Fernando de Rojas

 

 

La Celestina

Comedia o tragicomedia de

Calisto y Melibea

 

 

 

 

 

 

 

 

Director de la colección

Fernando Carratalá

 

Fernando de Rojas

 

 

 

La Celestina
Comedia o tragicomedia
de Calisto y Melibea

 

 

 

Edición de

María Teresa Otal

 

 

 

 

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Primera edición impresa: mayo 2011

Primera edición en e-book: septiembre 2012

Edición en ePub: febrero de 2013

 

© de la edición: María Teresa Otal Piedrafita,

© de la presente edición: Edhasa (Castalia), 2012

 

www.edhasa.es

 

ISBN 978-84-9740-547-8

Depósito legal: B.25478-2012

 

Ilust. de cubierta: François Clouet: La carta amorosa (h. 1570, fragmento). Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Diseño gráfico: RQ

 

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Presentación

 

 

 

1. Entre la Edad Media y el Renacimiento: un mundo en crisis

 

 

No se sabe con exactitud la fecha en que fue compuesta La Celestina, pero parece que debió ser en la última década del siglo XV. Por aquel momento Castilla y Aragón ya habían unido sus reinos en las personas de Isabel y Fernando, que emprenderán una política de fortalecimiento de la monarquía frente al poder nobiliario. También comenzará la expansión peninsular hacia el sur y tierras del Mediterráneo, con las conquistas de Málaga, Ronda, Melilla, Granada y algunas ciudades italianas. Es la época de los grandes descubrimientos geográficos: Bartolomé Díaz dobla el cabo de Buena Esperanza, los portugueses parten hacia Angola, Colón descubre América… Por el Tratado de Tordesillas, España y Portugal deciden repartirse las tierras del Nuevo Mundo. Son los albores de una etapa de hegemonía hispana, que se concretará en el escenario europeo con la política de alianzas matrimoniales que los Reyes Católicos llevarán a cabo al casar a sus hijos con los herederos y herederas de los principales reinos de Europa, y con la posterior incorporación a España del reino de Navarra y la conquista de las Islas Canarias.

Sin embargo, la sociedad peninsular de finales de 1500 asiste a uno de los momentos más convulsos de su historia: la pacífica convivencia que habían mantenido hasta el momento cristianos, musulmanes y judíos se ve truncada con la política de unidad religiosa auspiciada por los Reyes. Se establecerá en 1478 el Tribunal de la Inquisición para asegurar la pureza de la fe católica y, poco a poco, se irá endureciendo esta represión hasta llegar al decreto de expulsión, primero de los judíos (1492) y, años más tarde (1501), de los moriscos. Todos los que abjuraron de su fe y permanecieron en España serán llamados conversos y, debido a que algunos de ellos, en secreto, seguían practicando sus antiguas creencias, serán sometidos a estrecha vigilancia, y aquéllos que eran descubiertos solían acabar en las cárceles del Santo Oficio, e incluso en la hoguera. También partirá de los Reyes Católicos y del cardenal Cisneros la iniciativa de impulsar una reforma del clero secular y regular, de gran importancia para el futuro espiritual de la nación.

Por otra parte, junto a los tres estamentos tradicionales de la sociedad medieval (nobles, clero y pueblo llano), va desarrollándose una nueva clase social, la burguesía, llamada así porque su actividad económica se desenvuelve en el “burgo” o ciudad, y que será la responsable directa de la desaparición del orden feudal; enriquecida con la industria y el comercio, aunque en un principio sufrirá cierto desdén por parte de la nobleza, será la que impulsará el desarrollo del pensamiento y las artes.

En este momento de paso del mundo medieval al Estado moderno, de cambios y crisis, el hombre, sin acabar de despreciar del todo el antiguo consuelo ascético-medieval, empieza ya a tomar una nueva conciencia de su existencia: le preocupa la fama personal, concede más importancia al placer sensual, considera el amor como motor regenerador del universo, y cambia su relación con la naturaleza, con sus semejantes y con Dios. Esta nueva forma de pensar y sentir se conoce con el nombre de Humanismo.

Se fundan nuevas Universidades, y en ellas se da un gran impulso al estudio de las disciplinas humanísticas. Algunos intelectuales, conscientes de la dignidad de la lengua que hablan, comienzan a hacer diccionarios y gramáticas de las lenguas vulgares (como las de Nebrija y Valdés). En todas las artes se asiste a un renacer de lo clásico, de los temas, motivos y tópicos que habían interesado a Grecia y Roma.

También los escritores son sensibles a estos cambios, y ya no buscan su inspiración sólo en los modelos orientales y eclesiásticos. Empieza a percibirse la poderosa influencia que ejerce todo lo italiano, tanto en las formas como en los contenidos; y, a partir de ahora, las obras de Dante, Petrarca y Boccaccio serán profusamente imitadas en nuestro país. En la prosa, junto al género histórico, que cultiva, entre otros, Hernando del Pulgar, aparecen las novelas sentimentales (como la Cárcel de amor, de Diego de San Pedro) y, sobre todo, las de caballerías (Amadís de Gaula). Importante obra poética del momento son las Coplas por la muerte de su padre, que escribe Jorge Manrique; sigue gustando mucho la poesía espontánea y sencilla de los romances populares y canciones tradicionales, que circulan en forma de pliegos sueltos, pero también tiene éxito otra culta, de carácter alegórico y doctrinal. El teatro cobra nuevo impulso con las piezas de Juan del Encina, Lucas Fernández, Torres Naharro y Gil Vicente, que serán los antecedentes del gran “teatro nacional” del Barroco. Pero de todas las producciones literarias que se hicieron en este período, la más importante, sin duda, es La Celestina, obra de tránsito entre dos edades, que, de alguna manera, puede considerarse como el inicio de los Siglos de Oro de las letras españolas.

 

 

2. Fernando de Rojas: ¿una autoría incompleta?

 

Según el propio autor dice, en el prólogo de su obra, decidió escribir La Celestina porque deseaba poder ayudar con ella a una persona a la que debía “muchas mercedes” y, habiendo encontrado unos “papeles” en los que estaba escrito el primer acto de la obra, después de leerlo “tres o cuatro veces”, quedó tan impresionado que decidió desarrollar y finalizar aquella historia en “quince días de unas vacaciones”. Sin embargo, tampoco quiso firmar en la primera edición, y será en la segunda cuando conozcamos su nombre, pero no explícitamente, sino después de averiguarlo en una especie de juego al que nos somete con las estrofas de un poema en las que, en forma de acróstico, leemos: “El bachiller Fernando de Rojas acabó la comedia de Calisto y Melibea y fue nascido en la Puebla de Montalbán”.

¿Es cierto lo que dice el autor en el prólogo? ¿No fue realmente él quien escribió el primer acto? Durante bastante tiempo, mientras unos críticos sostenían que Fernando de Rojas era el único autor de toda la obra, otros afirmaban que el primer acto podía haber sido escrito por Juan de Mena o por Rodrigo de Cota (aunque nunca se lograron dar datos suficientes para atribuirlo a ninguno de ellos). En la actualidad, parece que todos los estudiosos coinciden en el hecho de que Rojas dice la verdad cuando afirma que él no es el autor de ese acto, sino quien lo continuó y aumentó.

Ahora bien, ¿quién fue realmente Fernando de Rojas? ¿Por qué no firmó la primera edición? No poseemos muchos datos acerca de su biografía, pero los pocos que conservamos pueden dar respuesta a esa pregunta. Parece ser que nació en La Puebla de Montalbán (Toledo) hacia 1476, y que pertenecía a una familia de conversos (algunas fuentes indican que su padre fue quemado en la hoguera, y su suegro procesado por el Santo Oficio); por tanto, Rojas cuida mucho todo lo que puede hacer o decir. Por otra parte, era un hombre culto e instruido, y escribir una obra de entretenimiento como ésta no era lo más decoroso para un hombre dedicado al ejercicio del Derecho, y es que estudió Leyes en la Universidad de Salamanca y, tras una breve estancia en La Puebla, se trasladó a Talavera de la Reina, donde ejerció la abogacía, llegó a ser durante más de un mes Alcalde Mayor, y residió hasta su muerte (1541). Sin embargo, lo que está claro es que Fernando de Rojas no ha pasado a la posteridad por ser un respetable “jurista”, sino por haber compuesto La Celestina.

 

 

3. La Celestina

 

3.1. Problemas en torno a esta obra

 

La Celestina no presenta problemas sólo respecto a la autoría, sino que también han sido fuente de polémica su título, sus ediciones, el lugar donde transcurre la acción, el género literario al que se adscribe y la finalidad que con ella perseguía su autor.

La obra nos ha llegado en dos versiones: una de 16 actos, llamada Comedia de Calisto y Melibea, y de la que se conservan tres ediciones: Burgos (1499), Toledo (1500) y Sevilla (1501). Y otra de 21 actos, titulada Tragicomedia de Calisto y Melibea —en la que se añaden algunas interpolaciones, un prólogo doctrinal y unos versos al final de la obra—, y de la que se hicieron varias ediciones durante el siglo XVI.

Cuenta Rojas, en el prólogo de la segunda versión, que el primer autor sólo se fijó en el principio de la historia “que fue placer, y llamóla comedia, pero él —“importunado” por los lectores—, alargó “el proceso de su deleite de estos amantes” y, sopesando el desarrollo de la acción y la mezcla de personajes nobles y humildes, prefirió la denominación de tragicomedia. Sin embargo, el soberbio retrato psicológico de uno de sus personajes ha hecho que quede en un segundo plano el título que el autor quiso, y la obra ha pasado a recordarse como La Celestina.

Por lo que atañe a la ubicación de la acción, no hay opinión unánime: algunos la sitúan en Salamanca (ciudad muy conocida de Rojas), aunque la mención de unos “navíos” por parte de Pleberio han llevado a otros críticos a ubicarla en Sevilla o Toledo (por el Guadalquivir y el Tajo navegaban en la época barcazas). Sin embargo, no hay que tomar al pie de la letra estas palabras, ya que podría tratarse de un tópico literario, o también constatación de una de las actividades del padre de Melibea (recuérdese que estamos en un momento de grandes descubrimientos marítimos). Lo único cierto, y realmente importante, es que es una obra de ambiente urbano.

Respecto al propósito que llevó a Fernando de Rojas a componerla, también se han dado opiniones diversas. Para algunos, como Marcel Bataillon, La Celestina es una obra de enseñanza, algo que expresa su propio autor al comienzo de la misma: la ha compuesto como aviso “para mancebos, mostrándoles los engaños que están encerrados en sirvientes y alcahuetas”, es decir, es una fábula moral en la que se pinta una situación inmoral que conduce, irremediablemente, al desastre. Rosa M. Lida piensa que estas palabras del autor son un lugar común, y lo que la obra refleja es una visión de la vida profundamente pesimista y negativa, propia de un hombre angustiado por su condición de converso que ha de vivir en una sociedad hipócrita que no cumple aquello que predica. Por su parte, Maravall afirma que la obra adquiere su sentido, y por tanto su interpretación, si la observamos en clave histórica y sociológica: es un reflejo de la sociedad del momento, del modo de vivir y sentir de una burguesía emprendedora que durante el siglo XV comerció y se hizo rica, y de su convivencia con gentes de baja extracción social y criados, que ya no se mueven por la lealtad a sus señores —como ocurría en tiempos pasados—, sino por su interés y egoísmo.

Otra cuestión también bastante discutida es el género literario en el que debería incluirse La Celestina. Hasta el siglo XVIII ningún erudito dudó de que fuera una obra dramática; sin embargo, la creación en ese siglo de una arte poética que seguía rigurosamente los cánones clásicos de las tres unidades (acción, tiempo y espacio) hizo que esta obra no fuera estudiada ya desde una óptica teatral, y se consideró como una novela dramática o dialogada. Menéndez Pelayo la incluyó en sus Orígenes de la novela con la excusa de que retrata muy bien la vida de sus personajes, es excesivamente dilatada, y tiene muchos soliloquios y monólogos extensos. Gilman prefiere no adscribirla a ningún género clásico, y M. Rosa Lida concluye que es una obra de carácter dramático, aunque no escrita para representarse, sino para ser recitada. Para entender bien esto último, tenemos que saber en qué tradición literaria se inserta nuestra obra: el teatro de Terencio, la comedia elegíaca y la comedia humanística. Del teatro terenciano toma la temática amorosa y el uso de “apartes” o comentarios que, en voz baja y medio murmurando, los criados hacen irónicamente; de la comedia elegíaca, que se cultiva en los siglos XI y XII, extrae elementos contaminados del amor cortés y el importante papel que ésta concede a la alcahueta; pero la huella más visible hay que rastrearla en la comedia humanística, surgida en la Italia del siglo XIV: son obras pensadas para ser leídas, sus personajes —con nombres grecolatinos— viven amores ilícitos alcanzados con la ayuda de intermediarios, y están escritas en un estilo artificioso y erudito.

 

 

3.2. Hilo argumental

 

Calisto, joven de noble familia, persiguiendo un día un halcón, entra en el jardín de una doncella también noble, Melibea, y queda rendidamente enamorado de ella, pero es rechazado. Su criado Sempronio lo conduce hasta una vieja alcahueta y hechicera, Celestina, con el fin de que medie en sus propósitos. Ésta consigue que la joven acceda a los requerimientos de Calisto. Mientras, Sempronio y Pármeno —criados y confidentes de Calisto— y Celestina disputan por conseguir las máximas ventajas económicas de los conciertos de esta pasión amorosa, pero su avaricia hace que riñan, que Celestina sea asesinada, y que los criados mueran también ajusticiados. Una noche, mientras Calisto y Melibea se encuentran en el jardín, se oyen unos ruidos en la calle, y Calisto, al salir precipitadamente a defender a otros criados que había traído consigo, resbala, cae de la tapia del huerto y muere. Melibea, después de contar a su padre Pleberio la historia, se arroja también desde lo alto de una torre de su casa. La obra finaliza con el lamento y llanto del padre de Melibea.

 

 

3.3. Personajes

 

Los personajes que intervienen en La Celestina se reparten en dos mundos diferentes: el de la nobleza y el de la servidumbre. Llaman especialmente la atención dos datos: sus nombres no son corrientes en castellano (aunque sí frecuentes en la comedia humanística), y su excelente caracterización psicológica, conseguida no sólo por lo que hacen, sino también gracias al hábil uso que hace Rojas de los diálogos que entre ellos mantienen. Veamos una breve descripción de los fundamentales:

En el mundo de los señores, Calisto es el joven amante, de “noble sangre”, “gracioso, alegre”… pero también “loco”; en realidad, es un personaje extremoso, que se mueve entre una depresión terrible y una exaltación amorosa que le lleva incluso a la herejía; se comporta ridículamente, y es egoísta, ya que utiliza a los demás; en el fondo, es el personaje menos real de la obra, ya que habla y se mueve como un amante cortés que hubiera sido extraído del cancionero. Melibea, por el contrario, es un personaje de pasiones más humanas; educada, pero decidida, en su rápido cambio de actitud ante su amante intervienen tanto el tiempo como las “artes” de Celestina, y será consecuente con sus sentimientos hasta en su suicidio. De los padres de Melibea, destaca Pleberio, comprensivo y dialogante, aunque con una visión pesimista de la vida.

Rojas trata a los criados con tanta atención como a los personajes principales. Tienen vida propia, son independientes, y sus vidas condicionan las de sus amos. Los mejor dibujados son Sempronio —que se mueve únicamente por la satisfacción de su interés y sus instintos— y Pármeno, que se debate en sus propias contradicciones, pero que finalmente es arrastrado por la moral de su compañero. Sin embargo, el personaje más redondo de todos es el de la vieja Celestina, cuya filosofía moral se resume en una frase: “gocémonos y aprovechémonos”; es maestra de varios oficios, pero sobresale en el de saber mover voluntades ajenas para conseguir su objetivo; en su retrato humano están presentes los momentos de duda y temor, incluso tiene cierta conciencia del honor, pero, al final, se convertirá en la víctima del principal de sus defectos, la avaricia, que será el móvil de su asesinato.

 

 

3.4. Temas y motivos

 

En la obra se nos ofrece la visión de que el amor humano, fusión de elementos contrarios, es una pasión que lo mueve todo, pero que hace a los hombres tan impacientes y necios que lo anteponen al amor divino. Los señores aman según los cánones del amor cortés, y los criados se mueven en el inframundo de los prostíbulos, pero tanto unos como otros sienten el gozo y placer de vivir, y este amor lujurioso en realidad se convertirá en una fuerza fatalista que conducirá a la destrucción y a la muerte.

La muerte está presente en las palabras y pensamientos de la mayor parte de los personajes: Calisto desea la muerte de amor, Sempronio la teme, Celestina la tiene continuamente presente, Pleberio la ve como algo natural… Y lo cierto es que tanto los amantes, como los criados y Celestina acaban muriendo. De hecho, la obra se cierra con el planto, o lamento fúnebre, del padre de Melibea.

Ahora bien, para que el amor inicial acabe en muerte, ha mediado un motivo muy importante: el egoísmo, el interés y el dinero, que han vencido al honor, y se han convertido en los detonantes de la tragedia. Hay egoísmo en la forma de comportarse Calisto, que no respeta su honor ni el de Melibea, pero también hay egoísmo en los criados y en Celestina, que actúan sólo movidos por la astucia, la codicia y el ansia de riquezas terrenas.

Como telón de fondo, todo un retrato de época, en el que conviven ricos burgueses y ociosos nobles con criados poco leales y gentes que practican la brujería. Todos ellos tienen una visión fugaz de la existencia, y todos ellos sienten grandes ansias de gozar de los placeres de la vida.

 

 

3.5. Lengua y estilo

 

En La Celestina se fusionan las dos tendencias que aparecen en la prosa de fines del siglo XV: la popular y la culta. La popular se manifiesta en el lenguaje de los criados (heredado, en parte, del Corbacho), y que se caracteriza por el empleo de un tipo de charla familiar, llena de vivacidad y movimiento (refranes, coloquialismos…). La tendencia culta recoge los afanes latinizantes del humanismo renacentista, y a ella se ajusta el lenguaje de los personajes elevados, con sus parlamentos largos y complicados, sus redundancias, sus neologismos y citas eruditas. Sin embargo, y aunque la lengua de los criados, prostitutas y rufianes suele ser vulgar, realista y callejera, a veces también se expresan con el mismo tono elevado de sus señores; y, por el contrario, los señores, junto a sus períodos lingüísticos amplios y amanerados, dan cabida también a la frase breve, en la que incrustan refranes.

En definitiva, y aunque para un lector moderno La Celestina resulte una obra un tanto difícil de leer por el exceso retórico, éste era el estilo que predominaba en el momento en que se escribió y, por tanto, el público contemporáneo lo aceptaba.

 

 

3.6. Medievalismo y renacentismo en La Celestina

 

La Celestina, que se produce en la intersección de dos edades, representa la fusión del mundo medieval con el renacentista. Medieval es el propósito moral que Fernando de Rojas declara perseguir con su obra; medieval es también el presentar la muerte de protagonistas y criados, víctimas de su loco amor; medievales son Celestina y los criados, con sus costumbres, su lengua y sus propios precedentes literarios. En cambio, la imposibilidad de prescindir del aspecto biológico del amor, el tipo de belleza femenina de la protagonista, el suicidio de Melibea por amor, la audacia de algunas expresiones de Calisto y la sensualidad de muchas escenas, responden plenamente a la ideología renacentista.

Pero el Renacimiento, con el triunfo del goce de vivir sobre el ascetismo medieval, aún no se ha impuesto plenamente; por ello, la solución del conflicto, recargadamente trágico, sigue siendo medieval: personajes nobles y plebeyos mueren, arrastrados por el “loco amor” y las consecuencias que de él se derivan.

 

Fernando de Rojas

 

 

La Celestina

 

 

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ESCENA DE AMORES EN EL HUERTO DE MELIBEA. FRAGMENTO DE UN GRABADO DE HEINZ WEIDLITZ, PARA LA VERSIÓN ALEMANA (AIN HIPSCHE TRAGEDIE).

AUGSBURGO, CRISTÓFORO WIRSUNG, 1520.

 

Tragicomedia de
Calisto y Melibea

 

 

Nuevamente revista y enmendada, con adición de los argumentos de cada auto en principio. La cual contiene, demás de[1] su agradable y dulce estilo, muchas sentencias filosofales y avisos muy necesarios para mancebos,[2] mostrándoles los engaños que están encerrados en sirvientes y alcahuetas.

El autor a un su amigo

 

 

 

Suelen, los que de sus tierras ausentes se hallan, considerar de qué cosa aquel lugar donde parten mayor inopia o falta padezca, para con la tal servir a los coterráneos,[3] de quien en algún tiempo beneficio recibido tienen; y, viendo que legítima obligación a investigar lo semejante me compelía,[4] para pagar las muchas mercedes de vuestra libre liberalidad[5] recibidas, asaz[6] veces retraído en mi cámara,[7] acostado sobre mi propia mano, echando mis sentidos por ventores[8] y mi juicio a volar, me venía a la memoria no sólo la necesidad que nuestra común patria tiene de la presente obra por la muchedumbre de galanes y enamorados mancebos que posee, pero aun[9] en particular vuestra misma persona, cuya juventud de amor ser presa se me representa haber visto, y de él cruelmente lastimada, a causa de le faltar defensivas armas para resistir sus fuegos, las cuales hallé esculpidas en estos papeles,[10] no fabricadas en las grandes herrerías de Milán,[11] mas en los claros ingenios de doctos varones castellanos formadas. Y como mirase su primor, su sutil artificio, su fuerte y claro metal, su modo y manera de labor,[12] su estilo elegante, jamás en nuestra castellana lengua visto ni oído, leílo tres o cuatro veces, y tantas cuantas más lo leía, tanta más necesidad me ponía de releerlo, y tanto más me agradaba, y en su proceso nuevas sentencias[13] sentía. Vi no solo ser dulce en su principal historia o ficción toda junta, pero aun de algunas sus particularidades salían deleitables fontecicas de filosofía; de otras, agradables donaires; de otras, avisos y consejos contra lisonjeros y malos sirvientes y falsas mujeres hechiceras. Vi que no tenía su firma del autor, y era la causa que estaba por acabar; pero quienquiera que fuese es digno de recordable memoria por la sutil invención, por la gran copia de sentencias entregeridas que so color de donaires tiene.[14] ¡Gran filósofo era! Y pues él, con temor de detractores y nocibles[15] lenguas, más aparejadas a reprehender que a saber inventar, celó[16] su nombre, no me culpéis si en el fin bajo que le pongo no expresare el mío; mayormente que, siendo jurista yo, aunque obra discreta,[17] es ajena de mi facultad, y quien lo supiese diría que no por recreación de mi principal estudio, del cual yo más me precio, como es la verdad, lo hiciese; antes, distraído de los derechos,[18] en esta nueva labor me entremetiese. Pero, aunque no acierten, sería pago de mi osadía. Asimismo, pensarían que no quince días de unas vacaciones, mientras mis socios[19] en sus tierras, en acabarlo me detuviese, como es lo cierto, pero aun más tiempo y menos acepto.[20] Para disculpa de lo cual todo, no solo a vos, pero a cuantos lo leyeren, ofrezco los siguientes metros.[21] Y porque conozcáis dónde comienzan mis mal doladas[22] razones y acaban las del antiguo autor, en la margen hallaréis una cruz; y es en fin de la primera cena.[23] Vale.[24]

El autor, excusándose de su yerro en esta obra que escribió, contra sí arguye y compara[25]

 

 

 

I.

 

El silencio escuda y suele encubrir

Las faltas de ingenio y las torpes lenguas.

Blasón,[26] que es contrario, publica sus menguas[27]

Al que mucho habla sin mucho sentir;

Como la hormiga, que deja de ir

Holgando por tierra con la provisión.

Jactose con alas de su perdición:

Lleváronla en alto; no sabe dónde ir.

 

 

II. PROSIGUE

 

El aire gozando ajeno y extraño,

Rapiña es ya hecha de aves que vuelan;

Fuertes más que ella por cebo la llevan:

En las nuevas alas estaba su daño.

Razón es que aplique a mi pluma este engaño,

No disimulando con los que arguyen,

Así que a mí mismo mis alas destruyen,

Nublosas[28] y flacas, nacidas de hogaño.[29]

 

 

III. PROSIGUE

 

Donde ésta gozar pensaba volando,

O yo aquí escribiendo cobrar más honor,

De lo uno y lo otro nació disfavor:[30]

Ella es comida y a mí están cortando

Reproches, revistas y tachas. Callando

Obstara[31] los daños de envidia y murmuros.[32]

Y así navegando los puertos seguros,

Atrás quedan todos ya cuanto más ando.

 

 

IV. PROSIGUE

 

Si bien discernís mi limpio motivo

A cuál se endereza de aquestos[33] extremos,

Con cuál participa, quién rige sus remos,

Amor ya apacible o

Desamor esquivo,

Buscad bien el fin de aquesto que escribo,

O del principio leed su argumento.

Leedlo y veréis que, aunque dulce cuento,

Amantes, que os muestra salir de cautivo.[34]

 

 

V. COMPARACIÓN

 

Como al doliente,[35] que píldora amarga

O huye o recela o no puede tragar,

Métenla dentro de dulce manjar;

Engáñase el gusto, la salud se alarga.

De esta manera mi pluma se embarga[36]

Imponiendo dichos lascivos,[37] rientes;

Atrae los oídos de penadas gentes:

De grado[38] escarmientan y arrojan su carga.

 

 

VI. VUELVE A SU PROPÓSITO

 

Este mi deseo cargado de antojos[39]

Compuso tal fin que el principio desata;[40]

Acordó de dorar con oro de lata

Lo más fino oro que vio con sus ojos,

Y encima de rosas sembrar mil abrojos.[41]

Suplico, pues, suplan discretos mi falta;

Teman groseros, y en obra tan alta

O vean y callen, o no den enojos.

 

 

VII. PROSIGUE DANDO RAZÓN POR QUÉ SE MOVIÓ A ACABAR ESTA OBRA

 

Yo vi en Salamanca la obra presente.

Movime a acabarla por estas razones:

Es la primera, que estó[42] en vacaciones;

La otra, que hoy su inventor ser ciente;[43]

Y es la final ver ya la más gente

Vuelta y mezclada en vicios de amor.

Estos amantes les pondrán temor

A fiar de alcahueta ni de mal sirviente.

 

 

VIII.

 

Y así que esta obra, a mi flaco[44] entender,

Fue tanto breve cuanto muy sutil.

Vi que portaba sentencias dos mil,

En forro de gracias labor de placer.

No hizo Dédalo[45] en su oficio y saber

Alguna más prima entretalladura[46]

Si fin diera en esta su propia escritura

Corta: un grande hombre y de mucho valer.

 

 

IX.

 

Jamás no vi sino en terenciana,[47]

Después que me acuerdo, ni nadie la vido,[48]

Obra de estilo tan alto y subido

En lengua común vulgar castellana.

No tiene sentencia de donde no mana

Loable a su autor y eterna memoria,

Al cual Jesucristo reciba en su gloria

Por su pasión santa, que a todos nos sana.

 

 

X. AMONESTA A LOS QUE AMAN

QUE SIRVAN A DIOS Y DEJEN

LAS VANAS COGITACIONES[49]

Y VICIOS DE AMOR

 

Vosotros que amáis, tomad este ejemplo,

Este fino arnés[50] con que os defendáis;

Volved ya las riendas, porque[51] no os perdáis;

Load siempre a Dios, visitando su templo;

Andad sobre aviso; no seáis de ejemplo

De muertos y vivos y propios culpados;

Estando en el mundo yacéis sepultados;

Muy gran dolor siento cuando esto contemplo.

 

 

XI. FIN

 

Olvidemos los vicios que así nos prendieron,

No confiemos en vana esperanza;

Temamos Aquel que espinas y lanza,

Azotes y clavos su sangre vertieron;

La su santa faz herida escupieron;

Vinagre con hiel fue su potación;[52]

A cada santo lado consintió un ladrón:

Nos lleve, le ruego, con los que creyeron.

Prólogo

 

Todas las cosas creadas están en permanente lucha, tanto los elementos naturales (terremotos, rayos...), como el mundo animal (mamíferos, reptiles, peces y aves).

 

 

 

Pues, ¿qué diremos entre los hombres, a quien todo lo sobredicho es sujeto?[53] ¿Quién explanará[54] sus guerras, sus enemistades, sus envidias, sus aceleramientos y movimientos y descontentamientos? ¿Aquel mudar[55] de trajes, aquel derribar y renovar edificios, y otros muchos afectos diversos y variedades que de esta nuestra flaca humanidad nos provienen?

Y, pues es antigua querella y visitada de largos tiempos, no quiero maravillarme[56] si esta presente obra ha sido instrumento de lid o contienda a sus lectores para ponerlos en diferencias, dando cada uno sentencia sobre ella a sabor de su voluntad. Unos decían que era prolija,[57] otros breve, otros agradable, otros oscura, de manera que cortarla a medida de tantas y tan diferentes condiciones a solo Dios pertenece. Mayormente, pues ella, con todas las otras cosas que al mundo son, van debajo de la bandera de esta notable sentencia: «que aun la misma vida de los hombres, si bien lo miramos, desde la primera edad hasta que blanquean las canas, es batalla». Los niños, con los juegos; los mozos con las letras; los mancebos, con los deleites; los viejos, con mil especies de enfermedades pelean; y estos papeles con todas las edades. La primera los borra y rompe; la segunda no los sabe bien leer; la tercera, que es la alegre juventud y mancebía, discorda.[58] Unos les roen los huesos que no tienen virtud, que es la historia toda junta, no aprovechándose de las particularidades, haciéndola cuento de camino,[59] otros pican los donaires y refranes comunes,[60] loándolos con toda atención, dejando pasar por alto lo que hace más al caso y utilidad suya. Pero aquellos para cuyo verdadero placer es todo, desechan el cuento de la historia para contar, coligen la suma para su provecho,[61] ríen lo donoso, las sentencias y dichos de filósofos guardan en su memoria para trasponer en lugares convenibles a sus autos[62] y propósitos. Así que, cuando diez personas se juntaren a oír esta comedia, en quien quepa esta diferencia de condiciones, como suele acaecer, ¿quién negará que haya contienda en cosa que de tantas maneras se entienda? Que aun los impresores han dado sus punturas,[63] poniendo rúbricas o sumarios al principio de cada auto, narrando en breve lo que dentro contenía: una cosa bien excusada, según lo que los antiguos escritores usaron. Otros han litigado sobre el nombre, diciendo que no se había de llamar comedia, pues acababa en tristeza, sino que se llamase tragedia. El primer autor quiso darle denominación del principio, que fue placer, y llamóla comedia. Yo, viendo estas discordias, entre estos extremos partí ahora por medio la porfía,[64] y llaméla «tragicomedia». Así que, viendo estas conquistas, estos dísonos[65] y varios juicios, miré a donde la mayor parte acostaba y hallé que querían que se alargase en el proceso de su deleite de estos amantes, sobre lo cual fui muy importunado.[66] De manera que acordé, aunque contra mi voluntad, meter segunda vez la pluma en tan extraña labor y tan ajena de mi facultad, hurtando algunos ratos a mi principal estudio, con otras horas destinadas para recreación, puesto que no han de faltar nuevos detractores a la nueva adición.[67]

 

 

Síguese la Comedia o Tragicomedia de Calisto y Melibea, compuesta en reprehensión de los locos enamorados que, vencidos de su desordenado apetito, a sus amigas llaman y dicen ser su dios. Asimismo hecha en aviso de los engaños de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes.

Argumento

 

 

 

Calisto fue de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda crianza, dotado de muchas gracias, de estado mediano.[68] Fue preso en el amor de Melibea, mujer moza muy generosa, de alta y serenísima sangre,[69] sublimada en próspero estado,[70] una sola heredera a su padre Pleberio, y de su madre Alisa muy amada. Por solicitud del pungido[71] Calisto, vencido el casto propósito de ella, interviniendo Celestina, mala y astuta mujer, con dos sirvientes del vencido Calisto, engañados y por ésta tornados desleales, presa su fidelidad con anzuelo de codicia y de deleite, vinieron los amantes y los que los ministraron[72] en amargo y desastrado[73] fin. Para comienzo de lo cual dispuso el adversa fortuna lugar oportuno donde a la presencia de Calisto se presentó la deseada Melibea.