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Agustín Domingo Moratalla

ÉTICA DE LA
INVESTIGACIÓN

Ingenio, talento y responsabilidad

Herder



Este estudio se inserta en el Proyecto de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico FFI2016-76753-C2-1-P, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, y en las actividades del grupo de investigación de excelencia PROMETEOII/2014/082 de la Generalitat Valenciana.

Diseño de la cubierta: Caroline Moore

Edición digital: José Toribio Barba

© 2017, Agustín Domingo Moratalla

© 2018, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-4095-3

1.ª edición digital, 2018

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Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

HORIZONTES ÉTICOS DE LA ACTIVIDAD INVESTIGADORA

Investigar e ingeniar para descubrir, saber y dominar

La investigación como oficio, profesión y vocación

Investigar para habitar y construir

Investigar para curar, proteger y crecer

Reglas y consejos de Santiago Ramón y Cajal

Complejidad de una ética aplicada a la investigación

ACTIVIDAD INVESTIGADORA Y ÉTICA PROFESIONAL

Introducción: investigación y talento

Conocimiento y compromiso

La investigación como profesión

El investigador y la virtud en la era digital

Excelencia y responsabilidad en un marco institucional

Ética profesional y códigos deontológicos

DE LA INVESTIGACIÓN INGENUA A LA INVESTIGACIÓN CRÍTICA

Itinerarios para la responsabilidad

Aprender de la historia de los ensayos clínicos

Los comités de ética: entre la excelencia y la burocratización

Condiciones para hacer ético un ensayo de investigación

Autoría y credibilidad en la investigación

Gestionar cultura científica: de la innovación a la diseminación

ANEXOS Y BIBLIOGRAFÍA

Anexo 1. Informe Belmont

Anexo 2. Declaración de Helsinki

Anexo 3. Declaración de Taipei sobre Biobancos

Anexo 4. Ética de la investigación y cine

Anexo 5. Bibliografía


Para Tomás Domingo
y Lydia Feito



«A ti, Adán, no te he asignado ningún puesto fijo, ni una imagen propia, ni un oficio peculiar. El puesto, la imagen que tendrás y los oficios que desempeñarás serán los que tú mismo desees y escojas para ti por tu propia decisión. Los demás seres tienen una naturaleza que sigue su curso conforme a las leyes que le hemos marcado. Tú no estarás sometido a cauces angostos; definirás tu propia naturaleza a tu arbitrio… Te coloqué en el centro del mundo, para que veas todo lo que te rodea. No te hice ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que tú mismo, como alfarero y escultor de ti mismo, te forjes a tu gusto y honra la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás realzarte a la par de las cosas divinas, por tu misma decisión».

G. PICO DELLA MIRANDOLA
De la dignidad del hombre

INTRODUCCIÓN

Bases para una ética de la investigación: ingenio, talento y responsabilidad

La ética de la investigación se ha convertido en una de las éticas aplicadas más atractivas en la sociedad del conocimiento y la era de la globalización. A diferencia de otras éticas aplicadas que afectan a ciertos ámbitos particulares o determinadas actividades profesionales, la actividad investigadora está en el corazón mismo de aquello que define nuestro tiempo: el conocimiento y su valor o sentido para la vida de la humanidad. Aunque se focalice en un ámbito o parcela del saber humano y aunque pensemos que se trata de una cuestión insignificante o irrelevante, todos los campos del conocimiento y todo aquello que despierta nuestra curiosidad científica presenta una inquietante conexión.

Primero, porque tendemos a la desaparición de las dos culturas y hoy estamos obligados a trabajar conjuntamente los investigadores de «letras» con los investigadores de «ciencias». Si hay una lección básica y primera en la historia de la ética de las últimas décadas es que el conocimiento y sus aplicaciones requieren profesionales que tiendan puentes entre la ciencia y los valores, los laboratorios y las calles, la academia y las políticas públicas, el ingenio humano y la responsabilidad social. Segundo, porque la globalización nos ha unido internamente a los investigadores, profesores y educadores de todo el mundo en un único espacio de trabajo donde podemos compartir inquietudes, descubrimientos y proyectos de forma casi simultánea, dejando a un lado límites, barreras y fronteras que condicionaban, hasta ahora, la posibilidad de una comunidad de investigación global.

Y en tercer lugar, esta inquietante conexión no está relacionada con la naturaleza extrínseca o instrumental que nos vincula unos a otros a través de Internet como red de redes, sino que está relacionada con nuestra condición de alfareros poderosos. Aunque la ciencia y la técnica hayan puesto a nuestra disposición unos poderes que hasta entonces eran inimaginables, y que van desde la más pequeña molécula al más gigantesco de los ecosistemas planetarios, el investigador no puede perder de vista que su actividad tiene mucho que ver con el oficio de alfarero. La vulnerabilidad de las arcillas y sus características nunca se pueden perder de vista cuando se proyecta, se sueña o se construye una determinada figura. Por un lado, tenemos las enormes posibilidades que nos abre el conocimiento y el consiguiente poder que nos proporciona; por otro, sabemos que tanto los materiales con los que trabajamos como las manos que dan forma a la figura son frágiles y vulnerables. Entre ambos emerge una categoría moral que si ya era importante en el resto de las éticas aplicadas, lo es más aún en este campo de la investigación: responsabilidad.

Con tal punto de partida, el lector de estas páginas debe saber que el presente trabajo no hubiera sido posible sin los cursos de competencias para jóvenes científicos que la UIMP (Universidad Internacional Menéndez Pelayo) organizó con el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) hace dos años, y en el que impartí un módulo que llevaba por título «Ética de la investigación». Los cursos, que tuvieron lugar en varios centros de investigación de España y contaron con el apoyo de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, no solo estaban dirigidos a jóvenes investigadores de todo el país, sino que implicaban todas las áreas del conocimiento, desde la tecnología de los alimentos a la física, pasando por la publicidad, las ciencias políticas o las humanidades. La ética de la investigación que presento en estas páginas no es para investigadores de una determinada área de conocimiento, sino para el conjunto de las áreas.

Este hecho es el que marca el carácter básico o general de esta ética de la investigación. No está destinado a investigadores especializados, sino a los más jóvenes o a aquellas personas interesadas en el marco general de la actividad investigadora. No he pretendido ofrecer reflexiones que resulten útiles para los investigadores de ciencias o letras, sino a los que quieran descubrir su responsabilidad en la construcción de una ciudadanía activa. La bata de laboratorio no proporciona ningún blindaje para la conciencia moral del investigador y exime de sus responsabilidades a los que la llevan en un determinado centro de trabajo. Esa bata blanca es mucho más que un objeto que nos protege o legitima: es una metáfora para evaluar nuestra capacidad de discernimiento, tanto dentro de nuestro espacio de trabajo como fuera, en los contextos públicos de deliberación.

En la organización del libro también ha desempeñado un papel importante el trabajo realizado en la generación, promoción y organización de algunos comités de bioética asistencial. Al hacer memoria de las casi tres décadas de colaboración en estos comités, no solo debo agradecer a mis compañeros del Hospital Clínico de Valencia lo que me han enseñado durante estos años, sino también mencionar los nombres de dos profesionales con los que pusimos en marcha otros dos comités de ética asistencial: el del Hospital Universitario La Fe y el del Hospital Casa de la Salud. Me refiero al doctor Vicente Gil Suay y al sacerdote valenciano Blas Silvestre, con quienes tuve el placer de trabajar y poner en funcionamiento una ética cívica que, asimismo, debía hacerse operativa en los ámbitos clínicos. Desde los años noventa, en los que empezamos con la formación en bioética para profesionales sanitarios, hasta hoy, que se ha incluido la bioética en los planes de estudio e incluso la autoridades sanitarias han regulado la de los comités, he tenido la oportunidad de vincularme a la formación y capacitación de profesionales sanitarios. Por eso, esta ética de la investigación debe mucho a la bioética, la ética de los comités de ética asistencial y la ética de las profesiones.

Aunque esta «matriz bioética» de la ética de la investigación pueda ser un obstáculo que limite el planteamiento de quienes busquen un concepto de investigación más metódico o procedimental, la propia historia de la ética de la investigación no se entendería sin el Informe Belmont, el Código de Núremberg o la Declaración de Helsinki, documentos que se encuentran en el ADN estructural o nuclear de la investigación biomédica, biogenómica y farmacogenética. Esta es la razón por la que puede resultar útil disponer de dichos documentos en esta «Introducción» a Ética de la investigación, los cuales aparecen recogidos al final y como anexos para que en todo momento puedan ser consultados y utilizados.

El libro tiene tres partes claramente diferenciadas que actúan como pilares o bases con las que construir una ética de la investigación. La primera tiene un carácter histórico y llamo «horizontes» a las huellas, senderos, caminos o vías que nos orientan para realizar la actividad investigadora. No se trata solo de una reflexión histórica en el sentido historiográfico del término, sino en el sentido proyectivo de una tradición que hemos heredado o legado y que debemos mantener operativa. No he pretendido hacer ni una historia de la ciencia ni una historia de la epistemología científica, tan solo ofrecer una selección útil para la reflexión, la deliberación y el estudio en los propios grupos de investigación. Tengo que confesar que el espacio dedicado a nuestro premio Nobel Santiago Ramón y Cajal no se debe tanto a sus investigaciones científicas cuanto al lugar que deberían ocupar determinados personajes de nuestra historia en la ética de la investigación. En algún momento habrá que reconstruir su legado no solo en la historia de la ciencia en España, sino en la historia olvidada del ingenio aplicado y las «buenas prácticas», tarea que aún está pendiente de realización.

La segunda parte plantea la labor investigadora como una actividad profesional, es decir, enmarca y contextualiza el quehacer investigador o científico dentro del quehacer profesional y cívico. Aunque no haya dudas de que con la docencia estamos ante una «profesión», a veces sí se plantean con la investigación, la innovación, la divulgación, la diseminación o la gestión del conocimiento. Para evitarlo, es importante pensar al investigador no como un cerebrito ingenioso, un pitagorín ensimismado o una figura exótica de laboratorio; necesitamos pensarlo como un profesional verdadero y público, no como un simple empleado de laboratorio, un proletario de la ciencia o un trabajador a destajo. Para ello, además de concebir la investigación desde el ingenio, hay que pensarla desde el talento, la forja del carácter, la adquisición de unas virtudes y el compromiso con los valores de una ética cívica global.

La tercera parte destila un carácter más instrumental y abierto porque tiene como finalidad presentar el conjunto de recursos y herramientas básicas en la ética de la investigación. Conocer cómo han surgido y se han desarrollado los principios de no maleficencia, beneficencia, autonomía y justicia es una condición necesaria para deliberar con fundamento en cualquier actividad investigadora. Pero no son suficientes y por eso debemos saber cómo se aplican o se hacen operativos en el trabajo cotidiano. Así, además de los principios hay que conocer los comités de ética y el sentido de los diferentes códigos que han ido canalizando la actividad científica. Los principios, los códigos, los reglamentos y las normas han permitido institucionalizar la responsabilidad y, por ello, situar la labor investigadora dentro de lo que llamaríamos «la arquitectónica» del sistema ciencia-tecnología-sociedad, de la tecnociencia o de la cultura científica. Con esta institucionalización de la ética de la investigación los recursos éticos tienden a protocolizarse, reglamentarse y burocratizarse, dejando de ser «buenas prácticas». Precisamente con el fin de evitar el riesgo y las trampas de la reglamentación excesiva ofrecemos mecanismos para que la ética de la investigación facilite la promoción de una cultura de las buenas prácticas y no una administración de los burocratizados reglamentos.

Aunque en cierto momento pensamos dedicar algún capítulo a otros ámbitos de estudio como los animales, la naturaleza o el medio ambiente en general, nos hemos limitado al campo de la investigación con seres humanos. No hay duda de que los problemas éticos que plantea la experimentación con animales, con tejidos o con material biológico son importantes; sin embargo, en esta «Introducción» o estas «bases» de Ética de la investigación considero que los problemas más graves se han planteado hasta ahora en la investigación con sujetos humanos.

Por último, quizá tengamos que distinguir dos usos del término «ética de la investigación», uno específico y otro genérico. El primero suele ser más habitual en el ámbito de las ciencias de la vida y la salud, y describe la preocupación ética que tienen los profesionales de estas áreas donde hay un trato directo e inmediato con las personas, o con dimensiones básicas relacionadas con la vida personal, ante todo porque son «objeto» de sus investigaciones. Por ejemplo, la legislación española obliga a que en los hospitales haya un «comité de ética de la investigación en ensayos clínicos» que supervise los protocolos científicos para probar medicamentos nuevos o los estudios que afectan directamente a los pacientes del centro. En estos casos, la ética de la investigación no representa una posibilidad formativa para los profesionales, sino una obligación legal de toda la institución sanitaria.

Entendida en este sentido específico, está directamente relacionada con la historia de la biomedicina de las últimas décadas, en las que se ha incrementado la necesidad de proteger y cuidar la naturaleza humana. Y no solo desde una perspectiva universal como «especie» en peligro, sino en un sentido concreto como «persona» o «individuo». El temor ante la posibilidad de que los miembros de las futuras generaciones no nazcan como «crecidos» sino como «fabricados» ha encendido el semáforo naranja que permite el tránsito en la comunidad de investigación y la familia humana. Aunque haya datos preocupantes que anuncian que el semáforo del conocimiento pasará pronto a rojo, la propia comunidad científica ha tomado buena nota de la prudencia, la precaución y la protección que necesitamos cuando investigamos con seres humanos.

Entendida en un sentido genérico, la ética de la investigación es una ética aplicada a todo el proceso de la creación humana del conocimiento que va de la innovación a la diseminación. No está para facilitar el camino a la deontología de cada investigador especializado, ni tampoco para agilizar el cumplimiento de las leyes, normas o reglamentos que aplicamos en la actividad científica. Su finalidad no es restringir o limitar el ingenio humano, el talento de los investigadores o las responsabilidades personales que cada profesional debe asumir y, menos aún, burocratizar o castigar a nivel administrativo a los investigadores.

En el presente trabajo ofrecemos la ética de la investigación como una herramienta de ayuda para estimular el ingenio de quienes tienen vocación científica, para nutrir o vertebrar el talento de quienes desean transmitir el conocimiento y para promover la corresponsabilidad en los equipos de investigación. Por eso, al repensar nuestra condición de alfareros, al ponernos la bata blanca de investigadores y al detenernos porque el semáforo de la sociedad del conocimiento se ha puesto en naranja, creo que el mejor subtítulo que podría llevar este ensayo sería: «Ingenio, talento y responsabilidad».

Valencia, otoño de 2017.