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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Katherine Garbera

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche con su ex, n.º 173 - enero 2020

Título original: One Night with His Ex

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

 

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-187-6

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Hadley Everton adoraba tanto como odiaba vivir en Cole´s Hill, en Texas. Aunque el pueblo había crecido desde que se inauguró el centro de formación de la NASA en las afueras, sus habitantes seguían siendo estrechos de mente. Tan solo hacía un rato que había tenido que esquivar a un grupo de mujeres del exclusivo vecindario de Five Families que con toda su buena intención no dejaban de preguntarle por qué no tenía novio. Teniendo en cuenta que era la fiesta de compromiso de su hermana, las amigas de su madre habían vuelto su atención hacia ella, empeñadas en que era la siguiente que tenía que sentar la cabeza y encontrar marido.

No era que Cole´s Hill no contara con un puñado de solteros de oro entre los que elegir, tal y como la vecina de sus padres, la señora Zane, había comentado con su habitual franqueza. Hadley podía elegir a quien quisiera. Aunque con su infinita sabiduría, la señora Zane le había aconsejado que se mantuviera alejada de los hermanos Velasques, sobre todo después de su reciente ruptura con Mauricio.

Al ver a otras dos amigas de su madre, las señoras Abernathy y Crandall, dirigiéndose hacia ella, Hadley dio un quiebro para esquivarlas y se metió en la cocina del club de campo. Los camareros se afanaban en cumplir las normas rigurosas de su madre en la preparación de las bandejas de comida que iban a ser servidas, así que les traía sin cuidado que Hadley hubiera cortado con el mejor pretendiente que había tenido hasta la fecha o que se quedara soltera de por vida.

Se quedó a un lado junto a la puerta para no molestar a los empleados, lo suficientemente cerca de aquellas entrometidas como para oír su conversación.

–Me han dicho que le dijo que si no le ponía un anillo en el dedo, lo dejaría –dijo la señora Abernathy.

–Y él le dijo que adiós. ¿Qué le pasa a la gente joven hoy en día? Ahí mismo debería haberle pedido matrimonio. Está a punto de cumplir treinta años y no creo que nadie se interese por él si no ha podido hacer feliz a Hadley –añadió la señora Crandall.

Hadley se volvió y cuando fue a salir de la cocina por la puerta de atrás, se topó con alguien. Alzó la mirada para disculparse y se quedó de piedra al ver que era su hermana Helena.

Helena era la hermana guapa, con su rostro en forma de corazón, sus cejas pobladas y aquellos ojos azules que Hadley siempre había envidiado. También era un poco más alta que ella. Llevaba un vestido estrecho que dejaba adivinar sutilmente sus curvas. Normalmente su hermana era una persona tranquila y relajada, pero en aquel momento parecía estar tensa.

–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó Hadley.

–Lo mismo que tú –replicó Helena, y le colocó detrás de la oreja el mechón de pelo que se le había escapado del moño.

Hadley volvió a soltarse el rizo. Su hermana mayor la trataba como si todavía tuviera ocho años y ella fuera una sofisticada chica de diez.

–Lo dudo. Es tu fiesta –dijo Hadley, apartándose de la puerta y de las mujeres que seguían hablando de Mauricio y de ella.

–Chicas, ¿qué estáis haciendo? –preguntó su madre, entrando en la cocina.

Candace Everton era la viva imagen de Helena, solo que veintiún años mayor. Mantenía a raya las canas de su pelo rubio cobrizo con visitas quincenales a la peluquería y conservaba su esbelta figura jugando en la liga femenina de tenis del club.

Su madre lo tenía todo bajo control y había momentos en los que Hadley deseaba tener esa misma facilidad para sobrellevar la presión social de vivir en Cole´s Hill. Pero nunca lo había conseguido.

Candace revisó la bandeja de canapés que uno de los camareros uniformados estaba a punto de sacar y arrugó la nariz.

–Coloque mejor esa bandeja antes de servirle a mis invitados.

El camarero se volvió mientras su madre se dirigía hacia ellas. Hadley se irguió y se pasó el mechón de pelo por detrás de la oreja.

–Estaba disfrutando de un momento de tranquilidad –dijo Helena–. Le estaba pidiendo a Hadley que me ayudara con la cremallera, parece que se ha atascado.

–Déjame ver –dijo su madre.

Helena se dio la vuelta y su madre ajustó la cremallera antes de abrazar a sus hijas.

–¿Listas para volver a la fiesta?

No, pero era evidente que esa no era la respuesta que esperaba su madre, y las acompañó hasta la puerta.

Cuando volvió al salón, Hadley se quedó de piedra al ver allí a Mauricio Velasquez. Parecía sacado de un sueño erótico. Era algo de lo que nadie le había advertido sobre rupturas y corazones rotos. Aunque estuviera preparada para pasar página, su inconsciente no dejaba de recordarlo en mitad de la noche, dándole un papel protagonista en sus sueños más excitantes.

Tenía lo que las mujeres mayores del pueblo llamaban mentón esculpido. Sus cejas enmarcaban unos ojos tan oscuros como su chocolate favorito. Cuando la miraba, sentía como si pudiera atravesar aquella barrera con la que se protegía del mundo exterior. Pero sabía que era mentira. Si lo hubiera hecho, no se habría metido en la cama con Marnie Masters, la femme fatale de Cole´s Hill, después de tomarse un descanso en su relación. Antes de descubrir lo de Marnie, había creído que volverían a estar juntos.

–Hadley, ¿qué estás haciendo? –le preguntó su madre, poniendo una mano en su hombro.

–Lo siento, mamá, acabo de ver a Mauricio.

–¿Y?

–Todavía no estoy lista para hablar con él.

–Hoy es el día de Helena, cariño, así que acércate a él y salúdale como si fuera un viejo amigo –le dijo su madre.

Respiró hondo y miró a Helena.

–Tienes razón. Lo siento, Helena.

Sabía que estaría allí. Mauricio y el novio de su hermana eran amigos íntimos desde el instituto. No podía pedir a todos sus conocidos que dejaran de relacionarse con él. Helena incluso la había llevado a comer a su restaurante favorito para darle la noticia de que Mo estaría en su fiesta de compromiso. En su mente se había formado la imagen de él saliendo del cuarto de baño cubierto tan solo con una toalla, seguido de Marnie Masters. Pero eso no importaba. Tenía que estar allí por su hermana.

–Tranquila –dijo Helena–. Ya te avisé de que estaría aquí. Malcolm le ha pedido que sea su padrino de boda, así que vas a tener que verlo en todos los actos previos a la boda.

–Lo sabe muy bien –dijo su madre–. Os he criado para que seáis fuertes y tengáis modales.

–Tienes razón, mamá –convino Hadley.

Deseaba que fuera así de fácil, pero cada vez que veía a Mauricio, una mezcla de emociones la asaltaban. Podía entender la rabia y la tristeza; era difícil pasar página. También estaba la culpa. Pero un sentimiento completamente diferente entraba en juego cada vez que fijaba la mirada en su cuerpo, en aquellos trajes a medida que resaltaban sus anchos hombros, su cintura y caderas estrechas y sus largas piernas.

Gruñó y Helena le dio un pellizco a modo de advertencia. Se irguió de hombros y se dio cuenta de que Jackson Donovan se había acercado a Mauricio por detrás. Jackson era la cita de Hadley en aquella reunión y, justo cuando la saludaba con la mano, Mauricio se volvió para recibirlo.

–Espero que no haga una escena en la fiesta de mi niña –dijo su madre.

–No lo hará –dijo Hadley con una confianza que no acababa de creerse, apresurándose para intervenir entre su examante y su nuevo novio.

 

 

Mauricio había llegado tarde adrede a la fiesta de compromiso, a pesar de que Malcolm Ferris era uno de sus mejores amigos. Aquello suponía todo un desafío para él y nunca había sido uno de esos hombres capaces de sonreír cuando estaban enfadados. Su hermano gemelo solía decir que esa era la razón por la que eran tan buenos en los negocios. No temían enfrentarse a las adversidades ni a los problemas, y sabían encontrar el lado positivo de todo. Aunque Mauricio había tenido sus dudas, Alec siempre había aprovechado las circunstancias. A Mauricio le interesaba el sector inmobiliario, a Alec la tecnología y las redes sociales. Mauricio no acababa de entender el negocio multimillonario de su hermano, pero había algo que sí entendía… Por muchos meses que hubieran pasado, todavía le hervía la sangre cada vez que miraba a Hadley Everton.

En ese momento, tenía el aspecto de la perfecta mujer sureña. Llevaba un bonito vestido azul marino que se ajustaba a su talle esbelto. Su delicado cuello, rodeado por un collar de perlas, llamó su atención. Le resultaba muy sexy ver a una mujer tan bien vestida y saber cómo era desnuda.

Maldijo entre dientes y dio media vuelta para marcharse de la fiesta. No se veía capaz de mostrarse indiferente. Pero justo en ese momento, Jackson Donovan se acercó a él. Siempre habían tenido sus encontronazos. Ya en su época de escolar, Jackson había sido un mojigato. Lo único que había cambiado desde entonces era que había pasado de ser un muchacho enclenque a un tipo musculoso de un metro noventa y cinco de estatura.

–Mo, me alegro de verte –le dijo Jackson, tendiéndole la mano.

Mauricio se la estrechó procurando no hacer fuerza, pero Jackson apretó antes de soltársela.

–No sabía que conocieras a Malcolm.

–Bueno, apenas lo conozco. He venido con Hadley.

Mo se sintió furioso. Habían roto y esta vez parecía la definitiva, pero Hadley podía aspirar a alguien mejor.

–Hola, chicos –dijo Hadley, uniéndoseles.

Le dio un beso a Jackson en la mejilla y saludó con una sonrisa a Mauricio, que respiró hondo.

–Hola, Hadley. Estás tan guapa como de costumbre.

–Gracias –replicó con una ligera inclinación de cabeza–. Discúlpanos, Mauricio. Mi madre me ha pedido que le presente a Jackson a una prima.

–Claro.

Tomó a Jackson del brazo y Mo se quedó mirándola mientras se alejaba, incapaz de apartar la vista de las curvas de sus caderas. ¿Siempre había tenido las piernas tan largas?

–Mo, me ha sorprendido verte hablar con Jackson –le dijo su hermano Diego al darle un botellín de cerveza.

Mauricio dio un largo sorbo antes de hablar.

–Mamá me ha dicho que vigile mis modales. No quiero darle motivos para que se sienta avergonzada después de lo que pasó en otoño.

–Me alegro de oír eso.

–¿Ah, sí?

Diego asintió.

–Yo, también. No puedo seguir evitando a todos aquellos con los que nos relacionamos cuando éramos pareja.

–Tienes razón –dijo Diego.

Eso esperaba. Estaba tratando de recuperarse. Un año atrás, había intentado sacar adelante un proyecto inmobiliario en una zona montañosa, un programa de televisión en Houston y su relación con Hadley, quien justo entonces había sido destinada a las oficinas de Manhattan de su empresa. Trabajaba para un estudio de diseño y era una de sus mejores diseñadoras. Más o menos lo estaba consiguiendo cuando había acabado quemado, especialmente después de lo que había pasado con Hadley. Tras aquello, se había visto obligado a hacer balance de su vida y a concentrarse en lo que era realmente importante: su familia, sus amigos y sus compañeros del equipo de polo.

–Me alegro. Pippa está en Londres esta semana, así que si quieres que salgamos, estoy libre –añadió Diego.

Su hermano mantenía una relación a larga distancia con Pippa Hamilton Hoff. Su prometida era la directora de operaciones de House of Hamilton, la famosa joyería británica, y vivía a caballo entre Londres y Cole´s Hill.

–Me parece buena idea. Esta semana estoy ocupado con un proyecto de Hogares Para Todos. Si tienes tiempo libre, nos vendrían bien un par de manos extras. Mañana por la tarde vamos a poner las vigas.

Mauricio estaba muy vinculado a organizaciones benéficas, ayudando a familias con escasos recursos a comprar su casa. Su manera de contribuir era cediendo terrenos a Hogares Para Todos, e incluso colaboraba como voluntario siempre que podía en la construcción de las casas.

–Ahí estaré –dijo Diego, volviendo su atención a Helena y Malcolm.

La pareja estaba abriendo regalos y todos los estaban observando, pero Mauricio no podía apartar la vista de Hadley. Llevaba recogida en un moño bajo su melena morena y rizada. Algunos mechones se le habían escapado y enmarcaban su rostro en forma de corazón. La vio morderse el labio inferior mientras bajaba la mirada al cuaderno que tenía en la mano y anotaba los detalles de cada regalo que su hermana recibía. De repente, pareció darse cuenta de que se estaba quitando la pintura de los labios. Tampoco necesitaba ponerse maquillaje para estar espectacular.

Desvió la mirada hasta el escote de su vestido. Aquello no era una buena idea. Debería haberse negado a ser el padrino de boda de Malcolm, pero la suya era una amistad de muchos años.

Se puso de pie y Diego arqueó una ceja.

–Necesito tomar aire fresco.

No llegó muy lejos antes de que Malcolm le alcanzara. Se habían conocido en tercer curso, cuando sus padres los habían dejado un sábado por la mañana en el Club de Polo. Desde entonces habían sido amigos. El padre de Malcolm había muerto cuando estaban en el instituto y Malcolm había pasado más tiempo en casa de los Velasquez después de que su madre tuviera que dedicar más horas a trabajar para sacar a la familia adelante. Ahora eran socios en la inmobiliaria y estaban empeñados en controlar el crecimiento de Cole´s Hill para que no se viera afectada la comunidad que tanto querían.

–Eh, Mo, necesito que entres para la foto de los testigos de la boda –dijo Malcolm–. Tengo una sorpresa para todos vosotros.

–Me alegro de verte tan feliz con la mujer de tus sueños.

Malcolm sacudió la cabeza.

–Todavía no puedo creer que Helena haya aceptado. No estoy seguro de merecerla y quiero asegurarme de que no se arrepiente de su decisión.

–Es una mujer muy afortunada –dijo Mauricio, dándole una palmada en el hombro a su amigo.

–Te he visto antes con Hadley y Jackson.

–Sí, pero no ha habido tensiones.

Malcolm rio.

–Uno de los inconvenientes de vivir en Cole´s Hill es que es imposible evitar encontrarse a las exnovias.

–Cierto.

–Helena me ha pedido que te mantenga a raya. Nada de discusiones con Hadley, Jackson, ni siquiera conmigo.

–No te preocupes. Ya he superado la mala racha.

–Me alegro de oír eso –dijo Malcolm–. A pesar de su encanto sureño, las mujeres Everton no te soportan.

No podía culparlas.

–Me comportaré.

–Malcolm, vamos –dijo Helena–. Papá quiere que acabemos con las fotos cuanto antes para quitarse la corbata.

–Ya voy.

Mauricio siguió a los novios hasta un salón. Había un enorme ventanal con una vista espectacular de las colinas en plena floración. Crissanne Moss, una de las vecinas más recientes de Cole´s Hill, era la fotógrafa. Estaba prometida con Ethan Caruthers, emparentado con Mauricio.

–Voy a tomar una foto de las damas primero, luego de los hombres y, por último, de todo el grupo.

Se oyeron algunos comentarios por parte de los hombres, que se recostaron en la pared a la espera. La última vez que habían estado así reunidos había sido en el instituto, mientras esperaban a que les hicieran las fotos para el anuario.

Sacudió la cabeza ante la idea.

–Odio las fotos –aseveró Malcolm–. Unas veces parezco sacado de un anuncio de pasta de dientes y otras como si estuvieran a punto de torturarme.

–Relájate –dijo Mauricio–. Tal vez deberías mirar a Helena. No se te ve mal cuando le dedicas una sonrisa.

–Me alegro de oír eso –replicó con ironía.

–Chicos, acercaos –dijo Crissanne.

Mauricio pasó junto a las damas de honor y percibió el perfume de Hadley. No pudo evitar respirar hondo mientras se colocaba donde la fotógrafa le indicaba. Cuando tuvo a todo el mundo en su sitio, les explicó que tenían que hacer una foto seria y otra divertida.

–Ahora, todos juntos –añadió Crissanne después de hacer las fotos a los hombres.

Se formó un pequeño revuelo alrededor de Helena y Malcolm, que estaban en el centro del grupo. Crissanne fue colocando a unos y otros, buscando la composición perfecta de la fotografía.

Mauricio estaba al fondo. Al medir casi dos metros, era lo suyo. Crissanne recolocó a dos damas de honor y Hadley acabó delante de él.

Se irguió un poco más y trató de apartarse de ella.

–Muy bien, chicos, quiero que pongáis la mano en el hombro de la mujer que tenéis delante –dijo Crissanne.

Puso la mano en el hombro de Hadley y al instante sintió un cosquilleo. Se le puso la piel de gallina en el brazo izquierdo y ella se estremeció al sentir su roce. Su respiración se volvió más agitada y un rubor se extendió por su cuello. Hadley volvió la cabeza y sus miradas se encontraron.

A pesar de que habían decidido que no estaban hechos el uno para el otro y que debían pasar página, había una atracción sexual entre ellos que no podían negar. Era consciente de que aquello podía conducirles a la más exquisita de las torturas y, aun así, no pudo evitar acariciarle la piel junto al tirante del vestido. Era más suave de lo que recordaba y sintió que se estremecía bajo su caricia.

–Muy bien, ya podéis iros todos –dijo Crissanne después de hacerles las fotos.

Hadley se apartó rápidamente de él y lo único que pudo hacer fue verla marchar.