© Antonio Galindo, 2008

© Edición en castellano:
2009 by Editorial Kairós, S.A.
www.editorialkairos.com

ISBN-13: 978-84-7245-703-4
ISBN-epub: 978-84-7245-722-5

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A quienes han vivido el sexo con dificultad para convertirlo en fuente de conexión.
A quienes transforman la sombra en luz porque la traspasan.
A quienes son y a quienes aún no son quienes son.

Si sacáis lo que está dentro de vosotros,
lo que está dentro os salvará.

Pero si no sacáis lo que tenéis dentro de vosotros,
lo que tenéis dentro os destruirá.

(atribuido al evangelio apócrifo* de Tomás)

SUMARIO

Prólogo

Introducción

1. Por qué la sexualidad es un tema que nos preocupa

¿Tiene edad la sexualidad?

Lo que es sexo y lo que no lo es

El propio umbral inconsciente del sexo

2. Lo que hay detrás de que el sexo sea un tema aparte

¿Cómo surgen las familias?

¿Existen las relaciones sexuales entre los miembros de las familias?

La auténtica represión es la experiencial

Aplicaciones prácticas de por qué la sexualidad se convierte en un tema que nos preocupa

3. ¿Cuántos sexos hay?

¿Dos sexos o más de dos?

Lo masculino y lo femenino o la identidad de género

Las diferencias sexuales están en la mente, no en los genitales

4. ¿Qué deseas sexualmente?

El deseo de la masturbación y sus teorías

Las fantasías sexuales y el morbo

¿Presos del sexo o libres en el sexo?

Conclusiones sobre los deseos sexuales

5. Amor y sexualidad: ¿tienen que ver?

Mentira 1. ¿Por qué lo llaman hacer el amor cuando se trata de hacer sexo?

Mentira 2. Cuando amas a alguien no te gusta nadie más

Mentira 3. Cuando el amor se convierte en chantaje emocional

Mentira 4. El sexo sin amor es vacío o es malo

Mentira 5. La causa de la insatisfacción sexual es la falta de amor

Cuando amor y sexo coinciden

Conclusiones sobre las relaciones entre sexualidad y amor

6. Sexo y pareja, ¿hablamos?

Parejas sexuales ¿una o más de una?

¿Pareja sexual u objeto sexual?

¿Son los problemas sexuales problemas de pareja?

¿Se acaba la pareja cuando se acaba el deseo sexual?

Conclusiones sobre sexo y pareja

7. Fidelidad e infidelidad: cuando los cuernos son el tema

¿Por qué hay amantes?

Ocultar la infidelidad, ¿para qué?

Promiscuidad y culpabilidad

Conclusiones sobre infidelidad y promiscuidad

8. Las orientaciones sexuales

Un repaso de lo visto hasta ahora para poder continuar

¿Para qué sirve la orientación sexual?

El arco iris de las orientaciones sexuales

Sentirse culpable de ser homosexual

Conclusiones

9. Soltería, celibato y alternativas sin sexo

Personas que no tienen relaciones sexuales con otras personas

Familias monoparentales

El celibato como alternativa

Pederastia en instituciones eclesiásticas

Conclusiones

10. Otras maneras de vivir la sexualidad

¿Por qué nos escandalizan ciertas cosas?

Lo que es desviado y lo que sigue la vía de nuestra  sociedad

Pornografía, sexo telefónico y virtual

Zoofilia, fetichismo, voyeurismo y exhibicionismo

Sadomasoquismo

Travestismo

Cuando la prostitución es un deseo

El sexo tántrico

Conclusiones

11. Cuando no funcionamos en la cama

Problemas que tienen como trasfondo la falta de deseo sexual

Cuando no se me levanta

Vaginismo y dolor en el coito (dispareunia)

Cuando no duro nada (eyaculación precoz)

Cuando las chicas no llegan al orgasmo (anorgasmia femenina)

Conclusiones

12. Riesgos y límites de la sexualidad

¿Muerta por enfermedad o de vergüenza?

Cómo vivimos el miedo al contagio

Cuando el sexo se convierte en agresión y violación en la pareja

Cuando el deseo de ser poseído se convierte en excitación

Los embarazos que aún son un problema dentro de las parejas

Embarazos no deseados sin pareja y en adolescentes

Conclusiones

13. Seres humanos y seres sexuales, dos procesos inseparables

Epílogo

Bibliografía

PRÓLOGO

Este libro trata de que la sexualidad se puede vivir de mil maneras, basándome en mi experiencia como hombre, psicólogo y terapeuta. Y no hablo de una sino de muchas maneras de vivir el sexo. De ahí que diré que existen tantas formas de sexualidad como seres humanos hay.

En los casos, situaciones y experiencias que iré exponiendo verás que puedo mezclar tanto el sexo entre hombre y mujer como entre una mujer y dos hombres, dos hombres entre sí o dos mujeres, es decir, hablo de seres humanos independientemente de lo que eligen como parejas sexuales o de lo que dicen sus genitales que son. Porque creo que el sexo, ante todo, está en la cabeza. Está regido por nuestras percepciones, creencias, valoraciones e interpretaciones, si bien todo eso que tenemos en la cabeza se relaciona profundamente con un modelo social y cultural determinado. De ahí que nos puedan llamar la atención las formas de vivir la sexualidad que son diferentes a la nuestra.

En el tema del sexo suele ocurrir que las cosas que otros hacen –pero nosotros no hacemos– nos sorprenden: nos llama la atención quien no hace lo que la mayoría hace, lo vemos como diferente. Quien está con más de una pareja sexual, quien no está con nadie, quien le gusta el sadomasoquismo, quien está con alguien más mayor o menor que él o ella… En cuestiones de opciones sexuales solemos percibir lo diferente o, dicho de otra forma, lo que es distinto a lo que esperamos no nos deja indiferentes, sino que nos produce emociones diversas ¿Por qué? Pues, aunque lo explicaré, avanzo que tiene que ver con que tenemos un falso concepto de normalidad, es decir, en cuestiones de sexualidad no hay nada normal porque todo es diferente. Lo que ocurre es que nuestra sociedad y nuestra moral de fondo le llama normal sólo a una parte de la realidad.

Así pues, hablaré de todo tipo de alternativas sexuales que quizás puedan llegar a parecerte que no existen. E incluso verás que puedes sentirte incómodo o sofocado (como alguien me dijo al leerlas) con muchas de las cosas que planteo. Pero la idea no es que creas todo lo que digo, sino que observes mis reflexiones para confrontarlas con lo que tú piensas.

En algunos casos parecerá que los temas que expongo son de minorías o de grupos aislados. Tal vez sean grupos aislados –que no lo creo– aquéllos a los que les gusta el fetichismo, o tienen más de una pareja sexual a la vez, o entablan relaciones tanto con hombres como con mujeres; pero estos grupos de personas también son seres humanos y forman parte de la realidad. Por eso hablaré de ellos tanto como de quienes sólo tienen una pareja sexual, sólo les gustan las personas del sexo opuesto o sólo utilizan el coito como práctica sexual.

Intentaré ilustrar que todas las elecciones son válidas a efectos sexuales en tanto que lo que se hace responda a la propia escala de valores. Y que cada escala de valores es un mundo aparte. Aunque la mayoría de personas camine con dos piernas y suba a los autobuses mediante escalones hay recursos especiales en las calles y servicios públicos para la minoría que representan los minusválidos. Pero en cambio, en relación con las minorías sexuales –que luego resulta que de puertas para dentro no son tan minoría–, no se hacen esfuerzos remarcables para conseguir su integración social. El hecho de que a sólo unos pocos les gusten ciertas cosas (o eso es lo que parece, porque de hecho hay mucha más vida sexual) no es una excusa para que no integremos en nuestra sociedad las manifestaciones de quienes tienen conductas sexuales diferentes.

Por eso este libro habla de integración sexual no sólo en la sociedad, sino también dentro de nosotros mismos. Se explica que los llamados problemas sexuales suelen ser una consecuencia de compararnos todo el rato con lo que consideramos que tiene que ser normal, cuando sexualmente lo normal es lo que uno quiere.

Por eso te animaré constantemente a que tomes tus decisiones y te hagas responsable de lo que sientes y piensas para actuar en consecuencia contigo mismo. No plantearé soluciones concretas, sino que abriré alternativas para que seas tú quien elija. Y aunque en cada capítulo habrá una serie de conclusiones, las decisiones corren de tu cuenta.

EL AUTOR
www.asesoresemocionales.com

INTRODUCCIÓN

Hace tiempo recibí en mi correo electrónico un mail que, en vísperas de escribir este libro, daba informaciones curiosas –exageradas algunas, pero no lejos de la realidad otras– sobre los beneficios del sexo. Casi parecía que el mail venía a concluir que el sexo es la mejor medicina para la mayor parte de problemas físicos y emocionales de las personas. Había informaciones del tipo:

Y estereotipos tales como:

Más allá de lo caricaturesco de estas ideas, lo importante para mí es que estas creencias sobre el sexo, que a veces lo sobredimensionan y otras lo menosprecian, empiezan a perfilar una de las ideas que quiero compartir: el sexo es aquello que queremos que sea, y que no son los genitales sino la mente y el corazón los que rigen nuestra sexualidad. Propondré que, más que problemas sexuales –que también–, existen problemas de represión o de falta de aceptación. Y que más vale aprender a situar los temas en su sitio si no queremos sucumbir ante el uso que socialmente se hace de lo que es o no correcto sexualmente hablando, ya que, en el fondo, la sexualidad es un ámbito estrictamente personal, y que compararnos con los demás para identificar si somos o no normales por el tipo de sexualidad que mantenemos, es una trampa mortal.

La sexualidad es como la personalidad o el carácter, única e intransferible. Mi tesis es que no existe en sí nada correcto o incorrecto en ella, salvo cuando no somos conscientes de que podemos hacer daño a otros o no somos congruentes con lo que sentimos sobre nosotros mismos. Pero, aun así, en este libro no encontrarás fórmulas para moralizar sobre los actos sexuales, cuáles son “buenos” o “malos”. El ámbito de mi reflexión será el experiencial, es decir, que veamos cuáles son las experiencias sexuales que nos permitimos o nos reprimimos. Y que, tras los llamados “problemas sexuales”, lo que creo que existen son enormes faltas de experiencia o de claridad con nosotros mismos. Por lo tanto, mi objetivo último es comprendernos mejor y sentir si actuamos bajo la libre elección o bajo creencias sociales –que no son propias– de cualquier tipo (de la cultura, los padres, los amigos o los programas de televisión).

Como psicólogo, he atendido infinidad de casos donde la sexualidad era la punta del iceberg de otras cuestiones internas, y he tratado problemas emocionales que tarde o temprano implicaban el sexo como carencia, exceso o pretexto. Asimismo me he dado cuenta de que en el sexo, como en la vida afectiva y de relaciones, el denominador común suele ser la mentira más que la verdad. Por una serie de mecanismos psicológicos y culturales que iré revelando, la verdad en temas sexuales se presupone, pero se impone la falta de claridad, la ambigüedad, lo confuso antes que la sinceridad y la verdad. La verdad no es para mí un absoluto, sino la verdad personal que normalmente viene disfrazada de emociones: quien te gusta te gusta (pero si estoy en pareja lo niego), si tu pareja te hace algo y te duele, a lo mejor lo disimulas o embelleces cuando, en el fondo, estás realmente enojado por ello; si sientes atracción sexual por algo que la sociedad censura (el sadismo, por ejemplo), no te lo permites o lo vives de manera privada y con altas dosis de culpabilidad… Y todas estas situaciones no excluyen que haya seres humanos que vivan su sexualidad de manera gozosa, abierta y transparente.

Mentira quiere decir muchas cosas. Quiere decir que digo una cosa, pero quiero otras: digo que me gustas, cuando lo que quiero es tu dinero; digo que busco sexo, cuando lo que deseo es que me quieran; digo que quiero quedar contigo, pero no estoy dispuesto a moverme de mi sitio si no eres tú quien viene a verme; digo que quiero una pareja exclusiva, cuando lo que deseo es ser el centro de las miradas de varias personas a la vez…

No censuro la mentira. Lo que censuro es la censura sobre la mentira, que la neguemos cuando la hay. Lo que quiero señalar es que la mentira no reconocida nos convierte en manipuladores: manipular quiere decir hacernos creer a nosotros una cosa cuando nuestro objetivo es otro. Y manipular es hacer creer al otro que estamos en una relación sexual (de pareja o no) con un objetivo que a lo mejor ni nosotros mismos nos lo creemos: Por ejemplo: «Estoy contigo porque me siento mayor, no es que me encantes, pero ya no voy a encontrar a nadie mejor que me quiera».

Digo, por lo tanto, que las trampas y engaños son los mejores detectores de nuestros verdaderos deseos. Que no es malo observar que nuestra mente y nuestro corazón tienden a ocultar lo que verdaderamente quieren. Y que sólo a través de darnos cuenta de cómo en realidad funcionamos en el sexo y en nuestras relaciones, podremos avanzar en las oportunidades que el sexo y la vida nos ofrecen. Es decir, mi método de investigación en estas páginas será el de traspasar las sombras del sexo para vislumbrar la luz y aprovechar la expansión sexual como excusa para crecer y ser. De ahí que me centre –como forma de argumentar los temas– en las dificultades y las carencias de quienes son protagonistas de los múltiples casos que voy exponiendo.1

Cuando elaboremos nuestras propias experiencias y sintamos que hacemos lo que es congruente con nosotros mismos, entonces podremos empezar a hablar de libre elección. Sólo entonces. Y este principio es aplicable –más allá de la sexualidad– a cualquier dimensión del ser humano. Pero, mientras tanto, tenemos un largo camino que recorrer hasta aprender que:

La solución que propondré en este sentido es el camino de la progresiva autoaceptación, para así aumentar nuestra conciencia y nuestra autonomía en la vivencia del sexo. O lo que es lo mismo, no necesitamos depender de los demás para saber lo que es sexualmente afín a nosotros. El lugar de los demás es el de compartir con ellos lo que sentimos, pero no el de pedirles permiso para ser y actuar como somos.

La sexualidad nos enfrenta con la más absoluta ignorancia sobre lo que somos. Es más, el tema es que no sabemos que, por encima de todo, somos. Nuestra cultura y sociedad no preguntan quién eres sino que tienden a formular más bien qué eres. Y si preguntan quién eres, es para situarte en la zona de peligro de lo que representas como amenaza.

Parto de la siguiente base: decir que soy un psicólogo y un hombre y dar algunos detalles más de identidad que pueda sobre mí no responde a la pregunta de quién soy. Esos detalles sólo describen lo que hago y cómo me comporto profesionalmente, y se pueden intuir mis gustos y tendencias en base a esos detalles. Pero esos datos no revelan una cosa que denominaré el Ser.2

El Ser es lo que realmente se esconde tras mis títulos profesionales, mi sexo biológico, mis relaciones afectivas o ser hijo de quien soy. Una manera de acercarme a Ser es reconocer lo que hay dentro de mí que me hace sentir que lo que voy viviendo tiene que ver conmigo. Y ello lo sé a través de mis elecciones, gustos, aspiraciones, deseos, atracciones, relaciones, experiencias, valores propios… Ser es el punto de unión de mi aceptación en todos los ámbitos de la vida. Ser es la conciencia de decidir con responsabilidad y elegir en consecuencia. Ser es estar presente en lo que vivo. Ser es hacer coincidir lo que pienso con lo que hago. Hay muchas metáforas sobre Ser.

Y precisamente el sexo suele ser una de las experiencias que más se usan como identificación de lo que soy: soy heterosexual u homosexual; cuando hago lo que quiero sexualmente, me siento que soy yo; si no lo hago, no lo soy tanto; el sexo me hace sentir lo que otras experiencias no son capaces de darme…, o el sexo no me da nada. Pero eso tampoco es Ser, aunque es una manifestación más que puedo aprovechar para llegar a ello.

Si, en realidad, sólo tenemos una pequeña idea de quiénes somos…, entonces no es de extrañar que el sexo genere tantos estragos, placeres, dolores y temas como genera. Si no sabemos quiénes somos, ¿cómo vamos a saber lo que de verdad nos gusta sexualmente o cómo hacemos el amor?, ¿cómo vamos a pedirlo?, ¿cómo vamos a permitírnoslo?, ¿cómo vamos a comunicarnos sexualmente con otras personas de una manera franca y abierta?

Como iré sugiriendo, el sexo consciente y libre es puro movimiento. Pero nuestra cultura estatiza el sexo: lo cuadricula, lo denomina, lo necesita clasificar, lo necesita ubicar en un espacio y tiempo determinado (sexualidad en pareja, sin pareja, desviaciones, lo que está bien, lo que no, lo que sobra, lo que falta…). Cuando resulta que, en último término, el desequilibrio3 es la base de la vida. ¿Y quién se traga ahora que la vida es pura inestabilidad, que sin movimiento no hay vida…?4 cuando a lo que asistimos social y financieramente es a un contexto en el que se nos vende la seguridad, el control y la estabilidad como valores deseables y se propone invisiblemente que ser maduros es ser estables y evolucionados?

Pero la evolución es precisamente lo contrario: permanente cambio. Si hay algo permanente en esta vida, es el cambio. Y aquí el sexo es el maestro de los maestros: el sexo nos une al descontrol percibido, se expresa en el código del sentir y no del pensar (aunque hay gente que lo piensa y les funciona). En nuestra cultura parece que plantear temas sexuales es una invitación a salir de los límites que dan la aparente seguridad de las latas en conserva en las que algunas personas nos hemos convertido. Y a la que le pedimos al sexo conservación, éste se desborda de mil maneras: en formas de amantes, de necesidad de más experiencia, de más riesgo, de más personas, de más energía, de más vida, de más, de más… Porque para muchas personas sólo el sexo es la señal de conexión con la vida o al menos depositan en él su máximo nivel de expresión y sensibilidad. Eso sucede porque no saben que la vida profesional o social también puede expandirse –como el sexo–, y viven sus trabajos de manera aburrida y sometida. Y las relaciones familiares con tedio y rutina.

Éstas son, por lo tanto, las coordenadas de las que partiré (ser sexuales como una manera de crecimiento personal) y el espíritu que me acompaña es el de cuestionar cada aspecto de nuestra visión de la sexualidad para favorecer la expansión de quienes así lo crean. O la censura de quienes así lo elijan.

1. POR QUÉ LA SEXUALIDAD ES UN TEMA QUE NOS PREOCUPA

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¡Sigue!

¡Más!

¡Sí!

¡Aah!

¡Ooh!

¡Síi!

¡Mmm... sigue!

¡Asiiií!

¡Ooh, ya!

¡Fuerte!

¡Ya llegoooo!

Mmmmmmm

¡La hooostia!

¿Qué tenemos en la cabeza cuando hablamos de sexualidad? ¿Son la excitación sexual y el orgasmo los ejemplos más estereotípicos de la imagen mental que tenemos de sexualidad? Cuando hablamos de relaciones sexuales, ¿nos imaginamos solos o acompañados? ¿Qué es el sexo para nosotros, para ti, para mí? ¿Lo que haces con los genitales? Si los genitales no intervienen, por ejemplo, cuando tocas a una persona, ¿llamas a eso sexualidad? ¿Dónde sitúas el límite entre lo que consideras sexual y lo que no lo es?

He querido empezar este capítulo con lo que considero un símbolo personal de mi imagen mental sobre la sexualidad, la excitación genital con orgasmo incluido.5 Y te animo a que encuentres tu propia imagen mental de lo que son tus impresiones y símbolos sexualmente hablando. Creo que son tremendamente personales y subjetivos, si bien hay aspectos culturales que son dignos de mención: en nuestra cultura el sexo es un tema que nos preocupa, al igual que el dinero, la pareja o la salud. Y por ello le dedicamos tiempo y espacio. Veamos.

Piensa en la respiración… O en el acto diario de abrir y cerrar los ojos. ¿Hablas con tus amigos de los problemas de respiración, de cómo respira ésta o aquella persona? ¿Dedicas tiempo a comentar con tus familiares cómo parpadeas o cuál es el modo de deglutir los alimentos dentro de tu estómago? Creo que no, que sería absurdo emplear tiempo en hablar de todo eso. Pero en lo que respecta al dinero, a la pareja o al sexo podemos pasarnos horas hablando de ello. Lo cual creo que tiene sus explicaciones.

Dicen las estadísticas que el sexo es uno de los negocios mundiales que más movimiento acarrea tras las armas, las medicinas y la muerte. Que en Internet es, junto a dinero, de las palabras más solicitadas en los buscadores. Que de los chistes al uso más del 60% hacen alusión a temas sexuales. Que gran parte del ocio se dedica a sexo. Y que el sexo es causa de emociones mil: envidias, celos, rabia, impotencia, frustración o decepción. E incluso parece que se ha sobrevalorado. ¿Hay algo más presente que el sexo en la vida? Sí, la falta de sexo. Porque cuando algo falta, precisamente se convierte en un tema. Y esto es lo que hace que, de algo que forma parte intrínseca de la vida, hagamos algo excepcional que no lo es.

Mi hipótesis es que el sexo es un tema que nos preocupa porque no lo hemos vivido como una parte más de la vida, sino que lo hemos separado, relegado a un lugar más bien prohibido. Lo hemos escondido o incluso apartado de la vida, tratándolo a veces con cierta vergüenza o incomodidad; es como si, cuando tenemos una herida en un dedo, nos lo cortásemos para que no se vea la sangre, creyendo que así se puede eliminar la herida. Pero el hecho de haberlo relegado a un lugar escondido nunca significó que dejara de existir, sino todo lo contrario. Existe una ley psicológica que funciona más o menos así: te atas a aquello que evitas u ocultas.

¿Te has preguntado alguna vez por qué –y hasta hace muy poco– en los colegios no había un asignatura que se llamara sexualidad? Hemos estudiado matemáticas, lengua, sociedad, ciencias, algo de educación física y nada de relaciones entre personas, maneras de ser feliz, desarrollo personal o sexual. Tampoco en las familias se han abordado estos temas con naturalidad y espontaneidad. ¿Le has preguntado alguna vez a tu madre o a tu hijo qué le gusta en la cama, si disfruta con la felación o si ha probado la penetración anal?

Entiendo que menos aún habrás preguntado a ningún padre de un amigo con cuántas mujeres ha tenido relaciones sexuales o si, siendo aparentemente una persona heterosexual, ha probado el sexo con hombres. ¿Te imaginas la cara que pondrían? En cambio, nos parece lo más normal del mundo preguntarle cuántos coches ha tenido o tiene, o si ha probado correr a doscientos kilómetros por hora.

En los libros de texto que estudian los niños en las escuelas, al tratar la vida de los animales se suele decir que los seres vivos nacen, se reproducen y mueren. Se habla de reproducción, sí, pero de manera no sexualizada: en las páginas de estos libros hemos podido ver fotos de animales naciendo, pero raramente de animales copulando; el sexo, al igual que la muerte, no se suele tratar con claridad. De ahí que quizás el sexo y la muerte en los animales represente cierto tabú, sencillamente porque primero lo es en los humanos. ¿Cómo es posible que partes fundamentales de la vida –el sexo y la muerte– no se enseñen a los niños en las escuelas?

No tenemos ningún inconveniente al hablar del tiempo, de la guerra de Irak o de lo que nos gusta comer. De unas cosas se habla con naturalidad, de otras no. Fíjate entonces: el sexo es un tema que no es público, que se relega a la intimidad (y a veces ni siquiera eso), es un tabú, un ámbito en el que las personas no se suelen sentir libres de decir, comentar o compartir lo que sienten y desean. Y en cambio es algo que nos pertenece, que llevamos puesto. Puedo ser el hombre más pobre de la tierra por la razón de que no tengo dinero, pero el sexo lo llevo encima, es mío, me pertenece. Nadie me lo puede arrebatar. Se pueden robar el dinero o las posesiones externas. Pero nadie me puede robar el sexo. El sexo es mío, va conmigo; pero en cambio su uso y disfrute –y menos aún el hablar con libertad de ello– son aún algo extraño e incluso obsceno.6 Tener dinero es algo externo, pero la sexualidad está con nosotros, no tenemos que comprar nada para tener pene o vagina,7 aunque seamos pobres tenemos genitales. ¿Por qué entonces, de algo que nos pertenece y que es nuestro, hacemos un tema aparte, un tema que no abordamos, pero del que no podemos desprendernos?

Podemos hablar impunemente de las guerras –que para mí serían cosas más obscenas que el sexo–, de los muertos de hambre en el mundo, de las catástrofes, pero entrar en temas sexuales con la misma naturalidad y frescura con la que tratamos estos temas puede considerarse incómodo. Hemos asociado lo sexual a lo obsceno, como si lo que tiene que ver con nuestros genitales, con el deseo sexual de otras personas, con el uso del placer físico, fuese algo indigno, malo o perverso; cuando no hay nada perverso en ninguna de nuestras manifestaciones como seres humanos.

Hagamos un experimento: lee las frases que aparecen a continuación de la siguiente manera: primero una frase de la columna izquierda y luego su correlativa de la derecha. ¿Cómo te hacen sentir? ¿Tienes reacciones diferentes ante ellas?

Me gusta tocarme un dedo Me gusta tocarme los genitales
Me gusta el helado de fresa Me gustan las tetas grandes
Disfruto paseando Disfruto chupando el pene de mi chico

En todas las frases estamos hablando de cosas que hacemos o de gustos, pero parece que abordar los gustos que no hacen referencia a lo sexual y hacer referencia a ciertas partes del cuerpo o al sexo conllevan dos percepciones diferentes. Y son diferentes en cuanto a nuestras reacciones y cómo nos hacen sentir el decir o escuchar este tipo de declaraciones ¿Por qué no hablamos con el mismo tono emocional de ambas cosas? Tanto en unos casos como en otros estamos sencillamente describiendo lo que hay, lo que sentimos o lo que nos gusta, ¿dónde está entonces la diferencia? En nuestros juicios o en nuestras dificultades o no para hablar con la misma claridad de un tema u otro. Parece que hablar de los gustos sexuales –y más aún en un espacio público– es incómodo, raro, extraño, malsonante o incluso provocador según quién tengamos delante.

¿Por qué hablar de tocarse un dedo no genera ninguna reacción, pero hablar de tocarse los genitales sí puede provocarla? ¿Qué me dices de la diferencia entre «Me gusta el helado de fresa» y «Disfruto chupando el pene de mi chico»? ¿Dices ambas cosas con la misma libertad, o más bien, en lo que respecta a la segunda, eliges dónde y cómo decir algo así, o incluso ni te permites reconocerlo? O puede que expresar que te encanta masturbarte por la mañana te cause rubor y te avergüence reconocerlo ante ti mismo o los demás.

¿Por qué una rodilla no es un tema de conversación y los senos, la vagina o el pene sí lo son? ¿Qué tienen los genitales que no tiene la rodilla? ¿Hay algo malo en el pene, que lo haga más indigno que un brazo, cuando ambos son parte del cuerpo? ¿Lo explica el hecho de que la rodilla está más abajo que los genitales? No, porque los pies aún están más abajo y no son un tema de preocupación como lo puede ser el culo. ¿Es cuestión de estar más arriba o más abajo?

Claro que no. Las razones por las que el sexo es un tema diferente al de la rodilla son diversas, además de apasionantes, y tienen que ver con nuestra historia, nuestra educación, la cultura y la moral en la que vivimos, además de con las creencias que tenemos sobre cada cosa. Y también es importante el propio concepto de lo que creemos que es la familia, el uso del sexo fuera o dentro de ella y lo que consideramos prohibido o permitido.

Cuando no queremos hablar de sexo, el sexo se convierte en un tema inquietante

–Papá, ¿te gusta mamá?

–Claro hijo, la quiero mucho.

–Me refiero a si te atrae sexualmente.

–¡Qué cosas dices, claro!, ¿cómo no me va a gustar…?

–¿Y disfrutas con ella en la cama?

–Bueno…, ¿a qué viene este interrogatorio?

–Me preguntaba si deseabas a mamá, eso es todo.

–Pues es mi esposa, ¿cómo no la voy a desear?

–Vale, perdona…

Cuando hablamos de sexo con naturalidad, el sexo se convierte en un tema más de conversación

–Papá, ¿te gusta mamá?

–Sí, es un tipo de mujer que me gusta.

–¿Te atrae sexualmente?

–Antes más que ahora.

–¿Y disfrutas con ella en la cama?

–Ha habido períodos que no, pero ahora me lo paso bien.

–¿La deseas?

–Sí, aunque me he dado cuenta de que también deseo a otras personas.

–Bien, a mí me pasa lo mismo…

¿TIENE EDAD LA SEXUALIDAD?

Observemos las siguientes situaciones:

Situación 1

Una madre vino asustada a mi consulta diciendo que su hijo de dos años había tenido una erección, que si era normal, que estaba muy preocupada porque no sabía si eso era signo de perversión sexual.

Análisis de la situación

Lo que no sabía la madre es que lo que no era normal era su visión de las cosas, que veía anormalidad en su hijo cuando la propia vivencia de la sexualidad es un proceso natural, evolutivo y símbolo de desarrollo. Posiblemente dado que ella no tenía una vivencia natural de su sexualidad pensó que la excitación de su hijo era algo enfermizo. Pero el problema no estaba en la erección de su hijo, sino en la mente ignorante de la madre.

Situación 2

Una profesora de 65 años conoce en un congreso a otro profesor de 35 años con el que comparte un equipo de trabajo en un debate. Tras tres días de intercambio siente que desea sexualmente a quien es más joven que ella, pero considera que debe alejarse de él porque la relación sería imposible debido a la diferencia de edad.

Análisis de la situación

Para ti ¿esta profesora es una vieja verde8? ¿Por qué ha de abandonar la posible vivencia de que se siente atraída por alguien más joven que ella? La propia mujer tiene en la cabeza un esquema de normalidad que le hace sentirse culpable de lo que desea cuando es cierto que lo desea. ¿Están reñidos el sexo con la edad cuando ambas personas son adultas? Lo peor que podría pasar es que ella le exprese a él que lo desea y que él le diga que no es mutua la atracción. Pero el problema es que nuevamente aparece el tema de la supuesta normalidad ante la vivencia del deseo sexual.

Moraleja: en cuestiones de sexo lo normal no explica nada.

Siguiendo los casos anteriores, con la idea de querer ser normales los padres pueden entrar en contradicción con el proceso natural y evolutivo de la propia sexualidad de sus hijos. Y puede parecer que las personas mayores entonces no pueden sentir deseos sexuales libremente, salvo con gente de su edad o, si no, deben prescindir del sexo.

Por lo tanto, otro aspecto asociado a que la sexualidad es un tema comprometido es el de la edad. Igual que no dudamos que los niños respiren cuando son niños o que tengan hambre porque están vivos, ni dudamos que los ancianos –aunque sean personas mayores– siguen usando sus pulmones para inspirar el aire y tienen hambre como cuando eran niños, ¿por qué dudamos –o incluso negamos– que los niños o las personas mayores tengan sexo? Socialmente, la sexualidad parece haberse relegado a una edad determinada: ¿entre los 18 y los 50 años quizás? A quien tiene sexo más allá de los 60 los libros y manuales de psicología le dedican poco espacio. Incluso –como he indicado antes– tenemos expresiones con connotaciones negativas sobre los viejos verdes, aquellos señores (porque hablar de viejas verdes es más extraño, ¿no?)9 que van con chicas más jóvenes que ellos, o aquella expresión que dice «Se te ha pasado el arroz», como si hubiese un determinado momento para usar el sexo. Y ello no quita que la sexualidad en personas mayores pueda expresarse sin recurso a la genitalidad, sino de forma más global o sensitiva.

Una explicación de por qué se dan estas situaciones es el hecho de asociar exclusivamente sexo a tener hijos (a la reproducción), por lo que, como ni los niños ni los ancianos pueden reproducirse, el sexo tiene que ser algo extraño en ellos. Pero esto es sólo una cuestión de creencias, cosas que las personas dan como bueno o malo en un momento histórico, pero que no tienen por qué ser así.

O dicho de otra manera, creo que la base de estas situaciones que hacen que la sexualidad sea un tema aparte se halla en estereotipos y prejuicios que se explican desde factores culturales, económicos y sociales.

Propondré unas ideas que espero que sirvan para el debate y la confrontación personal. No tenemos por qué estar de acuerdo con lo que sigue, pero lo planteo para que cada persona elabore su propia teoría al respecto.

LO QUE ES SEXO Y LO QUE NO LO ES

En cuestiones de sexo, la percepción subjetiva es el criterio preponderante de discriminación. ¿Has pensado que la palabra sexo invita a introducirnos sin darnos cuenta en un ámbito prácticamente inconsciente que, ahora que lo digo, es casi imposible de definir? Sencillamente sucede que la percepción se dispara… como si entrase en un espacio indefinido o innombrado, pero no porque sea innombrado deja de estar ahí.

Propongo que sexo es un ámbito, un espacio, una dimensión mental, de sensaciones físicas y/o emocionales en el que se entra –o no se entra– a través de las palabras, la visión, el tacto, el oído, el gusto o el olfato… Los cinco sentidos nos pueden disparar la entrada en esa dimensión sentida –pero casi desconocida– a veces más allá de nuestro control, pero tremendamente vívida y reconocida a nivel inconsciente. Cualquier estímulo de la vida puede hacernos entrar en la vivencia de aquello que para nosotros es sexo o no lo es. Y a lo mejor la vivencia de muchas personas es la ausencia de sensaciones al respecto.

Un olor de perfume, el gusto de un alimento que te recuerda la boca de alguien a quien has besado, el tacto de una sábana que te hace sentir placer…

Cada cual le llama sexo a lo que se desencadena en él de una manera consciente o inconsciente, casi sin darse cuenta a veces. Hay personas que responden que “el sexo soy yo”, pero otros sienten que “el sexo está aparte” o es una parte de la vida. Hay seres humanos que lo conciben como algo integrado y otros como algo separado. En definitiva, sexo es lo que tú decides y sientes que es. Y tú puedes investigar cómo se expresa y surge dentro de ti.

¿Se puede decir que dentro de ti existe ese espacio que evoca sensaciones sexuales y que esas sensaciones empiezan en un punto determinado? ¿Empieza y acaba, o siempre está ahí? ¿Cómo te das cuenta de que eres sexual? ¿Lo eres o no lo eres? Hay personas para las cuales todo es sexo y otras para quienes nada lo es. ¿Cuál es tu situación?

Sugiero que existe una especie de umbral interior (para lo que iré dando datos para facilitar una investigación personal) que dirime, en un momento dado, en una situación dada, lo que para cada uno es sexo o no lo es.

¿En dónde vemos o sentimos el sexo?, ¿dónde está tu percepción del sexo? ¿En la excitación sexual?, ¿en el placer?, ¿en todo el cuerpo o en algunas partes concretas?, ¿en el punto en el que se acaba el daño o empieza el daño?, ¿en el momento en que te desinhibes y todo fluye dentro de ti?, ¿en una obligación a la que responder en función de quién tienes delante? ¿Es un espacio permanente o a veces lo que en un momento es sexo en otro diferente ya no lo es? ¿Dónde comienza para ti lo que percibes y empiezas a llamar sexo? ¿Qué situaciones o circunstancias –cosas que ves o sientes– se acoplan para ti a lo que en tu manera de ver se trata de sexo?

Unos pueden ver sexo estrictamente en la penetración o el sexo anal, o en hacer una orgía o hacer el amor con su pareja; otros, en el modo de caminar de un hombre o una mujer que les gusta físicamente, en el contoneo de un cuerpo, en la simple visión de las nalgas de una mujer mientras pasea por la calle o en los genitales de un hombre apretados en el pantalón. Otros pueden ver sexo en cada manifestación de la vida, en una boca con labios carnosos, o en la gota de agua que destila de esos labios después de beber. Otros pueden sentir que entran en su dimensión sexual cuando están cerca de una persona que les recuerda a un amante que hace tiempo que no ven. Para otros el sexo puede ser una manera de compadecerse de un ser humano o el único modo de relacionarse. Hay quienes sólo se vinculan a través del sexo y aquéllos que lo último que harían es ver sexo cuando de personas se trata. Y dicen de santa Teresa de Jesús que entraba en éxtasis con Cristo… ¿Era eso sexo?

El ámbito del sexo es libre, personal e intransferible. No guarda lógica objetiva alguna, si bien está sometido a las historias personales y los condicionamientos culturales. Pero aunque un grupo de personas que pertenecen al mismo grupo social y cultural hayan sido educadas en las mismas pautas de comportamiento, las vivencias y sensaciones con relación al sexo son tremendamente diferentes. Y eso no excluye que las mismas cosas puedan hacernos sentir o vivir lo mismo a muchas personas.

Pero si llegamos a ejercer la libre elección y emprendemos un camino de investigación personal sobre nuestra sexualidad, podremos comprobar que nuestras maneras de vivir y sentir el sexo a veces responden a patrones ajenos a nuestra voluntad, que somos presas de automatismos y dinámicas casi involuntarios… Que estamos prácticamente programados para responder de manera inconsciente a lo que se suele considerar un símbolo sexual en general, sin haber accedido a la oportunidad de vivir el sexo que realmente queremos para nosotros. Imagina que nunca te hubiesen contado nada acerca de prácticas sexuales ni hubieses visto películas o revistas eróticas o pornográficas, ni hubieses visto a nadie practicando sexo, ¿cómo expresarías tu sexualidad sin comparaciones ni clichés anteriores?

Existe además una perspectiva evolutiva en la percepción del sexo: para un adolescente el sexo suele tener connotaciones estrictamente asociadas a las prácticas sexuales relacionadas con los genitales (masturbación, felación y, sobre todo, penetración), mientras que en edades adultas –si se han vivido etapas genitales–10 tenemos más probabilidad de que el sexo se viva como algo más global o dimensional; más allá de las prácticas sexuales que involucran genitales hay personas que buscan la sensualidad en gestos, caricias, tacto, reconocimiento del otro, miradas, si bien estos datos no dejan de ser generalidades que a lo mejor sientes que no te representan.

EL PROPIO UMBRAL INCONSCIENTE DEL SEXO

A través de los sentidos puedes tener pautas específicas para reconocer tus entradas y salidas del espacio que estamos denominando sexo. ¿De qué color es el sexo cuando surge como sensación, idea, intuición o expresión en ti?

¿Te evoca sexualmente alguna de la siguientes situaciones?

¿Es sexo lo que ves? ¿Es sexo lo que tú haces con tu cuerpo? ¿Es sexo lo que hacen los demás cuando tú lo ves? Y cuando no lo ves, ¿sigue teniendo valor de sexo para ti en tu cabeza? ¿Es sexo para ti lo que hace un exhibicionista o –según tus propios criterios– eso entra ya en la mala educación? ¿Es sexo la paz o la energía universal? ¿Podemos hacer el amor con el universo y a ello lo podemos denominar sexo? ¿Dónde está tu umbral? ¿Dónde empiezas y acabas en cuestiones de sexo? ¿Dónde empiezas y acabas tú? ¿Acabas en algún momento o quizás nunca empezaste?

2. LO QUE HAY DETRÁS DE QUE EL SEXO SEA UN TEMA APARTE

Quiero proponer en este capítulo dos razones básicas de por qué la sexualidad es un tema que no se trata con la misma naturalidad que otros temas en nuestra cultura. Estas razones son: primero, el origen de las familias, en las que el fin básico del sexo ha sido culturalmente el de la reproducción, y segundo, lo que llamaré de manera general la represión sexual. Y sugiero por lo tanto que la consideración social del sexo que tenemos (la distinción entre cosas permitidas y cosas prohibidas) es sólo una de las alternativas posibles. Así pues, todas las posibilidades son reales –y no las juzgo como buenas o malas–; es decir, todas las posibilidades existen, se dan. Cualquier manifestación sexual es en sí posible. Para hablar de lo normal o anormal de unas determinadas prácticas sexuales, hace falta entenderlas en el contexto en el que se producen y referirlas al propósito al que sirven. Veamos:

Estar desnudos en un espacio público es una práctica normal en algunas tribus de África o Nueva Zelanda,11 pero en las calles de las ciudades de España, México o Estados Unidos se considera anormal.

En algunas tribus12 el cuñado puede relacionarse sexualmente con la esposa de su hermano cuando éste no está. En nuestra cultura llamaríamos a eso “ponerle los cuernos” y sería anormal y hasta una traición.

En países árabes existe como pauta cultural admitida la poligamia (un hombre puede tener varias mujeres), pero no en nuestra cultura.

No entro en este momento a debatir lo justo o injusto de las prácticas sexuales. Eso queda de tu cuenta. Creo que tales prácticas responden a un propósito, aunque parezca mentira. Y, lejos de justificar las prácticas, planteo que hemos de entender que todo lo que hemos creado sirve (justamente o no) para algo, y que la utilidad de ese algo la alimentamos todos con nuestro consentimiento. Creo que existe un principio de la motivación humana básico y primordial: cualquier persona tiene una razón para hacer lo que hace, si no, haría otra cosa.13 Y la consecuencia de este planteamiento a nivel cultural sería la siguiente:

Cualquier práctica (sexual o no) responde a un objetivo. Cuando el objetivo ya no tiene sentido, deja de existir la práctica.

Prácticas que hace tiempo tenían vigencia ya no la tienen (menos mal). Lo increíble es que aún nos extrañemos de que seamos machistas o racistas, cuando todavía existen objetivos ocultos en muchas de nuestras prácticas. Y además las prácticas evolucionan, nunca permanecen. Por ejemplo:

Los propósitos o los objetivos tienen que ver con el desarrollo de creencias. Así pues, los grupos desarrollan creencias compartidas que a veces pueden ser justas o no para todos. Pero ahí están, son creencias. Y las creencias se pueden cambiar. Ésta es la buena noticia. Responden a un período determinado y un contexto cultural determinado, pero no te obligan a nada, salvo que tú quieras responder al mismo propósito al que sirven.

Una creencia muy compartida en la sociedad afgana es el uso del burka. Otro ejemplo significativo lo tenemos en la Euro­pa del siglo XIX con el veto del voto a las mujeres. El cambio de esta creencia vino cuando un grupo de personas de la misma cultura empezó a pensar que el propósito podía ser diferente y que el control económico se podía compartir entre hombres y mujeres, y los movimientos feministas empezaron a hablar de que las creencias eran injustas y beneficiaban sólo a una parte de la realidad: los hombres. Y sobre el tema de la pena de muerte probablemente algunas personas comenzaron a cuestionar su propósito: se empezó a creer que todos los seres humanos tenían derecho a la vida (no entro a juzgarlo) o que el orden social se rompía independientemente de que se matara o no a personas que se consideraban asesinos. Y lo que inicialmente creían sólo unos cuantos se fue extendiendo hasta producir el cambio de la costumbre cultural. Ese tipo de cambio masivo de costumbres se convierte más tarde en cambio social. Es evidente pues que, con la experiencia, una creencia que da lugar a pautas de comportamiento puede cambiarse e ir creando nuevos comportamientos.

Todo lo que hacemos con nuestra sexualidad –y en general con la vida– responde a creencias, ya sean propias, de los demás o de la cultura en la que vivimos. De tal modo que, cuando a alguna persona de un determinado grupo se le ocurre practicar algo en lo que no cree el resto de personas de ese grupo, a esta persona o grupo se les mira inicialmente como diferentes e incluso como anormales y se convierten en un punto de mira.

¿Qué es aquello a lo que llamamos lo normal?

Un invento transitorio (en tanto que evoluciona históricamente) y que sirve para provocar la unión de un grupo de personas frente a otro grupo de personas que no creen lo mismo.14

Puedes creer sin lugar a dudas lo que tu sociedad piensa (amigos, familia, grupos de influencia), pero ésa no es la única alternativa. Si no compartes esas creencias, estarás ejerciendo un acto de libre elección. Por ejemplo, ante la debatida creencia de si se pueden o no casar personas homosexuales entre sí, ¿cuál es tu creencia? Observa si socialmente la creencia sirve a un propósito y verás cómo, en el fondo, toda polémica humana tiene siempre una explicación que afecta a lo económico, lo cultural o lo moral. Y estos factores son cambiantes y relativos. No fue igual en todas las épocas.

Propongo que nuestra sexualidad es la que es porque se basa en un sistema de familias (que sería diferente, por ejemplo, a grupos de personas todas ellas juntas sin tener por qué compartir lazos de sangre) que mantiene como normales la monogamia15 y la heterosexualidad.16