José María Rodríguez Ramos

Conocerse a uno mismo

La excelencia humana y la ética

EDICIONES RIALP, S.A.

Título original: Conhece-te a ti mesmo. Excelência humana e ética

© 2016 by Quadrante Sociedade de Publicações Culturais, Saõ Paulo

© 2017 de la versión española, realizada por JAVIER GARCÍA SALAS

by EDICIONES RIALP, S. A., Colombia 63, 8.º, 28016 Madrid

www.rialp.com

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4884-2

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ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

NOTA PREVIA

I. «CONÓCETE A TI MISMO». UN PROYECTO PARA LA VIDA

II. SOPHIE SCHOLL, O LA CONCIENCIA

1. La vida por una causa

2. Otro testimonio de la conciencia: Clemens August von Galen, un obispo contra Hitler

3. La conciencia y la acción humana

III. BEN-HUR, O LA TEORÍA DE LA ACCIÓN HUMANA

1. El papel de la razón

2. El papel de las pasiones o sentimientos

3. El papel de la voluntad

IV. GLADIATOR, O LAS VIRTUDES

1. Virtudes

2. El conocimiento y la virtud

3. Aristóteles y la virtud

V. SCHINDLER, O EL BIEN

1. Perfume de mujer

2. Un buen hombre: Aristides de Sousa Mendes

3. El vizconde demediado: Italo Calvino

VI. EL UTILITARISMO, O EL PLACER

1. Epicuro

VII. KANT, O EL DEBER

1. La ética en Kant

VIII. ROUSSEAU Y LA VOLUNTAD GENERAL

1. El contrato social

2. El origen de la desigualdad entre los hombres

IX. EL EXISTENCIALISMO DE JEAN-PAUL SARTRE

1. Un ejemplo: Holden Caulfield

X. EL RELATIVISMO Y LA VERDAD

EPÍLOGO

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

JOSÉ MARÍA RODRÍGUEZ RAMOS

NOTA PREVIA

ESTAS LÍNEAS, COMO UN ESPEJO, reflejan más de veinte años de trabajo en aulas de Ética en la Universidad, inicialmente dirigidas a alumnos de Economía, y más tarde también a estudiantes de Relaciones Internacionales, Comunicación, Artes, Educación Artística y Derecho. El contacto con estudiantes universitarios de tantas áreas ha sido enriquecedor y estimulante. Cada curso tiene sus peculiaridades, pero todos los alumnos han sintonizado con el lenguaje universal de la ética.

A lo largo de los seminarios y debates, he podido aprender de esos estudiantes, ver con sus ojos y sentir con su corazón. En una ocasión, vino a verme una alumna al final de la clase para justificar por qué se había retrasado aquel día. De camino hacia la Facultad había recibido una llamada telefónica del conductor de un camión que transportaba ropas de su empresa, diciendo que unos policías le habían detenido para inspeccionar la carga, y le estaban pidiendo una «gratificación» para liberar la mercancía. En otra ocasión un alumno comentó, al final de una clase, que estaba en la encrucijada de adoptar o no una conducta no muy correcta, habitual en su sector. Finalmente decidió, aún a costa de sacrificar algunas ventajas económicas inmediatas.

Al margen de la edad y de otras características personales, hay algo más que nos une como seres humanos, en relación a la ética. Con frecuencia oigo decir que muchas personas están perdidas en el bosque de las decisiones correctas y se sienten desorientadas respecto a qué es lo ético. Pienso que, en parte, falta un estímulo que les enseñe y les motive para pensar por su cuenta. En parte, también es fruto de la propia vida de la persona, de sus decisiones y de las acciones del pasado.

En muchas ocasiones mi función como profesor ha sido sólo proponer, motivar, observar y orientar el debate en el que se analizaban casos presentados por los propios alumnos. He podido comprobar cómo, dentro de nosotros, disponemos de una orientación para descubrir las decisiones que nos vuelven más humanos, más éticos. Tenemos la capacidad de descubrir qué camino nos hace felices. Y ese camino es siempre el de la ética. A largo plazo la actitud ética es «la mejor manera de hacer negocios», como afirmaba un célebre profesor americano de ética en los negocios.

La experiencia en el aula de clase se ha repetido también en el ámbito empresarial, con grupos de ejecutivos. Las conclusiones son semejantes. Espero que el lector encuentre en este trabajo elementos para formarse una opinión sobre la excelencia humana y la ética, a la luz de los diversos autores del pensamiento, clásicos y modernos. La actitud ética verdadera nos conduce a la plena realización como seres humanos.

Dedico este libro a todos mis alumnos y a aquellos que compartieron conmigo esas experiencias.

I.

«CONÓCETE A TI MISMO». UN PROYECTO PARA LA VIDA

DURANTE UNA COMIDA UN DÍA DE VERANO, un amigo me contó cómo había decidido estudiar Ciencias Económicas.

Mientras pensaba qué carrera universitaria elegir al acabar los estudios de secundaria, había asistido a una conferencia titulada «Un proyecto para Brasil». Fue decisivo, y quiso participar de aquel proyecto. Corrían los años dorados de la economía mundial, el fin de la década de los sesenta, antes de la crisis del petróleo. Se hizo entonces célebre una palabra nueva en el vocabulario económico: «estanflación», una mezcla de estancamiento (recesión) e inflación. La conferencia marcó su futuro, se graduó como economista y, después de muchos años de práctica como profesor y economista, se jubiló como funcionario del Banco Central y continuó enseñando economía.

Los proyectos para el futuro dan forma a nuestras expectativas y anhelos. Una persona sin ideales, sin proyectos, es un anciano por dentro. No espera nada más de la vida. La muerte es el fin de los sueños y de los proyectos. Un día alguien preguntó a un gran empresario cuál era el secreto de su reluciente vitalidad. «Proyectos», fue la respuesta. «Tengo proyectos para los próximos cincuenta años», decía, cuando ya superaba los ochenta años de edad.

Proyectos por los que valga la pena luchar: ese es el secreto de la existencia. Los proyectos se aplican a los diferentes campos de nuestra vida. Podemos planificar un proyecto profesional, deportivo, familiar... Y uniéndolos todos, podemos pensar en un proyecto para nuestra vida, o sea, en un proyecto para el ser humano.

En el ámbito empresarial, por ejemplo, se ha escrito mucho sobre la excelencia: excelencia en la prestación de servicios, en los productos, en una institución educativa... También es posible pensar en la excelencia humana. ¿Qué hace excelente a una persona como ser humano?

Para examinar esto es necesario, en primer lugar, informarse acerca de qué se entiende por excelencia. La etimología nos conduce a su origen latino. Ex-cellere significa, subir, ascender, ser mejores. Por lo tanto, la excelencia está relacionada con el proceso de ser mejores, como seres humanos, y disponer de un proyecto de vida por el que valga la pena vivir.

Uno de los mejores elogios que varios profesores recibimos de un estudiante fue, en una ocasión, durante los agradecimientos con motivo de una clausura de curso. El alumno, citándonos uno por uno nominalmente, comentaba que, al finalizar la universidad, gracias a nuestra ayuda, se había convertido en «una persona mejor». Había avanzado en el camino de la excelencia.

El término «excelencia» en el diccionario se refiere a la calidad de excelente. En la entrada «excelente» leemos: «Que es muy bueno, que sobresale». Es decir, no sólo bueno, sino muy bueno. ¿Y qué es el bien (sustantivo) y lo bueno (adjetivo)? Esa pregunta, a su vez, nos lleva a preguntarnos acerca de las cualidades del ser humano, que serán analizadas más adelante.

Antes de responder a estas preguntas es importante elaborar un diagnóstico personal sobre el tema. Antes de elaborar «un proyecto para Brasil», es necesario disponer de un diagnóstico de Brasil.

No se recomienda a nadie iniciar un proyecto de entrenamiento deportivo sin tener un diagnóstico de su estado de salud para practicar el deporte. Participar y completar un maratón requiere una preparación y unas condiciones físicas. Quien no practica deporte alguno y lleva una vida sedentaria comete una insensatez si se inscribe en un maratón. El diagnóstico de sus condiciones de salud y su preparación física preliminares serán condiciones necesarias para el éxito de la empresa. Un amigo que ya había pasado de los cincuenta y no había sido atleta durante su juventud me contó cómo se preparó para participar en los maratones de São Paulo y de Berlín en 2011. Reconoció personalmente que no tenía ni idea del enorme esfuerzo que exigiría semejante objetivo. No sólo el entrenamiento y el seguimiento, sino también la dieta, el cambio de hábitos alimentarios... Pero ese esfuerzo le permitió acabar con éxito las pruebas.

Antes de formular un proyecto de vida guiado por la excelencia es necesario un diagnóstico acerca de nosotros mismos. Este diagnóstico es fundamental para el éxito del proyecto. En la antigüedad clásica los griegos formularon un ideal de excelencia humana y de educación, para alcanzar la excelencia. Este ideal se resume en una palabra: paideia, que es precisamente el ideal de educación en la Grecia clásica.

El diagnóstico acerca de la condición física de una persona, la situación de una empresa, la evolución de una enfermedad, etc., requieren, en primer lugar, un examen cuidadoso de la persona, de la empresa o de los síntomas. Este examen también se aplica a una persona que persigue la excelencia humana. En términos prácticos, necesitamos conocernos a nosotros mismos, hacer un examen de conciencia, para obtener un diagnóstico y desarrollar un proyecto de vida.

No tenemos el control sobre nuestro futuro, pero si no nos marcamos una meta, un objetivo, no llegaremos a ningún lugar. Seremos un barco a la deriva en los océanos de la existencia humana. Ningún puerto seguro, ninguna meta guiará nuestra existencia. Nuestra vida no pasará de una pasión inútil, deambularemos sin orden ni concierto por los mares de los caprichos del momento, sin rumbo y sin sentido...

Los griegos tradujeron el examen personal en la célebre frase «Conócete a ti mismo», esculpida en el templo de Apolo en la ciudad de Delfos. Delfos era considerada por los griegos el «ombligo» del universo. Era uno de los centros de peregrinación más populares de Grecia. Había una leyenda según la cual dos águilas salieron volando por el vasto mundo, y recorrieron finalmente el cielo de norte a sur y de este a oeste, cruzándose en Delfos, señalando así ese lugar como el marco privilegiado del universo.

En Delfos, en el templo de Apolo, Pitia, una sacerdotisa dedicada al culto del dios de la luz, era consultada por aquellos que querían conocer el futuro. Las preguntas más diversas eran sometidas a su augurio. Con palabras no siempre claras, emitidas en un estado de trance, el oráculo hablaba del futuro de los dioses y de los hombres, de la historia, la vida y la muerte. Los reyes indagaban si debían entrar en batalla, o qué podría acontecer durante su reinado; los hombres le preguntaban al oráculo quién era el más sabio de ellos...

A Delfos se encaminaban los pasos de los ciudadanos de toda Grecia. Allí estaba el Monte Parnaso de los poetas. Apolo era su patrón. El nombre en sí, Delfos, deriva de Delfín, que era el animal que representaba al dios Apolo. Al pie de la colina se encontraba la fuente de Castalia, donde Pitia se purificaba antes de predecir el futuro. En lo profundo del monte vivía la serpiente pitón que fue muerta por Apolo y cuyo nombre, Python, dio origen al de la sacerdotisa del templo, Pitia.

La multitud que acudía de todos los rincones de Grecia era tan grande, y la dramaturgia tan popular, que se construyó un teatro, justo encima del templo de Apolo, donde eran representadas las tragedias griegas escritas por Esquilo, Sófocles y Eurípides, entre otros. Delante del Skene («escenario») del teatro, actores con máscaras daban vida a personajes como Antígona, Creonte, Ismene, Hemon, Tiresias.

Delfos era también el escenario de las competiciones olímpicas que se repetían cada cuatro años en honor del dios Apolo. A pesar de que las más famosas eran las que tenían lugar en Olimpia, en el Peloponeso, en homenaje a Zeus, todavía hoy es posible admirar las ruinas del lugar donde se llevaban a cabo las competiciones deportivas en Delfos. Además de esas competiciones periódicas, también se celebraban otras en Nemea, en homenaje a Hércules, que enfrentó y mató al León de Nemea, el primero de sus doce trabajos, y los juegos ístmicos, en Corinto, en honor a Poseidón, dios del mar y hermano de Zeus.

«Conócete a ti mismo» era la máxima de la sabiduría griega recomendada a todos los ciudadanos del orbe griego. Se cuenta que los siete hombres más sabios de Grecia respondieron con esta frase cuando les preguntaron qué palabras grabar en la entrada al templo de Apolo. Curiosamente, Nelson Mandela dijo lo mismo después de muchos años en la cárcel. La soledad de la celda y la privación de la libertad física, en medio de grandes sufrimientos y pruebas, le trajeron algo de valor incalculable: el conocimiento de sí mismo. Recojo sus propias palabras, que vale la pena mencionar textualmente:

La celda es un lugar ideal para aprender a conocernos, para recorrer con realismo y regularmente los procesos de la mente y de los sentimientos. Al evaluar nuestro progreso como individuos, tenemos la tendencia a centrarnos en los factores externos tales como la condición social, las posibles influencias y la popularidad, la riqueza y el nivel de educación. Sin duda, son datos importantes a tener en cuenta para medir el éxito en los asuntos materiales, y es perfectamente comprensible que muchas personas se esfuercen tanto por todos ellos, pero los factores internos son más decisivos en el juicio de nuestro desarrollo como seres humanos. La honestidad, la sinceridad, la sencillez, la humildad, la generosidad auténtica, la ausencia de vanidad, el deseo de ayudar a los demás —cualidades fácilmente accesibles para todo individuo[1]— son los fundamentos de la vida espiritual. El desarrollo de cuestiones de esta naturaleza es inconcebible sin una seria introspección, sin el conocimiento de nosotros mismos, de nuestras debilidades y de nuestros errores. Por lo menos —aunque sea la única ventaja— la celda de la prisión nos da la oportunidad de comprobar diariamente toda nuestra conducta, para superar el mal y desarrollar lo que hay de bueno en nosotros. La meditación diaria, unos quince minutos antes de iniciar el día es muy productiva a este respecto. Al principio puede ser difícil identificar los puntos negativos en tu vida, pero a la décima tentativa puede llevar consigo recompensas valiosas. No hay que olvidar que los santos son pecadores que continúan insistiendo[2].

Conocernos a nosotros mismos es sumergirnos en los factores internos, e intentar dar un significado más profundo e importante a nuestra vida. La sociedad de consumo ahoga incluso el valor de factores internos como la honestidad, la sinceridad, la sencillez... La demanda de éxito, de los bienes materiales, no abre espacio para otras preocupaciones e intereses menos materiales, y la persona, en lugar de enriquecerse interiormente, va disminuyendo su horizonte y su sentido de la vida hasta reducir su perspectiva vital a los aspectos más materiales de la existencia.

En la Apología escrita por Platón, hay una frase que resume el pensamiento del filósofo ateniense, y que refleja el mismo concepto con una diferencia de veinticinco siglos:

No hago otra cosa que andar por ahí persuadiéndoles a ustedes, jóvenes y mayores, de no cuidar tan aferradamente del cuerpo y de las riquezas, como de mejorar al máximo posible el alma, diciéndoles que de los haberes no viene la virtud para los hombres, pero de la virtud sí vienen los haberes y todos los demás bienes particulares y públicos.

La riqueza interior —afirman Mandela, Sócrates y muchos otros pensadores y filósofos— es más importante que la riqueza exterior. Y el conocimiento de uno mismo y el examen de nuestra vida son el camino para el diagnóstico de nuestra situación y el descubrimiento de un ideal de excelencia humana.

El silencio y la reflexión son las condiciones ideales para el conocimiento propio, nos ofrecen la oportunidad de sumergirnos en el mundo interior y exterior con una mirada contemplativa. La vida en sociedad enriquece al hombre y mejora su personalidad. Sin embargo, es necesario preservar un tiempo para la reflexión personal, para la meditación. La sociedad moderna de la información, de las redes sociales, de los mensajes instantáneos puede absorber a la persona mediante una sobredosis de información, sin dejarle apenas espacio para la reflexión.

Conocernos a nosotros mismos, saber quiénes somos cada uno de nosotros, esa es la gran pregunta desde los albores de la humanidad, que ha ido intrigando a filósofos y personas con un ideal. Hoy en día muchas personas han dejado de lado esta cuestión fundamental. A medida que buscamos saber, todavía hay esperanza de encontrar respuesta, aunque sea parcial. El problema surge cuando dejamos de preguntarnos, y de intentar conocernos. El conocimiento de uno mismo requiere, en primer lugar, el espíritu de examen. Además de la reflexión personal hay otros factores que favorecen el conocimiento propio. Uno de ellos es la formación, las buenas lecturas, que enriquecen nuestra alma y nuestra forma de entender el mundo. Las buenas lecturas fomentan la capacidad de examen y nos ayudan a pensar en la propia vida a partir de experiencias y sentimientos ajenos.

La formación es diferente de la información. La propia etimología de las palabras nos remite a su significado más profundo. Informe significa “sin forma”. Una masa informe es un aglomerado sin una configuración propia, sin un sentido y una explicación. Es algo amorfo. La forma es el contenido de la configuración, el significado de algo. Una persona que vive de información en tiempo real acumula datos, pero sin forma ni significado. Un ordenador puede acumular más datos que una persona, pero no explica nada. Una montaña de datos sin una forma no tiene significado: sólo son números, registros de algo que no se entiende.

La formación da sentido a este conjunto de datos informe. Organiza los datos y los utiliza para un fin. La información se puede transformar en formación a partir de una reflexión, de una comprensión unitaria de datos, de manera que se promueve un cambio de rumbo hacia un camino de mejora y excelencia. Un ejemplo: recopilar y conocer todos los datos de un país es acumular informaciones inconexas. La formación, el estudio y la reflexión llevan a una interpretación del país, a una comprensión de las necesidades y carencias de su sociedad, a una explicación de las causas que originaron esa situación, a un diagnóstico que integra los datos. A partir de esta interpretación es posible corregir las distorsiones y mejorar las condiciones personales y sociales de ese país. Este ejemplo, que se aplica a un país, también puede servir para un negocio y para la propia vida.

Además del examen personal y la formación, hay otro elemento que nos ayuda a conocernos a nosotros mismos: escuchar a los otros. Alguien que nos mira desde fuera, a menudo puede ayudarnos a ser mejores.

Es la actitud del jugador de tenis que busca un entrenador para que oriente sus entrenamientos y sus partidos. Es lo que hace el ejecutivo que se somete a un coaching para perfeccionar sus habilidades profesionales. Es la orientación académica de un estudiante que necesita escribir una monografía para completar su carrera universitaria, presentar su trabajo fin de máster o defender su tesis doctoral.

Logramos la excelencia mediante «la acción», a partir de un diagnóstico de nuestra vida en el que entran en juego el examen personal, la formación y la orientación de los otros. La vida no es teoría, es práctica. A continuación, cabe preguntarse qué se entiende por «acción humana». Hay un tribunal que nos dice si con nuestras acciones nos encaminamos a la excelencia humana o nos degradamos como personas, a través de nuestros actos. Ese tribunal tiene un nombre: la conciencia.

[1] El único punto que vale la pena matizar en este extraordinario texto es que, para la mayoría de los mortales, alcanzar esas virtudes tal vez no sea algo tan fácil; antes exige esfuerzo, sacrificio y fuerza de voluntad.

[2] Nelson MANDELA, Conversas que tive comigo, Río de Janeiro, Rocco, 2010, p. 9.