.

Regla número 3: Todas las mujeres buscan un león en la cama. Ella quiere que la dominen. Quiere que tú tengas el control. No quiere que la escuches. No te equivoques, sé un hombre.

Regla número 4: Todas las mujeres empiezan el día con un propósito. Una causa, un objetivo. Podría ser un anillo de diamantes, más de tu tiempo, que accedas a conocer a su madre. Sea lo que sea, confía en mí, o accedes o le dices adiós. A la larga, decir adiós resultará más barato.

 

Por el bien de su presión arterial, Bailey interrumpió la lectura. Y ella que había estado preocupada por el legendario conflicto de caracteres entre Stone y ella. Cada vez que se encontraban en la sala de juntas se despertaba en ellos el deseo de destrozarse el uno al otro. Pero al final resultaba que no era ese el motivo. Ese hombre despreciaba al sexo femenino.

Tres años. Miró con el ceño fruncido la pantalla del ordenador. Llevaba tres años trabajando para ese imbécil egocéntrico, aumentando las ventas de sus famosos ordenadores y móviles. ¿Y para qué? No había sido más que una total pérdida de tiempo. Se había jurado convertirse en directora general a los treinta y cinco años, pero la meta parecía cada vez más inalcanzable.

Apretó los labios con fuerza y empezó a teclear:

 

A quien le pueda interesar. Ya no puedo seguir trabajando en una empresa liderada por un cerdo. Va contra todos mis principios.

 

Bailey continuó escribiendo sin reprimir nada, hasta que sintió que se aplacaba su ira. A continuación redactó una segunda versión que pudiera entregar en recursos humanos.

No iba a trabajar ni un minuto más para Jared Stone, por brillante y guapo que fuera.

 

 

Jared Stone estaba de muy buen humor cuando aparcó en su plaza de Stone Industries, recogió el maletín y entró por la puerta. Correr ocho kilómetros por el parque, una ducha caliente y un batido energético hacían maravillas en un hombre.

Tarareó una canción que acababa de oír por la radio y se dirigió a los ascensores del elegante y arquitectónicamente brillante edificio. La vida era maravillosa, se encontraba en la cima del negocio a punto de firmar un contrato que acallaría todas las críticas y cimentaría su control sobre la empresa, y se sentía impermeable, impenetrable, invencible, capaz de resolver todos los problemas del mundo, incluso de lograr la paz mundial.

Entró en un ascensor medio lleno y saludó a la media docena de empleados con la famosa sonrisa que tanto gustaba a la prensa. Aprovechó también para anotar mentalmente quién madrugaba más para llegar al trabajo. Gerald, del departamento financiero, le devolvió una sonrisa de complicidad, como si compartieran algún secreto. Jennifer Thomas, la ayudante de uno de los vicepresidentes, que habitualmente se lo comía con la mirada, murmuró algo ininteligible. La mujer del departamento jurídico, directamente le dio la espalda.

Las extrañas vibraciones que había empezado a percibir se intensificaron al abrirse paso por la planta de dirección hasta su despacho. Otra ayudante lo miró de una manera muy extraña. ¿Se habría manchado la camisa con el batido energético? ¿Tendría pasta de dientes en la cara?

–¿Qué le pasa hoy a todo el mundo? –frunció el ceño cuando su secretaria de cincuenta y tantos años, Mary, se acercó para entregarle sus mensajes–. Hace sol, las ventas suben…

–No te has conectado a Internet aún, ¿verdad? –la mujer parpadeó perpleja.

–Ya sabes cuál es mi norma –contestó él con impaciencia–. Las primeras dos horas del día las dedico a centrarme, a encontrarme a mí mismo.

–Exacto –murmuró Mary–. Bueno, pues quizás te interese abandonar esa actitud budista y conectarte antes de que llegue Sam Walters. Estará aquí a las once.

–No tengo ninguna cita con él –Jared frunció el ceño ante la mención del nombre del presidente del consejo de Stone Industries.

–Ahora sí –insistió su secretaria–. Jared, yo… –lo miró directamente a los ojos–. Tu manifiesto se filtró anoche en la red.

Jared sintió que toda la sangre abandonaba su rostro. En su vida solo había escrito dos manifiestos. El primero, al poco de crear Stone Industries, con el objetivo de sentar las bases de la empresa. Y el segundo, una broma privada que había compartido la noche anterior con sus amigos más íntimos después de una velada especialmente divertida con los chicos.

Pero en ningún caso estaba prevista su difusión pública.

Por la expresión de Mary, era evidente que no se refería al primer manifiesto.

–¿A qué te refieres por filtrado? –preguntó con toda la calma de que fue capaz.

–El manifiesto –la mujer se aclaró la garganta–, todo el documento, está en la red. Mi madre me lo envió por correo electrónico esta mañana. Me preguntó cómo podía trabajar para ti.

El primer pensamiento que cruzó por la mente de Jared fue que era imposible porque sus amigos jamás le harían algo así. ¿Había hackeado alguien su correo electrónico?

–¿Cómo de mal está la cosa?

–Está por todas partes –Mary frunció los labios.

La sospecha de que había ido demasiado lejos en su afición por agitar las aguas se vio confirmada cuando su mentor y consejero, Sam Walters, entró en su despacho tres horas más tarde seguido del equipo jurídico y del de relaciones públicas. El genio financiero de setenta y cinco años no parecía divertido.

–Sam, esto es un lamentable malentendido –Jared hizo un gesto para que tomaran asiento–. Emitiremos un comunicado aclarando que se trataba de una broma. Mañana se habrán olvidado.

La vicepresidenta del departamento de relaciones públicas, Julie Walcott, arqueó una ceja.

–Llevamos dos millones de visitas y subiendo, Jared. Las mujeres amenazan con boicotear nuestros productos. Esto no se va a olvidar sin más.

Jared se reclinó en el asiento. El abdomen que tanto había trabajado aquella mañana estaba contraído ante la enorme falta de juicio al escribir esas palabras. Pero, si había algo que no hacía jamás, era mostrar debilidad, sobre todo cuando el mundo entero quería su cabeza.

–¿Qué sugieres que haga? –murmuró con su habitual arrogancia–. ¿Suplicar el perdón de las mujeres? ¿Ponerme de rodillas y jurar que no lo decía en serio?

–Sí.

–Se trataba de una broma entre amigos –Jared miró a Julie con expresión de incredulidad–. Hablar de ello le dará más credibilidad.

–Ahora se trata de una broma entre tú y el resto del planeta –continuó Julie con tranquilidad–. Hablar de ello es lo único que podrá salvarte.

–Habrá implicaciones legales, Jared –Sam tomó la palabra–. Y no hace falta que te recuerde que la hija de Davide Gagnon es socia fundadora de una organización feminista. No le va a gustar.

Las manos de Jared se cerraron sobre el borde del escritorio. Era muy consciente de las organizaciones a las que pertenecía Micheline Gagnon. La hija del director general del mayor detallista de aparatos electrónicos de Europa, Maison Electronique, con quien Stone Industries aspiraba a firmar un contrato de cinco años para expandir su presencia en el mundo, era una habitual de las redes sociales. Desde luego que no le iba a gustar, pero había sido una broma.

–Decidme qué hace falta que haga –consultó tras lanzar un suspiro.

–Hay que emitir una disculpa –contestó Julie–. Explicar que se trató de una broma privada de muy mal gusto. Aclarar que no tiene nada que ver con tu verdadera visión de las mujeres, que siempre ha sido del mayor respeto.

–Y respeto a las mujeres –intervino él–. Pero no creo que sean sinceras con sus sentimientos.

–¿Cuándo fue la última vez que nombraste a una mujer miembro de la ejecutiva? –Julie lo miró fijamente.

Nunca lo había hecho.

–Muéstrame a una mujer que se merezca el puesto y la colocaré allí.

–¿Qué tal Bailey St. John? –Sam enarcó sus pobladas cejas–. Pareces ser el único que no la considera capacitada para el puesto de vicepresidenta.

–Bailey St. John es un caso especial –Jared frunció el ceño–. No está preparada.

–Tienes que hacer algún gesto –Sam habló con severidad–. Ahora mismo caminas por la cuerda floja, Jared –en todos los aspectos, parecía indicar la expresión de su mentor–. Dale el puesto. Haz que esté preparada.

–No sería una elección acertada –él lo rechazó con vehemencia–. No tiene más que veintinueve años, por el amor de Dios. Nombrarla vicepresidenta sería como hacer estallar una bomba.

Sam volvió a enarcar las cejas, como si quisiera recordarle el poco apoyo del que gozaba en esos momentos en el consejo. Como si necesitara que le recordara que estaba a punto de perder el control de la empresa, líder en el mundo, que había creado de la nada. Su empresa.

–Dale el puesto, Jared –Sam lo miró fijamente–. Lima las asperezas. No destruyas diez años de trabajo duro por tu afición a soltar lo que piensas.

En el interior de Jared se debatían dos posturas antagónicas. Tres años atrás había arrancado a Bailey de las garras de un competidor, por su increíblemente aguda mente. Y no le había defraudado. No le cabía duda de que algún día llegaría a vicepresidenta, pero era como un bombón relleno. Nunca se sabía qué iba a salir de su interior cuando entraba en la sala de juntas.

–De acuerdo –ante la insistente mirada de Sam, Jared claudicó. Ya se encargaría de Bailey.

–Además, te apuntarás a una formación sobre sensibilidad cultural –intervino Julie–. El departamento de recursos humanos la está preparando.

–Jamás –lo desestimó Jared–. ¿Algo más?

Julie esbozó su plan para recuperar su reputación. Era un plan sólido, reflejo de lo que pagaba a esa mujer. Tras acceder a todo, salvo a la formación sobre sensibilidad cultural, dio por terminada la reunión. Tenía preocupaciones más graves, como recuperar el apoyo del consejo.

Cuando todos se hubieron marchado, Jared se acercó a la ventana e intentó averiguar cómo esa mañana perfecta se había convertido en un día infernal. El origen estaba en la brusca ruptura de la relación, o lo que fuera, con Kimberly MacKenna, una contable que le había asegurado que no buscaba una relación permanente. Y así, había bajado la guardia. Pero el sábado por la noche, esa mujer se había dejado caer en su sofá y declarado que le estaba rompiendo el corazón. Su tierna mirada le suplicaba a gritos un compromiso.

A las diez de la mañana del lunes, lucía una pulsera de diamantes en el brazo como despedida.

Al escribir el manifiesto se había sentido quizás un poco solo. Pero las reglas eran las reglas. Nada de compromisos. Sus labios describieron una mueca y apoyó las palmas de las manos contra el cristal. Quizás debería haberle contado al equipo de relaciones públicas la verdad sobre el matrimonio de sus padres. Cómo su madre había sangrado a su padre, cómo le había convertido en un simulacro de hombre. A lo mejor le habría granjeado más simpatías.

Mejor aún, Julie podría dedicarse a controlar a los medios que pretendían lincharlo antes de poder anunciar la trayectoria de la empresa durante la siguiente década. Cuando convertías un innovador ordenador, creado en el dormitorio de tu mejor amigo, en la empresa de consumibles electrónicos de más éxito de los Estados Unidos de América, lo que menos te esperabas era que los escépticos empezaran a pedir la cabeza del presidente al menor incidente. Lo que esperabas era que confiaran en ti y asumieran que tenías un plan para revolucionar la industria.

Un juramento escapó de sus labios. Preferirían despedazarlo a apoyarlo. Eran unos depredadores. Bueno, pues no iban a conseguir su presa. Viajaría a Francia para firmar la alianza con Maison Electronique, dejaría atrás a sus competidores y presentaría el contrato ante el consejo en dos semanas.

Lo único que tenía que hacer era explicarle su visión del negocio a Davide Gagnon.

Salió del despacho y le gritó a Mary que llamara a Bailey St. John. Iba a concederle el ascenso, pero no era estúpido. Cuando le demostrara lo inexperta que era, las aguas volverían a su cauce.

La última llamada fue para el jefe del departamento informático. Quien hubiera hackeado su correo electrónico iba a lamentar el día en que se le había ocurrido la idea.

 

 

Bailey llevaba quince minutos ante la puerta del despacho de Jared Stone cuando Mary al fin le hizo pasar. Haciendo acopio de su habilidad para parecer humilde ante cualquier circunstancia, empujó la puerta de madera maciza y entró en la estancia, de marcado carácter masculino, dominada por una chimenea de mármol y ventanales que llegaban del techo al suelo. La decoración era minimalista, propia de alguien que prefería pasar la jornada con sus ingenieros antes que sentado ante su escritorio.

Jared se volvió al oírla entrar y, como de costumbre cada vez que se acercaba a ese hombre, ella sintió que perdía parte de la compostura. Aunque no persiguiera sus encantos, como hacían casi todas las mujeres de Silicon Valley, tampoco era inmune a ellos. La penetrante mirada azul de su jefe era famosa por desnudar a las mujeres en un santiamén. Y, por si eso no bastaba, también estaba el atlético cuerpo, la ropa hecha a medida y el brillante cerebro.

–No he venido a charlar, Jared –anunció ella, recuperando parte de la compostura–. Dimito.

–¿Dimites? –el habitualmente ronco tono de voz adquirió un tinte de incredulidad.

–Sí, dimito –Bailey se acercó a su jefe y alzó la barbilla, absorbiendo el impacto de la penetrante mirada azul–. Estoy harta de vagar sin rumbo por esta empresa, soportando tus falsas promesas.

–Venga ya, Bailey. Yo pensaba que tú, mejor que nadie, encajarías una broma.

–No ha sido ninguna broma, Jared –ella apoyó las manos en las caderas–. Y yo que pensaba que el problema era nuestra incompatibilidad de caracteres…

–¿Te refieres a cómo intentamos descuartizarnos cada vez que coincidimos en una sala de reuniones? –él sonrió–. Esas cosas son las que me ayudan a levantarme cada mañana.

–Creo que siempre he sido consciente de tu opinión sobre las mujeres –continuó Bailey en tono exasperado–, pero, tonta de mí, pensé que me respetabas.

–Y te respeto.

–Entonces, ¿por qué no te ha llamado la atención nada de lo que he conseguido en los últimos tres años? Yo era la estrella de mi anterior empresa, Jared. Por eso me contrataste. ¿Por qué le has dado a Tate Davidson el puesto que me merecía yo?

–No estabas preparada –contestó él sin darle importancia.

–¿En qué sentido?

–En tu madurez –Jared la miró con altivez–. Reaccionas impulsivamente. Acabas de ofrecerme una muestra. Ni siquiera te lo has pensado.

–Claro que me lo he pensado –el fuego la quemaba por dentro–. He tenido tres años para pensármelo. Y perdóname si no me tomo muy en serio tus críticas sobre mi inmadurez después de tu infantil numerito de esta mañana. ¿Querías que todos los hombres de California se rieran y se dieran palmaditas en la espalda? Pues lo has conseguido. Y de paso, la causa femenina ha retrocedido diez puestos.

–Siempre he colocado a las mujeres en puestos directivos cuando se lo han merecido, Bailey –Jared entornó los ojos–. Pero no lo haré por cubrir las apariencias. Creo que posees un gran talento y, con el tiempo, llegarás lejos.

–He destacado sobre cualquier hombre de esta empresa en los últimos dos años –ella lo miró furiosa–. Estoy harta de intentar impresionarte, Jared. Al parecer, lo único que lo lograría sería una talla mayor de sujetador.

–No creo que haya un solo hombre en Silicon Valley que te encuentre escasa de nada, Bailey –Jared le dedicó esa sonrisa torcida que volvía locas a las mujeres–. Es que no les haces caso.

–Toma –Bailey le entregó una carta–. Considéralo mi respuesta a tu manifiesto.

–No aceptaré tu dimisión –tras leer la carta, Jared la rompió en pedazos.

–Alégrate de que no te denuncie –le espetó ella antes de darse media vuelta.

–Te he llamado para ofrecerte el puesto de vicepresidente de marketing, Bailey –las palabras de Jared hicieron que la joven se parara en seco–. Tu trabajo aumentando las ventas nacionales ha sido espectacular. Te mereces una oportunidad.

Tras tres largos años de intenso trabajo, el éxito la inundó de dicha, aunque de inmediato comprendió lo que estaba sucediendo realmente.

–¿Qué miembro de tu equipo te aconsejó que me ascendieras?

Si hubiera parpadeado se habría perdido la sutil contracción de ese pequeño músculo de la mandíbula. Pero no lo hizo, y la confirmación de sus sospechas la enfureció.

–Lo que quieres es que sea tu chica anuncio. Alguien a quien colocar bajo los focos para calmar a las masas.

–Lo que quiero es que seas vicepresidenta de mi departamento de marketing –Jared encajó la mandíbula–. No seas estúpida y tómalo. Pasado mañana nos esperan en casa de Davide Gagnon, en el sur de Francia, para presentar nuestro proyecto de marketing, y te necesito a mi lado.

Bailey quería negarse y marcharse de allí con la dignidad intacta. Pero no podía. Jared Stone le acababa de ofrecer la meta que se había jurado alcanzar. Y, a pesar de ser un idiota presuntuoso, también era la mente más brillante del planeta. A su lado podía estar segura de hacer historia, y de no regresar a la vida que se había jurado dejar atrás para siempre.

La supervivencia era más fuerte que el orgullo. Y en su mundo no era inusual que los hombres ostentaran el poder. Pero ella sabía cómo hacerles el juego, cómo vencerles. Y vencería a Jared.

Sería su regalo para el sexo femenino.

–Acepto, con dos condiciones.

Él la miró con los ojos entornados.

–Duplicarás mi sueldo y me concederás el rango de directora jefe de ventas.

–No tenemos ningún director jefe de ventas.

–Ahora sí.

–Bailey…

–Entonces no hay trato –Bailey se dio media vuelta, dispuesta a marcharse.

–De acuerdo –accedió Jared–. Te concedo ambas condiciones.

En ese instante, Bailey comprendió que Jared Stone tenía serios problemas. Y ella estaba sentada a los mandos. Sin embargo, la euforia no le duró mucho tiempo. Acababa de firmar un pacto con el diablo. Y esas cosas siempre se acababan pagando.