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No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en moto

Primera edición: marzo de 2018

 

© del texto y fotos: Ricardo Fité

 

© de esta edición:

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Colección VIAJEROS

No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en moto

 

 

 

A Oriol y Lúa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sube a la cima,

cruza el desierto,

descubre las selvas,

pisa los polos,

nada los siete mares…

Y vuelve a casa

mil veces para

compartirlo.

Hermano,

te quiero y

te admiro.

 

Menna Fité

Nota del autor

En los últimos años los aficionados a la narrativa de viajes en moto hemos podido ver cómo está cambiando el modo de viajar. Hoy en día, las motos han evolucionado tanto que ya no hacen de la ruta un sufrimiento, pues las nuevas suspensiones regulables, los asientos con gel, los motores de demasiados caballos y otras muchas mejoras tecnológicas han convertido la conducción durante largas jornadas en un verdadero placer. Con la equipación pasa lo mismo, pues hemos pasado de vestirnos con pantalones tejanos y chaquetas sin acolchar, a poder hacerlo con ropa térmica para el invierno, monos de cuero microperforados para el verano y protecciones de titanio, así como cascos especialmente diseñados para evitar el ruido y poder disfrutar de nuestra música favorita.

Sin embargo, existen dos diferencias mucho más significativas que han cambiado completamente el concepto de aventura en moto: la incertidumbre y la soledad. La primera ha desaparecido casi por completo gracias al acceso inmediato a la información de cualquier itinerario que nos planteemos. Esto se debe a que, antes de emprender un viaje, podemos reservar alojamientos, trazar rutas, contrastar infinidad de opiniones de otros viajeros en las redes sociales y un largo etcétera que ha acabado casi por completo con la idea de lo incierto. Incluso durante el viaje, si queremos consultar algún dato, no será muy difícil encontrar algún ordenador donde poder hacerlo. Además, si las cosas se ponen muy feas, basta con hacer una llamada para resolver cualquier problema. Tampoco importa si, buscando una dosis extra de aventura, viajamos sin teléfono, ya que a los pocos minutos se nos acercará un autóctono y, con tal de ayudarnos, será él quien empezará a llamar a alguien que sea capaz de solventar la situación.

La segunda diferencia con respecto a la forma de viajar de hace unos años es la soledad. La aparición de Internet, teléfonos móviles y redes sociales han acabado del todo con este concepto. En un bar, un hotel o una casa, lo primero que hacemos es buscar el wifi, conectar nuestro dispositivo y prestar más atención a la pantalla que a la gente que nos está atendiendo. Tal vez sea una buena noticia para los que no soportan sentirse solos o tal vez nos haga perder parte del contacto con la gente y con ello, parte de lo que veníamos buscando.

Por suerte, a pesar de todo, hay algo que no ha cambiado y es la ilusión por viajar en moto. Pues ya sea un fin de semana o una ruta a algún destino muy lejano, las semanas previas, con el ajetreo de los preparativos, todos los viajeros experimentamos una misma sensación: la aventura hace tiempo que ha empezado.

 

Ricardo Fité

 

Ricardo Fité

Ricardo Fité Nació en Barcelona en 1974. Es licenciado en Educación Física y cinturón negro de judo. Viaja en moto desde los veinticinco años, pero no fue hasta 2006 cuando después de una primera cabalgada veraniega por Marruecos, se atrevió a iniciar rutas sobre dos ruedas hasta lugares como Turquía o el Cabo Norte. En el verano de 2011 decidió dar el salto a los viajes de larga distancia con el rally a Mongolia. Fue el inicio de un proceso de aprendizaje que aún dura, y que le ha llevado a Siberia, la India, o Irán. Su mayor deseo es que este aprendizaje no acabe nunca.


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