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Índice

Prólogo

Roland Spiller

De la gran aldea a la metrópolis: imágenes literarias de Buenos Aires en el tardío siglo XIX

Sabine Schlickers

La ciudad como objeto. Borges y Buenos Aires

Annick Louis

Borges flâneur-promeneur-reveur-solitaire. La construcción de una identidad literaria-cultural. La intimidad de Buenos Aires

Alfonso de Toro

La refundación poética de Buenos Aires en la obra de Borges

Adelheid Hanke-Schaefer

Entre Benarés y Buenos Aires: el yo lírico como flâneur mundial en Fervor de Buenos Aires de Jorge Luis Borges

Verena Dolle

Borges en la universidad argentina de la posdictadura. Apuntes para una cartografía

Analía Gerbaudo

Algarabía porteña: discusiones y traducciones a comienzos de los años cuarenta

Andrea Pagni

La ciudad aumentada: cinematógrafo y verosimilitud en El Aleph

Matei Chihaia

Un homenaje a Buenos Aires: Ronda nocturna de Edgardo Cozarinsky

Dieter Ingenschay

La ciudad sin Borges: avatares del género policial en una Buenos Aires acorralada

Victoria Torres

Memorias en conflicto. Buenos Aires entre la amnesia y el recuerdo en la representación audiovisual

Israel Encina

Del suburbio a la villa miseria: una lectura de los itinerarios (e imaginarios) urbanos a partir de Borges

Gisela Heffes

Cartografías de Buenos Aires en la crónica urbana contemporánea

Alicia Montes

Chejfec, Cortázar y Borges: caminatas transculturales por la ciudad letrada en “El testigo”

Roland Spiller

El testigo

Sergio Chejfec

Sobre los autores

Estudios Latinoamericanos

DIRECCIÓN

Walther L. Bernecker
Sabine Friedrich
Titus Heydenreich (†)
Silke Jansen
Andrea Pagni
Gustav Siebenmann
Hanns-Albert Steger

Vol. 52

Redacción:

FAU Erlangen-Nürnberg
Centro de Estudios de Área
Sección Iberoamérica
Bismarckstr. 1
D-91054 Erlangen
Alemania

 

Este libro se publicó gracias al apoyo del Consulado General de la República Argentina en Frankfurt am Main.

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Prólogo

Buenos Aires

Y la ciudad, ahora, es como un plano de mis humillaciones y fracasos;
[…]
No nos une el amor sino el espanto; Será por eso que la quiero tanto.

Jorge Luis Borges, El otro, el mismo.

El Coloquio “Borges-Buenos Aires” pudo celebrarse gracias al apoyo generoso del consulado general de Argentina en Frankfurt am Main. En el marco de las Segundas Jornadas Iberoamericanas organizadas por el Instituto de Lenguas y Literaturas Románicas de la Universidad Goethe, participaron, bajo el auspicio del embajador Victorio Taccetti, críticos literarios y culturales de Alemania, Argentina y otros países europeos y americanos. La presencia del escritor Sergio Chejfec, cuya escritura gira en gran medida alrededor de la ciudad y los fenómenos urbanos, fue especialmente grata y sugerente. Le agradecemos por concedernos los derechos para incluir su relato “El testigo”1 en estas actas que además están enriquecidas por los artículos de Dieter Ingenschay, Alicia Montes y Andrea Pagni, que no pudieron estar presentes durante el coloquio.

Los trabajos aquí reunidos van del final del siglo XIX hasta el presente. Durante este período se ha publicado abundante literatura sobre la temática urbana y se ha realizado una cantidad enorme de investigaciones sobre Buenos Aires, su historia y sus representaciones literarias y culturales. Como otras ciudades latinoamericanas simboliza la idea de América Latina y lleva consigo las marcas del cambio histórico y epistemológico. Este volumen comienza con el aporte de Sabine Schlickers sobre la representación de Buenos Aires en el fin de siècle. Después de la independencia, la definición de la división de espacios, que circulaba en la época colonial, se extiende y el concepto fundamental campo-ciudad se convierte en la fórmula barbarie-civilización.

A mediados del siglo XIX, impulsados por la experiencia del caudillismo, los escritores, que eran intelectuales y políticos al mismo tiempo, ponen de relieve las dicotomías. El argentino Domingo Faustino Sarmiento impone con Facundo. Civilización y barbarie (1845) un modelo que, excluyendo a los indígenas, lleva al genocidio. El sueño de la razón positivista engendra monstruos y prepara la inversión del esquema. En el primer tercio del siglo XX la civilización se convierte en barbarie y las ciudades, en espacios apocalípticos donde reina la angustia en un sistema que lucha con la integración de los inmigrantes. De hecho, la historia de la literatura argentina se basa en distintas metáforas y metonimias de la ciudad. Esteban Echeverría la convierte en matadero (El matadero, 1871) y Martínez Estrada invierte con La cabeza del Goliat (1940) la visión civilizadora para utilizar la metáfora urbana como medio de reflexión filosófica, existencial y espiritual.

Ya en el siglo XIX Buenos Aires se convierte una capital de la imaginación. Pocas otras metrópolis crearon una riqueza de textos, mitos, leyendas e imágenes comparable. Esta creatividad modeló una mitología propia, heterogénea e híbrida que transgrede los límites discursivos y semióticos, una mitología que encontramos manifestada en todas las capas culturales, en las creencias, convicciones, pensamientos, actitudes e imaginarios de la vida cotidiana, pero también en la literatura, en novelas, ensayos, en la poesía, en el cine y en las otras artes, en los discursos, en las ciencias y medios más diversos que se conectan entre sí para constituir la memoria colectiva.

Teóricos culturales como Ángel Rama, Néstor García Canclini, Beatriz Sarlo y Alfonso de Toro caracterizan mediante la hibridez tanto el espacio urbano real como sus representaciones culturales. Esto nos permitió replantear, en nuestras discusiones durante el coloquio, la idea del crítico literario alemán Volker Klotz que conceptualizó la analogía entre el espacio urbano y la novela moderna basandose en el carácter de palimpsesto compartido por las ciudades y las novelas (Klotz 1969; Huyssen 2003; Spiller 2012).

Las representaciones de la capital porteña demuestran que la heterogeneidad y la pluralidad multifacéticas de una ciudad posibilitan estos nexos, encuentros y extravíos fascinantes, que suscitan lo urbano y lo específicamente porteño, la lógica propia (Eigenlogik) de Buenos Aires, como dirían los sociólogos urbanos Helmuth Berking y Martina Löw (2001). Esta Eigenlogik se manifiesta en las estructuras escondidas de las ciudades que corresponden a procesos tácitos de constitución de sentido (Löw 2001: 19). Desde mi punto de vista, estos procesos se manifiestan también y sobre todo en la poesía, que a su vez se esconde, según Jorge Luis Borges, detrás de cada esquina (véanse los artículos de Dolle, HankeSchäfer y de Toro en este volumen). Los textos que reunimos aquí concuerdan en que esta exuberante riqueza de carácter fundamentalmente polisistémico, que corresponde a lo que se podría llamar “la ciudad entera”, que solamente puede ser captada por la imaginación.2 En este sentido, Annick Louis muestra en su recorrido por la obra de Borges que la ciudad no es un tema, sino un procedimiento, que posibilita una representación paradójica: Buenos Aires es y no es Buenos Aires.

Sin embargo, Buenos Aires es, incluyendo sus paradojas, también una Capital Federal con tres millones de habitantes. En ella se lucha por la obtención de bienes, no solamente materiales, por el bienestar y a menudo también por sobrevivir en el espacio compartido que en nuestra época de globalización acelerada ya no implica necesariamente tener historias compartidas. Aquí, como en otras ciudades latinoamericanas, existe una creciente segregación social que se manifiesta en nuevas reparticiones del espacio urbano: “condominiums, countries, private cities” (Wehrhahn 2013: 309). Junto a las villas, se encuentran los “Nuevos Asentamientos Urbanos” (según la terminología oficial), los barrios cerrados (gated comunities) y los countries, que tienen un estilo más exclusivo.3 Estos fenómenos, que ocupan un lugar central en la literatura contemporánea y los escritores que los tratan, son presentados por Victoria Torres en su análisis del género policial que vislumbra “la ciudad sin Borges”.

El cambio, tanto urbano como de los conceptos de urbanidad, son temas clave de la literatura moderna, de la literatura contemporánea, y lo serán también en la literatura futura del siglo XXI. La experiencia del cambio y la concomitante fugacidad de la vida invitan a reflexionar sobre las relaciones entre los fenómenos sociohistóricos, la crítica literaria y la teoría cultural. Para esta reflexión el spatial turn aportó ideas sumamente sugerentes que definen el espacio como un producto, un resultado de una actividad y como una relación móvil de sistemas variables (Soja 1989; Löw 2001; Borsò/Görling 2004; Günzel 2007, 2009, 2010; Czáky/ Leitgeb 2009; Hallet/Neumann 2009). En América Latina el tema urbano se entrelaza con las ideas del espacio. La ciudad letrada (1984) de Ángel Rama es sin duda el texto de referencia más conocido. En el marco latinoamericano Buenos Aires se distingue de otras capitales, como México, por no haber sido construida sobre las ruinas de una ciudad indígena ya existente. Por eso predomina la frontera entre el espacio ‘civilizado’ urbano y el espacio ‘bárbaro’ del campo. Al elegir a Jorge Luis Borges como punto de referencia incluimos esta noción, porque las “orillas” constituyen un tema central de su visión de Buenos Aires, y al mismo tiempo abrimos la temática hacia una cultura universal.4 Buenos Aires obtiene en Borges un valor simbólico, que implica la ambigüedad irreducible que caracteriza su obra. Refiriéndose a su Buenos Aires, Borges desarrolla una representación urbana transcultural que atraviesa los fenómenos urbanos porteños y que transciende el regionalismo pintoresco anterior.5 Esta tendencia transcultural la encontramos también en escritores extraordinariamente importantes que tratan el tema urbano como Italo Calvino y Juan Carlos Onetti.6 Esta actitud que ya aparece en la poesía temprana de Borges se mantiene a lo largo de su obra. En “El escritor argentino y la tradición” define el cuento “La muerte y la brújula” como: “[…], una pesadilla en que figuran elementos de Buenos Aires deformados por el horror de la pesadilla”, para continuar: “mis amigos me dijeron que al fin habían encontrado en lo que yo escribía el sabor de las afueras de Buenos Aires. Precisamente porque no me había propuesto encontrar ese sabor, porque me había abandonado al sueño, pude lograr, al cabo de tantos años, lo que antes busqué en vano” (Ficciones 1944, en: [2005]. O. C., 1: 286). El sueño como experiencia primordialmente estética y como discurso antirrealista es una clave en su obra completa, también en la poesía (Spiller 2010a; 2010b). De hecho, su estética y mimética se basan en el modelo del sueño. Alfonso de Toro constata con fundada contundencia que la “estética onírico-rizomática de Borges no solamente se da en El libro de sueños (1976), sino que es la base central de su pensamiento y de su discurso” (2008: 97). Borges preparó, como acierta Volker Roloff, una historia del sueño como género literario (1992: 69). Dentro de la historia de este género, que está aún por escribirse, el tema urbano cumpliría la función de la representación del descubrimiento de espacios de la conciencia, de sus capas y facetas que abarcan el espacio enorme del inconsciente y, como dice Michel Foucault, los lugares sin lugares de los sueños. Siguiendo esta línea de pensamiento, De Toro dedica su artículo al “flâneur-solitaire-promeneur-rêveur” en la poesía de Borges.

El imaginario urbano y la construcción-invención de la memoria se manifiestan en distintos ámbitos culturales y sociales. En este volumen enfocamos los textos literarios y la cinematografía. También en el cine se puede advertir la función onírica. Las películas urbanas muchas veces representan la ciudad como pantalla para las proyecciones de los protagonistas, una pantalla que representa sus sueños, deseos y emociones. Matei Chihaia realiza en su análisis de “El Aleph”, el cuento borgeano más conocido, una interpretación intermedial que demuestra las estrechas relaciones entre literatura y cine. Dieter Ingenschay investiga la estética urbana en la película Ronda nocturna de Edgardo Cozarinsky. Aplicando la “mirada periférica” (Ingenschay 2000), presenta un homenaje a la capital porteña desde la estética homosexual. La representación estética de la ciudad está enfocada por la mayoría de los artículos aquí reunidos. Por ejemplo, Israel Encina en su aporte a los estudios de la memoria colectiva lo analiza desde el concepto de la “amnestética” y Analía Gerbaudo lo sitúa en el contexto de la crítica literaria y de la enseñanza universitaria en la posdictadura. La ya mencionada nueva crítica social se mezcla con una tendencia metaestética, que presenta la problemática de la representación misma, no solamente por su carácter fugitivo, como en Baudelaire, sino también por su índole residual, suplementaria y virtual, como el pasado imaginado en “El testigo” de Chejfec. En este relato reproducido al final de la compilación, la búsqueda de la huella freudiana y benjaminiana se virtualiza, como detecta Roland Spiller en su análisis de las relaciones intertextuales entre Chejfec, Borges y Cortázar.

Otro aspecto común observado en los artículos son las imágenes producidas por los textos y las películas urbanos. Resumiendo esta temática quisiera subrayar la función de las imágenes que consiste en la transmisión de emociones y también en la presentación de la representación mencionada.7 El propio Borges une la representación de la experiencia de la ciudad real con una mitología, basada en su epistemología onírica que incluye y supera la tensión fundamental entre las dicotomías de vigilia y sueño, orden y caos, civilización y barbarie. Borges y Onetti prepararon no solamente las escrituras amiméticas, que inspiran a escritores contemporáneos como Chejfec, sino también la apertura transcultural, el paso al sujeto transidentitario que se define por el movimiento y como movimiento que transgrede las categorías dicotómicamente fijadas.8 Esto no excluye lo emocional, al contrario, la ciudad es objeto de una transformación afectiva, como comprueba Alfonso de Toro en su análisis del flâneur borgeano. La transformación ficcional y poética funda el imaginario de una ciudad. Esto nos muestra Verena Dolle en su lúcida interpretación del poema “Benarés” de Borges. Adelheid Hanke-Schäfer, que presenta a Borges como un “anti-flâneur”, reflexiona sobre las mitologías urbanas y destaca que Borges, consciente de esto, en su poema “Fundación mitológica de Buenos Aires”, en una versión revisada, cambia el adjetivo y dice “fundación mítica”.

En cuanto a los modelos miméticos, Borges y Julio Cortázar son los escritores elegidos por Chejfec para la presentación de la representación imposible de la ciudad. Ambos practican una escritura urbana amimética que disuelve el realismo. Esto permite que en Rayuela (1963) de Cortázar, París sea Buenos Aires y al revés. La cuestión del realismo y de la representación de la realidad es una pregunta clave en estas actas. Los autores preguntan cómo concebir la modernidad frente a la creciente diversidad social, medial y cultural que se condensa en la ciudad. Los temas de algunos artículos tratan, por ejemplo, sobre los cartoneros, que son el objeto del análisis de Gisela Heffes, las crónicas urbanas presentadas por Alicia Montes y los fenómenos humillantes y deshumanizadores. Buenos Aires comparte en este aspecto los rasgos característicos de América Latina, cuyas grandes ciudades están al borde del eclipse ecológico.9 La literatura y el cine no solamente realizan una crítica social, sino que, con su fuerza imaginativa, atribuyen al desarrollo de modelos más humanos para la convivencia urbana que postulan teóricos de la urbanización como Henri Lefèbvre (1970), Edward Soja (2000) y Saskia Sassen (2001).

Mientras que los urbanistas persiguen un orden ideal, los artistas, a partir del siglo XX, se dedican, como ha estudiado Gisela Heffes (2008, 2013a), sobre todo al desorden real. La destrucción de la naturaleza, el caos urbano y la violencia en las ciudades son un desafío para el sujeto y constituyen el sujet de muchos textos urbanos. El conflicto entre orden y desorden concierne a la relación entre hombre y espacio. El espacio urbano contiene no solamente las marcas de las estructuras de poder establecidas en un tiempo determinado, sino también las huellas y la genealogía del pasado, como mostró Rama en La ciudad letrada retomando la enseñanza de Walter Benjamin, quien recalca el predominio de las ideas y los sueños sobre un París supuestamente real. Por eso, en su ensayo sobre el surrealismo coincide con la estética onírica borgeana: “En el centro de este mundo de cosas se encuentra lo más soñado de sus objetos, la misma ciudad de París […] Y ningún rostro es tan surrealista como el verdadero rostro de una ciudad” (traducido al español por Analía Salerno-Petersen).10

La cuestión del orden como proceso dinámico, reflexivo y práctico surge del contraste entre orientación y desorientación. Especialmente los urbanistas y arquitectos se sirven de metáforas para representar la ciudad y crear sistemas de orientación. Estos órdenes visibles se inscriben en órdenes invisibles que pueden ser religiosos, filosóficos o espirituales. También los ciudadanos, los habitantes de una ciudad crean mental maps para moverse en ella. Estos “mapas mentales” son órdenes interiores e imaginarios con funciones prácticas. Los encontramos de forma condensada en textos literarios y en el cine.

Finalmente quisiera subrayar que la globalización no es el factor decisivo para la explicación del cambio urbano. Los ejemplos de Borges y de Buenos Aires recalcan lo específico, lo regional no excluye lo universal, al contrario. Lo “lógica propia” de la capital porteña, su energía y creatividad genuinas seguirán ejercitando su fascinación cautivante.

Para concluir reitero mi gratitud al equipo del consulado general de Argentina en Frankfurt, con un agradecimiento especial a Guillermo Atlas, por su fiel cooperación. Muchísimas gracias también a la Prof. Dra. Andrea Pagni y a la Sección Iberoamérica del Centro de Estudios de Área de la Universidad Erlangen-Nürnberg por incluir este tomo en su colección “Estudios Latinoamericanos”. Mis agradecimientos van también al equipo de Frankfurt am Main que participó en la organización y la realización tanto de las jornadas como de la publicación: Analía Salerno-Petersen, Andrea Gremels y Martin Diz-Vidal.

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1.Publicado primero en Calveyra, Arnaldo et al. (eds.) (2010). Buenos Aires, la ciudad como un plano. Crónicas y relatos. Buenos Aires: La Bestia Equilátera, 33-66.

2.La revisión necesaria de los conceptos urbanos latinoamericanos desde una perspectiva transcultural está aún por hacerse. Con Itamar Even-Zohar se pueden analizar las ciudades como “polisistemas” ejemplares que se constituyen de relaciones multipolares (Even-Zohar 1979). Para precisar me gustaría añadir que los procesos centrales y generales de la condensación y heterogenización se relacionan de manera transversal con los movimientos de (dey re-) territorialización.

3.El más grande, que se encuentra en el Nordelta del Tigre, acogerá a 140.000 personas y constituye una ciudad dentro de la ciudad, pero con acceso limitado (Janoschka 2002: 106).

4.Véase al respecto el estudio de Beatriz Sarlo (1995). Borges, un escritor en las orillas. Buenos Aires: Ariel [publicado primero en inglés: (1993). Jorge Luis Borges: A Writer on the Edge. London/New York: Verso].

5.En el sentido de Wolfgang Welsch y Alfonso de Toro, los pensadores del concepto en su versión actual. Welsch explica el origen etimológico del prefijo “trans-” como “a través” y “más allá” (Welsch 2009: 39).

6.Calvino, un gran admirador de Borges, marcó con Las ciudades invisibles (Le città invisibili, 1972) un hito en la imaginación literaria de la ciudad. Onetti, no tan gran admirador de Borges, que marcó con la invención de Santa María otro hito de la imaginación urbana del siglo XX, considera la ciudad ficcional “más real que Montevideo”, porque a diferencia de Santa María, los “recuerdos que tengo de Montevideo me vienen como cosas soñadas. Y a veces son realmente cosas soñadas”. Esta cita incluye también la experiencia del exilio y del desplazamiento, que muchas veces está acompañada por el tema urbano y la experiencia onírica (Gilio, María Esther [2009]. Estás acá para creerme. Mis entrevistas con Onetti. Montevideo: Cal y Canto, p. 73).

7.El primer ejemplo histórico es Metrópolis de Fritz Lang. La versión más completa de esta película mitopoética se ha encontrado en Buenos Aires. El compositor argentino Martin Matalon (sic) realizó en el 1995 en cooperación con el IRCAM (Institut de Recherche et Coordination Acoustique/Musique) la pieza para 16 músicos y electrónica, que fue estrenada con la versión restaurada de 1993. En 2010 Matalon creó para el Ensemble Modern otra variación para la última versión de la película.

8.Alfonso de Toro investiga estos fenómenos minuciosamente en “Fin de la mimesis” (en id. [2008]. Borges infinito, Borges virtual. Especialmente pp. 82-100).

9.Para una lectura (eco)crítica, véase el estudio de Gisela Heffes (2013). Políticas de la destrucción/Poéticas de la preservación. Rosario: Beatriz Viterbo.

10.En el original: “Im Mittelpunkt dieser Dingwelt steht das Geträumteste ihrer Objekte, die Stadt Paris selbst. […] Und kein Gesicht ist in dem Grade sürrealistisch wie das wahre Gesicht einer Stadt” (1929; 1978: 300).

De la gran aldea a la metrópolis: imágenes literarias de Buenos Aires en el tardío siglo XIX1

SABINE SCHLICKERS

Entre 1870 y 1885, la “gran aldea” –así reza el título de la novela costumbrista de Lucio Vicente López– Buenos Aires se transforma en capital. Desaparecen los antiguos dueños del suburbio y el caballo, que hasta entonces era el vehículo natural de la ciudad (Martínez Estrada 1940). En adelante quisiera analizar la apropiación de la transformación urbana en algunas novelas realistas y naturalistas del tardío siglo XIX, para lo que se me ocurren dos métodos distintos: se pueden detectar espacios topográficos singulares, que son referencializables, para entonces analizar su representación en la literatura (Garasa 1987). De este modo se reconocerá el panorama de una metrópoli caracterizada por la modernidad y la civilización, aunque ciertos espacios característicos, recurrentes, se concretizan de maneras muy distintas. Voy a utilizar, en lo que sigue, este método, aunque soy consciente de su gran desventaja, ya que instrumentaliza los textos literarios de una manera altamente reprobable. El otro método, en cambio, se concentraría en uno o dos textos literarios narrativos, poéticos o dramáticos y reconstruiría detalladamente la apropiación y reconstrucción de Buenos Aires, haciéndoles justicia a los textos mismos. Pero este método requiere un buen conocimiento de unos textos de difícil acceso, por lo que me concentro en adelante en el primer método.

Las múltiples transformaciones que originó el proceso de la modernización en el Cono Sur abarcaron todos los aspectos de la vida común. Las cualidades excitantes aumentaron debido a medidas urbanísticas e higiénicas (Métraux 1992: 17). Tranvías y carrozas provocaron un caos de tránsito en los callejones y acabaron con la contemplación tranquila del flâneur. La siguiente cita demuestra la nueva claridad en la ciudad nocturna que se debe a la introducción de la electricidad, que cambiaba los modos de vida de los ciudadanos; Métraux habla de la “obsesión de luz” de los hombres en la segunda mitad del XIX:

Algunas vidrieras empezaban á iluminarse con los focos brillantes de las lamparillas eléctricas, que ponían de relieve la inferioridad de los mecheros de gas con su luz triste y amarillenta (Podestá: Irresponsable, 1889: 99).

El nivel de ruido aumentó asimismo en la ciudad, pero parece que el barullo no fue percibido como molestia grave, al contrario del hedor al que me referiré más adelante. En la siguiente personificación de la ciudad se representan los ruidos de máquinas, trenes y hombres como momento vital de una metrópoli pulsante:

En esto la calle se había llenado de rumores, que saltaban por todas partes, fugitivos unos, constantes otros, graves los más. Era la ciudad que desperezaba sus músculos –la ciudad trabajadora que había dormido bien y se despertaba contenta y arrojaba sobre los empedrados las yantas bruñidas y desgastadas de sus carros á millares, el organismo robusto de sus lecheros al trote, el reboato largo y sordo de sus tranvías, el silbato y los estampidos de la enorme mole de las locomotoras y de los trenes, mientras los obreros, con paso rápido, hacen sonar las veredas…Todo eso engendraba una inarmónica sinfonía, un barullo de notas que llegaban al cuarto de Méndez […] (Sicardi: Libro extraño, 1910: 251).

La siguiente descripción de la ciudad de Buenos Aires en forma de un ajedrez es realista, pero contiene ya un momento de fastidio que se debe a la monotonía urbanística:

Esas calles largas y eternas todas iguales, cruzadas por otras en ángulo recto que forman el damero aburrido e interminable, se le antojan de un gusto dudoso […] una ciudad que no tenga cielo, ni sol, ni aire sano y qued[a] suprimida la Naturaleza (Sicardi: Libro extraño, 1910: 13).

En la novela La gran aldea de López, el narrador homodiegético recuerda nostálgicamente “su” Buenos Aires viejo, provinciano, todavía no contaminado por la modernización y la europeización:

[…] los carruajes particulares eran arrastrados por yeguas y caballos de raza, de pelo satinado y reluciente […]. No era chic hablar español en el gran mundo; era necesario salpicar la conversación con algunas palabras inglesas, y muchas francesas, tratando de pronunciarlas con el mayor cuidado, para acreditar raza de gentilhombre.

En fin, yo, que había conocido aquel Buenos Aires de 1862, patriota, sencillo, […] y semialdea, me encontraba con un pueblo con grandes pretensiones europeas que perdía su tiempo en flanear en las calles […] (López: La gran aldea, 1882/1928: 112).

Uno de los espacios recurrentes en la literatura de la época es la calle Florida –según la descripción que sigue se trata de una gran avenida caracterizada por la elegancia, artículos de lujo y el cosmopolitismo–:

La calle de la Florida estaba concurrida, alegre y bulliciosa esa noche. […] Lajouane, en sus grandes vidrieras exponía sus ediciones lujosas de amateur; Bazille, su Champagne Manuel y sus esquisitas confituras extranjeras, mezcladas con sus sombreros, sus guantes y corbatas; Manigot, sus bronces artísticos […]. Las penas, las incertidumbres y desalientos, las luchas de la vida, no llegaban allí. La pobreza humilde y la miseria afligida huían de aquella calle bulliciosa y alegre (Villafañe: Horas de fiebre, 1891).

Esta imagen se encuentra asimismo en otros textos literarios del tardío siglo XIX; según fotografías de la época, en cambio, la calle Florida se concibe como calle estrecha que no tuvo sitio ni siquiera para dejar pasar dos carruajes a la vez y donde no hubo ningún espacio para flanear.

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Calle Florida. 1888. Autor: Samuel Boote. En: Archivo General de la Nación. Publicación: http://es.wikipedia.org/wiki/Calle_Florida#mediaviewer/Archivo:Calle_Florida_1888.JPG (subido por Claudio Elias). 25 de julio de 2014.

En cambio, en la novela Irresponsable del médico Podestá, hijo de inmigrantes italianos, se hace alarde de la otra cara del cosmopolitismo y de la modernización, puesto que trata de uno de los perdedores de este proceso que les facilitó el ascenso social a tantos otros:

Era un contraste ver aquel hombre jóven [sic] […] con el aspecto mal disimulado de un pobre vergonzante, en medio de aquel bullicio, de aquella féria contínua [sic] del lujo, de la riqueza, de la distinción, empujado, desairado, mirado con desdén y menosprecio por los que pasaban ásu lado (Podestá: Irresponsable, 1889: 101).

Otro espacio recurrente es la plaza de Mayo, donde se encontraba antaño la lujosa ópera del Colón (donde se encuentra hoy el Banco de la Nación).

La ópera adquirió el papel del locus amoenus, antiguamente reservado al templo: en la novela La bolsa, el protagonista conoce allí a su futura esposa, y en la novela En la sangre de Cambaceres y en Horas de fiebre de Villafañe, las primicias historias amorosas empiezan a desarrollarse en el Colón. Parecido a la calle Florida, el Colón es asimismo un espacio de lujo y de elegancia, frecuentado por la oligarquía que queda allí “entre-nos”, como rezan las “causeries de los jueves” de Lucio Mansilla (1889):

Una sala enorme, llena de gente, con sus filas de palcos como guirnaldas paralelas en que se entrelazan bustos soberbios, brazos desnudos, descotes floridos, abanicos inquietos, alhajas, terciopelos, blondas, todo animado, embriagador, incitante (La bolsa 1891/1946: 74).

En La gran aldea hay, por cierto, una imagen del mismo público del Colón diametralmente opuesto, que hace pensar en nuevos ricos provincianos: “la feria de las vanidades, en la cual no faltan sus incongruencias de aldea [como p. ej.] el humo de los cigarros obscureciendo la sala entera” (López: La gran aldea 1882/1982: 178).

En Sin rumbo de Eugenio Cambaceres, finalmente, el Colón se presenta primero desde atrás, una imagen diametralmente opuesta a las otras dos:

Una nube espesa de humo hediondo a tabaco italiano y a letrina. Andrés llegaba al fondo del zaguán, doblaba a la derecha y se metía en su palco. Todo en la escena estaba dispuesto ya. Un telón viejo había sido corrido ocultando el paredón del fondo […] De la boletería salía un olor rancio a viandas (Sin rumbo 1885/1993: 80 y 102).

Los hombres de mundo frecuentaban las tertulias en clubes distinguidos, uno muy famoso era el Club del Progreso, situado hasta 1900 en el Palacio Muñoa, detrás del Cabildo, del que Eugenio Cambaceres, por ejemplo, era socio. En su novela En la sangre, el hijo de inmigrantes italianos con aspiraciones sociales trata en vano de ingresar a este club en el que el rico Andrés de Sin rumbo, por el contrario, pasa mucho tiempo desde joven. Pero Lucio Vicente López había criticado ya en La gran aldea (1884) la decoración del Club del Progreso –“el salón, híbrido, y en el cual el gusto refinado de un clubman de raza tendría mucho que rayar […]. En [la] última sala, larga y fría como un zaguán, que ha sido empapelada cien veces por lo menos […]” (131 s.)– y la falta de espíritu de sus miembros (132 s.).

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Plaza de Mayo en 1861. Autor desconocido. Fecha desconocida. Publicación: <http://www.buenosaires54.com/images/plazademayo1861.jpg> (dominio público).

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Primitivo Teatro Colón frente a la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo). Dibujo de C. E. Pellegrini. Fotografía extraída del libro Historia Argentina, de Diego Abad de Santillán, Tipográfica Editora Argentina (TEA). 1971, Buenos Aires, Argentina. Publicación: <http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Primitivo_Teatro_Col%C3%B3n.jpg> (dominio público).

En la plaza de Mayo se celebraron ya en aquel entonces las fiestas nacionales. En la cita siguiente se presentan las distintas clases sociales de la población, que acuden a la plaza o ya han tomado asiento en las galerías del Cabildo, en forma de un movimiento de cámara que sigue un camino imaginario:

Plano conjunto:

Agitada, bulliciosa, la población había invadido las calles. En masa, como las aguas negras de un canal, iba a derramarse a la plaza de la Victoria, desfilaba a ver los fuegos. Fiel a la tradición, el barrio del alto invadía las galerías del Cabildo […]

Picado:

Abajo, entre el tumulto, los italianos de la Boca, encorbatados, arrastraban a sus mujeres, cargaban a su hijos.

Plano conjunto:

Dos bandas de música tocaban, La Catedral, la Pirámide, la plaza toda, resplandecía suntuosamente […].

Enfoque en Andrés, en medio de la gente

Insensible al encanto de las fiestas populares, antipático al vulgo por instinto, enemigo nato de las muchedumbres, Andrés penosamente iba cruzando por lo más espeso del montón. Exasperado, maldecía, blasfemaba (Sin rumbo 1885/1993: 101).

El ajetreo de la gran ciudad, cambios permanentes de impresiones internas y externas, la excitación general de los nervios llevaban a las primeras enfermedades de civilización, que se trataron pronto en el discurso psicopatológico de la ciencia y de la literatura ficcional. Por ejemplo, Andrés, el protagonista de Sin rumbo, sufre de neurastenia, el equivalente masculino de la histeria predominantemente femenina:

El Club, el mundo, los placeres, la savia de la pubertad arrojada a manos llenas, perdidos los buenos tiempos, árido por falta de cultivo y de labor, baldío, seco el espíritu que tiene en la vida […]
buscaba un refugio, un lleno al vacío de su amarga misantropía, en los halagos de la vida ligera del soltero, en los clubs, en el juego, en los teatros, en los amores fáciles de entretelones.

El neurasténico “se toma todas las cosas demasiado a pecho, y no pudiendo contener el exceso de sus emociones es arrastrado a un estado de fatiga física y psíquica” (Enciclopedia Rialp) que termina generalmente en el suicidio.

Sicardi tenía una opinión bastante clara con respecto a esta psicopatología: “¡Dejémonos de escupiditas de alcobas neurasténicas! ¡Machos necesita el país!” (Sicardi: Libro extraño, vol. II, 1910: 57).

Mientras que Andrés es un representante de la oligarquía bonaerense, la clase baja predomina cuantitativamente. Muy pocos de estos inmigrantes lograban el ascenso social anhelado. La inmigración masiva al Río de la Plata se tematiza, asimismo, en las primeras novelas naturalistas argentinas. A mediados del siglo, Alberdi y Sarmiento llamaron a los inmigrantes para “labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir las ciencias y las artes” (Onega 1969: 14). Dos hechos impidieron la afortunada realización de este proyecto: por un lado, el enorme espacio de la Patagonia, ganado por la matanza de las tribus indígenas en la “Campaña del Desierto” (1876-1879), había pasado “rápidamente a manos de un reducido número de propietarios. La consolidación del latifundio segó así el territorio que parecía obviamente destinado a la radicación de inmigrantes” (Prieto 1988: 16). De ahí que el gobierno empezara un trabajo de control, protección y distribución de los inmigrantes (Ley de Inmigración y Colonización, 1876), pero no logró dirigir el flujo inmigratorio, ni impedir la miseria social de los recién llegados que se instalaron en la capital y en el litoral. El 80% de los inmigrantes provenía de países empobrecidos de origen latino: un 50% provenía de Italia; un 30%, de España (Germani 1965). Su ingreso masivo alcanzó en la segunda mitad de los años ochenta un primer punto culminante, superado entre 1910 y 1915 por una segunda cumbre.2

La vieja estructura colonial se transformaba con la inmigración y el desarrollo económico: se crearon una “clase media” y un “proletariado manufacturero”3 que vivía hacinado en las piezas de los conventillos, situados mayormente en los centros de Buenos Aires. La clase media urbana se sentía amenazada por la capacidad competidora de los inmigrantes europeos (Fishburn 1981: 233), porque ambos grupos tenían la aspiración común de ascender socialmente. La segunda generación de los inmigrantes llegaba a constituir hasta las tres cuartas partes de la burguesía urbana, comercial e industrial, particularmente en Buenos Aires, y también constituía dos tercios aproximadamente de los trabajadores de cuello blanco del sector privado (Germani 1965: 196 s.). La xenofobia por parte de la oligarquía solo empezó a articularse después de 1898.4 Sin embargo, la inmigración masiva había producido un choque cultural que cobró pronto carácter de racismo latente –en contradicción con la política de inmigración ejercida por la clase alta (cfr. Inocentes ó culpables).

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Conventillo de Buenos Aires. Cerca de 1900. Autor desconocido. Publicación: <http://es.wikipedia.org/wiki/Fiebre_amarilla_en_Buenos_Aires#mediaviewer/Archivo:Conventillo_baires.jpg> (subido por Caetano Bresci).

Los inmigrantes vivían en los conventillos, situados en el sur de la ciudad, sobre todo en La Boca y en San Telmo.

Las primeras novelas naturalistas se dedican a esta problemática:

—llegó así hasta el extremo Sud de la ciudad, penetró en una casa de la calle San Juan entre Bolívar y Defensa. Dos hileras de cuartos de pared de tabla y techo de cinc, semejantes a los nichos de algún inmenso palomar, bordeaban el patio angosto y largo. Acá y allá entre las basuras del suelo, inmundo, ardía el fuego de un brasero, humeaba una olla, chirriaba la grasa de una sartén (Cambaceres: En la sangre 1887/1956: 207).

Muy pocas veces se encuentran en estas novelas xenófobas descripciones positivas de los inmigrantes. La novela ya citada de Podestá, Irresponsable, constituye una excepción:

A lo lejos empezó á divisar una caravana de hombres, mujeres y niños que parecian acudir á alguna féria. Era una larga fila de inmigrantes que cruzaban la plaza marchando detrás de sus equipajes que ellos mismos ayudaban a trasportar. Jóvenes en su mayor parte, fuertes, vigorosos, con esa robustez peculiar á los hijos de las montañas. Vestian sus mejores trajes […]; el brazo izquierdo desnudo, musculoso, férreo; caras plácidas, de hombres sanos, contentos, sanguíneos […]. Algunos llevaban en sus brazos criaturas rollizas, rubias […]. Las mujeres con sus trajes de aldeanas de colores vivos, con sus caderas anchas, redondeadas […] (Irresponsable 1889: 146).

Hay que dudar, no obstante, que esta imagen de los jóvenes hombres rebosantes de salud, que acaban de salir del barco con sus mujeres de caderas anchas, idóneas para dar a luz a otros hijos rollizos, rubios, corresponda a la realidad. La mayoría de los inmigrantes provenía, como vimos, de las regiones más pobres de Europa, donde sufrían hambre, y encima solían venir solos, sin mujeres e hijos (la carencia de mujeres es otro tema de la literatura del arrabal y del tango, como es sabido). De ahí que las descripciones negativas de ellos predominen; la siguiente no es solo muy drástica, sino que traza una imagen tan ficticia como la anterior:

Turcos mugrientos, con sus feces rojos […], mendigos que estiraban sus manos mutiladas o mostraban las fístulas repugnantes de sus piernas sin movimiento […]; bohemias idiotas, hermosísimas algunas, andrajosas todas, todas rotosas y desgreñadas, llevando muchas de ellas en brazos niños lívidos, helados, moribundos, aletargados por la acción de narcóticos criminalmente suministrados (La bolsa 1891/1946: 8).

Las citas de los textos literarios singulares han demostrado una imagen muy heterogénea de Buenos Aires, de sus sitios característicos y de sus habitantes. Podemos concluir que la literatura crea una realidad (en vez de reflejarla, como lo exigía la doctrina del realismo social) y que tenemos que ver con una ciudad imaginaria en el sentido de la “imagined community” de Benedict Anderson (1983). En un siguiente paso deberíamos preguntar por las razones de estas imágenes variadas, ahondando en las intenciones de sentido que pueden reconstruirse en las novelas particulares (ver Schlickers 2003). Entonces se revelaría que algunos autores se esforzaron tanto intra como extraliterariamente para implementar una política restrictiva de la inmigración, basándose en las teorías raciales en boga5, que reformulan en clave biológica la oposición tradicional entre civilización y barbarie, es decir que explican las desigualdades sociales o nacionales por medio de las razas. Al igual que en Europa, la “raza” llegó a ser símbolo o incluso equivalente de la nación. El desequilibrio psicobiológico de la nación o del continente se explica, pues, por el mestizaje con “razas inferiores”.

Bibliografía

1. Textos literarios

CAMBACERES, Eugenio (1885). Sin rumbo. Estudio. ed. de R. Gnutzmann. Bilbao: Universidad del País Vasco.

— (1956). En la sangre. (Buenos Aires: Imprenta de Sud-América). En: O. C., ed. de E. M. S. Danero. Santa Fe: Castellví.

LÓPEZ, Lucio Vicente (1928). La gran aldea. ed. de R. A. Arrieta. Buenos Aires: El Ateneo.

MARTEL, Julián (José María Miró) (1946). La Bolsa. Clásicos Argentinos, vol. XXI. Buenos Aires: Estrada.

MARTÍNEZ ESTRADA, Ezquiel (1947). La cabeza de Goliat. Microscopía de Buenos Aires. Buenos Aires: Emecé.

PODESTÁ, Manuel T. (1889). Irresponsable. Buenos Aires: Imprenta de la Tribuna Nacional.

SICARDI, Francisco A. (1894-1899). Libro extraño, vol. I. Buenos Aires: Moreno y Defensa.

— (1910). Libro extraño, vol. II. Barcelona: Granada y Co.

VILLAFAÑE, Segundo I. (1960). Horas de fiebre. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires.

2. Estudios

ANDERSON, Benedict (1983). Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. London: Verso.

DILL, H.-O./Gründler, C./Gunia, I./Meyer-Minnemann, K. (eds.) (1994). Apropiaciones de realidad en la novela hispanoamericana de los siglos XIX y XX. Frankfurt: Vervuert. Garasa, Delfín Leocadio (1987). La otra Buenos Aires. Buenos Aires: Sudamericana/Planeta.

MANSILLA, Lucio Victorio (1889). Entre-Nos. Causeries de los jueves. Buenos Aires: Alsina.

MÉTRAUX, Alexandre (1992). “Lichtbesessenheit. Zur Archäologie der Wahrnehmung im urbanen Milieu”. En: Smuda, Manfred (ed.). Die Großstadt als ‘Text’. München: Fink, pp. 13-36.

SCHLICKERS, Sabine (2003). El lado oscuro de la modernización: Estudios sobre la novela naturalista hispanoamericana. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert.

 

1.El presente estudio se basa en mi monografía sobre la novela naturalista hispanoamericana (Schlickers 2003) y en el estudio “Literarische Aneignung von Wirklichkeit: Das Buenos Aires-Bild im fin de siècle” (Schlickers 2005).

2.Según Gómez, “la proporción de la raza latina sobre la población total de [Argentina] es de 975 por mil” (1908: 30) y “la inmigración […] trae á nuestro país, junto con el hombre verdaderamente trabajador, la resaca extraída de los más bajos fondos de los pueblos europeos” (1908: 28).

3.Ante la ausencia de una identidad consciente, muchos sociólogos e historiadores prefieren hablar de “capa media” o “sector medio”. Es curioso que no objetan la misma falta de conciencia de pertenecer a la clase explotada de los obreros con respecto a la corriente noción marxista de “proletariado”, que comprende los inmigrantes, pero también gauchos empobrecidos, “atorrantes” y “maleantes”.

4.Cfr. Meyer-Minnemann (1975: 485).

5.Véase la apropiación del discurso psicopatológico y eugenético en Sarmiento (Conflictos y armonías de las razas en América, 1883), Bunge (Nuestra América, 1903), Ingenieros (Sociología argentina, 1910), Ramos Mejía (Las multitudes argentinas, 1899 y Los simuladores del talento en las luchas por la personalidad y la vida, 1904) y Arguedas (Pueblo enfermo, 1909).

La ciudad como objeto.
Borges y Buenos Aires

ANNICK LOUIS

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