Las Arpilleras. Una historia contada con hilo y aguja.

© Marjorie Agosín, 2021

© de esta edición: Ediciones Mis Raíces, 2021

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Santiago, Chile

www.misraices.cl

e-mail: ediciones@misraices.cl

Textos: Marjorie Agosín

Edición general: Francisca Jiménez Bluhm

Ilustraciones: Cynthia Imaña

Producción: María José Martínez F.

Diseño y diagramación: Magdalena Cofré J.

Primera edición, mayo de 2021

Número de registro: 2021-A-4279

ISBN: 978-956-9002-53-3

ISBN edición digital: 978-956-9002-57-1

Ediciones Mis Raíces

Todos los derechos reservados

En memoria de Violeta Morales, arpillerista y noble amiga quien tuvo la confianza para contarme estas historias.

Las arpilleristas, son mujeres artesanas que desde la década de los 70 vuelcan en trozos de telas sus sentimientos, historias de vida y distintas escenas de la realidad de nuestro país.

Fue entonces cuando grupos de mujeres de la Región Metropolitana comenzaron a desarrollar este arte, que luego se difundió por el mundo entero para denunciar las diversas injusticias sociales que sucedían en Chile.

Hoy se consideran parte de nuestro folclore y de nuestra artesanía urbana tradicional, dando vida a oficios populares, escenas de escuelas, rondas de niños y niñas y a una amplia variedad de imágenes y paisajes de Chile.

La Vicaría de la Solidaridad amparó a las arpilleristas durante décadas, hoy lamentablemente esta institución no existe. Pero las artesanas se han agrupado para mantener vigente su oficio como es el caso de las arpilleristas de Peñalolén, Melipilla, entre otras. En la década de los 60, la famosa folclorista Violeta Parra bordaba con lana sobre arpillera con mucha gracia y las expuso en el Museo de las Artes Decorativas que forma parte del Museo del Louvre en París. Ella fue la primera latinoamericana en exponer individualmente en este importante museo.

Hoy, las herederas de este oficio se agrupan en el Colectivo Memorarte, fundado en diciembre del 2015 por Cynthia Imaña, ilustradora de este libro, junto a Alejandra Campos y Erika Silva.

DELFINA NAHUENHUAL

Delfina Nahuenhual llegó un día a nuestra casa con un jazmín en su oreja izquierda y un clavel en la derecha. Golpeó con fuerza la puerta de madera y mamá la hizo pasar, pero cuando le abrimos el viento jugó con ella y Delfina terminó sobre una poza que había en la mampara. Mi madre trató de levantarla, pero resbaló y fue a parar junto a Delfina. Se ayudaron con un compañerismo que antes no había notado en mi madre y luego comenzaron a reír. Así entablaron una amistad que incluso hoy la muerte no ha logrado disipar.

-Pareciera que usted misma es la lluvia…- le dijo mi madre al ver que el temporal comenzaba a manifestarse en todo su esplendor. -Ah, qué digo. Está empapada, señora. Vaya a cambiarse mejor, antes que se enferme-.

Delfina miró a mi madre y le dijo:

-No importa, señora. Un poco más, un poco menos de agua no hará gran diferencia. Recuerde que todas estamos hechas de agua, de mar…-

Esas palabras me acompañan hasta el día de hoy, de hecho, la mayoría de las cosas que Delfina conversaba me parecían extrañas certezas que merecían ser recordadas, palabras que de inmediato yo transformaba en imágenes fantásticas, en dibujos o en lugares que a pesar de no haber conocido, reconocía de inmediato. Nos enseñaba el lenguaje oculto de la lluvia o el augurio que lleva el canto de tal o cual ave.