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Manuel Gutiérrez Nájera

Poemas

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9816-837-2.

ISBN ebook: 978-84-9897-996-1.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

A un triste 9

Ama aprisa 10

De blanco 14

Efímeras 16

En un abanico 17

Frente a frente 18

Hojas secas 21

La duquesa Job 23

La misa de las flores 27

La serenata de Schubert 32

Las mariposas 35

Las novias pasadas son copas vacías 37

Madre naturaleza 38

Mis enlutadas 40

Non Omnis Moriar 43

Ondas muertas 45

Para el álbum 48

Para entonces 49

Para un corpiño 50

Para un menú 52

Pax Animae 53

Por la ventana 57

Resucitarán 59

Si tú murieras 61

Siempre a ti 63

Última Necat 66

Libros a la carta 69

Brevísima presentación

La vida

Manuel Gutiérrez Nájera (México, 1859-1895).

Dedicó su vida al periodismo. Publicó con seudónimos como «El Duque Job» una extensa obra en prosa de gran importancia para el modernismo en la que destacan sus crónicas a las que infundió un estilo ligero y ameno, de gran personalidad expresiva. Escribió además numerosos relatos. Hizo asimismo crítica literaria y teatral.

En 1894 fundó, junto a Carlos Díaz Dufóo, la Revista Azul que llegó a ser una referencia privilegiada del modernismo en México.

De temperamento religioso y sensibilidad romántica, su poética es afin a la concepción romántico-simbolista de la poesía por su rechazo al realismo y al positivismo y su defensa de la belleza en sí, liberada de la moral y la preocupación humanista y social.

Nájera se sentía heredero de la idea del arte por el arte, que en Francia propagara Théophile Gautier, a quien tanto admiró. Sus lecturas de Musset, entre otros, y las del italiano Leopardi, influyeron en los elementos románticos y parnasistas que marcan su poesía.

A un triste

¿Por qué de amor la barca voladora

con ágil mano detener no quieres

y esquivo menosprecias los placeres

de Venus, la impasible vencedora?

A no volver los años juveniles

huyen como saetas disparadas

por mano de invisible Sagitario;

triste vejez, como ladrón nocturno,

sorpréndenos sin guarda ni defensa,

y con la extremidad de su arma inmensa,

la copa del placer vuelca Saturno.

¡Aprovecha el minuto y el instante!

Hoy te ofrece rendida la hermosura

de sus hechizos el gentil tesoro,

y llamándote ufana en la espesura,

suelta Pomona sus cabellos de oro.

En la popa del barco empavesado

que navega veloz rumbo a Citeres,

de los amigos el clamor te nombra,

mientras, tendidas en la egipcia alfombra,

sus crótalos agitan las mujeres.

¡Deja, por fin, la solitaria playa,

y coronado de fragantes flores,

descansa en la barquilla de las diosas!

¿Qué importa lo fugaz de los amores?

¡También expiran jóvenes las rosas!

Ama aprisa

Mientras ufana la risa

de tus labios no se aleje,

si quieres que te aconseje

¡ama aprisa!

Con raudo mariposeo

se va de esta a aquella flor

en las alas del deseo,

libando el licor hibleo del amor.

¡Seres y cosas felices

jamás tuvieron raíces!

Se ven marchitas las rosas

y mustias las margaritas...

¡Pero no se ven marchitas

ni alondras ni mariposas!

Con gentileza y donaire

se paran en donde quieren,

y cuando al cabo se mueren

su libre tumba es el aire.

Ama a cuantas

te quieran también amar,

porque siendo tantas, tantas

¡no las podrás recordar!

¡Ama al velo

que solo las almas malas

están prendidas al suelo.

¡Todo lo que sube al cielo

tiene alas!

Hay, aquí; mañana, allá;

sin locura ni pasión

como quien de paso va

y seguro de que está

en casa su corazón.

Haz la amorosa comedia

o la comedia divina...

¡Mas córtala si declina

en tragedia!

¡Todo en risa, todo en risa!

¡Todo entre galán y dama!

Sin amar a todas, ama...

pero aprisa, muy aprisa.

Que así, yendo sin cesar

de esta flor a aquella flor,

cuando te quiera buscar

no te encontrará el dolor.

Mas ¡ay! que en esta infinita

mudanza eterna del alma

todo nuestro ser agita

sed insaciable de calma.

Sé para el amor travieso

en labios de hermosas locas,

y allí conoce las bocas...

¡pero no conoce el beso!

En las breñas del camino

se queda el alma cansada,

como túnica de lino

por las zarzas desgarrada.

Noche helada

cae al campo solitario,

como las noches del polo,

y envuelto en ese sudario