PRIMERA CHARLA EN EL ROBLEDAL

Pienso que es muy importante que seamos sumamente intensos. Los que vienen a estas asambleas, y aquéllos que concurren a distintas reuniones de esta clase, creen que son muy serios e intensos. Pero me gustaría averiguar qué entendemos por ser intensos, serios. ¿Es intensidad, revela seriedad ir de un conferenciante o charlista a otro, de un líder a otro, de un maestro a otro, acudir a diferentes grupos o pasar por diferentes organizaciones en la búsqueda de algo? Así, pues, antes de que empecemos a averiguar qué es ser intenso, debemos averiguar, sin duda, qué es eso que estamos buscando.

¿Qué es lo que busca la mayoría de nosotros? ¿Qué es lo que cada uno de nosotros desea? Especialmente en este inquieto mundo donde todos tratan de hallar alguna clase de paz, de felicidad, algún refugio, es importante, sin duda, averiguar qué es lo que intentamos buscar, qué es lo que tratamos de descubrir. Probablemente, casi todos ustedes buscan alguna clase de felicidad, alguna clase de paz; en un mundo dominado por la confusión, por guerras, disputas, luchas, ansiamos un refugio donde pueda haber cierta paz. Pienso que eso es lo que la mayoría de nosotros desea. Y así lo perseguimos, yendo de un líder a otro, de una organización religiosa a otra, de un maestro a otro.

Ahora bien, ¿es felicidad lo que estamos buscando, o lo que buscamos es alguna clase de satisfacción, y de ella esperamos obtener la felicidad? Por cierto, hay una diferencia entre felicidad y satisfacción. ¿Podemos buscar la felicidad? Quizá podamos encontrar satisfacción, pero no podemos encontrar la felicidad. La felicidad es, ciertamente, derivativa; es un producto derivado de alguna otra cosa. Por lo tanto, antes de dedicar nuestrar mentes y nuestros corazones a algo que exige muchísima intensidad, atención, reflexión, cuidado, debemos averiguar qué es lo que estamos buscando, si es felicidad o satisfacción. Queremos sentirnos gratificados, queremos encontrar un sentido de plenitud al final de nuestra búsqueda.

Y bien, ¿por qué vienen ustedes a estas reuniones? ¿Por qué se sientan todos aquí y me escuchan? Sería muy importante des-cubir por qué me están escuchando, por qué se toman para ello la molestia de acudir desde grandes distancias en un día tan caluroso como éste. Y, ¿qué es lo que escuchan? ¿Tratan de hallar una solución para sus dificultades, y por eso van de un conferenciante a otro, y pasan por diversas organizaciones religiosas y leen libros, etcétera, o tratan de descubrir la causa de toda la aflicción, la desdicha, las contiendas y las luchas. Por cierto, eso no requiere que lean tanto, que deban asistir a innumerables reuniones o ir a la búsqueda de maestros. Lo que eso requiere es claridad de propósitos, ¿no es así?

Al fin y al cabo, si uno está buscando la paz, puede hallarla con mucha facilidad. Se entrega ciegamente a alguna clase de causa, a una idea, y allí se refugia. Eso, desde luego, no resuelve el problema. El mero aislarse y encerrarse en una idea no nos libera del conflicto. Debemos, pues, averiguar qué es lo que cada uno de nosotros desea, tanto interna como externamente. Si tenemos bien claro eso, entonces no tenemos que ir a ninguna parte, a ningún maestro, a ninguna iglesia, a ninguna organización. De modo que nuestra difiultad radica en estar claros internamente respecto a nuestro propósito. ¿Podemos estarlo? Esa claridad, ¿surge, acaso, por medio de la búsqueda, intentando averiguar lo que dicen otros, desde el más grande de los maestros hasta el predicador común de una iglesia a la vuelta de la esquina? ¿Tienen ustedes que acudir a alguien para descubrir? Sin embargo, eso es lo que hacemos, ¿verdad? Leemos innumerables libros, asistimos a numerosas reuniones y discutimos, ingresamos en diversas organizaciones intentando así encontrar un remedio para el conflicto, para las desdichas que reinan en nuestras vidas. O, si no hacemos nada de eso, pensamos que ya hemos encontrado; esto es, decimos que una organización en particular, un maestro en particular, un libro en particular nos satisface; en eso hemos encontrado todo lo que deseamos, y permanecemos cristalizados y encerrados en eso.

Así, pues, hemos llegado al punto en que nos preguntamos, con verdadera seriedad y profundidad, si la paz, la felicidad, la religión, Dios o como quieran llamarlo, puede llegar a nosotros por intermedio de alguna otra persona. ¿Puede esta incesante búsqueda, este anhelo, darnos ese extraordinario sentido de la realidad, ese estado creativo del ser, que adviene cuando de veras nos comprendemos a nosotros mismos? El conocimiento propio, ¿surge a través de la búsqueda, de seguir a alguien, de pertenecer a alguna organización en particular, de la lectura de libros, etc.? Después de todo, ésa es la cuestión principal, ¿verdad?, que mientras no me comprenda a mí mismo, no tengo base para el pensar, y toda mi búsqueda será en vano. Puedo evadirme hacia un mundo de ilusiones, puedo escapar de la contienda, el conflicto y la lucha, puedo venerar a alguien, puedo buscar mi salvación por intermedio de otra persona. Pero en tanto no me conozca a mí mismo, en tanto ignore el proceso total de mí mismo, no tengo base para el pensamiento, para el afecto, para la acción.

Pero lo último que deseamos es conocernos a nosotros mismos. No obstante, son los únicos cimientos sobre los que podemos construir. Antes de que podamos construir, antes de que podamos transformarnos, antes de que podamos condenar o destruir, debemos conocer bien eso que somos. Por lo tanto, es totalmente inútil salir a buscar instructores, gurúes, cambiar a unos y otros, practicar yoga, respiración, rituales, seguir a los grandes maestros y demás. No tiene sentido, aun cuando las mismas personas a las que seguimos puedan decir: «estúdiate a ti mismo», porque lo que somos, eso es el mundo. Si somos mezquinos, celosos, presumidos, codiciosos, eso es lo que creamos en torno a nosotros, ésa es la sociedad en la que vivimos.

Me parece, pues, que antes de emprender un viaje para encontrar la realidad, para encontrar a Dios, antes de que podamos actuar, antes de que podamos tener relación alguna con otro -lo cual constituye la sociedad-, es sin duda esencial que comencemos por comprendernos a nosotros mismos. Y considero que una persona seria es aquélla que se interesa por completo en esto antes que nada, y no en cómo alcanzar una determinada meta. Porque, si ustedes y yo no nos comprendemos a nosotros mismos, ¿cómo podemos, con nuestra acción, originar una transformación en la sociedad, en la relación, en cualquier cosa que hagamos? Esto no quiere decir, obviamente, que el conocimiento propio se oponga a la relación o se aísle de ella. No significa poner el acento en el individuo, el «yo», como opuesto a la masa u opuesto a otro individuo. Yo no sé si algunos de ustedes han emprendido seriamente el estudio de sí mismos, observando cada palabra y sus respuestas, observando cada movimiento del pensar y del sentir; sólo observándolos, estando conscientes de las respuestas corporales, viendo si actúan desde sus centros físicos o si actúan desde una idea, el modo como responden a las condiciones del mundo. No sé si alguna vez han investigado seriamente todo esto. Quizás algunos de ustedes hayan intentando hacerlo esporádicamente, como último recurso, cuando ha fracasado todo lo demás y están hastiados.

Ahora bien, sin conocernos a nosotros mismos, sin conocer nuestro propio modo de pensar y la razón de que pensemos ciertas cosas, sin conocer el trasfondo de nuestro condicionamiento y por qué tenemos ciertas creencias acerca del arte y la religión, acerca de nuestro país y nuestro prójimo, y acerca de nosotros mismos, ¿cómo podemos pensar con propiedad acerca de nada? Sin conocer nuestro trasfondo, sin conocer la sustancia de nuestro pensamiento y de dónde proviene, es indudable que nuestra búsqueda es absolutamente inútil, que nuestra acción carece de todo sentido, ¿no es así? Tampoco tiene sentido que uno sea americano o hindú o que tenga tal o cual religión.

Así, antes de que podamos descubrir cuál es el propósito final de la vida, qué significa todo lo que en ella ocurre: guerras, antagonismos y conflictos nacionales, toda la confusión que reina, etc., debemos comenzar con nosotros mismos, ¿no es así? Suena muy simple, pero es extremadamente difícil. Porque, para entendernos a nosotros mismos, para ver cómo opera nuestro pensamiento, debemos estar extraordinariamente alerta, de modo tal que, al irnos dando cuenta más y más de las complejidades de nuestro propio pensar y sentir, de nuestras propias respuestas, empecemos a tener una mayor conciencia, no sólo de nosotros mismos, sino de la persona con la que estamos relacionados. Conocernos a nosotros mismos es estudiarnos en la acción, que es relación. La dificultad está en que somos muy impacientes; queremos avanzar, queremos alcanzar un objetivo, y así no tenemos ni el tiempo ni la ocasión de darnos la oportunidad de observar, de estudiar. O bien nos hemos comprometido en diversas actividades -ganarnos la vida, criar a los hijos-, o hemos asumido ciertas responsabilidades en distintas organizaciones; nos hemos comprometido tanto de diferentes maneras, que difícilmente podemos tener tiempo alguno para reflexionar sobre nosotros mismos, para observar, estudiar. Así, pues, la responsabilidad de la acción depende de uno mismo, no de otro. Y, como sucede en Norteamérica y en todo el mundo, el seguimiento de gurúes y de sus sistemas, la lectura de los libros más recientes sobre esto y aquello, me parece completamente vacuo e inútil; ustedes podrán recorrer toda la Tierra, pero tendrán que volver a sí mismos. Y, como la mayoría de nosotros lo ignora todo con respecto a sí misma, resulta sumamente difícil comenzar a ver con claridad el proceso de nuestro pensar, sentir y actuar. Y eso es lo que voy a considerar durante mis charlas de las próximas semanas.

Cuanto más se conoce uno a sí mismo, tanta más claridad hay. El conocimiento propio no termina jamás; uno no alcanza un logro, no llega a una conclusión. Es un río infinito. A medida que uno lo estudia, que lo investiga a una profundidad cada vez mayor, va encontrando la paz. Sólo cuando la mente está tranquila -gracias al conocimiento propio y no mediante una disciplina autoimpuesta-, sólo entonces, en esa serenidad, en ese silencio, puede manifestarse la realidad. Únicamente así puede haber acción creativa, bienaventuranza. Y me parrece que, sin esta comprensión, sin experimentar esto, el mero leer libros, asistir a charlas, hacer propaganda, ¡es tan infantil! Es una actividad sin mucho sentido, mientras que, si somos capaces de comprendernos a nosotros mismos y, de tal modo, originar esa felicidad creadora, ese experimentar de algo que no pertenece a la mente, entonces, quizá, pueda haber una transformación en la relación cercana a nosotros y, por lo tanto, en el mundo en que vivimos.

Pregunta: ¿Tengo que hallarme en algún nivel especial de conciencia para comprenderle a usted?

KRISHNAMURTI: Para comprender algo, no sólo lo que yo digo, sino cualquier cosa, ¿qué se requiere? Para comprendernos a nosotros mismos, para comprender a nuestra esposa, a nuestro marido, para comprender una pintura, el paisaje, los árboles, ¿qué se requiere? La correcta atención, ¿no es así? Para comprender algo, uno debe dedicarle todo su ser, su atención plena, profunda, no dividida, ¿verdad? ¿Cómo puede haber atención plena, profunda, cuando estamos distraídos? Por ejemplo, cuando ustedes están tomando notas mientras hablo; probablemente atrapan una buena frase y dicen: «por Dios, voy a tomar nota de eso, lo usaré en mi próxima charla». ¿Cómo puede haber atención plena si tan sólo se interesan en las palabras? Es decir, se interesan en el nivel verbal y, por eso, son incapaces de ir más allá del nivel verbal. Las palabras son tan sólo un medio de comunicación. Pero si ustedes no son capaces de recibir lo que se comunica y sólo se atienen a las palabras, no puede haber atención plena, es obvio; por lo tanto no hay una comprensión apropiada.

De modo que el escuchar es un arte, ¿verdad? Como decíamos, para comprender algo uno debe prestar atención plena, y eso no es posible cuando hay algún tipo de distracción: cuando toman notas o cuando están incómodamente sentados o cuando luchan esforzadamente por comprender. Hacer un esfuerzo para comprender es, obviamente, un obstáculo para la comprensión, porque toda nuestra atención se ha perdido en hacer el esfuerzo. No sé si alguna vez han notado que, cuando se interesan en algo que otro está diciendo, no hacen ningún esfuerzo, no erigen un muro de resistencia contra la distracción. Cuando uno se interesa en algo no hay distracciones; presta atención plena ávidamente, espontáneamente, a lo que se está diciendo. Cuando existe un interés vital hay atención espontánea. Pero casi todos encuentran muy difícil una atención semejante, porque puede ser que, conscientemente, en el nivel superficial, deseen comprender, pero en lo interno haya resistencia; o quizás internamente haya un deseo de comprender, pero haya resistencia en el nivel externo, superficial.

Así, pues, para dedicar atención plena a algo tiene que existir una integración de todo nuestro ser. Porque, en un nivel de conciencia, usted puede querer descubrir, conocer, pero en otro nivel, ese mismo conocer quizás implique destrucción, porque puede obligarle a cambiar toda su vida. En consecuencia, hay una contienda interna, una lucha interna de la que tal vez usted no se dé cuenta. Aunque puede pensar que está prestando atención, en realidad hay distracción, tanto interna como externamente; y ésa es la dificultad.

Por eso he estado sugiriendo, en algunas de las reuniones, que no deberían tomar notas, que no están aquí para hacer propaganda por mí o por ustedes mismos, que deben escuchar con el único fin de comprender. Y nueestra dificultad para comprender radica en que nuestra mente jamás está quieta. Jamás consideramos nada serenamente, en un estado de ánimo receptivo. Los diarios, las revistas, los políticos, los arengadores arrojan mucha basura sobre nosotros; cada predicador a la vuelta de la esquina nos dice qué debemos y qué no debemos hacer. Todo eso se vierte constantemente dentro de nosotros y es natural que haya también una resistencia interna a todo eso. En tanto la mente esté perturbada, no puede haber comprensión; en tanto no esté muy quieta, silenciosa, serena, sensiblemente receptiva, es imposible comprender; y esta sensibilidad de la mente no ha de ser tan sólo con respecto a las capas altas de la conciencia, a la mente superficial. Cuando usted está en presencia de algo muy bello, si se pone a charlar no percibirá su significado. Pero tan pronto queda en silencio, en estado de sensibilidad, la belleza de ello llega a usted. De igual manera, si queremos comprender algo, no sólo debemos estar físicamente quietos, sino que nuestras mentes deben hallarse en un intenso estado de alerta y, no obstante, serenas. Esa pasividad alerta de la mente no adviene mediante la coacción; no podemos adiestrar a la mente para que esté en silencio, porque en tal caso es tan sólo como un mono adiestrado, quieta exteriormente pero hirviendo por dentro. De modo que el escuchar es un arte, y debemos dedicar nuestro tiempo, nuestra reflexión, nuestro ser total a aquello que deseamos comprender.

Pregunta: ¿Puedo comprender más fácilmente lo que usted dice, si lo enseño a otros?

KRISHNAMURTI: Usted puede aprender, hablando de ello a otros, una nueva manera de exponer las cosas, una manera ingeniosa de transmitir lo que usted quiere decir, pero eso no es, por cierto, comprensión. Si usted mismo no comprende, ¿cómo, en nombre de Dios, puede comunicarlo a otra persona? Eso es, sin duda, mera propaganda, ¿no? Usted no comprende algo, pero habla de ello a otros, y piensa que una verdad puede ser repetida. ¿Cree usted que, si tiene una experiencia, puede comunicarla a otros? Tal vez sea capaz de relatarla verbalmente, pero ¿puede comunicar a otros su experiencia? O sea, ¿puede transmitir la experiencia de algo? Puede describir la experiencia, pero no puede comunicar el estado de experimentar. Así, una verdad que se repite deja de ser una verdad. Sólo la mentira puede ser repetida, pero tan pronto “repite” usted una verdad, ésta pierde su significado. Y la mayoría de nosotros se interesa en repetir, pero no experimenta. Aquél que está experimentando algo no se interesa en la mera repetición, en tratar de convertir a otros, en la propaganda. Por desgracia, casi todos se interesan en la propaganda, porque mediante la propaganda no sólo tratamos de convencer a otros, sino que también nos lucramos explotando a otros. Gradualmente, ello se vuelve una superchería.

Si usted no se halla atrapado en la mera verbalización, sino que de veras se interesa en experimentar, entonces usted y yo estamos en comunión. Pero, si desea hacer propaganda -y yo digo que no se puede hacer propaganda de la verdad-, entonces no hay relación entre nosotros. Y me temo que ésta es hoy nuestra dificultad. Usted quiere hablar de esto a otros sin experimentarlo; y, al hablar al respecto, espera experimentar. Eso es mera sensación, mera gratificación; nada significa. Carece de validez, no hay tras ello realidad alguna. Pero una realidad experimentada, si se comunica, no crea esclavitud alguna. Así, pues, el experimentar es mucho más importante y tiene una significación mayor que la comunicación en el nivel verbal.

Pregunta: A mí me parece que el movimiento de la vida se experimenta en relación con personas e ideas. Desapegarse de este estímulo es vivir en un vacío depresivo. Yo necesito distracciones para sentirme vivo.

KRISHNAMURTI: Esta pregunta contiene todo el problema del desapego y la relación. Y bien, ¿por qué queremos desapegarnos? ¿Qué es este impulso natural que, en la mayoría de nosotros, desea alejarse, apartarse, desapegarse? Quizás en casi todos nosotros, esta idea del desapego haya surgido a causa de que tantos maestros religiosos han hablado al respecto: «debes desapegarte a fin de encontrar la realidad; debes renunciar, abandonar, y sólo entonces darás con la realidad». ¿Podemos estar desapegados en la relación? ¿Qué entendemos por relación? Tendremos, pues, que investigar esta cuestión con cierto cuidado.

¿Por qué tenemos esta respuesta instintiva, este constante acudir al desapego? Los diversos maestros religiosos han dicho que debemos desapegarnos. ¿Por qué? Ante todo, el problema es: ¿por qué estamos apegados? No cómo debemos desapegarnos, sino por qué nos apegamos. Si usted puede encontrar la respuesta a eso, no existe, entonces, cuestión alguna de desapego, ¿verdad? ¿Por qué nos apegamos a atracciones, sensaciones, a cosas de la mente o del corazón? Si podemos descubrir por qué nos apegamos, quizás encontremos la respuesta exacta.

¿Por qué esta usted apegado? ¿Qué ocurriría si no lo estuviera? Si no estuviera apegado a su nombre en particular, a su propiedad, a su posición social -usted sabe, todo el cúmulo de cosas que compone su personalidad: sus muebles, su automóvil, sus características personales, su idiosincrasia, sus virtudes, creencias, ideas-, si no estuviera apegado a todo eso, ¿qué ocurriría? Se encontraría en la situación de ser igual que nada, ¿no es así? Si no estuviera apegado a sus comodidades, a su posición, a su vanidad, se sentiría súbitamente perdido. Así, pues, el miedo a la vacuidad, el miedo a ser nada, hace que se apegue a algo, ya sea a su familia, a su esposa, a una silla, a un automóvil, a su país… no importa a qué. El miedo a ser nada hace que uno se aferre a algo y, en el proceso de aferrarse, hay conflicto, dolor. Porque aquello a lo que se aferra pronto se desintegra, muere. Por consiguiente, en el proceso de aferrarse hay dolor, y para evitar el dolor decimos que debemos desapegarnos. Mire dentro de sí mismo y verá que es así. El miedo a la soledad, el miedo a ser nada, el miedo al vacío hace que nos apeguemos a algo, a un país, a una idea, a un Dios, a alguna organización, a un maestro, a una disciplina, a lo que fuere. En el proceso de apego hay dolor; para evitar ese dolor tratamos de cultivar el desapego, y así mantenemos este círculo siempre doloroso en el que la lucha es permanente.

Ahora bien, ¿por qué no podemos ser como nada, una persona sin importancia? No tan sólo en el nivel verbal, sino internamente. Entonces no hay problema de apego o desapego, ¿verdad? Y en ese estado, ¿puede haber relación? Porque eso es lo que desea saber este interlocutor. Él dice que sin relación con las personas y las ideas, uno vive en un vacío depresivo. ¿Es eso lo que ocurre? ¿Es la relación un proceso de apego? Cuando usted está apegado a alguien, ¿está relacionado con esa persona? Si estoy apegado a usted, si me aferro a usted, si lo poseo, ¿estoy relacionado con usted? Usted se convierte para mí en una necesidad, porque sin usted estoy perdido, me siento incómodo, desdichado, solitario. De modo que usted se vuelve una necesidad, una cosa útil, una cosa para llenar mi vacuidad. Usted no es importante; lo que importa es que llene mi necesidad. Y ¿existe relación alguna entre nosotros cuando usted es para mí una necesidad, como puede serlo un mueble?

Expresémoslo de otro modo: ¿puede uno vivir sin estar relacionado? Obviamente, no. No hay nada que pueda vivir en aislamiento. A algunos de nosotros quizá nos agradaría vivir aislados, pero uno no puede hacerlo. De modo que la relación llega a ser tan sólo una distracción, la cual les hace sentir como si estuvieran vivos; las riñas, las luchas, las disputas, etcétera, les dan una sensación de vitalidad. Y, como dice el interlocutor, sin distracciones sienten que están muertos. Pero la distracción, ya se trate de la bebida, de ir a los cines, de acumular conocimientos… cualquier forma de distracción, es obvio que embota la mente y el corazón. Una mente embotada, un corazón insensible, ¿cómo pueden relacionarse con otra persona? Sólo una mente sensible, un corazón despierto al afecto, pueden relacionarse con algo.

Así, pues, en tanto traten a la relación como una distracción, están viviendo en un vacío, es evidente, porque temen salir de ese estado. En consecuencia temen cualquier clase de desapego, cualquier clase de separación, mientras que la verdadera relación, que no es una distracción, constituye un estado en el que se hallan en proceso constante de comprenderse a sí mismos con respecto a algo. Es decir, la relación es un proceso de revelación propia, no de distracción, y esta revelación propia es muy penosa, porque en la relación pronto se descubren a sí mismos, si es que están abiertos a este descubrimiento, pero como muy pocos queremos descubrirnos a nosotros mismos, como casi todos quisiéramos más bien escondernos en la relación, ésta se vuelve un proceso doloroso y tratamos de desapegarnos de ella. La relación no es un estímulo. ¿Por qué queremos ser estimulados mediante la relación? Y si lo somos, entonces la relación, como el estímulo, se embota. No sé si han notado que cualquier clase de estímulo, a la larga embota la mente y la sensibilidad del corazón.

De manera que el problema del desapego no tendría que surgir jamás, porque sólo el hombre que posee piensa en renunciar, pero jamás se pregunta por qué posee, cuál es el trasfondo que le hace ser posesivo. Cuando comprende el proceso de poseer, entonces está naturalmente libre de la posesión; no cultiva un opuesto como el desapego. Y la relación será tan sólo un estímulo, una distracción, en tanto estemos usando a otro como un medio de gratificación propia o como una necesidad para escapar de nosotros mismos. Usted se vuelve muy importante para mí porque en mí mismo soy muy pobre, soy nada; por lo tanto, usted lo es todo. Una relación así por fuerza tiene que generar conflicto, dolor; y algo que ocasiona dolor ya no sigue siendo una distracción. Por consiguiente, deseamos escapar de esa relación, y a eso lo llamamos desapego.

Así, pues, en tanto usemos la mente en la relación, no podremos comprender la relación. Porque, a fin de cuentas, es la mente la que nos incita al desapego. Tan pronto cesa ese amor comienza el proceso de apego y desapego. El amor no es producto del pensamiento; no podemos pensar acerca del amor. Es un estado de ser, y cuando la mente interfiere con sus cálculos, sus celos, sus múltiples y astutos engaños, se suscita el problema de la relación. La relación sólo tiene un significado cuando es un proceso en el que uno se revela ante sí mismo, y, si en ese proceso uno sigue profundizando amplia y extensivamente, entonces en la relación hay paz; ya no es la contienda, el antagonismo entre dos personas. Sólo en esta quietud, en esta relación donde fructifica el conocimiento propio, hay paz.

16 de julio de 1949