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COLECCIÓN: Recursos educativos

SERIE: El diario de la educación

TÍTULO 8: Medioambiente y escuela

Primera edición (papel): octubre de 2018

Primera edición: diciembre de 2019

© Carmelo Marcén Albero

© De esta edición:

Ediciones OCTAEDRO, S.L.

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ISBN (papel): 978-84-17219-93-2

ISBN (epub): 978-84-18083-29-7

Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila

Diseño y producción: Editorial Octaedro

A Mario.

Su propósito educativo en el medioambiente lo animará a mejorarlo.

Prólogo: por qué insistimos sobre esto y de qué vamos a hablar

Vivir sin excesivos sobresaltos con el medioambiente es una cuestión de ciudadanía mundial que se explicita como un derecho humano. Pero no siempre se acompaña con el ejercicio de los saberes ambientales. Porque, a poco que nos esforcemos, veremos que en realidad todos somos parte indisoluble del mismo. Deberemos educarnos en ello.

Este libro trata del diálogo entre medioambiente y educación en clave de futuro. Pero lo hace a partir de la revisión del pasado. Quienes tuvimos la fortuna de vivir de cerca la transformación de la escuela española en los últimos 40 años, formando parte de colectivos cargados de ideología, quisimos aportar un crítico sentido educativo a los cambios que empezaban a notarse en la sociedad española, cuando la democracia abría nuestras esperanzas.

Por eso, recibir el encargo de hablar de ello, contar un poco de sus momentos con más diálogos o silencios es un privilegio. Si echamos la vista atrás, vemos que la escuela ha ido modificando temas y estilos al tratar la dimensión ambiental, que es también social. El mayor mérito es de los profesores y las profesoras que se preguntaban por el valor de su quehacer educador, que fueron adaptando sus metodologías o participando en proyectos colectivos de cambio.

Ese cometido no ha estado exento de momentos complicados. No se sabía con certeza si el tratamiento escolar de aquello que se incluía como educación en el medioambiente estaba preparando realmente al alumnado para enfrentarse a los futuros desafíos ambientales. La duda se constataba con más frecuencia de la deseada, pues muchos de los actores sociales, desde los gobiernos a buena parte de la ciudadanía, pasando por las empresas y otros agentes sociales promovían actuaciones muy diferentes a lo que se trabajaba en las aulas.

Siempre es una responsabilidad referir con acierto lo sucedido en la relación entre la educación y el medioambiente, ámbitos tan importantes para el desarrollo personal y colectivo. Resumirlo en un librito de estas características todavía más; ni siquiera serviría una enciclopedia, porque el medioambiente en el que uno piensa es multidimensional. Por eso, cualquier cosa que se diga a continuación tiene un marcado matiz de hipótesis, empujada por el deseo de que sea realidad en muchas escuelas.

Sí se puede decir con seguridad que empieza a tomar cuerpo la idea de que es necesaria una cierta rebelión ecológica en la educación para remover la anodina escuela, absorta en tantos estándares y rúbricas evaluadoras que la han dejado exhausta. Por eso, aquí nos centraremos en presentar alternativas didácticas para luchar contra el desapego ambiental. Lo haremos desde el convencimiento de que las personas hemos nacido para estar con otras, que la educación debe ser uno de los principales nexos de unión. Esta ha de saber explicar la conveniencia de la cooperación en las cuestiones ambientales y sociales antes que la competición, más todavía si nos fijamos en lo rápido que pasa el tiempo. Convencidos de que hay que superar la separación entre el individuo y la comunidad, máxime si queremos protegernos del apocalipsis ecológico o algo parecido que, dicen, pueda suceder.

A pesar del esfuerzo realizado por contar algo útil en estas páginas, vayan por delante las disculpas por las carencias y olvidos, tanto referidas a los temas candentes como a las personas relevantes e instituciones que deberían haber sido nombradas para contar algo de lo que han realizado. Unas y otras ayudaron a filtrar la información, establecer prioridades, acercarse a escenarios conocidos y plantearse el papel personal y colectivo que allí desempeñábamos todos. Fruto de esa acción colectiva, hoy día se reconoce que la educación ambiental para la participación es una lección que solo se aprende ejercitando, y no todos llegamos a las mismas metas. Mucho han cambiado las cosas desde que redactaba La educación ambiental en la escuela (Marcén, 1989) hace treinta años; emerge hoy un sentido nuevo que se conoce como «educación para la sostenibilidad». A lo largo del texto emplearemos una u otra expresión porque bastante tienen en común y no hay que mantener polémicas estériles, que en varios momentos han confundido a quienes se han ocupado de desentrañar qué es la una o la otra.

En este proceso de aproximación a las múltiples relaciones entre medioambiente y escuela, las tecnologías de la información y comunicación (TIC) han cobrado protagonismo. Hay que ser justos con ellas, pues todos nos encontramos enredados de una u otra forma. Primero hay que reconocerles la gran cantidad de información y recursos que acercaron a las aulas, tanto al profesorado como al alumnado; después subrayemos que internet nos permitió viajar a espacios singulares desconocidos sin causarles daños –mediante exploración virtual y algo de investigación–. Si las TIC se usan bien en la escuela, amplían la visión del medioambiente y permiten una percepción de las interacciones y la globalidad, abren vías de investigación, favorecen la constitución de redes de centros ambientalistas y estimulan los intercambios de experiencias.

En fin, la intención educadora sobre cuestiones socioambientales no es una moda; es un deber colectivo. Aunque a menudo surge la duda de si las élites políticas y empresariales quieren detener de verdad la crisis ambiental. También planea a lo largo de este libro la incógnita socrática sobre el modo correcto de vivir, el pensamiento crítico acerca de lo que sería una buena sociedad; seguramente la respuesta colectiva a la primera cuestión ayudaría a resolver la segunda, o viceversa. Puede que ni lo uno ni lo otro tengan una sencilla manifestación en singular: los modos son diversos y las sociedades cambiantes. Aun así, hay que encontrar y concertar unos mínimos sociales y ambientales.

Por todo esto, no resuelto todavía, hay que aprovechar la potencia transformadora de la escuela, si bien para conseguir una acción positiva y duradera se requerirían programas estructurados con diferentes dimensiones en su desarrollo y concretados en algunos indicadores. Hay que superar la fase de conocimiento para caminar hacia la participación en soluciones compartidas en torno al medioambiente como argumento social. Este trayecto exige un entrenamiento crítico (Taleb, 2011) del pensamiento, además de una aproximación del conocimiento al sentimiento, y viceversa; entre los tres conforman una parte de los valores fundamentales en la escuela. La reflexión crítica sobre estas cuestiones ha incentivado la escritura de este libro. No sabemos con certeza si va dirigido de forma prioritaria al alumnado o al profesorado; en realidad pretende lanzarse a la aventura de enseñar y aprender el medioambiente, de la cual ambos colectivos forman parte indisoluble.

Lo que viene a continuación revisa un poco de la historia educativa de la educación en el medioambiente, sobre el mismo, por y para el mismo en estos últimos 40 años, en los que la sociedad contemporánea arrastra antiguos problemas ambientales y debe enfrentarse a otros nuevos. A partir de ella, intentaremos mostrar unas cuantas ideas básicas que permitan relacionar en la escuela conocimiento con aprendizajes ambientales para el futuro. Volveremos a preguntarnos, una vez más, si la escuela es trascendente para mejorar el panorama global, si la participación es el mejor camino. Acabaremos proponiendo algunas secuencias prácticas para abordar temáticas muy diversas de crisis ambiental global, para colaborar en la mitigación de los daños y favorecer la adaptación a sus variables más apremiantes, que no son solo vitales, sino marcadamente perceptivas. En mejorar estas últimas la escuela sí puede colaborar.

1. Cuarenta años más tarde nos planteamos parecidas preguntas

Aseguraba en cierta ocasión el profesor y filósofo Emilio Lledó que la riqueza de un país no está en la economía, sino en su cultura; que el individuo debe disfrutar de la libertad de pensamiento y cualquier postura insolidaria es un atentado contra la humanidad. Estas cuestiones combinadas están en el fondo de lo que llamaríamos educación ambiental (EA), o educación para la sostenibilidad global si lo preferimos. En cierta manera, explícitas o no, han marcado el quehacer de quienes desde los colegios e institutos de Secundaria han intentado enseñar el entorno de forma distinta a como aprendieron (García, 2003). En realidad, esta pretensión se convirtió en una especie de reto para el profesorado preocupado –marcadamente activista– a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado; quería cambiar la vieja escuela para convertirla en otra más adecuada al sistema democrático y social que entonces estaba naciendo.

La ruptura entre la forma en que el profesorado había aprendido sobre el medioambiente y la manera en que debía enseñar no fue fácil. La naturaleza que aparecía en los estudios previos a la LOGSE era un recopilatorio de cosas (especies, propiedades y fenómenos), la mayor parte de ellas estáticas; se parecía a una despensa al servicio de los humanos. Al mismo tiempo, la sociedad iba por su lado, sin preocuparse del medioambiente, bastante tenía con sus historias y leyendas. Con este punto de partida, el profesorado debía realizar un gran esfuerzo para entender otra realidad ambiental, desarrollar la capacidad de imaginarse y poner en práctica metodologías diferentes; visibilizar detalles que hablasen un poco del todo y no dejarse engañar por las falsas pistas o tendencias pedagógicas. Incluso, casi fue lo más difícil, empezar a pensar y vivir de acuerdo con lo que enseñaba. La realidad fue que cada vez más escuelas se interesaron por la cuestión ambiental y empezaron a poner en marcha iniciativas acordes. En algunos territorios fueron los movimientos de renovación pedagógica (MRP), y las escuelas de verano que estos organizaron, el punto de encuentro del profesorado que buscaba una aproximación más crítica a la relación entre medioambiente y sociedad. Del primitivo activismo naturalista se pasó a la elaboración de proyectos multidisciplinares e incluso globales; poco a poco, eso sí.

Para recorrer este camino fueron de gran ayuda los artículos publicados en la Carpeta Informativa, en papel desde 1996 y después digital, del Centro Nacional de Educación Ambiental (Ceneam). Hoy mismo, allí debe acudir quien quiera conocer un poco de la historia de la EA en España. Tampoco fueron ajenas a la nueva dimensión revistas como Cuadernos de Pedagogía, que, además de preocuparse por la educación ambiental en varios temas del mes, incluía propuestas didácticas para trabajarla, tarea en la que también se implicó más tarde la revista Aula.

Por entonces comenzaron su andadura muchas ecoescuelas –se agrupaban bajo este calificativo u otros similares– en el País Vasco, Cataluña, Andalucía, Navarra, Canarias, Galicia, Madrid, etc. Una buena parte de ellas se implicaron en el desarrollo de las agendas 21, un incentivo local y escolar que nació tras la «Cumbre de la Tierra» de Río de Janeiro. Su rellenado supuso para muchos educadores un punto de encuentro; para bastantes chicos y chicas, la formación personal básica para empezar su recorrido ecologista; para algunos municipios, un acicate en el empeño de mejorar el medioambiente próximo o alguno de sus servicios. En este cometido pro ambiental tuvo un papel importante la eclosión de las actividades de formación que pusieron en marcha las administraciones educativas y otras entidades ajenas a las aulas; incluso se redactó el Libro Blanco de la educación ambiental, cuyos postulados de desarrollo no tuvieron la merecida atención en la escuela.

Han pasado cuarenta años y aquí seguimos. Millones de personas, organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales, parte del profesorado y alumnado de nuestras escuelas también, han hecho suyo el mensaje ambientalista con un mejorado contenido social. Pero el estado del mundo en algunas cuestiones, su (retro) devenir nos dice que debemos darnos prisa; en realidad, lo vemos en sus señales, siquiera episódicas. Una simple revisión de los temas sobre los que se trabajaba hace unos años permite reconocer que viejos y nuevos problemas ambientales van de visita a las escuelas, colegios e institutos. Afortunadamente, algunos se quedan.