Alcaldeando
Las enseñanzas de liderazgo de un alcalde
Alberto Ruiz de Azua Solozabal
© del texto: Alberto Ruiz de Azua
© de esta edición: Editorial Diéresis
Diseño: dtm+tagstudy
ISBN: 978-84-942959-9-7
Depósito legal: DL B 25774-2014
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Escuché por primera vez el término «alcaldeando» en boca de Lourdes, la mujer con la que actualmente comparto mi vida.
A pesar de que han pasado varios años desde que dejé de ser alcalde, me sigue gustando salir a dar una vueltita y tomar algún vino –siquiera un par de días a la semana– con la gente de mi pueblo. Sobre todo con los amigos de mi difunto padre. Me siento muy a gusto y querido entre ellos. Son entrañables.
Cada vez que decía a Lourdes que me iba a dar una vuelta por el pueblo «con los abuelos», siempre me preguntaba con sorna: «¿Ya vas a alcaldear?». Y me hacía gracia, porque al escuchar ese palabro me venían a la cabeza multitud de recuerdos de los doce años en los que ejercí como alcalde de mi pueblo.
En aquella época intentaba mantener el contacto con la ciudadanía paseando por las calles y barrios de Arrigorriaga, alternando y hablando todo lo que podía con mis vecinas y vecinos para evitar ese perverso distanciamiento y desapego que a veces se percibe entre políticos y sociedad, ese distanciamiento entre el pueblo y sus dirigentes. Y supongo que de aquella época me han quedado ciertos hábitos que intento mantener de una forma más o menos consciente. Y además, confesaré que ahora estoy disfrutando mucho en mi condición de exalcalde sabiendo de antemano que cuando alguien se me acerca, ya no es para quejarse, ni para pedirme o reivindicar algo ni para regañarme, sino para saludarme cordialmente, sin otras dobleces ni segundas intenciones.
Pero, ¿qué sería «alcaldear»? Pues, evidentemente, lo que hace a diario un alcalde.
En Centro y Sudamérica, el lenguaje que se habla en la calle está completamente inundado de neologismos. Cualquier concepto o idea se convierte en verbo. Cuando intentas cautivar o atraer a alguien, romanseas; si estás tomando café, andas cafeteando; si estás haciendo el sinvergüenza, estás sinvergüenseando; si bailas bachata, andas bachateando, y si estás realizando las labores propias de un alcalde, sin lugar a dudas, estás alcaldeando.
Y ¿en qué consistiría el «alcaldeo» tal y como yo lo contemplo? Dentro de este manual leerás que el secreto del éxito de cualquier proyecto está en una buena conjunción entre dos conceptos: tarea y relación. Es decir, entre el trabajo y la comunicación (el trato, la relación fluida con nuestros semejantes).
Esto último es fundamental para un alcalde. En tu empeño deberás trabajar H24 ó 24/71 con dedicación y ahínco, pero deberás al mismo tiempo invertir muchas horas relacionándote: con tus compañeros de partido, con tus colegas alcaldes y concejales, con los trabajadores del ayuntamiento, con sus sindicatos y con la ciudadanía, la organizada y la no organizada; y además, tendrás que reservar tiempo para tus amigos y para la familia.
Esta secuencia de trabajo y relación, relación y trabajo, supone un gran desgaste personal, que podrás ir capeando con los consejos y recomendaciones que te ofrezco en este libro.
Alcaldear es un palabro, no una palabra, porque no está reconocida ni aceptada por la Real Academia de la Lengua. Pero reivindico desde aquí su validez en el mejor sentido del concepto.
Y lo hago para agradecer el trabajo honesto e impagable de la legión de personas que han sido alcaldes y alcaldesas, concejalas y concejales y que han dedicado los mejores años de su vida a esta noble tarea. A todas y todos ellos dedico este manual.
Vivimos en comunidad, nuestra individualidad y autonomía personal sólo es posible reivindicarla junto a otros. Vivimos en comunidades naturales: la familia en la que nacemos; después en comunidades voluntarias, compartiendo valores, intereses o fines, en comunidades políticas, cuyo objetivo no es otro que el bienestar de las personas que la integran.
En proceso histórico siempre abierto han ido creándose diversas comunidades políticas, desde la ciudad hasta las uniones de Estados, pero la comunidad política básica y esencial ha sido siempre la ciudad, pequeña o grande, aldea o metrópoli. Y así el gobierno de la ciudad constituye una pieza clave e insustituible del bienestar individual y de la cohesión social.
La ciudad es la respuesta a cómo queremos vivir juntos. La ciudad es ese lugar donde todos esperamos alcanzar el bienestar como integrador de todos los derechos y como espacio de esperanza y de posibilidades liberadoras.
Por eso se comprende muy bien que Henri Lefebvre proclamara hace medio siglo «el derecho a la ciudad», ratificado ya en declaraciones internacionales, como la Carta Mundial por el derecho a la ciudad, la Carta de Salvaguarda de los derechos humanos en la ciudad, o la Declaración Universal de Derechos Humanos Emergentes, en cuyo artículo 7.1 se proclama «el derecho a la ciudad, que asegura que todo ser humano y toda comunidad encuentren en la ciudad las condiciones para su plena realización política económica, social, cultural y ecológica».
La ciudad, a pesar de sus grandes contradicciones, esperanzas y amenazas, es espacio de libertad y «en la ciudad reside la fuerza de los pueblos libres» (Alexis de Tocqueville). Y en este mundo globalizado, Ulrico Beck nos enseñó que «no se puede entender la globalización sin el concepto de lo local» y que debemos hallar lo universal en las entrañas de lo local, en la ciudad. La ciudad es «una revolución posible» (María Sintes) y es en la ciudad, reinventándola cada día, donde tenemos que producir una respuesta regenerativa de una sociedad injusta e insostenible.
La ciudad es cultura. Es la expresión de las diferencias culturales de sus habitantes, pero hemos de pasar de la simple multiculturalidad o mera coexistencia a la interculturalidad, lo que supone una convivencia que implica reconocimiento, valoración, diálogo y participación. La ciudad es creación colectiva y proceso cultural.
La ciudad es espacio. La ciudad es espacio «urbano», un escenario determinado por la planificación territorial y urbanística y marcado por el legado de la historia con una base medioambiental y ecológica. La ciudad es espacio «social» integrado por todas las personas que viven en ese espacio físico y que se organizan en ámbitos familiares, laborales, culturales, sociales, en búsqueda de su bienestar. La ciudad es espacio «simbólico», expresado en sus instituciones, historia, personajes, tradiciones, fiestas, monumentos, que crean una conciencia, un sentimiento de pertenencia comunitaria. Y la ciudad es espacio «organizativo de gobierno», de organización política, es decir, de organización de la vida en común para alcanzar el bienestar de todos.
En un sistema democrático la ciudadanía encomienda, no delega, a un grupo de ciudadanos la tarea fundamental de dirigir la promoción de ese bien común en su doble vertiente de bienestar individual y de bienestar colectivo o cohesión social, sin olvidar que la paz es la condición, el fin inmediato y previo a todos los demás, por mínimos o legítimos que puedan ser.
Y en la ciudad ese grupo de ciudadanos elegidos por sus convecinos constituyen el gobierno local o municipal, con una tarea absolutamente fundamental y decisiva para ese objetivo esencial de la política, de toda política, que es el bienestar de todos. Son nuestro Ayuntamiento, alcalde y concejales, hombres y mujeres, quienes han recibido de sus convecinos esa encomienda esencial y a la que han de entregarse con abnegada ilusión y dedicación en la ciudad, en su Ciudad.
Pero no puede olvidarse que la política es tarea de todos y que declararse «apolítico» es sólo expresión de egoísmo. La gobernanza de la ciudad nos conmina a todos a elegir a los mejores para trabajar en la alcaldía y concejalías, a participar con buenas prácticas en la toma de decisiones, a controlar y evaluar esas decisiones y sus resultados y, en definitiva, a ser actores, protagonistas, o mejor aún, autores de nuestra vida ciudadana, y no simplemente público o espectadores.
La participación y el compromiso ciudadano están en la esencia de la democracia, y la gobernanza local democrática necesita autoridades locales responsables capaces de promover la participación ciudadana y de implicar a un gran número de actores mediante comités consultivos, consejos asesores, asociaciones culturales y vecinales, entidades económicas y laborales, medios de comunicación, así como ofrecer una adecuada información y transparencia y practicar el ejercicio constante de la rendición de cuentas y honradez.
En esa difícil y apasionante tarea de dirigir la ciudad hacia el bien común, de organizarla para su progreso social, económico y ambiental, los gobernantes locales, o los que a aspiren a serlo, cuentan desde ahora con este excepcional «manual de instrucciones», con este ensayo, expresión del gran trabajo como profesional y como gobernante local de Alberto Ruiz de Azua Solozabal, entre otras muchas tareas, Alcalde de Arrigorriaga y Presidente de Euskal Fondoa. Es una brillante y necesaria aportación a la gobernanza local que servirá de referencia básica a todas nuestras futuras alcaldesas y concejalas, a todos nuestros futuros alcaldes y concejales. Yo lo eché de menos hace cuarenta años.
Pero no quiero terminar este prólogo sin decirte, lector, que aún en el caso de no dedicarte a la gobernanza local, si tienes vocación y oportunidad de ejercer el liderazgo en cualquier otro ámbito de la vida, este manual va a resultarte muy útil porque los principios del liderazgo ético que el autor reivindica son aplicables a cualquier actividad que uno se proponga realizar en la vida, sea en el ámbito público o en la iniciativa privada.
Espero que disfrutes del libro tanto como lo hice yo.
José Ángel Cuerda
Alcalde de Vitoria-Gasteiz (1979-1999)
Mientras volaba a Madrid a dar una conferencia sobre mi experiencia personal en el ámbito del liderazgo en la Administración pública local que servía para cerrar un curso de formación a cuadros locales que la Consultora Estrategia Local2 estaba impartiendo en la Federación Española de Municipios y Provincias, pensé que quizá el guión que había preparado para hacer mi exposición, ampliado con un poco más de detalle, podría ser editado y publicado como manual de ayuda para que los cargos públicos locales se orientaran en el ejercicio de sus responsabilidades políticas cotidianas. Al fin y al cabo, era un resumen de la experiencia de alguien que lleva casi toda su vida laboral vinculado a la Administración local.
Días después de la ocurrencia, me puse manos a la obra y el resultado de aquella visión es este pequeño manual que tienes en tus manos y que espero te sirva para hacer más eficiente, llevadera e incluso divertida la función pública para la que vas a ser o has sido ya electo.
Aunque ahora ya, una vez escrito y releído su contenido, creo que este manual puede servir de ayuda también para cualquier persona que se dedique a desarrollar funciones de coordinación o liderazgo en cualquier equipo de personas, en clubes, asociaciones, incluso en el ámbito de la gestión empresarial privada. Porque, al fin y al cabo, un ayuntamiento no deja de ser una empresa, un proyecto al que aplicar los principios del liderazgo ético. Y las cualidades y valores que deben iluminar la actividad de un líder son, básicamente, los mismos, ya se enfoque el quehacer profesional a una actividad privada o a una pública.
Soy consciente de que, con la que está cayendo estos últimos años, cada día nos resulta más difícil creer en las cosas de la política aunque yo creo firmemente en ella. Tengo fe en las personas, en las cosas de la política, y en la política de las cosas3. Estoy totalmente de acuerdo con mi admirado José Ramón Blázquez4, cuando dice5 que hoy la política es más necesaria que nunca porque los mercados y las fuerzas invisibles que nos manejan aprovechan nuestra perplejidad y desorientación para someternos y liquidar las libertades reales. Sólo la política puede romper la desigualdad y las injusticias; únicamente la política permite crear soluciones solidarias; nada más que la democracia es capaz de parar los pies a la plutocracia financiera; sólo desde la política un pueblo pasará desde la dependencia sumisa a la independencia radical; y únicamente unas instituciones fuertes y bien administradas podrán detener a los nuevos dueños de la economía, la educación, la comunicación, la cultura y el ocio.
Creer en la política –sigo a Blázquez– es creer en las personas, en su dignidad y su capacidad de convivir en la diversidad. Tener líderes es una consecuencia natural de la política y hoy están mejor preparados que los de hace treinta años. Pero la exigencia ciudadana y la información sobre el quehacer institucional han aumentado. La ciudadanía es poco crédula, menos ingenua y está más implicada, y a este nivel de calidad democrática no se ha adaptado el sistema político, congelado en la ceremonia electoral. La sociedad ha madurado –en el ámbito político y participativo– y la política se ha estancado. Los ciudadanos creerán de nuevo en sus líderes si estos abandonan la comodidad, vuelven a la calle, se arriesgan por las personas, son intrépidos, auténticos, emocionales y se apasionan por la libertad frente a la tiranía tecnocrática que viene.
Creo, firmemente además, en las cosas sencillas, entrañables, que, a la postre, suelen ser las que más satisfacciones aportan a quienes las gestionan con fe e ilusión. Un Ayuntamiento es la institución más entrañable y cercana a las personas y la que nos puede aportar más satisfacciones. A los políticos y a la ciudadanía.
Pero reconocida esa madurez, calidad democrática y nivel de exigencia ciudadana, no es sencillo gestionar hoy la política de las cosas. Cuando hay intereses en juego, en mayor o menor medida, tarde o temprano aparecen la presión, el agobio y el estrés; y vivir o trabajar sometidos a presión de forma continuada es complicado cuando no peligroso, y para un político, para un líder actual, es menester manejar ciertas herramientas para administrar estas situaciones con cierta solvencia. Solvencia para poder gestionar las emociones, los estados de ánimo; para desdramatizar marcos y entornos complicados que se nos presentarán durante el ejercicio del cargo.
He desarrollado mi carrera pública a caballo entre los Ayuntamientos de Arrigorriaga y Bilbao. Son municipios muy diferentes: Arrigorriaga, en el Territorio Histórico de Bizkaia, tiene una población de 13.000 habitantes y Bilbao, la capital, de 358.000; el número de trabajadores del Ayuntamiento de Arrigorriaga es de 80, en el de Bilbao trabajan unas 2.500 personas; el presupuesto del Ayuntamiento de Arrigorriaga para 2015 es de 13 millones de € y el de Bilbao, 600 millones.
Durante estos años, además, he mantenido relaciones con muchas y muchos compañeros alcaldes, concejales, cargos directivos y funcionarios de otros ayuntamientos y he comprobado que por encima de diferencias cuantitativas o cualitativas entre diferentes administraciones, las dinámicas y los registros con los que funcionan todos los ayuntamientos son muy parecidos. Por eso, el contenido de este manual pretende dirigirse a cualquier candidato a cualquier ayuntamiento, sin excepciones. Las experiencias que vais a vivir y las emociones que vais a sentir, van a ser similares.
Seguro que para cuando leas éste, te habrás dado cuenta de que hay muchos más manuales acerca de cómo lograr el poder que libros acerca de qué hacer con ese poder. Esto se corresponde con el hecho de que haya más asesores de comunicación, marketing y desarrollo de campañas electorales que de gobierno propiamente dicho. Y además, como quien gobierna suele estar obsesionado por la reelección y hay comicios continuamente, buena parte de su actividad es más estrategia electoral que de gobierno. Es como si estuviéramos pensando más en el acceso al poder que preocupándonos en qué hacer con él. Yo te intentaré ayudar con este manual a enfocarte bien en qué debes hacer cuando ejerzas el poder.
Dice mi amigo David Latxaga6 que un alcalde en su primer mandato se siente como Sancho el Fuerte: entra en la administración a fuego y espada cuestionándose todo e intentando imponer sus nuevas ideas y criterios con vehemencia, muchas veces con más voluntad que acierto. En el segundo mandato, una vez adquirida la experiencia y madurez de los primeros cuatro años de andadura municipalista, el alcalde se siente como Sancho el Sabio y actúa con más prudencia y sensatez. Pero el problema puede llegar en el tercer mandato, donde el edil corre el peligro de cogerle gustillo a la silla, relajarse y convertirse en Sancho Panza.
Este manual está basado en mi experiencia personal, en mi andadura como cargo político y directivo local, y espero te sirva de ayuda en la difícil y noble tarea que estás dispuesto a asumir o que ya llevas tiempo realizando. Para que puedas llegar a ser Sancho el Sabio sin que sufras mucho en tu etapa de Sancho el Fuerte y evites, al menos, convertirte finalmente en Sancho Panza.
Advertencia: Mi experiencia vital, sobremanera los años en el municipalismo, me han hecho ganar enteros en cuanto a sensibilidad en cuestiones de género. Aún así, no es sencillo superar las dicotomías que se nos presentan continuamente al dirigirnos a la colectividad. Te pido pues que seas benévol@ al leer este manual. Donde diga alcaldesa, se ha de entender también alcalde. Donde diga concejal, se ha de entender también concejala. Si escribo «querido lector», has de leer también «querida lectora». Y si digo «líder», has de entenderte también, mujer, ahí incluida.